La capital de Japón, la más poblada del planeta, sufre las
consecuencias de los núcleos fundidos de los reactores de Fukushima: son
imparables.
por Javier Rodríguez Pardo
Las evacuaciones por los sucesos de Fukushima rondan las
cien mil personas, pero el efecto multiplicador de la radiación en todo el
territorio japonés no tiene límites.
Muestras tomadas al azar en suelos de la capital japonesa
contienen niveles de radiación que en Estados Unidos se considerarían como
residuos radiactivos.
Mientras viajaba por Japón, el ingeniero nuclear Arnie
Gundersen (Especialista en jefe consultor de Fairewinds Associates, ex nuclear
ejecutivo de la industria de fisión y testigo opinante del accidente nuclear de
Three Mile Island, Pensilvania), tomó muestras del suelo de Tokio en parques
públicos, en parques infantiles, en jardines y azoteas de edificios,
descubriendo que contenían niveles de radiación que en Estados Unidos se
considerarían como residuos radiactivos.
Una de las últimas conferencias de la Autoridad Regulatoria
Nuclear (NRC) en Washington, DC, produjo afirmaciones que ya habían sido
denunciadas por el activismo antinuclear; se trata del coste beneficio de esta
energía que jamás tuvo en cuenta evacuaciones masivas. El foro de la NRC admitió que el caso
japonés de Fukushima, de haberse producido en los Estados Unidos, obligaría a
desembolsar fácilmente un billón de dólares por gastos de evacuación. Estos
valores son significativamente inferiores si los comparamos con el intento de
frenar las ulteriores emisiones radiactivas. De todas maneras, la tierra
contaminada sería inhabitable por centurias.
Este nivel de contaminación está siendo descubierto en todo
Japón, pero Tokio es la ciudad más poblada del mundo, catorce mil personas por
kilómetro cuadrado, casi dos veces más que Nueva York y se halla a menos de
doscientos kilómetros del imparable foco radiactivo de Fukushima Daiichi,
complejo nucleoeléctrico donde colapsaron varios reactores de fisión nuclear
debido a la nada sorprendente combinación de terremoto y tsunami.
Buenos Aires, en cambio, se halla a cien kilómetros del
departamento de Zárate, en la
Provincia de Buenos Aires. En esa localidad se construye una
planta nuclear Atucha II, contigua al reactor
Atucha I al que se le prolongará su vida productiva cuando debiera ser
decomisado por haber caducado su vida útil. No conforme con esto e intentando
generar más volumen energético para un modelo de país que tiene en la actividad extractiva transnacional a su
mayor consumidor, la política del gobierno argentino prevé la construcción de
una tercera planta en el mismo lugar. Recordemos y hagamos analogías, sólo cien
kilómetros separan a Buenos Aires de Zárate-Lima, la mitad de la distancia existente entre Tokio y Fukushima, aunque no
faltará quien diga que de este modo se transmite miedo a la población porteña,
ocultando a la vez que se trata de una población no preparada para estos casos.
Fukushima ha vertido
millones de toneladas de agua radiactiva al Pacífico, sus plantas atómicas
dañadas contenían más combustible nuclear que el reactor de Chernobyl, y
despiden más escoria radiactiva de sus entrañas que el de la central ucraniana;
en ambos casos los reactores fusionados tampoco se detienen. Mientras el
síndrome de China pesa sobre las mentes de los técnicos, la nube letal continuará girando por milenios
en la biosfera del planeta.
