miércoles, 29 de junio de 2016

Aún sin estallar, cuatro bombas de hidrógeno dejaron cicatrices profundas en Palomares, España

Uno de los aviones estadounidenses involucrado en el accidente de enero de 1966. Foto: Rizzoli Press

por Raphael Minder

Palomares España. Hace cincuenta años, el mecánico José Manuel González Navarro salió en moto de su pueblo cuando escuchó unas explosiones en el cielo y vio una bola de fuego. Comenzó a caer chatarra. “Algunos pedazos muy despacio, como si un árbol gigante perdiera hojas de metal”, recordó en una entrevista.

González Navarro se devolvió para ver si su casa había sido afectada. Luego regresó al lugar donde había visto caer la chatarra y se encontró una bomba sin detonar atada a un paracaídas. Cortó las cuerdas y se las llevó a casa junto con varias herramientas y tornillos que había por el suelo.

Lo único que pensé era que alguna de esas cosas podría ser útil. Me gustaba pescar y esas cuerdas del paracaídas, delgadas pero sólidas, eran perfectas para acabar como cinturón de lastre para el buceo”.

Como muchos de los habitantes de Palomares, González Navarro, que ahora tiene 71 años, se imaginó que había visto un accidente aéreo. No sabía que un bombardero de la fuerza aérea estadounidense había dejado caer de manera accidental cuatro bombas de hidrógeno sobre Palomares. Aunque ninguna de las cabezas nucleares explotó, dos de las bombas se rompieron y esparcieron plutonio en los alrededores del pueblo.

Muchos de los soldados estadounidenses se quejan ahora de que los trabajos de limpieza, hechos a toda prisa, han afectado su salud. Muchos en Palomares, también, lamentan el daño que ese accidente le hizo al pueblo.

Vivir en un lugar radioactivo que nadie ha querido limpiar ha dado muy mala publicidad y es algo que ha pendido sobre nosotros como una espada de Damocles”, dijo José Pérez Celdrán, que fue alcalde del pueblo.

Durante muchos años la producción local de tomate, sandía, y lechuga, entre otros, no se etiquetaba porque el lugar estaba estigmatizado.

Y medio siglo después la limpieza aún no ha terminado.

En 1966, las tropas de Estados Unidos retiraron más de 5000 barriles de suelo contaminado después del incidente y dijeron que habían terminado el trabajo. Hace una década el gobierno español encontró que aún había niveles elevados de plutonio en al menos 400.000 metros cuadrados. Alguna de las zonas con nivel de radiactividad elevado llegaban casi hasta las viviendas y, por supuesto, al campo y algunos invernaderos.

Algunas de las zonas de radiactividad elevada fueron aisladas por una cerca que erigió la agencia española de energía nuclear, el CIEMAT, que ha ejercido presión para que el gobierno de Estados Unidos retire unos 50.000 metros cúbicos de suelo radiactivo, mucho más de lo que se retiró después del accidente.

En 2009, el ministro de Asuntos Exteriores de España, Miguel Ángel Moratinos, envió una nota confidencial a la secretaria de Estado de Estados Unidos, Hillary Clinton, en la que le advertía que la opinión pública española podría mostrar tendencias antiestadounidenses si España hiciera público un estudio sobre la contaminación en Palomares, según una nota publicada por el diario El País a partir de la publicación de los cables de Wikileaks.

A principios de 2011, Trinidad Jiménez, ministra de Asuntos Exteriores, dijo en el Senado de España que los trabajos de limpieza en Palomares eran “una prioridad”.

En octubre de 2015, el secretario de Estado John Kerry firmó un memorando de entendimiento en Madrid en el que prometía que Palomares regresaría a la situación en la que estaba antes de 1966.

España y Estados Unidos están de acuerdo en que en el sitio todavía queda alrededor de medio kilo de plutonio -una cantidad significativa si se tiene en cuenta que menos de un microgramo puede causar cáncer- y el Departamento de Energía ha dicho que retirará la tierra y la depositará en una instalación de almacenamiento nuclear en Estados Unidos.

Todavía están negociando un acuerdo formal sobre la cantidad de tierra a limpiar, cuándo comenzará y quién lo hará. Sin embargo, las consecuencias a largo plazo del accidente de Palomares aún no están del todo claras.

Muchos de sus habitantes consideran que se ha exagerado el riesgo de la radiactividad y otros se expresan con ironía sobre la manera en que ambos gobiernos les han permitido vivir en una zona contaminada durante décadas.

