lunes, 8 de abril de 2013

Lo que dejó el agua

Los barrios más marginados de La Plata continúan sin asistencia. Vecinos denuncian a punteros que no reparten las donaciones.

por Marina Dragonetti

Uriburu, entre Paraguay y Marcelo T. de Alvear es un espacio copado el sábado por la mañana. En la calle cortada a la altura de la Facultad de Medicina, cientos de bolsones de ropa, comida, artículos de limpieza, colchones, frazadas se agolpan en toda la cuadra. Decenas de jóvenes se distribuyen en distintos grupos y se dan distintas tareas: algunos ordenan los alimentos, otros reciben las donaciones que llegan hasta último momento, los más avezados están a cargo de la logística. Todos comparten el mismo objetivo: dar una mano.

- Vamos a La Plata y Saavedra al final. Nos llegó tanto que vamos a repartir allá también, dice un pibe de unos 23 años.

No dijo su nombre, pero comentó al pasar que está allí desde las 8 y que no puede creer la cantidad de cosas que llegaron. Como él, otros integrantes de la FUBA, militantes y estudiantes de distintas carreras y padres de los estudiantes están allí tratando de caminar entre los escombros de bolsas, tomando unos mates para pasar el fresco de la mañana, haciendo filas e intentando meter todo lo que hay en los camiones.

- Bueno muchachos, vamos a hacer así: primero metemos los colchones, después el agua, los bidones de lavandina, la comida y por último la ropa. -La voz fuerte de una chica retacona continúa- Vamos a meter las cosas de a octavos, para que todos los fletes tengan lo mismo.

Una ronda enorme la rodea y la escucha. Todos comienzan a cargar. Pero al rato, caen en la cuenta de que la cantidad de mercadería supera ampliamente las previsiones: “¡este flete ya está lleno, no manden más botellas eh!”, un grito que se replica en los 5 transportes que están en el lugar. Si se vieran desde el techo de la facultad, serían hormigas trabajadoras que van y vienen, algunas desertan de a ratos porque se cansan, toman unos mates, o simplemente putean por lo bajo al que está organizando. Pero todos siguen. La voz grave de la retacona tiene malas noticias: “Gente: hablé con el fletero y dice que estamos cargando mal, primero tenemos que subir los bidones de agua, después los colchones… vamos a tener que bajar las cosas y volver a cargarlas”, dice. Recalculando.

Fuera de todo cálculo y de los fletes quedó una importante cantidad de bolsas. Mientras algunos se ocupan de llamar más camiones, otros se encargan de enlistar y repartir a los pasajeros que irán a La Plata y al barrio Mitre cerca del DOT. Las bolsas que quedaron se repartirán entre los asientos de los micros. Los pasajeros se dividen por escuela y afinidad: la mayoría de Sociales, Artes y Medicina cruzarán la frontera de la capital. El cielo está nublado y comienzan a caer alguna gotas de lluvia. Son ya las 12 y los pibes se aprestan a salir.

El cielo está abierto en La Plata. Las calles del perímetro céntrico todavía muestran las huellas del temporal. A través de las ventanillas se ve la reconstrucción, los rastros que quedaron de las casas arrasadas: todos los autos están abiertos, sus partes desparramadas en las veredas secándose bajo el sol, colchones, sillas, el resto de los muebles a la intemperie. Como un cementerio de electrodomésticos, heladeras, lavarropas y otros artículos que ya no servirán esperan en el cordón a que la basura se los lleve. Las puertas de las casas están abiertas y desde afuera se puede ver a sus dueños limpiando, secando, barriendo los escombros. Cada uno con su resignación, despidiéndose de los últimos pedazos de su esfuerzo.

Pasando ya el cementerio, los micros se dirigen a la periferia de la ciudad. Los Altos de San Lorenzo y Los Hornos son dos de los barrios platenses más pobres y necesitan toda la asistencia posible. Entre la 29 y la 89 de San Lorenzo está la casa de Ramona, quien se encargó de un comedor durante 12 años hasta que fue desmantelado por el gobierno de Pablo Bruera cuando dejó de enviarles alimentos. Allí, en el patiecito que está antes de la entrada a su casa, se descargan la mitad de los enseres que serán repartidos a los vecinos. Un pibe del barrio que ve las mercaderías bajar interpela a los gritos: “¡Nosotros también queremos las cosas eh! ¡A mi no me llegó nada guacho!”. Y es que en los días previos arribaron camiones al barrio, pararon en dos de los comedores que funcionan allí, pero las donaciones no llegaron para todos. “Yo hablé con Bruera ayer a la noche y le dije que necesitaba los colchones y frazadas para la gente que lo necesita, hay gente que está durmiendo en el piso”, dice Ramona.

