Uno de los aviones estadounidenses involucrado en el accidente de enero de 1966. Foto: Rizzoli Press |
por
Raphael Minder
Palomares
España. Hace cincuenta años, el mecánico José Manuel González
Navarro salió en moto de su pueblo cuando escuchó unas explosiones
en el cielo y vio una bola de fuego. Comenzó a caer chatarra.
“Algunos pedazos muy despacio, como si un árbol gigante perdiera
hojas de metal”, recordó en una entrevista.
González
Navarro se devolvió para ver si su casa había sido afectada. Luego
regresó al lugar donde había visto caer la chatarra y se encontró
una bomba sin detonar atada a un paracaídas. Cortó las cuerdas y se
las llevó a casa junto con varias herramientas y tornillos que había
por el suelo.
“Lo
único que pensé era que alguna de esas cosas podría ser útil. Me
gustaba pescar y esas cuerdas del paracaídas, delgadas pero sólidas,
eran perfectas para acabar como cinturón de lastre para el buceo”.
Como
muchos de los habitantes de Palomares, González Navarro, que ahora
tiene 71 años, se imaginó que había visto un accidente aéreo. No
sabía que un bombardero de la fuerza aérea estadounidense había
dejado caer de manera accidental cuatro bombas de hidrógeno sobre
Palomares. Aunque ninguna de las cabezas nucleares explotó, dos de
las bombas se rompieron y esparcieron plutonio en los alrededores del
pueblo.
Muchos
de los soldados estadounidenses se quejan ahora de que los trabajos
de limpieza, hechos a toda prisa, han afectado su salud. Muchos en
Palomares, también, lamentan el daño que ese accidente le hizo al
pueblo.
“Vivir
en un lugar radioactivo que nadie ha querido limpiar ha dado muy mala
publicidad y es algo que ha pendido sobre nosotros como una espada de
Damocles”, dijo José Pérez Celdrán, que fue alcalde del pueblo.
Durante
muchos años la producción local de tomate, sandía, y
lechuga, entre otros, no se etiquetaba porque el lugar estaba
estigmatizado.
Y
medio siglo después la limpieza aún no ha terminado.
En
1966, las tropas de Estados Unidos retiraron más de 5000 barriles de
suelo contaminado después del incidente y dijeron que habían
terminado el trabajo. Hace una década el gobierno español encontró
que aún había niveles elevados de plutonio en al menos 400.000
metros cuadrados. Alguna de las zonas con nivel de radiactividad
elevado llegaban casi hasta las viviendas y, por supuesto, al campo y
algunos invernaderos.
Algunas
de las zonas de radiactividad elevada fueron aisladas por una cerca
que erigió la agencia española de energía nuclear, el CIEMAT, que
ha ejercido presión para que el gobierno de Estados Unidos retire
unos 50.000 metros cúbicos de suelo radiactivo, mucho más de lo que
se retiró después del accidente.
En
2009, el ministro de Asuntos Exteriores de España, Miguel Ángel
Moratinos, envió una nota confidencial a la secretaria de Estado de
Estados Unidos, Hillary Clinton, en la que le advertía que la
opinión pública española podría mostrar tendencias
antiestadounidenses si España hiciera público un estudio sobre la
contaminación en Palomares, según una nota publicada por el diario
El País a partir de la publicación de los cables de Wikileaks.
A
principios de 2011, Trinidad Jiménez, ministra de Asuntos
Exteriores, dijo en el Senado de España que los trabajos de limpieza
en Palomares eran “una prioridad”.
En
octubre de 2015, el secretario de Estado John Kerry firmó un
memorando de entendimiento en Madrid en el que prometía que
Palomares regresaría a la situación en la que estaba antes de 1966.
España
y Estados Unidos están de acuerdo en que en el sitio todavía queda
alrededor de medio kilo de plutonio -una cantidad significativa si
se tiene en cuenta que menos de un microgramo puede causar cáncer-
y el Departamento de Energía ha dicho que retirará la tierra y la
depositará en una instalación de almacenamiento nuclear en Estados
Unidos.
Todavía
están negociando un acuerdo formal sobre la cantidad de tierra a
limpiar, cuándo comenzará y quién lo hará. Sin embargo, las
consecuencias a largo plazo del accidente de Palomares aún no están
del todo claras.
Muchos
de sus habitantes consideran que se ha exagerado el riesgo de la
radiactividad y otros se expresan con ironía sobre la manera en que
ambos gobiernos les han permitido vivir en una zona contaminada
durante décadas.
“Nos
usan como conejillos de Indias para que ver qué sucede con la gente
que vive en una zona contaminada”, dijo Francisco Sabiote, plomero.
