Mina La Alumbrera, Catamarca |
En el Día Internacional contra la Megaminería el referente de la Asociación Argentina de Abogados Ambientalistas analiza la situación actual y denuncia las consecuencias de la actividad en el país.
por Enrique
Viale
En
América Latina, la megaminería constituye una nueva forma de
colonialismo, saqueo, dominación territorial y degradación
ambiental. Esta se expande hoy en Argentina en una decena de
provincias, que incluyen desde Salta y Jujuy hasta la patagónica
Santa Cruz, pasando por la región cordillerana, la precordillera y
las estribaciones.
Fue a
partir del andamiaje jurídico montado en los noventa -sostenido y
profundizado en la actualidad- que la Argentina se encontró con
una nueva modalidad de explotación: la megaminería, hasta ese
momento desconocida en nuestro país. Se diferencia respecto de la
minería tradicional fundamentalmente en su (gran) escala y en su
modalidad de explotación, lo que la hace inherentemente
contaminante, insostenible e imposible de controlar. Para extraer los
minerales diseminados en grandes extensiones de territorio, esta
actividad se realiza a cielo abierto, con el uso de colosales
cantidades de energía, explosivos, agua y sustancias extremadamente
tóxicas para separar la roca del mineral.
Así,
por ejemplo, el emprendimiento minero Pascua Lama (San Juan) removerá
rocas por 1.806 millones de toneladas en todo su proceso extractivo;
La Alumbrera (Catamarca) tiene autorizado el empleo de más de 86
millones de litros de agua por día, mucho más que el consumo total
de la provincia y, a su vez, en materia eléctrica representa el 85 %
del consumo total de la energía de la provincia. En materia de
explosivos, también los datos son espeluznantes: sólo en Pascua
Lama se arrojarán durante el proceso extractivo la friolera de
493.500 toneladas, casi la mitad de los lanzados en la Segunda Guerra
Mundial. Los tres principales proyectos mineros de nuestro país -La
Alumbrera, Pascua Lama y Agua Rica- concentrarían un nivel de
consumo energético (subsidiado) de 395 MW, lo que supera la
producción de la central nuclear de Atucha (375 MW).
Con
estas características, en la medida en que la gran minería avanza
sobre los territorios y entra en competencia con otras actividades
por la utilización del agua, la tierra, la energía y otros
recursos, termina por reorientar la economía del lugar donde se
implanta; se configura como un modelo territorial excluyente frente a
otras concepciones del territorio y a las débiles economías
regionales. Así, las producciones agropecuarias, industriales y el
turismo de las zonas cordilleranas y precordilleranas son
incompatibles con esta actividad.
El
emprendimiento minero Veladero, en San Juan, está operando sobre
glaciares y ambiente periglacial, tal como se desprende del propio
Informe de impacto ambiental realizado por la empresa. Esto convierte
allí a la actividad en ilegal, al contradecir la Ley de Protección
de Glaciares, que establece taxativamente la prohibición de
actividades mineras sobre esas superficies. Recordemos que fue este
emprendimiento minero en San Juan el que provocó, en septiembre
pasado, el peor incidente minero ambiental de la historia de nuestro
país al contaminar con 5 millones de litros de solución cianurada
la cuenca del río Jáchal. Hecho que, a pesar de su brutalidad y su
flagrancia, aún permanece impune.
El
destino casi exclusivo de este tipo de minería (oro, plata, cobre y
otros minerales) es la exportación de un concentrado, con nulo valor
agregado. Esto, a su vez, acentúa una desigual geografía de la
extracción y el consumo general, que afecta a todo el subcontinente
latinoamericano. Por ejemplo, América Latina produce el 26,2 % de la
bauxita en el mundo, pero sólo consume el 2,9 %; en cuanto al cobre,
produce el 45,1 % y consume el 6,1 %. Respecto del oro, se
extrae el 15,2 %, pero se consume solamente el 3 por cuento. A esto
hay que agregar que la minería aurífera, muy expandida en nuestro
país, refiere a un metal que tiene un escaso uso o utilidad social,
ya que el 83 % de su producción es utilizado para reservas bancarias
y joyería.
Y en
Argentina, además, el régimen jurídico aplicable a la minería
cuenta con un tratamiento impositivo y financiero diferencial que
posibilita que coexistan empresas inmensamente ricas y pueblos
extremadamente pobres. En efecto, en las provincias ligadas a la
megaminería (Catamarca, San Juan y Santa Cruz), esta actividad está
lejos de haberse convertido en un motor de desarrollo.
Después
de casi 20 años de explotación de La Alumbrera y ya en su fase
final, el paisaje socioeconómico de Catamarca no cambió
favorablemente, sino todo lo contrario: los índices industriales y
de la construcción cayeron y los niveles de pobreza siguen siendo
más altos que la media nacional y con porcentajes de población
asistida a través de los diversos programas sociales entre los más
altos del país (es la provincia que presenta el mayor número de
beneficiarios de la asignación universal por hijo).
