Desde París, la investigadora cuestiona duramente el
agronegocio y propone una solución a la crisis que vive la agricultura mundial:
la implementación de la agroecología a gran escala.
por Manuel Alfieri
Una nueva investigación de la periodista francesa
Marie-Monique Robin acaba de ser publicada en la Argentina. Se trata
de El veneno nuestro de cada día (Editorial De La Campana ), un trabajo que,
al igual que El mundo según Monsanto, fue realizado como libro y documental
cinematográfico. Allí se detalla, con extrema minuciosidad, la responsabilidad
de la industria química en la epidemia de enfermedades crónicas. "Hablo
del aumento espectacular de cánceres, enfermedades neurodegenerativas, trastornos
de la reproducción, diabetes u obesidad que se registran en los países
'desarrollados', a punto tal que la Organización Mundial
de la Salud
habla de 'epidemia'”, explica Robin.
- ¿A qué llama "el veneno nuestro de cada día"?
- Son los productos químicos que se encuentran cada día en lo
que comemos, ya sea en forma de residuos de pesticidas, aditivos alimentarios o
plásticos que se utilizan para los alimentos. Estas moléculas químicas se
encuentran en dosis muy bajas. Lo que demuestro en esta investigación, y lo que
nadie contestó hasta ahora, es que estas dosis de residuos muy bajas, las
cuales se supone que no tienen ningún efecto, en realidad sí tienen efectos
nocivos sobre la salud humana.
- ¿Son productos que están autorizados para estar presentes en
la comida?
- Claro. La evaluación de los productos químicos, que
practica la
Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria o la FDA en los Estados Unidos, se
basa en el principio de Paracelso, que dice que sólo la dosis hace al veneno.
En eso se basa la llamada "Ingesta Diaria Admitida" (IDA). Lo que
demuestro es que este principio no vale para muchas moléculas, que no sirve
para nada.
- ¿Por qué?
- Sucede que esta especie de Biblia está basada en nada. No
hay ningún estudio serio. Todos creían que con la IDA estábamos protegidos, pero
nadie se había preguntado de dónde viene. Este es el corazón de mi
investigación. La IDA
fue fabricada por cinco personas en una mesa, en los años '60. Fue con buena
voluntad, porque se estaban preguntando qué podían hacer para moderar el efecto
de las moléculas químicas, las cuales sabemos que son altamente tóxicas. Pero
ellos nunca plantearon que había que prohibir esos venenos que están en nuestra
alimentación. Ellos tenían la concepción de que el "progreso" o el "desarrollo"
pasaban por este tipo de riesgos, y que no podía ser de otra manera.
- ¿Estas normas son avaladas por organismos estatales?
- Sí. Se esconden en una regulación estatal, que parece muy
independiente, muy seria y muy científica, con muchos datos y muchas cifras,
con toneladas de papeles, pero cuando te ponés a estudiar eso, te das cuenta
que es para que las autoridades públicas puedan decir: "Estamos bien, bajo
la norma". Pero si fuese una norma seria, que de verdad protegiera a la
gente, ¿por qué la cambian constantemente? La van adecuando a los intereses de
la industria, más que a la salud de la población.
- ¿Por qué cree que no hubo, desde la industria química,
ninguna respuesta a su investigación?
- Porque son datos y porque ellos mismos lo saben. Cuando
salió la investigación hubo mucha prensa. Los productores de químicos dijeron:
"Robin exagera un poco." Pero no más que eso. Por supuesto, siempre
están tratando de decir que este trabajo es un poco exagerado, o las grandes
empresas pagan a gente para tratar de desacreditarme en mi blog.
- En su trabajo, usted sostiene que la "Revolución
Verde" de los años '60 prometía alimentar a todo el mundo, pero que en
realidad nunca estuvo ni cerca de lograrlo. ¿Por qué?
- En mi próximo documental, que saldrá en un mes y ojalá que
llegue a la Argentina -se llama Las cosechas del futuro-, yo respondo a esta pregunta. El discurso es
siempre el mismo: "Si prohibimos los agrotóxicos, no vamos a poder
alimentar al mundo, nos vamos a morir de hambre". Es muy interesante ese
argumento, pero falso. La famosa "Revolución Verde" trajo un
empobrecimiento de los recursos naturales y una contaminación generalizada del
medio ambiente, debido al uso masivo de productos químicos. Yo estuve viajando
durante un año por once países. La conclusión que saco es que si hay 1000
millones de personas que hoy no comen o tienen problemas de hambre es a causa
de los agrotóxicos. No sólo por los agrotóxicos como tales, sino por todo el
sistema de mercado que está ligado a este negocio.
- ¿Cómo influye el mercado?
- Esto tiene que ver con toda una cadena a nivel mundial. En la Argentina hay unas 18
millones de hectáreas con soja transgénica, fumigadas con agrotóxicos, con las
que se acaban los tambos y los pequeños productores que de verdad alimentan a
su pueblo. Aquí, en Francia, terminamos con un 3 % de población de agricultores,
y con unas grandes granjas. Todo está ligado, porque los que venden los
agrotóxicos son los mismos que controlan el mercado de los granos, como Cargill
y Monsanto. Estas multinacionales están hambreando al mundo.
