Los tribunales
exigen al Estado indemnizar a familiares de varios soldados muertos
tras sus misiones en el extranjero. En España, el
entonces ministro Federico Trillo siempre negó esta vinculación.
Hace 25 años, en
la primera guerra del Golfo, Estados Unidos reconoció por primera
vez haber utilizado municiones de uranio empobrecido. Desde entonces,
el caso ha ido apareciendo intermitentemente en la prensa, sin saber
muy bien si se trataba de noticias contrastadas o alarmas infundadas,
o si era más bien una estrategia de silencio. Además del
reconocimiento por parte de Estados Unidos y Gran Bretaña de su uso
en 1991 y en la invasión de Iraq, la OTAN admitió en 2003 haber
disparado 31.000 proyectiles de este material en Kosovo a finales de
los 1990, y 10.800 en Bosnia entre 1994 y 1995. Se especula con su
posible uso en escenarios bélicos como Afganistán, Somalia, Líbano,
Libia o Mali pero nunca se ha reconocido oficialmente.
Los datos de la
Coalición Internacional para la prohibición de las armas de uranio
(ICBUW) indican que al menos 18 países poseen este tipo de
armamento, Rusia, Francia e Israel, entre ellos. Poco después de
1991, algunas informaciones especulaban con la posible relación
entre la toxicidad del material bélico usado y una serie de
problemas de salud que estaban padeciendo los militares
estadounidenses y británicos que participaron en la guerra de Iraq.
El síndrome del Golfo provocaba desde fatiga hasta malformaciones en
sus hijos.
Algo más tarde
se empezó a hablar de los efectos entre la población iraquí, del
mayor número de leucemias, linfomas y otros tumores y también de
las anomalías genéticas con las que nacían muchos niños, pero era
difícil conocer el alcance real de la situación: no había datos,
ni transparencia alguna sobre el número y lugar de proyectiles de
uranio empobrecido disparados. Las investigaciones eran limitadas, se
hacían con pocos recursos y por eso resultaban fáciles de criticar.
Pero todavía hoy se siguen multiplicando desde Iraq las denuncias
que atribuyen al armamento utilizado por Estados Unidos y Gran
Bretaña el aumento de estos problemas de salud. Se repiten también
las peticiones a Naciones Unidas para afrontar la descontaminación
de muchas zonas del país.
Los primeros
casos denunciados en el continente europeo se producen en el año
2000 y se refieren a soldados italianos destinados a Bosnia en 1995 o
a Kosovo en 1999. En esos años, hubo soldados fallecidos en muchos
países europeos. Sin embargo, el Ministerio de Defensa español, con
Federico Trillo a la cabeza, nunca admitió que existiera una
relación causa efecto entre esas enfermedades y la participación en
misiones militares en el extranjero. El 16 de enero de 2001, el
entonces ministro admitió en una comparecencia en el Congreso que
“los aviones de ataque contracarro norteamericano A-10 Warthog,
empleados por el ejército de los Estados Unidos durante el bombardeo
de Kosovo, llevaban proyectiles de uranio empobrecido y que hubo 112
misiones en las que se usó esta munición pero negó que existiera
una relación causa efecto entre la radiación emitida por el uranio
empobrecido y los cánceres de los tres militares fallecidos hasta
entonces.
Sus palabras
demostraron que sí tenía conocimiento de la existencia de óxido de
uranio producido por las explosiones, pero en ningún momento aludió
a su peligrosidad diciendo únicamente que “se convierte en vapor
al chocar con un blindaje, oxidándose y depositándose en forma de
polvo fino”, pero demostrando que había sido objeto de estudio, ya
que se había llegado a la conclusión de que, “por cada disparo,
sólo se generan 100 gramos de ese polvo, lo que supone un total de
400 kilos de polvo de uranio oxidado que pudiera estar depositado en
la zona de Kosovo”. Y, poco más, en España las advertencias sobre
los efectos del uranio empobrecido pronto perdieron fuerza.
En Italia no se
calmaron las aguas tan fácilmente: una asociación, L’Osservatorio
Militare, se ha encargado de recopilar y actualizar los datos de los
soldados muertos. El goteo es continuo y la lista va ya por la
víctima 327. Según sus datos, sólo en enero han fallecido cuatro
militares. En total son cerca de 3.700 los casos recogidos por esta
asociación, que se encarga también de la asistencia jurídica de
los militares que desean llevar su caso ante los tribunales.
