A
partir del 26 de abril, más de 600.000 personas se encargaron de contener el
núcleo de la central nuclear y de construir un sarcófago sobre el reactor.
Acudieron sin saber a qué se enfrentaban realmente y con unas protecciones
insuficientes.
por Manuel
P. Villatoro
Entre
600.000 y 800.000 personas. Una "fuerza" 20 veces mayor que el ejército que
partió junto a Napoleón Bonaparte para conquistar Egipto y 6 veces superior a
la cantidad de aliados que desembarcaron en las playas de Normandía el Día D.
Ese es el número de soviéticos que, a partir del 26 de abril de 1986 y -tras la
explosión del reactor número 4 de Chernóbil- fueron convocados por el gobierno
para ayudar a sellar aquel infierno nuclear. Fueron llamados los "liquidadores"
y, aunque muchos de ellos sabían a lo que se exponían, a otros tantos se les
reclutó con falsas de promesas de riquezas o con la posibilidad de librarse del
servicio militar en Afganistán. Fueron, en definitiva, "engañados", pues tampoco
se les informó de lo que -en aquellos años- se creía que la radiación podía
hacer en su cuerpo.
El
infierno nuclear de estos hombres (así como la de los pilotos y los bomberos
que acudieron a la central) comenzó después de la explosión acaecida en el reactor
número 4 de Chernóbil -sucedida a la 1:23 de la mañana-. Para empezar, por la
ingente cantidad de escombros incandescentes y altamaente radiactivos que
volaron por el cielo de Ucrania y cayeron sobre la tierra desnuda ubicada cerca
del gigantesco edificio. La mayoría de ellos, como bien señala el doctor Renato Radicella en su dossier "Chernóbil, los hechos" (de la Comisión Nacional de
Energía Atómica) fueron trozos de la estructura, combustible y pedazos de
grafito. Todo ello, mientras el interior del núcleo bullía a más de 3.000
grados y las llamas se extendían por varias salas de la central.
"Los
restos del núcleo que no fueron expulsados por la explosión quedaron expuestos
a la atmósfera. [...] La ["nube"] formada por humo, productos radiactivos y escombros
se elevó hasta una altura de aproximadamente 1000 metros. Los componentes más
pesados se depositaron rápidamente en las proximidades de la planta, mientras
los componentes más livianos, incluyendo los productos de fisión, fueron
arrastrados por el viento en dirección al noroeste. El intenso fuego producido
por el grafito fue el principal responsable de la dispersión de los productos
de fisión a grandes alturas", explica el experto.
Las
pilotos llegan a la zona
Durante
el desconcierto inicial, varios agentes fueron obligados a acudir a las
inmediaciones de Chernóbil para crear un perímetro de seguridad. Los que
regresaron lo hicieron con la piel de las piernas severamente dañadas por el
polvo radioactivo. Posteriormente el ejército hizo llamar a varios de sus
pilotos de helicópteros -una buena parte de ellos veteranos de Afganistán y,
algunos, participando incluso en ese momento en ejercicios activos- para que
acudieran a la zona. A ellos se les asignó la misión de mitigar el incendio del
reactor, el primer paso para -a continuación- sellarlo y evitar que más
material y polvo radioactivo salieran a la atmósfera.
"Se
decidió dar comienzo a la operación: los pilotos se las ingeniaron para
mantener los aparatos estables sobre el núcleo en llamas mientras soldados sin
equipamiento especial arrojaban desde ellos bolsas de ochenta kilos de arena
con la que esperaban sofocar el fuego. Esperaban neutralizar el incendio
arrojando al pozo infernal toneladas de arena y ácido bórico, que neutraliza la
radiación. El primer día, los pilotos hicieron más de cien salidas, al día
siguiente más de trescientas. En esos momentos, en su cota de vuelo, el nivel
de radiación era de 3.500 roentgens, más de nueve veces la dosis letal. Algunos
pilotos realizaron más de treinta vuelos en un solo día", explica el periodista
Ignacio Camacho en su obra "Chernóbil, 25 años después".
