por Graciela Pérez
Al poco tiempo de empezar a trabajar con agroquímicos, Fabián Tomasi comenzó con problemas en la piel, dificultades para caminar, usar sus manos y complicaciones para comer alimentos sólidos. Los médicos le diagnosticaron una “polineuropatía tóxica severa” y seis meses de vida. Pasaron varios años y Tomasi se mantiene vivo, como una prueba viviente de la cara más cruel del denominado boom de los transgénicos y sus paquetes tecnológicos. Desde su casa en la localidad entrerriana de Basavilvaso, Fabián afirma que el sistema productivo se mantiene por la complicidad de varios actores.
- ¿En qué año comenzó a trabajar con agrotóxicos?
- En una época del país donde la dificultad económica golpeaba a la clase trabajadora,1998. La paga era buena y, por ese motivo, accedí a trabajar con esa empresa. Después continué en diferentes etapas. Mi hija era chiquita y cuando llegaba a mi casa, la alzaba con la ropa llena de veneno. Mi mujer lavaba toda la ropa junta y ahora sabemos que son sustancias que se transmiten a través del agua. Cometí el error de exponer a mi familia a los venenos.
- ¿Cuáles eran sus tareas?
- Recibía el veneno, lo abría y arrojaba a una bacha más grande. Luego lo mandaba al tanque del avión. Todo lo hacíamos descalzos, en short y con las remeras sobre nuestras cabezas por el gran calor del verano. Lo mío fue una exposición a gran escala, pero eso no quita la maldad propia de estas sustancias.
- ¿Recuerda las marcas de los venenos que manipulaba?
- Todavía se están usando los que en el país se prohibieron. No hay ningún control. Usábamos de todo tipo y nadie inspeccionaba nada. Al principio esparcíamos dos venenos en una zona arrocera de Entre Ríos, con la facilidad de que estas sustancias ingresaran a las napas de agua. Después usé Glifosato, cipermetrina, gramaxone. Insecticidas como el Endosulfán, Clorfox. Herbicidas como el 2-4D, fungicidas. Era una gran variedad de venenos y cuando ingresó la soja transgénica comencé a tener problemas de salud.
- ¿Qué medidas de protección empleaban?
- Ninguna. Comíamos entre vuelo y vuelo, sandwiches de miga. Llevábamos un recipiente, con una bolsa de hielo, para conservar la comida, pero el calor del mediodía derretía todo. Nos lavábamos las manos con el agua descongelada que ya estaba llena de venenos. Estábamos mal comidos. Los trabajos se hacían en pistas improvisadas, en medio del campo. También hice de “bandera”, señalando a los pilotos dónde debían fumigar. Ellos nos regaban con veneno para refrescarnos un poco. Una locura.
- ¿Le pagaban en blanco?
- No. Me pusieron en blanco cuando comenzó la presión de los ambientalistas. Ahí me categorizaron como peón rural, pero me pagaban en negro por día. Si algún día no iba porque me dolía la espalda, no comía.
- ¿Cuáles son los efectos que provocaron los agrotóxicos en su salud?
- Me jubilé por mis propios medios, por incapacidad. En el certificado que me extendió la Anses figura que tengo funciones severamente disminuidas en ambas manos, piel a tensión sin huellas digitales, disfagia a sólidos (dificultad para deglutir), múltiples nódulos de calcio (reacción del cuerpo para encapsular y eliminar el veneno); además de disminución de fuerza muscular generalizada, alteraciones sensitivas, adelgazamiento y dermatomiositis. El diagnóstico es una polineuropatía tóxica severa, conocida popularmente como la enfermedad del zapatero. Se llama así, porque en ese oficio se utiliza pegamento para los calzados. Los médicos me dijeron que tenía seis meses de vida, pero creo que mis fuerzas para dar pelea a los agrotóxicos y defender la vida me mantuvieron vivo.
- ¿Había profesionales regulando el trabajo que ustedes hacían?
- Nunca hubo un ingeniero agrónomo al lado. Se llenaban 20 baldes y los dividíamos entre vuelos. Éramos dueños y señores de esparcir el veneno como quisiéramos. Si el ingeniero agrónomo decía que había que echar 600 mililitros en una hectárea, todo se contradecía cuando llegaba el dueño del lote y nos indicaba que le echáramos todo porque no tenía sentido que sobrara veneno. Por supuesto, le hacíamos caso al patrón, no teníamos la menor idea de lo que eso significaba.
- ¿Tiene otros compañeros con problemas por la manipulación de agrotóxicos?
- El veneno tiene la capacidad de atacar los sistemas inmunológicos deprimidos. Según lo explicado por el doctor Medardo Ávila Vázquez, el cuerpo modifica moléculas en las diferentes etapas de la vida y puede haber inconvenientes más adelante. Conozco mucha gente que dice que trabajó varios años con venenos y no les pasó nada. Pero esto no significa que puedan tener inconvenientes más adelante. Si la persona baja su sistema inmunológico, alguna célula afectada puede contagiar a otras y producir cáncer.
- ¿Cree que su testimonio puede servir para cambiar algo en el país?
- Soy la sombra del éxito de los transgénicos. Si pienso en la respuesta de la gente del agro que considera que lo mío y lo de muchos es mentira y continúan ocupando el campo para generar plata y no comida, poco me queda esperar que el sentido común los asista. Son muchos los actores responsables: el Estado, gobiernos que viven de este modelo, la justicia que no es autónoma y la medicina que calla aún sabiendo lo nocivo que son los agroquímicos. Si todos los médicos interviniesen un poco más, este modelo ya no podría sostenerse.
Fuente:
Graciela Pérez, Fabián Tomasi: "Soy la sombra del éxito de los transgénicos", 26/10/15, Miradas al Sur.
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