Para
Carlos, la escuela y los yerbales se volvieron un paisaje cotidiano con tan
solo 13 años. Hoy es papá de 10 hijos que también trabajan en la cosecha. Desde
la ONG “Un sueño para misiones” buscan impulsar una ley que prohíba el trabajo
infantil. Necesitan juntar 50.000 firmas más en Change.org para consolidar la
iniciativa.
por
Milagros Martínez
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es la esencia de un buen mate. En una ronda, van y vienen historias, las de
amigos y las de rostros desconocidos que son parte de ese sabor inconfundible.
Esta bebida nacional nos une, pero su producción está lejos de los valores
argentinos. Para disfrutarlo en la mesa, familias completas se dedican a cortar
artesanalmente las hojas en contextos desoladores, una tarea que Carlos
Rodríguez practica desde pequeño.
Con
tan solo 13 años, comenzó a cargar sobre sus espaldas ponchadas de yerba que
pesaban 100 kilogramos. Para aliviar a sus padres, dividía su tiempo entre la
escuela y la dura realidad de la cosecha. En las condiciones más extremas,
lleva ya 40 años trabajando en los campos de Misiones y al momento de contar su
historia, lo hace con la necesidad de desahogarse. Confía en que puede ser
escuchado.
“Prácticamente
me crié tarefeando. Hay que soportar muchas cosas. Laburar nueve, diez, once
horas en la chacra no es fácil. El tarefero pasa lluvias, pasa frío, pasa
hambre, pasa todo”, confiesa.
Su
día comienza a las 4 de la mañana cuando se prepara la comida, que sabe más
tarde no podrá calentar, y espera a que un camión o colectivo lo traslade hasta
el Rosado, en Oberá. “Todo es muy a pulmón. Vamos juntando las hojas en una
ponchada, en una lona hasta llegar a los 100 kilos. Nosotros acá no usamos
tijera eléctrica. La primera parte del trabajo es virutear, cortar los gajos
como pide el ingeniero, el capataz o el dueño de la yerba. Como tareferos,
tenemos que agachar la cabeza y seguir haciendo”, explica sobre la minuciosa y
agobiante tarea.
Papá
de diez hijos, le duele la realidad que les toca vivir y confiesa que ningún
tarefero tiene “la dicha o la alegría” de decir que su hijo pudo ir a la
facultad. “Lo que sacamos en un jornal no alcanza” repite Carlos una y otra
vez, mientras cuenta que seis de sus hijas están casadas y también trabajan en
yerbales. Un círculo del que no pueden salir, una historia que se repite de
generación en generación.
"Me gusta el mate... sin trabajo infantil". CONOCÉ LA INICIATIVA.
La cruel realidad del mate. MIRÁ ELDOCUMENTAL.
Apoyá el proyecto de ley. FIRMÁ ELPETITORIO.
Amamos
el mate, sin trabajo infantil
Desde
la organización “Un sueño para misiones” publicaron un petitorio en laplataforma Change.org, basado en la consigna: “Me gusta el mate… Sin trabajo
infantil”. El objetivo es aunar fuerzas para que su proyecto sea tratado en el
Congreso de la Nación. La meta son 100.000 firmas y vos podés sumar la tuya,
acá. Hasta el momento, más de 50.000 argentinos ya adhirieron a la causa.
“Debemos encontrar los caminos para que
nuestra voz se escuche y provocar nosotros los cambios que queremos”, asegura
Jorge Kordi, responsable de Comunicaciones de la ONG.
El
pasado miércoles 20 de abril lograron presentar en el Senado el documental que
muestra la más cruda realidad de las familias tareferas. Con el apoyo de
algunos diputados, la intención es que el proyecto avance en las distintas
comisiones. “Entendí la importancia de terminar con este flagelo cuando conocí
a Francisco, un niño con bajo peso que trabajaba en la cosecha junto a su
abuelo. Huesudo, simpático, curioso, entendí que nosotros debíamos hacernos
responsables de que él y miles de otros niños logren una vida digna. Amamos el
mate pero aún no representa nuestros valores”, destaca Kordi.
Números
alarmantes de la cosecha
MÁXIMO ESFUERZO. Un tarefero de entre 27 y 30 años, logra cosechar 500 kilos en un día. Por kilo, recibe sólo $0.60, lo que equivale a 300 pesos en una jornada. Como el pago depende de la cantidad de kilogramos cosechados, el ingreso es variable y toda la familia colabora para aumentar el volumen.
JORNADAS EXTENDIDAS. Hay tareferos que viven durante dos semanas en un campamento. Al respecto, Carlos aclara: “Los buscan en un camión y llevan a 15, 16 personas juntas. Llevan sus colchones, sus frazadas y ahí se instalan por 15 días”.
FAMILIAS NUMEROSAS. Cada tarefero tiene un promedio de entre seis y siete hijos. “Hay chicos que tienen 13, 14 años y dejan de estudiar para poder ayudar a su padre a trabajar porque ven que la necesidad es bastante extrema”, señala Carlos.
NIÑOS DESPROTEGIDOS. El 90 % de la yerba Mate que se consume en Argentina y el 60 % de la que se consume en el mundo se cultiva en Misiones con trabajo infantil.
MÁS CIFRAS.
Nadie
los cuida
“No
nos alcanza para comprar carne y tenemos que pasarnos comiendo lentejas,
porotos, arvejas, mandioca, batata, lo más barato. Esa es la comida favorita
del tarefero. Por eso, hay muchos hijos desnutridos. No alcanza para nada”,
reclama Carlos alzando la voz de cientos de trabajadores que se enfrentan a la
impotencia de no poder ofrecer una mejor alimentación a su familia.
A
su vez, muchas veces se ven forzados a vivir en el campo con sus hijos porque
sostener una casa y mantenerse a sí mismos en el yerbal termina siendo un doble
gasto. Acostumbrados al desamparo, Carlos comenta que no les exigen estudios
médicos previos para trabajar. “No se fijan si tenés problemas de columna, de
brazo, de pierna para levantar un raído de 100 kilos. Tengo mis 53 años y
llevar un raído de 100 kilos en la espalda es bastante complicado”, advierte
con mucho pesar.
Pero
su espíritu optimista le dice “hay que salir adelante y ganar el pan de cada
día”. Agotado, después de un extenso día de trabajo, comparte la esperanza de
que en algún momento puedan sentirse valorados: “Nosotros soñamos con un mañana
mejor”.
Fuente:
Milagros Martínez, Mate sin trabajo infantil: la historia de una familia tarefera, 25/04/16, La Voz del Interior. Consultado 30/04/16.
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