lunes, 30 de junio de 2014

Las sierras ya no son de los serranos

Los relatos de abusos y estafas para apropiarse de tierras de familias serranas aún tienen eco entre los cerros.

por Fernando Colautti

Francisco Escalante vivió toda su vida en la belleza despojada de las sierras altas. En mayo de 2010, en su almacén de Villa Alpina, nos compartía su impresión para un informe que pretendía contar por qué las sierras se estaban quedando sin serranos. Hasta los años ’70 -decía-, los serranos vivían de la ganadería, que además les dejaba lana y cueros, y de la minería, con explotaciones de mica, berilo y tantalio.

Pero todo empezó a perder valor. Los minerales eran más baratos importados; por el cuero y la lana ya no se pagaba nada. Y el turismo aún no existía en las alturas. Los serranos se fueron yendo: vendían sus campos y bajaban a los pueblos. Dejaron de ser dueños de las sierras.

Hoy, en su mayor parte, son propiedad de gente de “abajo” que, con capacidad económica, las fue comprando. “También, en épocas de Martínez de Hoz, los intereses bancarios eran altos y muchos vendieron campos que entonces valían poco, ponían la plata a plazo fijo y se mudaban a los pueblos.

Pero, sin trabajo, se iban comiendo el plazo fijo”, recordaba Francisco. Muchos terminaron en la pobreza. Con el auge del turismo, en los últimos 20 años, el cuadro cambió. Esas tierras antes devaluadas adquirieron mucho valor. “Pero la mayoría ya las había vendido por poco”, resumía Escalante.


Su testimonio nunca fue publicado. Una semana después del diálogo, una bala lo mató al resistir un robo. A cuatro años, valía recuperar la memoria de un señor serrano.

De vivir en los cerros a habitar en ciudades

Testimonios de residentes de las sierras altas de Córdoba que se debieron mudar “al bajo”. Cambiosde hábitos, paisaje y cultura.

por Carina Mongi

Calamuchita. Cuando se levanta, cada mañana, la vista de Moisés se topa con el césped bien cortado de su patio encerrado por un tejido perimetral, y ya no con la inmensidad de las Sierras Grandes. Sólo puede verlas, chiquitas y a lo lejos, si se corre unos metros de su vivienda.

Tras una vida en un puesto ubicado al pie del cerro Champaquí -el más alto de la provincia-, Moisés López (66) y su mujer Juana (65), se mudaron hace un año a una casita de barrio de Villa General Belgrano.

“Mi médico me dijo que tenía que venir para el bajo”, cuenta. El frío, con jornadas de hasta 15 grados bajo cero, y la altura a 1.800 metros, no son buenos aliados para los problemas de presión. Cuidar la salud y acercarse a los médicos los llevaron a semejante cambio de vida.

Debajo de la galería de la vivienda prefabricada hay un cuatriciclo. “En este me voy ahora hasta Villa Alpina, tuve que aprender porque yo no sabía manejar ni una bicicleta”, revela Moisés. Entre cerro y cerro, donde vivió toda su vida, sólo vale caminar o andar de a caballo. Villa Alpina es el último punto al que se llega por camino. De allí, quedan varias horas de caminata hasta la que era su casa.

López es un personaje conocido: decenas de miles de personas han pasado por su casa y su hospitalidad, en la senda de ascenso de toda excursión al cerro Champaquí.

De cal y de arena
“Aquella vida es más sacrificada, pero más sana”, lanza Juana Zárate de López, serrana desde siempre. A los 16 años unió su vida a la de Moisés, con quien tiene cuatro hijos y 13 nietos. El menor, Sebastián, quedó a cargo del hogar en la alta montaña.

“Es distinto, allá no teníamos miedo a nada”, apunta, haciendo referencia a los hechos delictivos que se producen en áreas urbanizadas.

La mujer asegura que la dureza del clima y de los trabajos se compensan con la tranquilidad que irradia el paisaje, en esa belleza de la soledad. El vecino más cercano residía a unos tres kilómetros.