Para los especialistas de Fairewinds que trabajan con la Academia Nacional
de Ciencias de la BEIR
(Efectos biológicos de las radiaciones ionizantes), uno de cada cien jóvenes
está en condiciones de desarrollar cáncer, por cada año, al estar expuesto a 20
milisieverts de radiación. Quiere decir que, si se quedan en la zona
contaminada por cinco años, el cálculo es que cinco de cada cien jóvenes
contraerán cáncer. Hay que aclarar que el informe BEIR sólo se refiere a cáncer
en relación directa con la radiación; no están incluidos otros muchos efectos
de la irradiación. Para estos investigadores, Fukushima podría dar como resultado un millón de casos de cáncer. Pero
el drama social (y el de la salud) tiene otras ramificaciones, las autoridades
japonesas suelen alterar las cifras de exposición radiactiva y al mismo tiempo
admiten niveles lindantes con el genocidio. Japón parece inmolarse en silencio
envuelto en el determinismo de un holocausto atómico al que considera someterse
con paciencia oriental. ¿Está el gobierno de Japón, la empresa nucleoeléctrica
Tepco y el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) protegiendo
debidamente a los ciudadanos de la isla? Tal parece que no cuando alegan que se
logró estabilizar Fukushima en tanto técnicos y especialistas de ese mismo país
afirman lo contrario. En su exposición la agencia Fairewinds ratifica que “el
equilibrio dinámico en comparación estática, las exposiciones a dosis
consecutivas (acumulativas) de los niños japoneses y de los trabajadores
nucleares, la contaminación por contacto de materiales radiactivos con los no
contaminados y la difusión de la ceniza radiactiva a través de Japón, son sólo
una pequeña parte de esta tragedia nuclear en curso”.
La exposición del profesional Marco Kaltofen de la American Public
Health Association probó que “las partículas calientes están contaminando el
norte de Japón”. Dijo también que “los filtros de aires de los automóviles de
Fukushima fueron testeados en su laboratorio de Massachusetts y son tan
radiactivos que deben ser eliminados en enterramientos de residuos radiactivos
de alta actividad en los Estados Unidos. Ni que hablar -agregó el investigador-
de la contaminación que sufren los mecánicos que trabajan en los vehículos
provenientes del departamento de Fukushima”.
Los reactores colapsados continúan emitiendo radiactividad
al ambiente, pero además “el gobierno Japonés -en opinión de los especialistas
citados anteriormente- no ha desarrollado un plan coherente para hacer frente a
este continuo drama de la contaminación radiactiva a gran escala”. La quema de
materiales radiactivos (objetos de la construcción, árboles, césped, paja de
arroz, etc.) por parte del gobierno japonés ha empeorado la situación afectando
con cesio radiactivo a zonas que se hallaban limpias; la contaminación
radiactiva continúa propagándose por
todo el Océano Pacífico hacia América del Norte, exacerbando aún más el drama y
el aumento de costos astronómicos”.
Sólo uno de los 54 reactores aún continúa funcionando en
Japón. El reactor número 6 de la planta de Kashiwasaki-Kariwa fue parado el 26
de marzo. Japón prescinde de la energía nucleoeléctrica a un costo altísimo. A
pocos días de la fusión de los reactores se detectó yodo radiactivo en el agua
corriente de Tokio, niveles semejantes se observaron en la leche y en
espinacas. Siete días después aparecieron partículas radiactivas en California
cubriendo el océano Pacífico y más tarde yodo radiactivo en Finlandia. Un mes
después apareció yodo y cesio en España
y en otros países de Europa registrado por el Consejo de Seguridad Nacional.
Luego, de repente, sobrevino el mutismo oficial, pero la realidad aparece
diariamente en toda forma de vida sobre suelos del archipiélago japonés. Japón
reconoce haber perdido por ahora trece
mil kilómetros cuadrados de territorio, a manos de una radiación tan sutil como
acumulativa. El cemento de Tokio ya no es el edén turístico del capitalismo
hegemónico y transitarlo no seduce a nadie. El tsunami no pudo cubrir toda la isla pero la ceguera del consumismo
energético primermundista hundió al Titanic de la tecnología cibernética
moderna.
Javier Rodríguez Pardo es periodista y escritor, perteneciente al Movimiento Antinuclear Chubut.
Fuentes:
Ecositio, 29/04/12, La radiación se instaló en Tokio.
Resultado del laboratorio las muestras del suelo de Tokio.
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