jueves, 6 de octubre de 2016

50 años después de "Casi perdimos Detroit", la industria nuclear de Estados Unidos enfrenta dudas aún más graves


por Michael Hiltzik

La historia de la energía nuclear en los Estados Unidos está marcada por numerosos hitos, muchos de ellos malos -accidentes, caos constructivo, ingeniería incompetente, etc., etc.

Esta semana se cumpirá un aniversario de un incidente que ha proyectado una larga sombra sobre la pretendida seguridad de la industria nuclear. El 5 de octubre de 1966 -eso fue un miércoles de hace 50 años- la central nuclear Fermi-1, de Detroit Edison, sufrió una fusión parcial causada por un fragmento de una pieza flotando en el interior de la vasija de contención.

De acuerdo con las inspecciones posteriores, no se escapó radiactividad al medio ambiente. Tampoco se reportaron heridos dentro o fuera de la planta. Ni si quiera se acercó al peor escenario de incidente, el denominado "síndrome de China" en el que se funde el combustible dentro de la vasija de contención y alcanza una masa crítica.

Los apologistas de la industria nuclear han estado mucho tiempo ofendidos por la atención pública dada a la fusión de Fermi-1, especialmente a través del libro sobre el caso, de 1975, del novelista John G. Fuller "Casi perdimos Detroit" (que a su vez inspiró a la canción del mismo nombre del difunto Gil Scott-Heron). Incluso los críticos de la industria han criticado el libro de Fuller por las imprecisiones técnicas y un tono excesivamente teatral. Pero apuntó a las fuerzas burocráticas e ideológicas que dieron origen a la industria nuclear norteamericana y prepararon el terreno para décadas de mala gestión.

De varias maneras, el accidente reveló las fallas en la planificación y la operación de la industria, que la han perseguido desde entonces, casi destruyendo la reputación de la energía nuclear como fuente de energía sustentable que pueda suplir la generación con combustibles fósiles y ayudar a combatir el cambio climático.

Para empezar, mostró lo implacable que podía ser la tecnología nuclear. La causa del accidente fue trivial, sin embargo logró cerrar la central durante cuatro años. (Fermi-1 cerró definitivamente en 1972, pero su sucesor Fermi-2, de 1.100 megavatios, se conectó en 1988 y todavía está en funcionamiento). La central estaba equipada con elaborados sistemas de monitorización y alarma, sin embargo, cuando éstos mostraron lecturas inesperadas, el personal de turno se inclinó a descartarlas como anomalías. Una fusión parcial extrañamente similar al incidente de Fermi se había producido en un reactor de prueba similar en Santa Susana, California, en 1959, sin embargo, el personal de Detroit Edison no aprendió de la experiencia. Los trabajadores de Fermi "debieron haber recordado muy bien este accidente, ya que ellos duplicaron casi todos los aspectos clave de mismo tan sólo siete años más tarde", comentó recientemente David Lochbaum, director del Proyecto de Seguridad Nuclear de la Unión de Científicos.

La tecnología de Fermi-1 era especialmente compleja. La unidad era un reactor reproductor rápido, que utiliza un núcleo combinado de plutonio-uranio para producir más combustible del que consume durante el funcionamiento. Se enfriaba mediante un flujo de sodio líquido, que puede explotar cuando entra en contacto con el aire o el agua, por lo que "la posibilidad de una filtración de sodio es un problema serio", observó el experto nuclear Daniel F. Ford en 1982.

En una escala mayor, el Fermi-1, al igual que otros reactores de Estados Unidos, fue el producto de una campaña del gobierno para demostrar que la tecnología que había destruido Hiroshima y Nagasaki, Japón, en 1945, se podía convertir a usos pacíficos. Su primer promotor fue Lewis Strauss, el presidente fanáticamente pro-nuclear de la Comisión de Energía Atómica (AEC), el primero en hacer la demasiado optimista afirmación de que la energía nuclear sería "demasiado barata como para medirla". Para Strauss, que tenía el oído del presidente Dwight Eisenhower, la misión asumió connotaciones religiosas. "Creo firmemente que nuestro conocimiento del átomo está destinado por el Creador para el servicio y no la destrucción de la humanidad", escribió en 1955.

