por Mario Osava
PORTO VELHO,
Brasil, 23 sep 2016 (IPS). La construcción de grandes centrales
hidroeléctricas en Brasil constituye una tragedia para miles de
familias desplazadas y una pesadilla para las empresas que tratan de
reasentarlas como exige la legislación local.
Pero no es
exclusivo de este país. En todo el mundo, resultó empobrecida la
mayoría de la población afectada por 36 de 44 centrales
hidroeléctricas construidas desde 1936, concluyó un estudio fechado
en 2005 de Thayer Scudder, profesor de antropología en el
estadounidense Instituto Tecnológico de California.
En realidad solo
tres de las centrales permitieron mejorar la vida de las personas. En
otros cinco casos se logró recomponer el nivel de vida anterior. De
las 50 centrales investigadas, 19 fueron de Asia, 10 de América
Latina y el resto de otras regiones, pero solo 44 presentaban datos
suficientes para el estudio comparativo.
Dos
hidroeléctricas gigantes recién construidas en el río Madeira, en
el tramo que cruza el extenso municipio de Porto Velho, en el
noroeste de la Amazonia brasileña, tienden a engrosar las
estadísticas negativas, pese al esfuerzo desplegado, con inversiones
millonarias en los reasentamientos.
Seis años
después del desplazamiento, las familias reasentadas por las
centrales de Jirau y Santo Antônio, la tercera y cuarta del país
respectivamente, siguen dependientes de la ayuda de las empresas
concesionarias y una parte minoritaria renunció al nuevo hogar.
La escuela de la
Nueva Villa Teotônio tiene la mitad de los “casi 300 alumnos” de
su anterior ubicación, y el número “tiende a seguir disminuyendo
cada año”, pese a sus nuevas instalaciones más amplias y
modernas, lamentó a IPS la vicedirectora Aparecida Veiga.
La aldea de
pescadores surgida siete décadas atrás junto a la cascada Teotônio
menguó junto con su escuela, al ser reubicado en un sitio más alto,
a salvo de la inundación por el embalse de Santo Antônio,
construido entre 2008 y 2012 a seis kilómetros de la ciudad de Porto
Velho, capital municipal y del estado de Rondônia.
“Tenemos aulas
con cinco alumnos en la mañana, en contraste con los hasta 42
alumnos en la vieja sede, con profesores subutilizados, necesarios en
otras escuelas”, reconoció Veiga.
“Abajo”, como
se refiere a la villa sumergida, “la comunidad estaba muy conectada
a la escuela, favoreciendo la enseñanza, acá tenemos el problema de
las drogas, niñas embarazadas. Se les quitaron las raíces, la
cultura”, observó. Una pérdida fue la cascada, sumergida por la
represa.
Con la mirada de
hombre de negocios, Carlos Afonso Damasceno, de 48 años y seis
hijos, cree que el problema de la nueva villa (comunidad rural) “no
es que a la gente le guste o no, sino que no hay fuentes de
ingresos”.
“Acabaron los
peces, el río se secó, está sedimentado y muerto, sin los peces de
agua corriente. Además la carretera de tierra se alargó 11
kilómetros, al ser reconstruida rodeando una ramificación del
embalse y alejando los turistas”, señaló.
Con el pescado
escaso y el acceso más difícil, además de los mosquitos que
proliferaron por el agua estancada, Teotônio ya no atrae a los
visitantes que antes venían a disfrutar su gastronomía, su playa y
la cascada, según Damasceno, dueño del comercio y el restaurante
más grandes del pueblo.
En su
diagnóstico, restaurar la antigua carretera, aterrando el tramo
sumergido, sería suficiente para superar la decadencia económica
local, devolviendo a aceptables 30 kilómetros la distancia del
poblado a Porto Velho, un mercado de 510.000 habitantes.
Únicamente 48
familias de la antigua Teotônio aceptaron el reasentamiento en la
nueva ubicación, y de ellas “solo quedan 18, pero algunas no son
las originales”, sostuvo Damasceno.
Son distintos los
datos del consorcio Santo Antônio Energía (SAE), que construyó la
central y tiene su concesión por 35 años. “Viven actualmente en
Villa Nueva Teotônio 47 familias” y de las 72 casas construidas 17
fueron cedidas a la Asociación de Pobladores y otras instituciones,
informó la empresa a IPS.
