por Mario Osava
PORTO VELHO,
Brasil, 2 oct 2016 (IPS) - “Antes yo pescaba 200 kilogramos por
semana, ahora logro 40 cuando tengo suerte”, se quejó Raimundo
Neves, culpando a las dos centrales hidroeléctricas construidas en
el río Madeira, una arriba y otra abajo de Jaci Paraná, el pueblo
donde vive en el noroeste de Brasil.
“Una tonelada
solo alcanzan los que pescan al pie de la presa de Jirau”, afirmó.
Es que los peces intentan subir el río, pero son bloqueados por el
murallón del embalse y se concentran allí “dando vueltas”, a
merced de pescadores ilegales, explicó a IPS.
Los barcos
pesqueros invaden el área vedada por razones de seguridad, para
eludir el control.
Está prohibido
acercarse a menos de 2,8 kilómetros de la presa, un límite impuesto
por la Marina, ante los riesgos de turbulencias provocadas por la
operación del vertedero y de las turbinas, explicó la empresa
concesionaria de Jirau, Energía Sustentable de Brasil (ESBR).
El vuelco en la
vida de pescadores como Neves ilustra el pecado original de las
hidroeléctricas: cambiar la naturaleza del río, interrumpiendo su
flujo para generar energía para el país.
En el caso de
Jirau y Santo Antonio, la otra central, se trató de represar el
Madeira, el afluente más caudaloso del río Amazonas, que recibe
aguas de la pendiente oriental de la cordillera de los Andes y de
grandes cuencas de Bolivia y Perú.
Esas plantas,
cerca de Porto Velho, capital del estado de Rondonia, inauguraron una
nueva generación de grandes hidroeléctricas en Brasil, con nuevas
tecnologías y una legislación acumulada durante las tres últimas
décadas, destinada a reducir daños ambientales y sociales, y a
compensar a la población afectada.
Aprovechando el
fuerte caudal -superior a la pequeña caída del río, de unos 20
metros en cada caso-, se usaron por primera vez las horizontales
turbinas bulbo en gran escala, 50 en cada una, con una capacidad
total de 6.900 megavatios.
Así se limitó
la superficie conjunta de los dos embalses a 710 kilómetros
cuadrados, poco más que la del río en las crecidas y una de las
menores proporciones de área inundada por energía generada, arguyen
las empresas concesionarias de las centrales.
Pero ello no
impidió las críticas al desplazamiento forzado de comunidades
ribereñas tradicionales, a la deforestación y sumersión de
bosques, daños a la reproducción de los peces y caos social por la
criminalidad, prostitución y falencia de servicios públicos, ante
el arribo de miles de personas atraídas por los empleos en las
obras.
El Movimiento de
Afectados por Represas (MAB, en portugués) y un creciente número de
investigadores condenan los impactos que consideran subestimados en
los datos de las empresas que construyeron y tienen la concesión de
las hidroeléctricas por 35 años.
“Cada año
aumentan los afectados no reconocidos por Santo Antonio y por ende
las quejas ante la justicia. Los reasentados recibieron tierras
infértiles y sin la reserva forestal legal que debe de ser 80 por
ciento de cada propiedad en la Amazonia”, acusó a IPS un
coordinador del MAB en Rondonia, João Dutra.
A los desplazados
no se indemnizaron los “ingresos cesantes”, como a los pescadores
y otros ribereños, incluso porque “en general ejercen varias
actividades”, muchas no reconocidas, acotó.
Parte de las
familias desistieron del reasentamiento y muchas otras siguen
dependientes de una “ayuda mensual”, cinco años después de
desplazadas, sentenció Dutra.
Santo Antonio
Energía (SAE), concesionaria de la hidroeléctrica aguas abajo,
asegura que invirtió unos 620 millones de dólares al cambio actual,
en 28 programas “socioambientales”. Equivale a 10 por ciento por
ciento del costo de construcción de la central.
La implantación
de varias unidades de salud, incluso dos hospitales, más la
contratación y capacitación de profesionales permitió a la red
local de salud ampliar en mil consultas su labor diaria y elevar a 74
los puestos de salud familiar, el doble de algunos años antes,
detalló la empresa.
