PORTO
VELHO, Brasil, 13 sep 2016 (IPS) - Euro Tourinho tenía ocho años,
en 1930, cuando acompañó su madre a Campo Grande, la ya entonces
gran ciudad del centrooccidente de Brasil, para el parto de un
hermano menor.
“Fueron
30 días de viaje en una carreta de bueyes. Podrían reducirse a
cinco días, a caballo, siguiendo la línea del telégrafo, pero mi
padre temía ataques de indígenas”, recordó Tourinho a IPS.
Luego
su padre, un hacendado en Corumbá, otro municipio del estado de Mato
Grosso do Sul, en la frontera con el sureste de Bolivia, escapó
ileso de una balacera que perforó su automóvil, uno de los pocos
existentes en Brasil entonces. Conflictos por la tierra solían
dirimirse con “el 38”, el calibre del revolver que “todos
usaban”.
Un
empleo público y la indemnización recibida por el ferrocarril que
cruzaría su hacienda le permitieron eludir esa guerra, a cambio de
ahondarse más aún en la selva brasileña.
Para
asumir el cargo en lo que hoy es Rondônia, el noroccidental estado
amazónico en la frontera con el norte de Bolivia, tuvo que viajar
seis meses con la familia, por tierra hasta las ciudades de São
Paulo y Río de Janeiro, luego por mar hasta Belém y por ríos
amazónicos hasta el nuevo hogar. Una vuelta casi completa por la
geografía de Brasil.
Accesible
prácticamente solo por lentas embarcaciones fluviales hasta 1960,
Rondônia es hoy una bisagra logística entre la Amazonia, el
industrializado sureste brasileño, Bolivia y Perú, un factor
importante para su posible desarrollo.
Está
en medio de carreteras que unen el océano Atlántico con el océano
Pacífico en Perú, cuenta con otras que penetran en la Amazonia o
van al norte boliviano y con la hidrovía del río Madeira, por donde
se exporta buena parte de la soja cosechada en el oeste brasileño,
abaratando el transporte.
La
más reciente transformación del estado deriva de la construcción,
entre 2008 y 2016, de dos grandes centrales hidroeléctricas en el
Madeira, cerca de Porto Velho, la capital de Rondônia, que pasa así
a ser gran proveedor de energía.
A los
94 años, Tourinho es la historia viva de ese proceso y de los ciclos
económicos que se sucedieron en Rondônia, un estado con 1,8
millones de habitantes, 510.000 de ellos en la capital.
Empezó
por el negocio del caucho, que enriqueció la Amazonia desde fines
del siglo XIX, gracias a la demanda por neumáticos de la naciente
industria automovilística. A los 22 años, heredó del padre
fallecido un bosque de árboles del caucho (Hevea brasiliensis), o
“seringueiras”, el vocablo portugués por el que también se los
conoce.
En
aquella época, 1944, se vivía un nuevo boom del caucho. La Segunda
Guerra Mundial (1939-1945) demandaba grandes suministros para los
vehículos militares y Malasia, la principal productora, estaba bajo
control de Japón, dejando Estados Unidos y sus aliados dependientes
del caucho brasileño.
Terminada
la guerra, los precios cayeron y fue inevitable la decadencia de la
economía cauchera en la Amazonia, incapaz de competir con la
producción intensiva del Sudeste Asiático.
Tourinho
dejó el “seringal” y la selva y montó un salón de juegos de
billar en Porto Velho, al lado de la sede del diario “Alto
Madeira”, donde empezó a escribir en 1950 y desde donde se
convirtió en testigo de la evolución de Rondônia como periodista.
En
1970 adquirió el diario y desde entonces dirige personalmente su
edición, con disciplinada dedicación. “Mientras yo viva el diario
impreso no acabará”, aseguró sobre el medio que en 2017 cumplirá
100 años.
Tourinho
sigue aferrado a su vieja máquina de escribir, rechazando la
computadora, pero no los nuevos temas.
“Las
centrales hidroeléctricas tienen un impacto negativo, que es
destruir la naturaleza, engullir bosques, pero sin electricidad no
hay progreso. Porto Velho solo tiene funcionarios públicos, necesita
atraer industrias, aunque sean las pequeñas, como las de confección
de ropa”, opinó.
