La historia de
Córdoba está marcada por la falta y la furia del agua. Fue el
primer lugar de Sudamérica donde se construyó un dique. Los viejos
problemas no se han solucionado y se repiten.
por Sergio
Carreras
La historia del
agua en Córdoba -su falta o su furia- es tan vieja como la historia
de la provincia.
Hemos llegado al
siglo XXI, a pocos meses de que la ciudad Capital cumpla 444 años de
vida, y todavía hay poblaciones del norte que siguen penando por la
sequía y hasta sectores miserables de la misma ciudad que aún
sueñan con la llegada de las cañerías con agua potable.
También hemos
llegado el siglo XXI mientras continúa siendo un grave problema la
imprevisión frente a las habituales crecidas y aluviones que sufren
las localidades de los valles serranos, y los anegamientos de la
llanura agropecuaria del sur provincial.
San Carlos Minas
fue la mayor de esas tragedias, ocurrida en la noche de Reyes de
1992, cuando un arroyo casi invisible creció en pocas horas hasta
transformarse en un puñetazo de piedra y barro que arrebató 36
vidas.
Las inundaciones
en las Sierras Chicas en 2015 fueron el último capítulo en el que
el agua se abalanzó sobre poblados, arrebató un puñado de vidas y
destruyó infraestructura pública y bienes privados.
Desde fines del
siglo XIX la provincia de Córdoba se distinguió internacionalmente
por su esfuerzo por regular y controlar el suministro de agua.
Cuando en 1891
dejó inaugurado el dique San Roque, fue la primera ciudad
sudamericana en realizar una obra semejante. La represa además era,
en ese momento, la más grande del mundo.
Córdoba siguió
avanzando hasta construir más de 50 diques de diferentes magnitudes
que no solamente la ayudaron a asegurarse la provisión de agua para
consumo de las personas y la agricultura, sino que además le
otorgaron un perfil de provincia hacedora y turística que mantiene
hasta hoy.
Pese a esa larga
e importante experiencia en el manejo del agua, Córdoba nunca
terminó de aprender bien la lección.
No fueron
constantes los esfuerzos por mantener sistemas de alerta temprana en
los valles, para prevenir y anunciar las crecientes. Tampoco fue
constante el control para evitar la urbanización de las riberas de
ríos y arroyos.
En la actualidad,
seguimos viendo un proceso acelerado y sin control de apropiación
privada de las costas de los lagos, aun por debajo de la cota
permitida. ¿Alguien recuerda, por ejemplo, lo simple que era antes
bajar hasta el dique Los Molinos y lo complicado que es hoy encontrar
una calle pública que lo permita?
¿Recuerdan el
hotel de siete plantas construido y dejado sin terminar por un jefe
comunal en el pueblo San Jerónimo, sobre la ribera del río Jaime y
sobre la banquina de una ruta nacional?
¿Y las
consecuencias del monocultivo de soja, la disminución del monte
nativo y la falta de rotación de cultivos en las zonas productivas
que impermeabilizan los suelos y hacen que el agua se desplace como
sobre un tobogán?
A la provincia
argentina que más historia y experiencia tiene en el manejo del
agua, no le han bastado cuatro siglos y medio para terminar de
aprender a convivir con sus arroyos y las consecuencias de sus
actividades productivas.
Daños por la crecida del arroyo Saldán en Unquillo el 15 de febrero de 2015. Foto: J. Stepanoff/ La Voz |
Fuente:
Sergio Carreras, Córdoba y la pesadilla histórica del agua, 06/01/17, La Voz del Interior. Consultado 06/01/17.
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