La fragmentación
amenaza la biodiversidad. La progresiva degradación de la selva
provocará el colapso de las especies.
por Andy Robinson
Desde la torre
metálica, un mirador de 45 metros de altura en el Jardín Botánico
de Adolpho Duque, la reserva de la naturaleza en las afueras de
Manaos se ve como algo insólito en la Amazonia en la segunda década
del siglo XXI: 500 hectáreas de selva sin secuelas de deforestación,
ni degradación forestal.
Es una isla
aislada en la caótica expansión de la metrópolis de Manaos, una
ciudad de permanentes atascos y sin planificación urbanística que
ha desertificado su propio microclima: ya no llueve en la estación
seca y las temperaturas alcanzan 50 grados. Aquí en la reserva, en
cambio, se mantiene el húmedo clima amazónico.
El ornitólogo
Tomás Mele, que hace de guía, ha identificado 195 especies de aves
en las partes de la reserva que él recorre. En toda Amazonia, se
calcula que existen 1.300 especies de aves, más del 10 % de las que
existen en el planeta. “Cada especie es extremadamente
especializada aquí y, por eso, extremadamente frágil”, advierte.
Caminando debajo del dosel selvático, casi sin luz, Mele se detiene
para enseñarnos un interminable desfile de enormes hormigas. “Hay
decenas de aves especializadas que dependen de estas procesiones”,
dice. Las hormigas extraen insectos que luego comen los pájaros
cuyos excrementos alimentan a mariposas y otros insectos en una
cadena ecológica tan larga como el desfile de hormigas.
Pero, según
advierte Elizabeth Kolbert en su libro La sexta extinción (Critica,
2015), en zonas aisladas de la selva, fragmentadas por la
deforestación parcial, no hay suficientes colonias de hormigas para
sostener a los pájaros que, a su vez, sostienen a las mariposas. Es
el problema de un mundo en el cual las zonas de naturaleza salvaje
son islotes cada vez más pequeños y desconectados. Sus
consecuencias, advierte Kolbert, serán catastróficas.
La selva en torno
a Manaos fue el escenario de un experimento iniciado en los años
setenta por el biólogo estadounidense Tim Lovejoy. Cuando la junta
militar brasileña incentivó a ganaderos para convertir en tierras
de pasto el 50 % de la selva al norte de Manaos, Lovejoy propuso
convertir parte del otro 50 % en zonas de experimentación, de
entre 10 y 100 hectáreas, aisladas de bosque que permitirían
averiguar qué pasa con la biodiversidad cuando se fragmenta la
naturaleza. El llamado Proyecto sobre la Dinámica Biológica de
Fragmentos de Selva “es muy importante porque hoy en día casi toda
la naturaleza salvaje existe en zonas aisladas”, escribe
Elizabeth Kolbert.
Cuarenta años
después, los resultados del experimento son bastante claros. Incluso
en los recintos más grandes, desaparecieron hasta el 50 % de las
especies de todo tipo, desde aves hasta insectos, anfibios, mamíferos
y plantas. Según explica Lovejoy, que ahora tiene 75 años, en el
libro de Kolbert: “Ya sabemos que si un paisaje se recorta en
fragmentos de 100 hectáreas puede perder la mitad de sus animales y
las plantas”. Si se suma a esto el cambio climático “podemos
estar ante la crisis biótica más grande de todos los tiempo”.
Para Kolbert, se
trata de la sexta extinción másiva de especies de la historia del
planeta. Las cinco otras épocas de destrucción de especies (la más
conocida es la desaparición de los dinosaurios hace unos 60 millones
de años) se produjeron antes de la llegada del Homo Sapiens a la
Tierra. La extinción másiva actual pertenece al llamado
Antropoceno, es decir, es una catástrofe provocada por las
actividades de los seres humanos.
Cuando Lovejoy
inició su experimento, Amazonas era la última frontera natural del
Antropoceno, una enorme selva tropical que había sobrevivido casi
intacta durante unos 50 millones de años. Ahora “la frontera ya no
existe; la biodiversidad está a punto de colapsar”, dice María
Aparecida, especialista en biodiversidad del Instituto de
Investigación de Amazonia en Manaos.
La fragmentación
forma parte de lo que se conoce ya como el problema de degradación
de la selva, según se explica en un nuevo informe de la Universidad
de Lancaster, en Reino Unido, publicado en julio en la revista
Nature. Aunque la desforestación de enormes masas de selva amazónica
se ha detenido, “el bosque se degrada debido a la fragmentación,
los incendios, las actividades selectivas madereras, la caza”.
Incluso las áreas protegidas por las normás de deforestación están
perdiendo entre el 39 % y el 54 % de su biodiversidad debido a la
degradación, según el citado informe. Es más, “la degradación
forestal afecta sobre todo a las especies en peligro de extinción”,
explica Erika Berenguer, uno de los autores.
Pese al
crecimiento de su capital, el enorme estado de Amazonas había
conservado mucha más selva que otros estados amazónicos. Esto se
debió, paradójicamente, a su modelo de industrialización. Una
zona franca fue creada por la junta militar que incentivó la
industria manufacturera, sobre todo, del sector electrónico. Esto
creó empleo para quienes llegaban a Manaos, huyendo las hambrunas
del pobre noreste. En cambio, los colonos que llegaron al estado de
Pará, más al oeste, se han dedicado a actividades madereras,
ganaderas o mineras. Pero la crisis económica ha disparado el paro
en Manaos, y cada vez más gente opta por dedicarse a la economía
extractiva.
Una de las
víctimas más queridas de la fragmentación de la selva en Manaos es
el pequeño mono de cuerpo blanco y cara negra, el Saguinus bicolor,
que sólo existe en la selva cerca de Manaos. “El mono intenta
cruzar de un bosque a otro en los cables de la electricidad con una
elevada mortalidad por electrocución. Pronto dejará de existir”,
se lamenta Aparecida.
Fuente:
Andy Robinson, La agonía del Amazonas, 28/09/16, La Vanguardia. Consultado 28/09/16.
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