Uno
de estos fue Andrej Misko, que fue llamado para participar en las labores de
sellado del sarcófago. "Recibí el mensaje de lo que sucedió estando en la
ciudad de Sebastopol. Completábamos un entrenamiento de supervivencia […] y nos
preparábamos para una operación en Afganistán. La gravedad de la situación se
hizo evidente el 30 de abril, cuando todo el regimiento fue alertado y tuvo que
prepararse para volar a Chernóbil. El 2 de mayo un telegrama del cuartel
general del ejército llegó: necesitaban ocho tripulaciones de helicópteros Mi 6
y había que modificar los aparatos para transportar cargas exteriores", explicó
en entrevista a Fedasib -Federación Nacional de Acción Social con la Infancia
Bielorrusa-.
El
5 de mayo llegó a Chernóbil. Aquel día, como bien señaló, se levantó a las 4 de
la mañana, desayunó a las 5:30 y partió hacia la central nuclear. Como parte de
la tripulación del helicóptero lanzó hasta 11 cargas de arena desde el aire
hacia el núcleo del reactor en un área de unos 30 kilómetros. "El primer vuelo
me causo una gran impresión. El pueblo de Pripyat ya había sido evacuado, y
desde arriba veíamos camiones y coches abandonados, ropa tendida en los
balcones, era un vacío aterrador, no quedaba un alma. Sólo la voz del
controlador de tránsito aéreo, que estaba en el hotel, el edificio más alto, de
Pripyat, fue escuchado en nuestros auriculares", completó. En palabras de
Camacho, los pilotos entendieron que era una misión suicida.
Con
todo, Misko tuvo más suerte que algunos de sus compañeros. Unos de ellos fueron
los tripulantes de un helicóptero Mi-8 que, tras llevar a un fotógrafo llamado
Ígor Kostin hasta la parte superior del reactor y dejarle luego en tierra,
fallecieron tras sufrir un accidente en una de sus múltiples salidas para
lanzar deshechos sobre el núcleo. Al parecer, su piloto se desvaneció en el
aire debido al cansancio y a la radiación, perdió el control del aparato, y
chocó contra las grúas. Para desgracia de aquellos hombres, cayeron en el mismo
núcleo.
Bomberos,
los primeros "liquidadores"
Paralelamente
a los pilotos, y en las tres primeras horas tras la explosión, fueron
movilizadas varias unidades de bomberos a los que se les dio la misión de evitar
que las llamas se extendieran y la de apagar los incendios generados en la
planta. Todo ello, a pesar de las altas temperaturas que se alcanzaron (de
hasta 2.500 grados, según afirma el escritor Fernando Bermúdez Ardila en su
obra "El fin del fin"). Las imágenes que han quedado para la posteridad nos los
muestran vestidos únicamente con un traje de goma y unas mascarillas similares
a las de los hospitales.
Poco
podían hacer esos trajes contra la radiación, por lo que las bajas de estos
primeros valientes fueron muchas. Con todo, algunos de ellos como Víctor
Zajárchenko -entonces jefe de bomberos- lograron sobrevivir. La semana pasada
contó sus peripecias en Kiev. "No era la primera vez que teníamos que extinguir
un fuego en la central, pero lo que no pude imaginar es que esa vez se trataba
del propio reactor. En lugar de los 15 días que duraba cada turno estuve 45 en
Chernóbil", explicó, como bien señala el corresponsal de ABC en Moscú Rafael M.
Mañueco en su artículo "Un experimento causó la catástrofe de Chernóbil".
Los "liquidadores voluntarios"
Tras
los bomberos (y después de entender que la única forma de enterrar aquel
infierno sobre la tierra era con fuerza humana) las autoridades empezaron a
reclutar un ejército de "voluntarios" con el valor suficiente para ir al tejado
de uno de los reactores y, desde allí, arrojar todos los escombros que
encontrasen al núcleo del reactor 4 para sellarlo.
Se
estableció que su "turno" sería de 2 a 3 minutos para que su cuerpo no se viera
excesivamente expuesto a la radiación. En ese tiempo tenían que correr desde el
punto de salida, subir al techo como alma que lleva el diablo, arrojar todos
los restos que pudiesen al fuego (los privilegiados contaban con una pala) y,
finalmente -y cuando oyeran una bocina- darse la vuelta y huir para ponerse a
salvo. Aún así, se arriesgaban a sufrir dosis de entre 250 y 500 milisievert de
golpe (siendo 2 la radiación media, 5 la máxima que aconsejan que reciba le
público general al año y 100 la dosis máxima para bomberos durante una
intervención -según el manual "Bomberos, temario general").
