Queridos
amigos:
Hace
casi un siglo, Johan Huizinga publicó "El otoño de la Edad Media", un estudio histórico que mostró,
con la vivacidad de una novela, la vida cotidiana en el norte de Europa durante
los años previos al Renacimiento, donde la vida era tan rica y tan llena de
contrastes que olía a sangre y a rosas. A los que vivimos en tiempos de
cambios nos seducen las obras que describen el enmarañado final de una época
y el oscuro nacimiento de algo nuevo.
Por
eso quiero compartir con ustedes la reedición de mi novela "Esta maldita
lujuria", ambientada
en el otoño de la época colonial, cuando lo nuevo aparece como una amenaza
para quienes necesitan que el tiempo no transcurra.
En
1782, cuatro barcos españoles remontan el Río Negro de la Patagonia en busca
de un espacio mítico: la Ciudad de los Césares, con sus casas de oro y techos
de plata, donde la gente no muere y los hombres tienen a las mujeres en
comunidad. Los marinos son un grupo de aventureros que surcan el sur del mundo ávidos de riquezas y hembras fascinantes.
En
su travesía, deben cargar los barcos al hombro, hundirse en el barro y evitar
que los indígenas los cosan a flechazos.
América,
tierra de desmesuras creadas por el diablo entre vapores ardientes. América,
lujuria de la carne y el oro, del paisaje y de los mitos, donde el erotismo es
la metáfora maldita de lo diferente, lo no europeo. América, el último sur
del mundo, territorio de las sucias maravillas y los fulgurantes espantos de la
cintura abajo del planeta.
El
libro obtuvo el premio Casa de las Américas que lo publicó en Cuba. Al
recibir un ejemplar, Fidel Castro preguntó: "¿Por qué la lujuria habría
de ser maldita?
La
edición argentina la hizo Planeta. La traducción al francés (como "Maudite
luxure") la editó
en París La Esprit des Peninsules. Se realizaron varias tesis de doctorado en
distintas universidades latinoamericanas sobre esta novela.
Hace
tiempo que está agotada, y ésta es la primera edición uruguaya, a cargo de
Ediciones de la Banda Oriental. Es una edición para suscriptores, que no se
distribuye en librerías, pero las personas interesadas en adquirirlo pueden
ponerse en contacto con los editores en los mails que figuran más abajo.
En
esta entrega ustedes reciben:
Un capítulo de mi novela "Esta maldita lujuria", donde el protagonista destaca los motivos, más importantes que el oro, para embarcarse en esa aventura. Agrego también la tapa del libro y el correo electrónico de su editor.
La obra de arte que acompaña esta entrega es un cuadro "El Otoño" del pintor italiano Giuseppe Arcimboldo (1527-1593). Es conocido sobre todo por sus representaciones del rostro humano a partir de flores, frutas, plantas, animales u objetos. Predominan en esta obra los símbolos de la vendimia, como los racimos de uvas, las hojas de parra en la cabeza del personaje o el tonel que le sirve de vestimenta. Los tonos ocre y sepia crean el clima de la estación que está representada.
En
estos mensajes utilizo cada cambio de estación para recordar que nuestra
sociedad olvida los ritmos de la naturaleza y que ese olvido no es casual sino
que responde a intereses concretos.
Aquellos
que lucran con la destrucción de nuestro patrimonio natural prefieren
desconocer nuestra pertenencia a la Tierra. Sólo así es posible que se puedan
negociar votos en el Senado a cambio de la impunidad ante un derrame de
cianuro.
Por
eso nuestra insistencia en recordar los ritmos de la naturaleza.
Quiero
saludarlos en el comienzo del otoño.
Un
gran abrazo a todos.
Antonio
Elio Brailovsky
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Búsqueda
Y
quizá fuera cierto, señor Virrey, quizás tuviéramos que recorrer tantos mares y
horizontes para encontrar algo muy cercano. Porque, ¿qué estamos buscando en
América, señor, qué cosa tan dificil de hallar que hubo que venirse tan lejos
para hacerlo?
Nos
dijeron, señor, que España era muy pequeña. Que no cabíamos todos en ella y que
por eso nos era forzoso emigrar. Es posible que así fuera. Pero también yo he
visto forjas cerradas porque las herraduras venían de Inglaterra, telares
inactivos porque los paños llegaban de Holanda y aún viñedos y olivares
abandonados porque el aceite que se tomaba era italiano y el vino era francés.
Pequeño país el nuestro, pero las minas de hierro de Vizcaya y las de azogues
del Almadén tienen las galerías silenciosas. Las curtiembres de Córdoba están
cerradas y fríos los hornos de mayólicas de Sevilla.
