Takawa: un concepto kukama para una “intervención humanitaria”
por Miguel Angel Cadenas y Manolo Berjón (1)
Escribimos desde el río Marañón, desde los distritos de
Parinari y Urarinas para ser precisos, provincia de Loreto (Perú). En estos
momentos está todo inundado, llevamos más de un mes así, las comunidades más
bajas, desde febrero. Algunas familias ya han tenido que subir su emponado (2). Es
una operación riesgosa. Levantar el emponado para alzarlo es debilitar la
estructura de la casa. La corriente y un viento fuerte la pueden voltear. El
pueblo tupí–kukama es experto en convivir con las crecientes y saben
perfectamente tomar las precauciones del caso, pero ahí están los riesgos. Los
niños juegan en el agua y la vida se desarrolla con normalidad. En tiempos de
crisis no conviene hacer dramas. Hay mayor precaución con los bebés y la parte
más dura llegará con la vaciante: junio-setiembre. Valorar lo que sucede en el
río con criterios citadinos desembocará en intervenciones inadecuadas. La
crisis urbana generada en Iquitos tiene causas estructurales y exige otros
parámetros.
Lo primero que nos viene a la mente son los mitos del diluvio, de gran calado enla
Amazonía. No transcribiremos aquí ninguno de ellos por falta
de espacio. Tan solo recordar que para el pueblo kukama la inundación supone
acabar con la tierra vieja para que brote una tierra nueva. El
“diluvio”-creciente se produce por el mal que existe en el mundo. El
comportamiento inmoral contribuye a esta desaparición- alagación del mundo. Con
el diluvio se disipan todos los pecados y surge un mundo nuevo: tierra muy productiva
por el barro depositado y ausencia de plagas. El diluvio en kukama se traduce
literalmente por “nuestra tierra desaparece”. No conviene olvidar la segunda
parte: surge una nueva tierra, una nueva creación.
Lo primero que nos viene a la mente son los mitos del diluvio, de gran calado en
Si en el primer punto acudíamos al mito, en el segundo lo
haremos a la historia. En el siglo XVIII el padre Manuel Uriarte escribe: “… y una
gran creciente del Marañón, que anegó las (chacras) de los Omaguas, hubo este
año carestía, hasta no tener qué comer sino platanitos tiernos como un dedo, y
buscar los indios cogollos de palmas para hacer sus bebidas. Ni tenían ánimo de
pescar y cazar, faltando su pan. Mas ingeniándose y comprando de los Yameos de
San Regis y Napeanos, lo pasaron hasta que hubo chagras maduras en tierras
altas, que hacían los Amaonos y Masamaes”.
No es la única creciente de la que habla el padre Uriarte,
describe varias, pero con una tenemos suficiente. Esta en concreto se produjo
el año 1761. Del texto transcrito podemos deducir varias cosas: que las
crecientes no son de hoy, aunque el cambio climático introduzca variantes que
no serán objeto de este escrito; que la época de hambruna fue posterior a la
creciente, es decir, en tiempo de vaciante; que los Omaguas (pueblo tupí) se
valían de sus vecinos para sobrevivir hasta que tuvieron chacras nuevas. Un
poco más adelante el padre Uriarte nos informa que este mismo año y para hacer
frente a la hambruna con los niños de Omaguas “hice una chagra (3) en purma, que es
monte bajo, donde se sembró arroz, frijoles y plátanos, con algún maíz y yuca
para tener a mano algún socorro, caso que se perdiesen las de las orillas o
islas del río”. Se ve la predilección por sembrar en las riberas o en las
islas, terreno mucho más productivo.
Al día de hoy las estrategias son las mismas. Algunas
familias migran a las quebradas o lugares más altos donde permanecen junto con
alguno de sus familiares. Esta migración puede tener una doble vertiente: una
visita temporal, mientras dura la creciente y el hambre, o instalar junto a
ellos su nueva residencia. En lenguaje humanitario: “desplazados por causas
naturales”. Otra de las tácticas no descrita en este párrafo por el padre Uriarte,
pero compartida en su época es en torno a los cánones de belleza. La cultura
occidental estima un cuerpo delgado como signo de perfección, la medicina
occidental ha contribuido mucho a este canon. Pero en épocas de hambre las
personas más delgadas poseen menos recursos energéticos, grasas, para hacer
frente a las circunstancias adversas. Todavía al día de hoy para los kukama una
persona gorda es una persona saludable. Sin duda, con el trasfondo de las
inundaciones podemos comprenderlo mejor. Por cierto, en los últimos años, en
todos los distritos e incluso en pueblos alejados se eligen “reinas de
belleza”, casi siempre bajo los cánones occidentales de delgadez.
En un tercer punto invocamos el concepto kukama de takawa:
daño producido por una comida especialmente apetecible o deseada. Bien sea por
exceso, empacho, o por defecto de la misma, no quedar satisfecho. Provoca una
diarrea puntual, tan solo demora el tiempo de la “indigestión” (también en la
producida por no quedar saciado). Una vez ocasionada la takawa, ya no deseas
comer ese alimento por bastante tiempo, causa rechazo. Posiblemente durante la
vaciante encontraremos muchos casos de takawa por no poder saciarse. Acudimos
al concepto kukama de takawa para llamar la atención sobre la “ayuda
humanitaria”. Por supuesto que las poblaciones del Marañón la necesitan, ya nos
lo recordaba el padre Uriarte. Pero no una “ayuda humanitaria ciega”.