Para "convencer" a los soviéticos de que acudieran de todas las partes de la URSS y
(como ya hicieran durante la defensa de Stalingrado) defendieran a su país a
costa, probablemente, de su vida, las autoridades idearon un curioso plan. El
primer lugar, y tal y como explica la agencia de noticias SINC, alentaron a
muchos militares proponiéndoles cambiar tres minutos sobre el reactor por dos
años en los campos de Afganistán luchando por su país. A los civiles se les
ofrecieron considerables sumas de dinero y hasta un coche. También hubo muchos
comunistas que fueron obligados por el mismo partido a personarse en la zona.
Con todo, otros tantos supieron desde el principio a qué se enfrentaban y
decidieron acudir de igual forma para salvar su patria.
Al
final, en los siete meses que durarían estas operaciones trabajaron en la
central entre 600.00 y 800.000 "liquidadores", como fueron llamados. Y todo
ello, en muchos casos, sin saber a lo que se enfrentaban. O al menos, así lo
afirma Camacho en su obra: "Muchos de los liquidadores ni siquiera conocían la
magnitud de aquello a lo que se enfrentaban. Tan sólo se les dijo que había
habido un accidente en una instalación del gobierno y que tenían que mitigar
los daños en el lugar y ayudar en las labores de limpieza de sus alrededores.
Esos trabajadores, generalmente hombres de veinte a cuarenta y cinco, tenían
perfiles muy diversos y procedían de Rusia, Bielorrusia, Ucrania y otras zonas
de la Unión Soviética". La agencia SINC es de la misma opinión, pues explica
que no fueron informados de los riesgos en ningún momento.
¿Qué
se les ofreció para combatir contra aquel infierno nuclear? Al parecer, poco
más que trajes contra incendios sobre los que se les ponían "armaduras" de
entre 25 y 30 kilos formadas por planchas de plomo sacadas de los más
variopintos lugares y cortadas a mano con tijeras (como se puede ver en varias
fotografías). Lo mismo sucedía con las máscaras antigás de "morro de cerdo" a
las que, en palabras de Camacho, se les añadieron las mismas placas de este
metal.
Al
final, y además de las labores de desescombro y de extinción del incendio, estos
soviéticos colaboraron también en la construcción de un gigantesco sarcófago
alrededor del reactor número 4 para contener la fuerza de la radiación. Su
actuación fue tan destacada que, tras el suceso, todos ellos recibieron una
medalla conmemorativa por su valor en la catástrofe. Una insignia que incluye
una gota de sangre cruzada por varios rayos de radiación y que muchos llevan
con orgullo sabiendo que, según la principal organización de "liquidadores",
Chernóbil se llevó a 60.000 de estos valientes a la tumba e incapacitó a
150.000 debido a enfermedades como el cáncer.
Con
todo, también existen voces discordantes con estas secuelas. "Entre los
"liquidadores", la incidencia de enfermedades (980 sobre 1000 hombres
en edad de trabajo por año) es un 25 % menor que entre la población general de
Rusia (1.300 sobre 1.000) y no se ha observado ningún aumento en la incidencia
de leucemias (Tukov y Dzakoeva, 1993). De acuerdo a Logachev, et al. (1993), la
cantidad de neoplasmas entre los "liquidadores" de Ucrania no aumentó durante
los primeros siete años después del accidente. Entre los
"liquidadores" de Belarus, la incidencia de cáncer fue un 22 % menor
en los hombres, y un 9 % en las mujeres, que entre la población general del
resto del país (Okeanov et al. 1996)", explica la Fundación Argentina de
Ecología Científica en su obra "Mitos y fraudes" (un compendio de artículos).
Fuente:
Fuente:
Manuel P. Villatoro, Los soviéticos que murieron «engañados» para evitar el apocalipsis nuclear de Chernóbil, 27/04/16. Consultado 28/04/16.
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