La AEC tomó la delantera en la lucha contra las preocupaciones sobre la seguridad nuclear. Los propios expertos de la Comisión consideraron el emplazamiento de Fermi a unos 18 kilómetros del centro más poblado de Detroit un "peligro público", pero su informe fue suprimido. La autorización de la AEC para la construcción del proyecto fue cuestionada por los sindicatos locales, cuyo caso llegó a la Corte Suprema de los Estados Unidos -la cual dictaminó que la AEC tenía suficiente autoridad para actuar. La decisión 7-2 presentó una atronadora disidencia del magistrado William O. Douglas, que llamó a la autorización de la AEC "un enfoque ligero del proceso más peligroso, más impresionante, y más mortal que el hombre ha concebido".

El diseño del Fermi demostró lo azarosa que podía ser la ingeniería de centrales, incluso con los peligros a la vista. En una fase avanzada del diseño, unas "guías de flujo" cónicas se colocaron en el piso del reactor de la unidad. La idea de estas estructuras en forma de tarta era dirigir el flujo de entrada en el núcleo del refrigerante de sodio, y también asegurar que cualquier material fundido del núcleo se extendería hacia fuera, "disminuyendo las posibilidades de formación de una masa crítica", explicó Lochbaum.

Para proteger a las guías de flujo del calor del combustible fundido, fueron revestidas con una capa de zirconio resistente al calor. Sin embargo, durante el funcionamiento, dos de las cubiertas se soltaron e ingresaron al sistema, en ocasiones obstruyendo el flujo de sodio de refrigeración. Eso explicaba las ocasionales lecturas anómalas de alto calor notadas por los operadores de la central. Pero ellos no pudieron diagnosticar el problema hasta que inspeccionaron el interior, el daño ya estaba hecho y la planta cerró. Fue entonces cuando descubrieron, como dice Lochbaum, que "la buena intención de hacer más segura la central realmente comprometía su seguridad".

Percances de ingeniería siguen ocurriendo en la industria nuclear aún hoy en día, magnificando las dudas sobre su futuro. El caso más notable es el fracaso de la extensión de vida de la central San Onofre, de Southern California Edison’s, que dejó la planta inoperable y llevó a su cierre definitivo en 2013. El debate sobre quién debe pagar por el fiasco se ha prolongado durante años, sin resolución.

Sólo este año, Pacific Gas & Electric Corp. acordó cerrar sus dos unidades Diablo Canyon en el 2024 y 2025, lo que marca la desaparición de la industria de generación nuclear en California y el fin de la descuidada gestión de las operaciones nucleares de PG & E.

Subyacente a la parada de Diablo Canyon está el reconocimiento de que la energía nuclear ya no puede competir económicamente con la energía eólica, solar y la generación hidroeléctrica. Las centrales nucleares siguen representando el 20 % de la generación eléctrica de los Estados Unidos, pero las perspectivas de crecimiento son tristes. La Asociación Nuclear Mundial informa que casi toda la producción proviene de centrales construidas entre 1967 y 1990. Hasta 2013, no se habían cavado los cimientos para un nuevo reactor desde 1977.

Los defensores nucleares suelen culpar a la oposición política y la regulación excesivamente pesada, que prolongan durante décadas el tiempo necesario para construir y poner en marcha una nueva central; la más nueva central nuclear de la nación, Watts Bar 2, de la Tennessee Valley Authority, se gestó durante 43 años antes de conectarse en línea en junio.

Pero el verdadero problema es que la industria nuclear ha perdido su credibilidad casi en sus inicios, y nunca se ha recuperado. Se puso en marcha a toda prisa, dotada de una especie de indulgencia del gobierno que engendró la dejadez, y ha tratado de ocultar sus defectos a través del secreto y bravatas legales. La saga de Fermi-1 sugiere que la industria nuclear podría haber tenido un futuro mucho más brillante, si sólo hubiera funcionado mejor en el pasado.

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Fuente: 
Michael Hiltzik, 50 years after 'we almost lost Detroit', America's nuclear power industry faces evengraver doubts, 03/10/16, Los Ángeles Times. Consultado 06/10/16.

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