La
central Santo Antônio, construida a seis kilómetros de Porto Velho,
con capacidad para 3.150 megavatios, se apresta a añadirle 417
megavatios, sumándole seis nuevas turbinas a las 44 ya operativas.
La energía adicional se destinaria exclusivamente a Rondônia y al
vecino estado de Acre.
“Es
importante porque tendremos excedentes energéticos para atraer
inversiones. Hasta ahora, en los apagones somos los primeros en
sufrir la caída del suministro y el restablecimiento se hace al
revés, por último acá”, observó Marcelo Thomé, presidente de
la Federación de las Industrias de Rondônia (Fiero).
“El
gran legado de la construcción de las centrales es una nueva cultura
empresarial, la calificación de empresas y empresarios como mejores
proveedores de servicios y productos. También se capacitó la mano
de obra con la experiencia de trabajar en una gran empresa”, añadió
a IPS.
Pero
la industrialización esperada por la Fiero no se concretó, tampoco
el gran incremento del comercio con Perú para el que se construyó
la carretera interoceánica concluida en 2011.
Los
empresarios buscan ahora identificar vocaciones y procesos adecuados
a “cadenas de producción” locales. La industria de alimentos,
aprovechando la agricultura en expansión es un buen camino, según
aseguró a IPS el superintendente de la Fiero, Gilberto Baptista.
Entre
el caucho y la hidroelectricidad, el estado vivió una intensa
expansión agropecuaria y minera, deforestando extensas áreas.
Numerosos indígenas fueron masacrados por mineros ilegales y
agricultores y ganaderos.
Rondônia
fue uno de los estados que recibió más migrantes, atraídos por
campañas gubernamentales de ocupación amazónica en los años 70 y
80.
El
eje de la devastación fue la carretera BR-364, que cruza Brasil del
sudeste al noroeste, inaugurada en 1960 por el entonces presidente
Juscelino Kubitschek, tumbando con un tractor el último árbol del
camino, pero cuya pavimentación en Rondônia demoró más de dos
décadas.
“En
aquella época ni se hablaba de ecología”, recordó Tourinho, que
estuvo en el acto para entregarle al presidente un ejemplar de Alto
Madeira.
Pero
ahora sí, las protestas y denuncias de ambientalistas, activistas
sociales y fiscales del Ministerio Público (fiscalía) se hicieron
inseparables de los proyectos hidroeléctricos, especialmente en la
Amazonia, pese a los crecientes recursos destinados por las empresas
concesionarias a acciones de compensación y mitigación de daños.
El
Movimiento de Afectados por Represas (MAB, en portugués) considera,
por ejemplo, que las empresas subestimaron el área inundada y, por
ende, la cantidad de familias a reasentar o indemnizar.
“El
suelo acá es arcilloso, empapa, y con la sedimentación el embalse
se expande, matando árboles y dejando improductiva la tierra, además
de contaminar pozos de agua potable”, afectando más gente de lo
que admiten las empresas, alegó a IPS un coordinador del MAB en
Rondônia, João Dutra.
“Nuestro
programa de monitoreo demuestra que no hay interferencia del embalse
en la napa freática”, contrarrestó la concesionaria Santo Antônio Energía en una respuesta por escrito.
“El
suelo se empapa, pero ya se inundaba antes del embalse, gran parte
del área aledaña es de ‘umirizal’, un área vulnerable”,
explicó Veríssimo Alves, gerente socioambiental de Energía
Sustentable de Brasil (ESBR), la concesionaria de la central de
Jirau, a 110 kilómetros río arriba de la de Santo Antônio.
“Umirizal”
define la vegetación leñosa nacida en suelos pobres e inundables,
cuando llueve. Por ello ESBR rechaza reasentar los pobladores de
Abunã, unos 5.000 según el MAB.
Todos
reconocen que la brutal crecida del río Madeira en 2014 alteró las
condiciones, incluso de sedimentación, y pudo haber agravado esos
fenómenos.
Editado
por Estrella Gutiérrez
Fuentes:
Mario Osava, Del caucho a la energía, la historia se enturbia en la Amazonia, 13/09/16, Inter Press Service. Consultado 14/09/16.
La obra de arte que ilustra esta entrada es "Seringueiros", del pintor brasileño Cándido Portinari, pintada en 1935.

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