La insensatez humana parece no tener límites cuando de
preservar el medio ambiente se trata, aún sabiendo que afecta a su propio
entorno, compuesto por familiares directos, comprovincianos y vecinos.
Un grupo de empresarios, poderosos e influyentes, desde hace
décadas, acostumbraron a utilizar las aguas de la cuenca Salí-Dulce como un
desagüe natural de sustancias que contaminan. La mayoría de ellos está
relacionada con la industrialización de la caña de azúcar, seguramente la
principal actividad agroindustrial que da trabajo a innumerable cantidad de
gente.
Una industria que creció bajo la protección permanente del
Estado nacional, apoyada por todos los gobiernos desde el de Juan Carlos
Onganía, que impulsó una millonaria política de susbsidios, allá por la década
del 60.
Si bien, al inicio de las actividades se podría haber
aducido el desconocimiento de que la actividad de la zafra azucarera traería
aparejado un tremendo impacto para el medio ambiente tucumano-santiagueño, con
el transcurso de los años las evidencias eran más que perceptibles.
El avance de las tecnologías y el abaratamiento de los
costos de su implementación, evidencian palmariamente la esencia de argumentos
de peso para no asumir con responsabilidad los deberes ineludibles de cualquier
emprendimento industrial.
Un detallado y cimentado andamiaje legal que baja desde la Constitución Nacional
y sus tratados internacionales, hasta las leyes provinciales y ordenanzas
municipales, construyeron un obstáculo infranqueable para que los jueces y las autoridades
se comprometan y hagan cumplir las normas que previenen la contaminación o que
la sancionan severamente en caso de que ocurra.
Sin embargo, a medida que la contaminación se hacía más
evidente, los distintos gobiernos de Tucumán, prefirieron convertirse en
apañadores de la contaminación de la industria de la caña de azúcar, que en
defensores de los intereses de los tucumanos y santiagueños que sufren las
consecuencias.
La gran excusa siempre fue la protección de una actividad
que daba trabajo a miles y que en determinados momentos era la única que
permitía subsistir a la provincia, como si debiera elegirse maquiavélicamente
entre una u otra cosa.
En el medio, lo de siempre, empresarios “generosos” de
apoyar campañas electorales de gobernantes, que luego estarían condicionados a
actuar; jueces cada vez más dependientes del gobierno de turno y sociedades no
muy comprometidas con el cuidado del medio ambiente.
Los resultados están a la vista y deberían avergonzarnos a
todos, claro que en mayor medida a quienes el peso de la responsabilidad
directa los involucra irremediablemente en graves delitos cometidos a lo largo
de los años, por acción u omisión.
La cuenca Salí-Dulce se encuentra contaminada y el lago del
embalse de Las Termas de Río Hondo, que comparte Santiago del Estero con
Tucumán, va perdiendo su capacidad de acumulación de agua debido a la gran
sedimentación que escurre por las aguas de los ríos que lo abastecen.
La máxima contaminación coincide, como una ironía de la
vida, cuando Santiago del Estero impulsa, con extraordinario énfasis, el
desarrollo turístico de Las Termas de Río Hondo y sus aguas termales de
características únicas en el mundo.
El gobierno provincial ha puesto todos los esfuerzos y
volcado innumerable cantidad de fondos en la realización de grandes obras
públicas, tanto a nivel infraestructura básica como red cloacal, aeropuerto
internacional, como recreativas en el caso de la costanera, el autódromo o los
parques. Son de público conocimiento y no es necesario enumerarlas a todas.
La actividad privada también aporta lo suyo construyendo
nuevos hoteles o remodelando los ya instalados, al igual que el comercio y los
servicios.
En definitiva se ha hecho todo lo posible para que Las
Termas de Río Hondo se convierta a futuro en un gran centro turístico nacional,
con proyecciones internacionales.
Sólo empaña el brillo de tanto esfuerzo, la noticia
reiterada de la contaminación de la cuenca Salí-Dulce, que ante cada nuevo
episodio se multiplica restándole imagen.
En estos días, nuevamente empresarios inescrupulosos de la
industria azucarera tucumana arrojaron vinaza y cenizas que contaminan las
aguas de la cuenca Salí-Dulce, con una impunidad que habla a las claras de que
el gobierno de Tucumán no está haciendo la cosas como corresponde, aún
habiéndose comprometido a controlar celosamente lo que le compete.
Es cierto que a instancias del gobierno de Santiago del
Estero, el apoyo del gobierno de la
Nación y la intervención de la Corte Suprema de
Justicia de la Nación ,
se han realizado importantes avances que permiten abonar la esperanza de
controlar el problema en un palzo razonable.
Sin embargo, sigue ausente un férreo compromiso del gobierno
tucumano para realizar la acción preventiva ineludible. Por el contrario se lo
ve avanzando a regañadientes, como obligado por las circunstancias, disimulando
sus intereses contrarios a la preservación del medio ambiente.
No ha tomado este tema como de afectación común, en lo que
parece ser un constante menosprecio por su propia población y mucho más aún por
la de Santiago del Estero. Las denuncias sólo se impulsan con firmeza desde
Santiago del Estero, cuando ocurren en territorio tucumano, donde debería ser
mucho más inmediato y efectivo el control.
La actitud del gobierno tucumano levanta la sospecha de que
se aplica la política de que “ya pasará” la presión santiagueña y las cosas
volverán a la normalidad de la contaminación como hecho irreversible.
De ahí que deberá ser la tenacidad y el control permanente,
las herramientas que con inteligencia deberá sostener Santiago del Estero, para
obligar a quienes tienen la responsabilidad empresarial y gubernamental
respeten de una vez por todas el derecho a vivir libres de contaminación a dos
provincias bellas en el más amplio de los conceptos.
Fuente:
Tucumán no asume su responsabilidad por contaminar las aguas, 09/09/12, El Liberal.
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