 - Algunos vecinos dijeron que los punteros del barrio recibieron donaciones y las reparten entre ellos ¿esto es así?, preguntó Plazademayo.com.

- Rosa Jesús es puntera de Bruera. El me dijo que los camiones venían ahí, fue gente a pedirle y los sacó cagando porque no eran de ella. Solamente le dan a gente que está anotada en un cuaderno, si usted no está anotada en el cuaderno no se la dan, y ese cuaderno va a parar a la mano de Bruera. El otro día vino una camioneta acá para hacerle de comer a los chicos y Rosa Jesús le cortó la calle y no los dejó hacer nada. Venían de la iglesia, no eran políticos.

A unas cuadras de distancia funciona el centro comunitario del Movimiento de Desocupados Aníbal Verón. Según los vecinos, la agrupación alineada con el kirchnerismo también recibió mercadería que reparten entre los cooperativistas. “Tienen todo en un acoplado bajo llave”, explicó Ramona. Una joven con tres chiquitos espera en la larga cola para ver qué puede rescatar. La nena más grande no supera los 5 años: “Necesito ropa para los chicos porque hasta ahora solo nos dieron para nosotros. Ayer fui a lo de Rosa para darle una taza de leche a los chicos y no nos dieron nada”.

Por las cuadras de barro del San Lorenzo circulan camionetas y autos repartiendo mercaderías de puerta a puerta. Algunos militantes del Partido Obrero entregan volantes para una asamblea vecinal que se realizará a las 6 en “la placita”, uno de los pocos predios públicos de reunión con pasto y algunos juegos para los chicos. Mientras circulan, un auto se acerca: “¡¿Qué vienen a hacer ustedes acá?! ¡¿Vienen a hacer política?!”, los increpa un tipo grueso, intimidante que más tarde será sindicado como otro de los punteros del barrio.

Javier, uno de los vecinos que convoca a la asamblea cuenta cómo su casa quedó devastada por la tormenta: “Los chicos estaban asustados. Encima pedimos que cortaran la luz porque era un peligro, alguien podía quedar pegado con el agua que había y no nos dieron bola. Acá hay una familia que se quedó sin padre. ¿Y ahora qué van a hacer?”, se pregunta.

En Los Hornos la asistencia del estado tampoco llegó. Las donaciones son de conocidos, amigos, gente del centro y alguna agrupación estudiantil como la Federación Juvenil comunista de La Plata. Los vecinos fueron a reclamar víveres al Pasaje Dardo Rocha, donde está el Municipio y a la Facultad de Periodismo, donde concentra La Cámpora: “Están trabajando con listas de los barrios donde están ellos; como no estamos en esa lista no nos dieron nada para el barrio”, comentó un vecino.

19 familias viven en las calles 145 y 55, a una cuadra de un arroyo que nunca se terminó de entubar. El barrio permanece incomunicado ya que las camionetas no pueden ingresar por el barro. Cuando llegó la brigada del PC repartieron lapiceras y papel entre los vecinos para que pudieran pedir lo necesario. Lo mejor era hablar con ellos, se dieron cuenta; muchos son analfabetos.

En las calles 57 bis y 157 el agua subió tres metros y se llevó casillas completas. 34 familias lo perdieron todo.

“Cuando llegamos fue difícil. A este barrio no vino nadie. Para llegar había que esquivar los piquetes, si te paraban, te sacaban las cosas. Tuvimos que aclarar que no éramos del municipio. Los quieren sacar a patadas, están muy enojados”, relató Canela una brigadista. Angustia, desamparo, bronca. Esos sentimientos se cuelan permanentemente en las historias de la gente. Algunos ni siquiera intentan reconstruir lo que les pasó cuando se les pregunta. Para muchos es un recuerdo recurrente: no va a ser ni la primera ni la última inundación. Un recuerdo doloroso. Un recuerdo todavía vívido cuando vuelven a sus casas y la tragedia está impregnada en la humedad de las paredes, en el hedor que quedó detrás de sus puertas, en las zanjas anegadas, en todas sus pertenencias tiradas o colgadas como en tolderías, en los muertos. Un recuerdo que no puede ser borrado con un paliativo sólo rentable a los ojos de funcionarios que comparten el secreto confeso del ex Director provincial de Saneamiento: “es mejor pagar indemnizaciones que hacer obras tan costosas”. Esta vez les salió caro.

Fuente:
Marina Dragonetti, Lo que dejó el agua, 08/04/13, plazademayo.com

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