jueves, 17 de julio de 2014

Quillagua, el pueblo al que la minería le arrebató el agua


El documental "Las cruces de Quillagua", de Jorge Marzuca, retrata la decadencia del pueblo más seco del planeta, donde la contaminación acabó con la agricultura y apenas hay energía eléctrica. "La minería creció y Quillagua murió", dicen sus habitantes.

- “Soquimich nos quitaba el agua, nos robaba. Ellos tenían una merced de agua y sacaban más de la cuenta. Era agua de nosotros, de los agricultores de Quillagua. Cuando sacan mucha agua, disminuyen los riegos y el pasto crece menos. Soquimich nos ha sacado el agua por décadas. Y Codelco sí que nos ha contaminado. No sé cómo pueden comprarle cobre a quienes contaminan el agua”.

El de Miguel Chávez es uno de los primeros relatos que se escuchan en Las cruces de Quillagua, la segunda película de Jorge Marzuca (Las cuatro esquinas), que se estrenó esta semana.

La cinta retrata el presente de Quillagua, una localidad ubicada a 280 kilómetros de Antofagasta, en la comuna de María Elena, que es considerada el punto más seco del planeta. A pesar de estar en pleno desierto, el pueblo alguna vez tuvo una próspera agricultura y economía. El río Loa lo alimentaba de camarones y pejerreyes y su cercanía permitía que sus habitantes se dedicaran a cultivar choclos y alfalfa.

“Este fue el mayor centro de producción de alfalfa del norte”, dice uno de los personajes de la película, antes de lamentarse por el presente. La actividad de empresas mineras como Codelco y Soquimich contaminó el río, dejó sin agua a los agricultores y fue un golpe fatal para el pueblo: ya casi no quedan animales, los grandes alfalfales que alguna vez existieron en la zona están secos y la gente emigró.

Eso queda claro con el relato de Manuel Félix Cortés, el único docente de la Escuela G-15 Ignacio Carrera Pinto de Quillagua, que tiene solo nueve alumnos, de primero a sexto básico: “Tenemos una escuela bastante amplia, lo que nos faltan son niños”, dice en la película. Y eso que ha habido tiempos peores: en 2006, había dos estudiantes.

“Es un pueblo de alrededor de cien habitantes y la mayoría es adulto mayor. Los niños que están acá viven con los abuelos o con padres que trabajan afuera. El problema es que los niños salen de sexto básico, se van a Iquique, a Pozo o a Calama y se llevan a las familias”, relata el profesor.

“El valle ya sonó, dejó de producir y se fue para abajo”, dice otro de los habitantes, Miguel Palape. “Las tierras se contaminaron, el agua es de mala calidad y no hay trabajo. La gente envejeció y no quedan jóvenes. La minería creció y Quillagua murió”.

Jorge Marzuca supo de Quillagua a través de Matilde López, académica de la Universidad de Chile que había encabezado un proyecto en la zona. Ella lo contactó con algunos de sus habitantes y en solo un par de semanas preparó el viaje. Partió al norte en mayo de 2012 y ahí permaneció un mes.

“Estaba todo el día grabando. Me despertaba y a veces me iba a hacer planos de paisaje y del río Loa. Después, en la tarde, entrevistaba personas. Todos los días hablaba con diferentes personas o grababa actividades, como cuando uno de los personajes trabaja en el campo o una señora hace pan en la noche. Fue un trabajo intenso, porque fui a eso y en el pueblo tampoco hay muchas actividades”, explica.

En Quillagua no solo vive poca gente, sino que las posibilidades son limitadas. El agua la lleva un camión que pasa cinco días a la semana y la energía eléctrica funciona entre las seis de la tarde y las dos de la madrugada.Si alguien quiere ver televisión o escuchar radio en el día debe utilizar una batería, como lo hace una de las ancianas que aparecen en el documental.

Sin embargo, sus habitantes están acostumbrados a las cámaras: “Me contaban que han ido de Al Jazeera, de National Geographic, y cuando llegué se iban yendo unos periodistas de Suecia y Japón”, afirma Jorge Marzuca. “Llega mucha prensa de afuera, ya sea por el tema del agua o por ser el lugar más seco del mundo. Están acostumbrados a que llegue gente, pero les gustaba que yo me quedara un mes, porque esa prensa va por un día y hace una nota de cinco minutos. Vieron que yo iba a hacer un trabajo completo y logré conversaciones íntimas porque estuve un mes viviendo con ellos. Desayunaba con la señora que hacía pan, estaba todos los días, entonces se dio una relación natural”, asegura.

El documental ya pasó por festivales y ahora se puede ver en 16 salas de Iquique a Punta Arenas. Aunque es cauto sobre su impacto, Jorge Marzuca espera que sirva “para que la gente tome conciencia y le ponga rostro humano al costo que tiene la contaminación del agua”.

“A ellos les interesa que el tema se difunda. Es un pueblo que resiste, que no pierde la esperanza y que quiere surgir. Mientras más se conozca el tema, más fuerza tienen”, concluye.

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