El apoyo a los damnificados (del Marañón) se debe dar en el
momento preciso: en vaciante. Durante la creciente todavía queda plátano y yuca
y se cazan bastantes animales de monte porque están circunscritos en pequeños
espacios de tierra que no ha sido inundada. La caza es fácil en estos momentos.
Y la pesca será abundante y de peces gordos porque ahora están comiendo los
frutos de los árboles en las tahuampas (interior del bosque inundado). En
vaciante habrá pescado, pero no habrá yuca ni plátano. Y sin estos productos
los kukama dicen que no se puede comer, aunque haya abundancia de pescado.
El padre Uriarte nos señalaba algunos productos que serán
necesarios si verdaderamente deseamos apoyar al pueblo kukama: arroz, frejol,
plátano, maíz y yuca. Podemos añadir maní y, en una mezcla adecuada, con maíz
obtendremos el suculento upe. Se podrá objetar que son fundamentalmente
hidratos de carbono. Cierto, pero eso es lo que se necesita. Como no son los
tiempos del padre Uriarte y la pesca, aunque se espera que sea abundante en
vaciante, no será como debiera, por motivos que ahora no vienen al caso, pero
que los impunes derrames petroleros ayudan a que no olvidemos, bien vendría en
las últimas intervenciones de los meses de agosto y setiembre algunas proteínas
animales, a poder ser pescado de la Amazonía.
Utilizar la “ayuda humanitaria” para introducir nuevos
alimentos, con el argumento de que son los que se pueden conseguir en el
mercado y, por su envasado, fáciles de repartir, será nefasto. Los nuevos
sabores necesitan tiempo para ser admitidos, por mientras podemos ver que las
gallinas, perros, chanchos… comen las papillas e incluso leche donadas por el
Ministerio de Salud versión PIN (Programa de Intervención Nutricional) o PRONAA
(Programa Nacional de Alimentos). Los nuevos sabores pueden producir rechazo y
generar takawa, además de producir diarreas, por el cambio alimentario. Un
segundo efecto colateral será la basura generada por los envases. Llenaremos
las comunidades de recipientes difíciles de reciclar. El 2010, con la pésima
intervención de la
Pluspetrol por un derrame petrolero, se provocaron muchos
takawa y se generó una ingente cantidad de basura por los envases, muchos de
ellos terminaron en el río. Mientras los que proporcionan la “ayuda
humanitaria” se proclaman ecológicos, con su intervención pueden inducir un
desastre. Los apoyos a los damnificados no son para experimentar sabores, sino
de ayuda a las personas concretas. Tener en cuenta la categoría takawa,
propuesta por los kukama, es la posibilidad de una “intervención humanitaria
despierta”.
Tradicionalmente eran comunes los enterramientos de yuca en
creciente para posteriormente hacer fariña, que de tantos apuros ha sacado a
los pueblos tupí. Este año hay menos enterramientos de yuca. Muchas familias no
se esperaban una creciente tan grande y les ha pillado desprevenidos. La
“incorporación al mercado” ha ido provocando la necesidad de dinero contante y
sonante para adquirir algunos objetos necesarios (los comienzos del año escolar
dan buena cuenta de ello), lo que obliga a sembrar productos para la venta. En
resumen, que apenas se producen ahora enterramientos de yuca, difícilmente se
podrá hacer fariña. Adquirir fariña de yuca amarga para pueblos indígenas que
utilizan la yuca dulce aumentará las diarreas por cambio alimentario, puesto
que son dos tipos de yuca diferentes con tratamientos diversos. Ahí están las
intervenciones de las inundaciones del 93-94 para recordarlo: la fariña de yuca
amarga cambia de sabor.
Un último punto antes de concluir. Ayudar implica “tener en
cuenta”. Las personas que reciben ayuda, por encima de todo, son personas y
como tales deben ser tratadas. Aprender de los pueblos indígenas supone contar
con ellos, al menos como agradecimiento a su resistencia y sabiduría.
Entregarles la ayuda a las organizaciones indígenas para que gestionen “la
crisis” será el mejor antídoto y aumentará los niveles de autoestima, evitando
en lo posible “el don que hiere”. Les agradecemos su sabiduría, valoramos su
organización, y les entregamos para que ellos distribuyan, cuidando la
reciprocidad. En estos momentos los Municipios del bajo Marañón están inmersos
en fuertes crisis, con pugnas de poder por parte de diversos grupos,
defendiendo, en muchas ocasiones, intereses ajenos. La mejor forma de canalizar
la “ayuda humanitaria despierta” será a través de las organizaciones indígenas.
Otro tipo de apoyos serán espúreos.
Se necesitarán simientes, muchas familias se verán abocadas
a comer las semillas de siembra, lo cual generará problemas agravados. Además
de la ayuda alimentaria familiar, no estaría mal un vaso de upe para desayuno
escolar y almuerzos para los colegiales durante la vaciante. La emergencia
ocasionará enfermedades que habrá que atender.
Santa Rita de Castilla, 20 de abril de 2012
Referencias:
- Miguel Angel Cadenas y Manolo Berjón son padres de la parroquia Santa Rita de Castilla, río Marañón.
- Es el nombre que recibe el piso confeccionado con la madera del tronco de la pona (palmera). El tronco es machacado y extendido de extremo a extremo para ser usado como piso en las casas selváticas.
- La palabra chagra proviene de la palabra kichwa "chakra", que se relaciona con la tierra para el cultivo.
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