- ¿Cómo se puede salir de ese sistema?
- A través de la agroecología, la agricultura orgánica,
basada en unidades pequeñas, donde hay una autonomía al nivel de la producción
enérgica. Allí se utilizan los recursos naturales con una combinación de
plantas, porque el monocultivo es una catástrofe para el medio ambiente.
- ¿Pero la agroecología se podría llevar a cabo en grandes
extensiones o a escala nacional?
- Claro, sin ningún problema. Lo único que falta es voluntad
política. En Europa estamos en esta lucha. El año que viene tendremos un cambio
en la famosa política agrícola de la Comunidad Europea.
Estamos pidiendo que los subsidios que se dan aquí a los agricultores, o a las
grandes empresas, que son las que más contaminan el medio ambiente, se den a
agricultores que quieren pasar a la agroecología. En sólo cuatro años se puede
cambiar el rumbo. Es sólo voluntad política, y se acaba con este modelo
agroalimentario criminal en el mundo. Hay que sacar a la agricultura de la
ordenación del comercio. La alimentación no es un producto cualquiera: sin
alimentación, nadie puede vivir. Sin campesinos, nadie puede vivir. Cada país
debe proteger a sus campesinos. Siempre se dice que los productos de la
industria química son más baratos que los de la industria agroecológica. Y eso
es mentira, por la cantidad de gastos indirectos que genera la industria
química.
- ¿La prohibición de agroquímicos sería un modo de ahorrar
dinero o, por el contrario, una pérdida económica?
- En su libro, usted sostiene que el cáncer es una enfermedad
"novedosa", propia de la civilización. ¿Cómo es eso?
- Yo quería saberlo, porque siempre se dice que el cáncer
tiene relación con los productos químicos. Bueno, quería verificar si antes
había cáncer o no. Y estudié muchos libros, muchos informes de gente que ha
viajado en el siglo XIX, y que dicen que casi no había cáncer. Los cánceres
aparecieron con la civilización industrial. Es un hecho. Y es interesante ver
cómo fueron aumentando. También es interesante ver cómo se organiza la
industria para decir lo contrario.
- Con el correr de los años, la población fue tomando
conciencia de que muchas sustancias de uso cotidiano -como el cigarrillo o la
sal- son dañinas para la salud. ¿Cree que con los agroquímicos puede llegar a
pasar lo mismo?
- Es muy distinto, porque estos productos están en todas
partes y no lo sabés. Una persona que fuma conoce los riesgos y depende de una
decisión personal. En los alimentos, en cambio, uno no sabe cuántos productos químicos
está ingiriendo. Muchas mujeres no saben, por ejemplo, que una de las razones
principales del cáncer de mama, aunque no la única, son los desodorantes. Por
eso digo a las mujeres que no utilicen ningún desodorante, porque dentro de
estos productos hay perturbadores endócrinos que van directamente a la mama. La
población no lo sabe. Y además se están utilizando productos que no fueron
estudiados previamente. Es necesario reapropiarse del contenido de nuestra
alimentación diaria, recuperar las riendas de lo que comemos, para que dejen de
infligirnos pequeñas dosis de distintos venenos sin ningún beneficio.
El juicio en córdoba
En agosto pasado, un productor sojero y un piloto
aeroaplicador fueron condenados a tres años de prisión condicional por contaminación
ambiental a partir de fumigaciones ilegales de agroquímicos en el barrio
Ituzaingó Anexo, de la provincia de Córdoba. Ninguno irá a la cárcel, pero
deberán realizar tareas sociales para purgar de forma efectiva las sentencias.
La causa se inició por las denuncias de un grupo de madres de la zona,
lideradas por Sofía Gatica, que detectaron más de 500 enfermedades vinculadas a
los agrotóxicos en una población de sólo 5000 habitantes.
- ¿Cómo evalúa lo que sucedió en el juicio?
- Bueno, aunque no hubo prisión para los condenados, hay que
ver las cosas positivas. Hubo por lo menos un juicio. Es un primer paso. Las
cosas están cambiando lentamente, pero la gente se está dando cuenta. El
problema es cómo podemos prohibir estos productos y cambiar el sistema de
alimentación. La solución es la agricultura biológica, que acaba con los
problemas que genera el sistema actual: el problema del clima, la crisis
sanitaria, la crisis de la biodiversidad, la crisis de la energía. Estamos
acabando con el agua y con el petróleo. La agricultura hoy está en el corazón
de muchas crisis. Entonces, si cambiamos el sistema mundial de producción de
alimentos, podemos influir sobre todas estas crisis, que son muy grandes y muy
fuertes. No se puede seguir así.
Fuente:
Manuel Alfieri, "Con voluntad política, en cuatro años se acaba el modelo agroalimentario", 01/11/12, Tiempo Argentino.
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