Lo
mismo ocurre en la provincia estrella de la gran minería, San Juan -elegida como modelo del lobby minero-, que, a pesar de tener en
funcionamiento hace muchos años algunos de los mayores
emprendimientos mineros del país y de la transferencia de la nación
durante los últimos años del doble de recursos per cápita que la
media nacional, la pobreza y la indigencia (según datos del
Instituto Nacional de Estadística y Censos) son las más altas de su
región y se mantienen en mayor proporciones que las provincias
vecinas que no desarrollan la actividad.
En
esta provincia, la empresa Barrick, por Veladero (la mina más grande
de la provincia), paga en San Juan sólo US$ 1,7 por cada US$ 100 de
minerales que extrae y aporta en concepto de regalías menos del 1 %
del total de ingresos provinciales. La minería metalífera
actualmente emplea allí poco más de 2.500 personas en forma
directa, sólo el 1 % del total del empleo en esa provincia.
Lo
cierto es que pese a las reiteradas promesas del sector, la minería
metalífera representa menos del 0,045 % de la población
económicamente activa (PEA) de la Argentina. Incluso en Perú, el
país minero por excelencia, la minería ocupa el 2 % de la PEA,
contra el 23 % de la agricultura, el 16 % del comercio y el 10 % de la
manufactura.
Por
su parte, no existe en el mundo ninguna región que haya logrado un
desarrollo socioeconómico con la gran minería, como tampoco hay
lugar en el mundo donde se desarrollen (o intenten) proyectos de
megaminería y no haya gran conflictividad social. Esto es algo que
no puede ser negado o minimizado ni siquiera por el lobby minero, a
lo largo de toda América Latina y de la geografía de los países
del sur en general, a medida que se fue ampliando la frontera minera
y que aumentó la cantidad de proyectos de extracción de oro, cobre
y otros minerales, los conflictos territoriales y ambientales
provocados por esta actividad también se multiplicaron. Cada
proyecto minero desencadena, de por sí, un proceso conflictivo que
no cesa ni aun cuando este es momentáneamente paralizado, ni cuando
se hubiere agotado el ciclo de vida del yacimiento.
El
sistemático ataque a las libertades individuales más básicas para
imponer este modelo conlleva a un nuevo capítulo de violación de
derechos humanos en nuestro país que reduce al mínimo los alcances
de la propia democracia.
En
suma, esta actividad está concentrada en unas pocas empresas
transnacionales, que generan una exigua mano de obra, cuya producción
está orientada de modo exclusivo a la exportación masiva de
minerales (sin valor agregado), con altísima conflictividad social.
Dejan como herencia pasivos ambientales durante y tras el cierre de
las minas (lo que configura verdaderas zonas de sacrificio) que
quedarán a cargo del Estado nacional, las provincias y, sobre todo,
las poblaciones.
Con
este contexto, resulta preocupante la obsesión del nuevo Gobierno
Nacional en llevar la gran minería a las provincias en que la cual
está expresamente prohibida por ley. En efecto, entre los años 2003
y 2011, gracias a la resistencia y movilización de las poblaciones
afectadas, fueron varias las provincias que sancionaron leyes que
prohíben la minería con uso de determinadas sustancias tóxicas.
Van por las zonas donde hay resistencia social intentando “convencer”
a las poblaciones. Los primeros objetivos parecen ser la meseta de la
provincia de Chubut, Mendoza y La Rioja. Ese el rol asignado al
ministro Sergio Bergman, que al principio parecía confuso, casi
risueño al admitir su total desconocimiento de la materia ambiental.
Por
otra parte, si el kirchnerismo tenía una relación connivencial con
el lobby de la minería transnacional esta administración
directamente los metió dentro del gobierno: Daniel Meilán fue
designado como Secretario de Minería de la Nación. Su principal
antecedente es como funcionario del área durante el gobierno
menemista, que marcó el inicio del modelo megaminero vigente.
Asimismo, nombró como Subsecretario de Minería de la Nación a
Mario Capello, un reconocido lobbista de las transnacionales mineras
y que actuó directamente contra la Ley de Protección de Glaciares.
En
conclusión, resulta vital prestar especial atención a las largas
luchas ciudadanas que están marcando huellas históricas en la
defensa de los territorios en nuestro país y son las que vienen
teniendo desde hace años un debate serio sobre la problemática a
través del trabajo reflexivo de los compañeros en las
manifestaciones, conversando con la comunidad, debatiendo en
escuelas, lugares de trabajo, universidades, en definitiva, marcando
caminos alternativos.
*El
autor es fundador de la Asociación Argentina de Abogados
Ambientalistas, coautor del libro Maldesarrollo, la Argentina del
extractivismo y el despojo, e impulsor de la Ley de Glaciares.
Fuente:
Fuente:
Enrique Viale, No hay megaminería sin contaminación ni conflicto social, 22/07/16, La Izquierda Diario.
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