-
Trabajo para nuestras manos vacías, me dijo el tonelero de Sevilla, y quizá
tuviera razón, porque el oficio de los hombres es duro, pero mucho más es no
tenerlo y alguna razón que se me escapa el sudor de la frente no es suficiente
para ganarse el pan.
Por
eso América y esas tierras hasta el infinito, para él, que no tenía más bienes
que la honra de su mujer, y por eso gastó sus únicos pesos en ponerle un
cerrojo entre las piernas, con la ilusión de que el fierro es capaz de detener
la fuerza de la carne. Pero no, señor Virrey, que entre los marinos se cuentan
variadas historias sobre la forma en que las mujeres eluden los cinturones de
castidad usando las manos y la lengua y hasta los servicios de un herrero para
liberarlas de su deber de fidelidad.
Así
que los casados vinieron a América a ganar cuernos y perder la honra buscando
quizá trabajo, pero también buscando un horizonte que se perdiera en el
infinito, y es como si en España el horizonte estuviera muy cerca y tuviésemos
que irnos a un mundo donde todo tiene proporciones desmesuradas: los mares, las
montañas, las selvas y los desiertos inmensos, y un horizonte tan lejano que da
miedo pensar en la frágil calidad del hombre.
Vinimos,
entonces, a descubrir y a percibir el tamaño del mundo. Pero hay algo más.
Porque Cortés y Pizarro vinieron a buscar oro. Por el oro uno quemó los barcos
y el otro trazo una marca en la arena: «De este lado, los que se quieran ir a
Perú y serán ricos; del otro, los que quieran ser pobres en Panamá». Oro y
plata. el sol y la luna, convertidos en lingotes, o en las casas de la Ciudad
de los Césares, en la larga corriente que brota de las peñas del Potosí, o en
los tesoros que los incas arrojaron al fondo de un lago. A buscar oro vinimos,
señor Virrey. Pero hay algo más.
Porque
otros vinieron a buscar honores, trayendo un apellido que olía a moro o a
judío, con un papel de limpieza de sangre falsificado o comprado a buen precio
en una trastienda de Cádiz. Honores, un título, un emblema, quizás un escudo
con leones en rojo y castillos en azul, una carroza, lacayos de librea amarilla
como los del Papa, y todo el mundo inclinándose ante ellos, los que volvían de
América cargados de honores. Pero también hay más.
Porque
todos vinimos a América porque es la parte de abajo del mundo, la zona húmeda,
caliente y oscura donde los hombres penetran a las mujeres. España son las
casacas de cuero, los abrigos de pieles, las armaduras de fierro, las sotanas.
América son los taparrabos de hojas, las grandes hamacas colgando de los
árboles como una invitación a repetir el rito ancestral. Allí la aridez y aquí
la selva; allá las piedras secas de la Mancha y aquí los ríos calientes del
Paraguay.
Vinimos
porque nos lo pedía la sangre, porque aquí había mujeres pasionales, con sangre
de jaguares, mujeres doradas como los guacamayos, mujeres lustrosas como el
palosanto, enormes como las ballenas, alegres como las garzas. Por esas mujeres
y por lo que nosotros haríamos con ellas, sobre ellas y por debajo de ellas,
con el miembro y con los dedos y la boca y la nariz y los dedos de los pies.
Mujeres
que olieran a selva y no a monasterio, a mares en vez de abadías; que hicieran
el amor en playas y a la luz del sol y no apagando los candiles, con una larga
camisa puesta con un ojal en ese lugar. Mujeres que nos tocaran y acariciaran,
nos besaran y chuparan en todo el cuerpo para ir sintiendo lentamente cómo
aparece, muy de a poco, cada parte de la piel que hemos tenido siempre y que un
tacto de mujer va encontrando. Llegamos por esas manos que iban a recorremos el
pecho, por esas uñas que íbamos a sentir en el vientre, esos labios que nos
iban a hacer gritar de gozo. Vinimos, señor Virrey, a descubrir nuestro propio
cuerpo.
(Antonio
Elio Brailovsky: “Esta Maldita Lujuria”, Ediciones de la Banda Oriental,
Montevideo, 2016)
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Por
compras de libros y atención al público dirigirse a 18 de julio 1618 (hall del
Teatro El Galpón) / Montevideo. Tel: 24008880
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central Gaboto 1582 - Tel: 24083206- info@bandaoriental.com.uy
Fuente:
Antonio Elio Brailovsky, Esta maldita lujuria en el otoño de la época colonial, 20/03/16, Defensoría Ecológica.
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