En este tiempo ha
habido más de 40 sentencias de distintos tribunales civiles que
obligan al Ministerio de Defensa a reconocer la vinculación entre
los tumores de otros tantos militares con sus misiones en el
extranjero. La última, el pasado mes de enero, establecía una
indemnización de 882.322 euros para la hija y la viuda de Pasquale
Cinelli. Este paracaidista de los Carabinieri murió poco después de
volver de sus misiones en el extranjero, Somalia y Bosnia
principalmente, donde estuvo en contacto. Según la sentencia que
hizo pública el programa Report de la radiotelevisión italiana RAI,
estuvo expuesto a “numerosos factores de riesgo como la
contaminación atmosférica, las contaminaciones tóxicas provocadas
por el impacto y la explosión de las municiones de uranio
empobrecido” sin que el Ejército le proporcionase la indumentaria
y el equipo necesario para su protección. La sentencia hace
referencia también a “las partículas exógenas (de unos 800
nanómetros y con contenidos de hierro, aluminio, cobre, zinc y
cloro) susceptibles de provocar patologías tumorales” encontradas
en las células de Cinelli.
Eludir
responsabilidades
El abogado de
L’Osservatorio Militare, Angelo Fiore Tartaglia, que ha llevado la
mayor parte de las causas, afirma que las sentencias que los
tribunales han dictado hasta el momento “han obligado al Estado a
intervenir con medidas en el ámbito de la seguridad social que, sin
embargo, no cubren todos los daños sufridos por el militar y sus
familias”. Pero, en su opinión, “si estas causas judiciales no
se hubiesen llevado adelante y, además, no se hubiesen ganado, el
problema del uranio jamás habría existido”. La actitud del
Estado, que pese a las condenas no ha asumido ninguna
responsabilidad, se debe, según otro de los miembros de la
asociación, Domenico Leggiero, a “la voluntad de ocultar las
responsabilidades de los altos cargos políticos y militares de la
época”.
A pesar de los
pequeños avances políticos, durante los últimos 15 años las
historias de muchos militares han sido contadas en reportajes
periodísticos y documentales que, de vez en cuando, ofrecía alguna
televisión. Una de ellas es la de Luciano Cipriani, suboficial del
Ejército del Aire, cuyo fallecimiento fue noticia el pasado 7 de
enero. Cuatro días antes, un equipo de la RAI había estado en el
hospital filmándole y recogiendo las palabras de su hermana Maria
Grazia, que explicaba que en el cerebro de Luciano se habían
encontrado nanopartículas de acero. En el mismo documental, otro
militar, Gianluca Danise, que murió seis días después, rememoraba
la imagen de los americanos bajando de los camiones: “Con sus
escafandras amarillas mientras nosotros solo teníamos unas
mascarillas blancas antipolvo adquiridas por nosotros mismos y tal
vez unos guantes de usar y tirar”. Entre los grados bajos de la
jerarquía militar, es común el lamento de sentirse abandonados por
las instituciones estatales.
En estos momentos
hay en el Parlamento italiano una comisión de investigación, en
concreto la quinta que se crea para estudiar el problema. Domenico
Leggiero, quien será uno de estos asesores, no oculta el
escepticismo que le producen estos órganos: “No han llegado hasta
ahora a ninguna conclusión útil y por ello preferimos confiar en la
autoridad judicial, con más autoridad, objetividad e independencia”.
La actual comisión se denomina, para abreviar, del uranio
empobrecido, pero en realidad tiene un nombre más largo que merece
la pena traducir. En la Gazzetta Ufficiale, el Boletín Oficial, del
13 de julio de 2015, se recoge la “Institución de una Comisión
parlamentaria de investigación sobre los casos de muerte y de graves
enfermedades que han afectado al personal italiano empleado en
misiones militares en el extranjero, en los polígonos de tiro y en
los lugares de almacenamiento de municiones, en relación con la
exposición a particulares factores químicos, tóxicos y
radiológicos con posible efecto patógeno y la administración de
vacunas, con especial atención a los efectos del uso de proyectiles
de uranio empobrecido y de la dispersión en el ambiente de
nanopartículas de metales pesados producidas por las explosiones de
material bélico y a posibles interacciones”.
Como se aprecia
en el título de la comisión, en Italia las denuncias sobre los
efectos del uranio empobrecido se dirigen también a los efectos en
el ambiente y sobre todo en la población de la zona de la actividad
realizada en los polígonos de tiro, principalmente de Cerdeña. En
esta isla del Mediterráneo hay tres polígonos de tiro, Teulada,
Capo Frasca y Salto di Quirra. El pasado otoño estas instalaciones
fueron escenario de la Operación Trident, la mayor ejercitación
militar de la OTAN desde la guerra, que también se desarrolló en
suelo español y que logró pasar bastante inadvertida, aunque se
desplegaron 36.000 soldados (20.000 en España) y 230 unidades
terrestres, aéreas y navales.
Síndrome de
Quirra
Salto di Quirra
es el mayor polígono militar de Europa, un recinto experimental para
misiles balísticos a cargo del Ejército del Aire italiano y a
disposición de la OTAN, pero que puede ser alquilado y usado por
ejércitos o industrias de otros países por unos 50.000 euros por
hora, según informaba el diario L’Unitá en 2011. Una
investigación del diario La Repubblica señalaba que en esta base
han entrenado “israelíes, turcos, alemanes, ingleses, países de
la OTAN, pero también del Este, e incluso en el pasado los libios de
Gaddafi”.