“Menos de cinco
familias vendieron sus casas”, destacó el consorcio, que presenta
la villa como “un caso de referencia”, cuyo potencial turístico
se refleja en eventos allí promovidos y estructuras construidas por
SAE, como la playa artificial, un embarcadero de madera, sendero
ecológico, kioscos para comedores y casas de hospedaje.
La piscicultura
de tambaquí (Piaractus macropomus), el pez amazónico más rentable
en su cría y también conocido como cherna o cachama, aún no
despega porque el grupo de pobladores elegidos para la actividad
rechaza el proyecto ofrecido con capacitación, insumos, estanques y
vehículos necesarios, lamentó SAE.
Cada familia de
Teotônio sigue recibiendo una ayuda mensual de 1.250 reales (380
dólares) de la empresa, fijada por las autoridades ambientales, por
reconocer que aún no logran sostenerse autónomamente, tras seis
años en sus nuevas casas de hormigón, en áreas de 2.000 metros
cuadrados, con saneamiento y servicios básicos.
Dificultades
similares de adaptación a la nueva vida ocurren en los otros seis
reasentamientos promovidos por SAE y dos de Energía Sustentable de
Brasil (ESBR), concesionaria de la hidroeléctrica de Jirau, a 120
kilómetros de Porto Velho.
En el
Reasentamiento Rural Colectivo Vida Nueva, de ESBR, quedan solo 22 de
las 35 familias iníciales. Al final de 2016 les tocará asumir la
piscicultura de tambaquí en estanques excavados en el suelo, cuyos
efluentes fertilizan huertos y frutales, según su proyecto piloto
desarrollado durante seis años.
En Nueva Mutum,
un complejo urbano de 1.600 casas construido principalmente para
alojar a sus empleados, ESBR asentó una parte de los desplazados por
su embalse.
En su paisaje de
hacienda ganadera, de pastizales sin árboles, se trató de reasentar
centenares de familias de la vieja Mutum Paraná, un pueblo de gente
ribereña y estrecha relación con la naturaleza boscosa, que fue
inundada por la represa de Jirau.
Lejos del río y
sus peces, de los bosques con sus frutas, sustituyendo casas de
madera por las de hormigón y la tradicional playa fluvial por una
piscina, el nuevo hábitat fue un choque cultural para los
reasentados.
Algunas familias
lo dejaron, buscando recomponer por su propia cuenta el modo de vida
anterior en Villa Jirau, una pequeña comunidad en la orilla del río.
Pero Nueva Mutum
es una de las excepciones exitosas de los reasentamientos forzados,
según Berenice Simão, coautora del ensayo “Resiliencia socioecológica en comunidades desplazadas por hidroeléctricas en la Amazonia”, con la ecóloga Simone Athayde, de la estadounidense
Universidad de la Florida.
Esa pequeña
comunidad de reasentados es “organizada, cuenta con una Asociación
de Pobladores y otra de mujeres muy activa”, que son “persistentes
en las negociaciones, pelean y no desisten de sus reclamos”,
destacó Simão a IPS.
Para eso
contribuye la presencia de muchos comerciantes y funcionarios
públicos entre los reasentados. Además ESBR tiene Nueva Mutum como
“vitrina” y parece decidida a invertir lo que sea necesario para
el desarrollo de la nueva comunidad, acotó.
La empresa
mantiene el Observatorio Ambiental de Jirau, una organización social
con participación de las comunidades que promueve educación
ambiental, por medio de huertos y reforestación, y que fomenta el
cooperativismo entre agricultores.
Una fábrica de
muebles se está instalando en el pueblo, en un galpón sin uso
después de concluida la construcción del embalse. “Puede ser el
embrión del polo industrial”, que estaba en los planes de ESBR
pero no fraguó, y generar empleos, favoreciendo el desarrollo de la
comunidad, concluyó Simão.
Editado por
Estrella Gutiérrez
Fuente:
Mario Osava, Pocos superan destierro forzado por hidroeléctricas brasileñas, 23/09/16, Inter Press Service. Consultado 24/09/16.
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