La construcción
y reformas de escuelas aumentaron el cupo en 6.000 nuevos alumnos y
se donaron equipos modernos a los bomberos y a la policía,
incluyendo su rama ambiental, acotó la empresa. Lo más costoso fue
construir 548 viviendas en siete reasentamientos.
“ESBR apoya el
desarrollo de pequeños productores, a través de cooperativas, como
la de Jirau que tiene 160 socios, impulsando el cultivo y la
extracción de frutas amazónicas, como asaí (Euterpe oleracea) y
cupuazú (Theobroma grandiflorum), y agroindustrias de harina de yuca
y pulpas de frutas”, destacó a IPS el gerente ambiental de la
empresa, Verissimo Alves.
Entre sus 34
programas, señaló, se incluyen la piscicultura, la pesca con manejo
del pirarucú (Arapaima gigas), un pez amazónico que puede alcanzar
200 kilogramos, un barco-hospital para asistir poblaciones ribereñas
y asistencia a aldeas indígenas que “en un caso está a 800
kilómetros de Jirau”, por exigencia de las autoridades
ambientales.
Las dos empresas
celebran también la contribución de sus masivas campañas al
control de la malaria, antes un grave problema sanitario local.
Aportaron
asimismo muchos conocimientos sobre el pasado y la fauna del Madeira.
Miles de objetos arqueológicos enriquecerán museos y la universidad
de Porto Velho.
“SAE impulsó
la investigación de la ictiofauna, con una colección de casi mil
especies que confirma en Rio Madeira como el de mayor diversidad de
peces en la Amazonia”, reconoció a IPS el rector de la Universidad
Federal de Rondonia, Ari Ott.
Después de
muchos conflictos, incluyendo acciones judiciales buscando suspender
las obras, huelgas salvajes y protestas con invasión de las plantas,
las tensiones parecían superadas por el hecho consumado de las
centrales en operación desde 2012 y 2013.
Pero lluvias
torrenciales en 2014 trastornaron nuevamente el panorama.
Una crecida sin
precedentes del Madeira desalojó temporalmente a cerca de 30.000
personas en Porto Velho y alrededores. El caudal del rio en algunos
días de marzo superó en 70 por ciento el promedio histórico del
mes. Pueblos, barrios enteros y varios kilómetros de carretera
quedaron bajo las aguas.
Las dos centrales
fueron acusadas de, al menos, agravar las inundaciones a lo largo del
Madeira en Brasil y en el lado boliviano.
Se defendieron
apuntando los fenómenos climáticos coincidentes que provocaron
lluvias excepcionales en toda la cuenca y recordando crecidas
similares, como la 1982. La intensidad de 2014 solo se repite cada
350 años, según expertos.
El desastre, de
todas formas, amplió el área inundable por los dos embalses
hidroeléctricos, según la Agencia Nacional de Aguas, obligando las
empresas a reasentar o indemnizar nuevas familias amenazadas por
inundaciones. Y acentuó incertidumbres para el futuro con el cambio
climático.
Nuevas batallas
surgieron con la expansión de la central de Santo Antonio, que
agregó seis nuevas turbinas a las 44 ya operativas, para generar más
417 megavatios y alcanzar un total de 3.568. Eso elevaría el embalse
en 80 centímetros desplazando más ribereños, pero depende de
autorización ambiental.
ESBR pretende
operar Jirau en la “cota 90 constante”. El embalse siempre a 90
metros de altitud, como naturalmente ocurre en las crecidas,
permitiría generar 420 megavatios más durante el estiaje entre
junio y diciembre, sin nuevas turbinas ni costos.
“Ganaríamos
todos, nosotros, el gobierno, Bolivia y la población ribereña”,
sostuvo Isaac Teixeira, director de Operación de ESBR.
Depende de un
acuerdo con Bolivia, que sería compensada con energía adicional, al
aceptar el tramo fronterizo del Madeira siempre al nivel de crecidas.
Y debe reactivar protestas de ambientalistas y ribereños.
Editado por
Estrella Gutiérrez
Fuente:
Mario Osava, Hidroeléctricas amazónicas pagan pecados propios y ajenos, 02/10/16, Inter Press Service.
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