Entre los
habitantes de las localidades cercanas a Salto di Quirra se han dado
enfermedades y malformaciones similares a las denunciadas por algunos
militares a la vuelta de sus misiones en el extranjero. Tanto es así
que se ha acuñado el término síndrome de Quirra para hablar de
estos problemas de salud. El Comité popular para la defensa del
ambiente y de la salud en el Sarrabus (región a la que pertenece la
base), en Villaputzu, municipio de 5.000 habitantes al que pertenece
Quirra, de 1998 a 2011 se produjeron 28 casos de leucemia. Entre los
150 habitantes de Quirra, 10 de los 18 pastores que llevaban a pastar
a sus animales a la zona del polígono tuvieron cáncer.
Domenico
Fiordalisi, el fiscal que en enero de 2011 abrió una investigación
sobre la relación de estas enfermedades con las actividades
desarrolladas en el polígono militar y con los residuos militares
acumulados en él, afirmaba en una entrevista en 2012 al periódico
Il fatto quotidiano que la causa del síndrome de Quirra era
principalmente una fuente radiactiva contenida en los misiles Milan
disparados en la base.
Dentro de este
proceso judicial se llevó a cabo la exhumación de los cadáveres de
varios pastores de la zona fallecidos por leucemia o linfomas. En
ellos se halló una cantidad anómala de torio, empleado en los
mencionados misiles en la versión fabricada hasta 1999. El Ejército
español también posee proyectiles Milan de procedencia alemana y
francesa, como se puede ver en la página web de Defensa. El País
informaba en 1990 de la compra por parte del Instituto Nacional de
Industria de este tipo de misiles por 6.500 millones de pesetas, más
de 39 millones de euros.
Si las
explosiones de uranio empobrecido son sospechosas de haber causado
importantes problemas de salud entre los militares occidentales
participantes en las guerras de Irak y de la antigua Yugoslavia, es
lógico pensar que las consecuencias entre las poblaciones de la zona
han sido incluso mayores. Pero como en el caso de Iraq, las denuncias
del aumento de cánceres en Kosovo y en Bosnia, cifradas en ocasiones
en el 200 %, y en poblaciones cada vez más jóvenes, apenas llegan a
los medios de información occidentales y, en consecuencia, tampoco a
la opinión pública.
Pese a que muchas
organizaciones exigen la prohibición de las armas con uranio
empobrecido y en 2001 hubo incluso una resolución del Parlamento
Europeo pidiéndola, Bélgica es el único país europeo en el que
desde 1999 está prohibida la producción, el uso y la venta de este
tipo de armamento.
Un desecho
nuclear
El uranio
empobrecido es en realidad un residuo industrial. En la naturaleza,
el uranio se compone de tres isótopos: U 234, U 235 y U 238.
Enriquecer el uranio para su uso militar o industrial significa
aumentar la concentración de U 235, el isótopo más radiactivo. El
resto, mayoritariamente U 238, es lo que llamamos uranio empobrecido,
que al continuar siendo radiactivo, aunque menos, también
necesitaría almacenarse como residuo nuclear. Como detalla un
documento de la Organización Mundial de la Salud (OMS), “el uranio
empobrecido puede ser también un subproducto del reprocesamiento del
combustible ya utilizado en los reactores nucleares. En esas
condiciones puede encontrarse también otro isótopo del uranio, U
236 junto con muy pequeñas cantidades de los elementos transuránicos
plutonio, americio y neptunio y del producto de fisión tecnecio-99”.
La alta densidad
del uranio empobrecido le confiere mucho poder de perforación del
blindaje de tanques y otros vehículos militares. Esto, unido a su
bajo precio, lo hace especialmente interesante para la industria
armamentística, aparte de que es una forma de “reciclar” un
residuo nuclear.
Pero los
proyectiles con uranio empobrecido cuando impactan en su objetivo
arden a temperaturas altísimas, lo que provoca la liberación a modo
de aerosol de minúsculas partículas de óxido de uranio y tal vez
de otros metales pesados, dependiendo de la composición del objetivo
alcanzado. En la inhalación o ingestión de estas micropartículas
es donde podría residir la peligrosidad del uranio empobrecido.
Fuentes:
Fuentes:
Rosa Martínez rmartinez@lamarea.com, La justicia obliga a Italia a reconocer los efectos del uranio empobrecido, 30/03/16, La Marea.
La obra de arte que ilustra esta entrada es un detalle del famoso cuadro "Guernica" de Pablo Picasso, que se ha convertido en un símbolo de los terribles sufrimientos que la guerra infringe a los seres humanos.
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