“Lo que más extraño es andar detrás de los animales y arreglar los alambrados”, comenta Moisés. Criaban ovejas, cabras y vacas. Y transformaron su casa en refugio para los excursionistas de montaña. “Empezamos vendiendo un pan o una empanada a los que pasaban”, recuerdan.

Juana no deja de comparar lo que ganó y lo que perdió con el cambio. “Nos hemos rejuvenecido, ya no sufrimos los fríos de allá cuando con viento o nieve teníamos que cuidar igual a los animales”, expone.

También opina que la vida urbana es difícil en otros aspectos, vinculados con la sociedad de consumo. “Hace falta dinero para todo, cada mes tenés que pagar las facturas de luz, teléfono, agua, cable”, relata.

En las altas sierras, el agua cristalina que corre por arroyos está lista para su uso y la energía se procura ahora con paneles solares y generadores. “El agua viene pura allá arriba y acá te la cobran”, ironiza la mujer, que dice que sus 2.300 pesos de jubilación se evaporan apenas comienza el mes.

Para contribuir a la economía del hogar y seguir ligada a las costumbres serranas, prepara quesos caseros, con leche de vacas que cría un sobrino.

“Acá abajo todo es más cómodo, pero la comodidad se paga; allá podemos estar un mes sin un peso, y no pasa nada. Tenemos huevos, leche, cabritos a mano y no hay que pagar cuentas”, refuerza Moisés.

El puesto de los López se encuentra a seis kilómetros de Villa Alpina y a siete de la cima del cerro Champaquí. Moisés apunta que cada vez queda menos gente serrana en las Sierras. “Ya casi no quedan nativos, todos han ido bajando”, admite.

A Pedro le cuesta dejar el techo de Córdoba

Pedro Roberto Olguín (71) es otro de esos serranos históricos y uno de los cordobeses que viven más arriba.

Es dueño por herencia familiar del puesto Tres Árboles, en el camino al cerro Los Linderos, en Calamuchita. A 25 kilómetros para abajo queda Villa Yacanto y a 15 para arriba ese pico, pegado al del Champaquí.

Desde hace tres años, cada invierno, Pedro se muda a Santa Rosa de Calamuchita. Por prescripción médica y para acompañar a sus hijos menores, que asisten al colegio en esa ciudad. “Los inviernos allá arriba son muy fríos, por lo menos hay 10 grados menos que acá”, apunta.

En Santa Rosa vive con sus dos hijos menores que van al secundario y una mayor que trabaja en un telecentro. Otros dos estudian en la Universidad de Río Cuarto. Su mujer, Nacha, quedó en el puesto que está a 2.330 metros.

La apertura de la traza del camino a Los Linderos, hace unos 15 años, les mejoró la calidad de vida. “Antes debíamos bajar a Yacanto en mula a comprar, lo que llevaba seis horas de ida y seis de vuelta”, cuenta. Luego de la apertura del camino, comenzaron a viajar en remises o en camioneta hasta Santa Rosa.

En su puesto, en el techo de Córdoba, además de criar algunos animales venden bebidas y algunos alimentos a los turistas de paso, que ascienden en automóvil hasta el punto más alto de la provincia al que se puede llegar por camino.

Cuando el frío baja, Pedro sube hacia sus cerros. “Siempre uno extraña su pago, donde ha nacido”, reconoce, aunque admite sentirse a gusto con las comodidades “del bajo”.

Y coincide con que las Sierras se van despoblando de serranos. “En las Sierras, arriba, la gente grande que se queda sola se tiene que ir. Y los jóvenes ya no quieren esa vida”, señala. “Antes vivía mucha gente, ahora quedaron los campos solos”, compara.

Pedro pone su propios ejemplo: de sus cinco hijos, sólo uno proyecta radicarse en la montaña familiar.

Fuentes:
Fernando Colautti, Las sierras ya no son de los serranos, 28/06/14, La Voz del Interior. Consultado 30/06/14.
Carina Mongi, De vivir en los cerros a habitar en ciudades, 28/06/14, La Voz del Interior. Consultado 30/06/14.
A Pedro le cuesta dejar el techo de Córdoba, 28/06/14, La Voz del Interior. Consultado 30/06/14.

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