Nos usan como conejillos de Indias para que ver qué sucede con la gente que vive en una zona contaminada”, dijo Francisco Sabiote, plomero. “Nos dicen que todo está bien pero que hay que llevarse más tierra, entonces, si hay que hacer eso ¿qué esperan?”.

El día del accidente, Martín Moreno, de 81 años, encontró otra bomba. Iba al cementerio con un amigo cuando vieron el accidente. Primero vieron a un piloto estadounidense que parecía estar sentado en el suelo. Cuando se acercaron, descubrieron que estaba muerto.

Cultivos de tomates en palomares. Durante años, los alimentos producidos en este pueblo no llevaban etiquetas por el estigma que existía sobre la contaminación. Foto: Ian Willms/ The New York Times

Moreno se subió a la bomba para saber qué era. “Parecía un ataúd amarillento, extraño, con un tajo en un lado”, dijo. Con un destornillador trató de abrirla sin éxito. “Queríamos llevarnos un trozo pero era demasiado duro para partirlo”.

De los 11 miembros de las tripulaciones de los dos aviones, siete murieron. Pero entre la mayoría de los habitantes del pueblo, se impuso una sensación ambivalente de perplejidad y alivio porque se evitó el impacto directo contra la localidad. Cuando llegaron los soldados con sus cigarrillos y comenzaron a beber cervezas con la gente “el ambiente era casi de fiesta”, recuerda González Navarro.

Las autoridades de Estados Unidos temieron que evacuar la zona crearía lo que el responsable de la agencia de la energía atómica sobre el terreno describió como un momento de “tensión psicológica” así que dejaron que los habitantes de Palomares se quedaran y les dijeron que no se había liberado radiactividad. Les dieron instrucciones vagas y dijeron que compensarían a los agricultores que habían perdido sus cosechas. Los habitantes del pueblo, en todo caso, eran demasiado pobres para poner la salud por delante de sus necesidades económicas.

Desde el atentado se han tomado muestras de orina de cada uno de los 1700 habitantes de Palomares cada año, según la agencia de supervisión de la energía atómica. Maribel Alarcón, funcionaria del ayuntamiento, dijo que la recomendación de Madrid fue que se analizara a cada habitante cada tres años. Ella misma se hizo pruebas por última vez hace tres años. El resultado fue negativo.

Muchos habitantes dicen que hace alrededor de una década no se les hace ninguna prueba. Sabiote, que tiene 27 años, dice que la última vez que fue a Madrid para hacerse pruebas tenía 12 años y no tiene planes para regresar. “Todos tenemos que morir de algo”, dijo mientras encogía los hombros.

Antonio Fernández Liria, alcalde de Cuevas del Almanzora, un pueblo cercano bajo cuya competencia está Palomares, dijo que las pruebas médicas realizadas demuestran que “no somos las marcianos que alguna gente creyó que seríamos”.

La entidad española que regula la energía nuclear dice que las pruebas médicas no muestran niveles de contaminación por plutonio altos y que la prevalencia del cáncer en Palomares es similar a la de otros lugares.

Si un examen hubiera dado positivo, ¿crees que aún estaríamos viviendo aquí?”, preguntó.

Algunos científicos españoles han realizado estudios sobre la población pero no han encontrado pruebas que sirvan para prender las alarmas. Después de una lucha para tener acceso a los datos, el epidemiólogo Pedro Antonio Martínez Pinilla publicó un estudio en 2005 en el cual encontró una incidencia de cáncer mayor a la habitual, pero concluyó que el tamaño tan pequeño de la muestra no permitía determinar la correlación entre vivir en Palomares y la incidencia del cáncer.

José Herrera Plaza, un periodista español que acaba de publicar un libro sobre Palomares, dijo que que el accidente ha tenido consecuencias psicológicas similares a las de los hibakusha, los supervivientes de las bombas nucleares que Estados Unidos lanzó sobre Japón en 1945.

Cualquier comunidad que tiene que lidiar con contaminación, puedan o no probarse las consecuencias sobre la salud, vive en un estado de paranoia permanente”.

Puede que la limpieza que se hizo en 1966 no solo fuera incompleta sino que haya esparcido más la contaminación. Por ejemplo, la decisión de quemar los tomates contaminados pudo extender partículas contaminadas por el aire.

Creo que todo eso se hizo con los conocimientos técnicos de la época y con la política española de la época”, dijo Yolanda Benito, funcionaria de la agencia nuclear española. “España era una dictadura, no era el país más transparente del mundo”.

Dave Philipps colaboró con este reportaje desde Nueva York.


Fuente:
Raphael Minder, Aún sin estallar, cuatro bombas de hidrógeno dejaron cicatrices profundas en Palomares, España, 21/06/16, The New York Times.

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