“Nos dicen que todo está bien pero que hay que llevarse más
tierra, entonces, si hay que hacer eso ¿qué esperan?”.
El
día del accidente, Martín Moreno, de 81 años, encontró otra
bomba. Iba al cementerio con un amigo cuando vieron el accidente.
Primero vieron a un piloto estadounidense que parecía estar sentado
en el suelo. Cuando se acercaron, descubrieron que estaba muerto.
Cultivos de tomates en palomares. Durante años, los alimentos producidos en este pueblo no llevaban etiquetas por el estigma que existía sobre la contaminación. Foto: Ian Willms/ The New York Times |
Moreno
se subió a la bomba para saber qué era. “Parecía un ataúd
amarillento, extraño, con un tajo en un lado”, dijo. Con un
destornillador trató de abrirla sin éxito. “Queríamos llevarnos
un trozo pero era demasiado duro para partirlo”.
De
los 11 miembros de las tripulaciones de los dos aviones, siete
murieron. Pero entre la mayoría de los habitantes del pueblo, se
impuso una sensación ambivalente de perplejidad y alivio porque se
evitó el impacto directo contra la localidad. Cuando llegaron los
soldados con sus cigarrillos y comenzaron a beber cervezas con la
gente “el ambiente era casi de fiesta”, recuerda González
Navarro.
Las
autoridades de Estados Unidos temieron que evacuar la zona crearía
lo que el responsable de la agencia de la energía atómica sobre el
terreno describió como un momento de “tensión psicológica” así
que dejaron que los habitantes de Palomares se quedaran y les dijeron
que no se había liberado radiactividad. Les dieron instrucciones
vagas y dijeron que compensarían a los agricultores que habían
perdido sus cosechas. Los habitantes del pueblo, en todo caso, eran
demasiado pobres para poner la salud por delante de sus necesidades
económicas.
Desde
el atentado se han tomado muestras de orina de cada uno de los 1700
habitantes de Palomares cada año, según la agencia de supervisión
de la energía atómica. Maribel Alarcón, funcionaria del
ayuntamiento, dijo que la recomendación de Madrid fue que se
analizara a cada habitante cada tres años. Ella misma se hizo
pruebas por última vez hace tres años. El resultado fue negativo.
Muchos
habitantes dicen que hace alrededor de una década no se les hace
ninguna prueba. Sabiote, que tiene 27 años, dice que la última vez
que fue a Madrid para hacerse pruebas tenía 12 años y no tiene
planes para regresar. “Todos tenemos que morir de algo”, dijo
mientras encogía los hombros.
Antonio
Fernández Liria, alcalde de Cuevas del Almanzora, un pueblo cercano
bajo cuya competencia está Palomares, dijo que las pruebas médicas
realizadas demuestran que “no somos las marcianos que alguna gente
creyó que seríamos”.
La
entidad española que regula la energía nuclear dice que las pruebas
médicas no muestran niveles de contaminación por plutonio altos y
que la prevalencia del cáncer en Palomares es similar a la de otros
lugares.
“Si
un examen hubiera dado positivo, ¿crees que aún estaríamos
viviendo aquí?”, preguntó.
Algunos
científicos españoles han realizado estudios sobre la población
pero no han encontrado pruebas que sirvan para prender las alarmas.
Después de una lucha para tener acceso a los datos, el epidemiólogo
Pedro Antonio Martínez Pinilla publicó un estudio en 2005 en el
cual encontró una incidencia de cáncer mayor a la habitual, pero
concluyó que el tamaño tan pequeño de la muestra no permitía
determinar la correlación entre vivir en Palomares y la incidencia
del cáncer.
José
Herrera Plaza, un periodista español que acaba de publicar un libro
sobre Palomares, dijo que que el accidente ha tenido consecuencias
psicológicas similares a las de los hibakusha, los supervivientes de
las bombas nucleares que Estados Unidos lanzó sobre Japón en 1945.
“Cualquier
comunidad que tiene que lidiar con contaminación, puedan o no
probarse las consecuencias sobre la salud, vive en un estado de
paranoia permanente”.
Puede
que la limpieza que se hizo en 1966 no solo fuera incompleta sino que
haya esparcido más la contaminación. Por ejemplo, la decisión de
quemar los tomates contaminados pudo extender partículas
contaminadas por el aire.
“Creo
que todo eso se hizo con los conocimientos técnicos de la época y
con la política española de la época”, dijo Yolanda Benito,
funcionaria de la agencia nuclear española. “España era una
dictadura, no era el país más transparente del mundo”.
Dave
Philipps colaboró con este reportaje desde Nueva York.
Fuente:
Raphael Minder, Aún sin estallar, cuatro bombas de hidrógeno dejaron cicatrices profundas en Palomares, España, 21/06/16, The New York Times.
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