domingo, 10 de marzo de 2013

Los trabajadores kamikaze de Fukushima


En un primer momento Daisuke Sakamoto pensó que se le había pinchado una rueda. Una fuerte explosión sacudió su coche mientras conducía cerca de la afectada planta nuclear de Fukushima Daiichi, el día después del terremoto y tsunami del 11 de marzo 2011.

por Rick Wallace y Tomohiko Suzuki

El ingeniero sacó su smartphone, y buscó el sitio web de la cadena nacional, la cual repetía la explosión que volaba el techo del edificio del reactor donde trabajaba Sakamoto, a sólo 5 km de distancia. La cámara lenta mostraba el momento de la ignición y la explosión, lanzando escombros por los aires en medio de una nube de humo gris que propagaba radiactividad.

Hasta entonces, las estaciones de televisión habían estado mostrando las espectaculares tomas aéreas del tsunami -La negra ola de muerte corriendo a través de la llanura de Sendai, al norte de Fukushima, devorando todo a su paso-. Pero lo que Sakamoto vio en su teléfono pronto dominaría la cobertura y cambiaría la cara del desastre en Japón y el resto del mundo.

Ese mismo sábado por la tarde, un compañero de la industria nuclear, Shin Kobayashi, estaba entre los escombros de su barrio, en la ciudad costera de Futaba. El hombre de 60 años marchaba con una mochila, chapoteando a través de los campos de arroz llenos de escombros.

Kobayashi lo reconoció como uno de los gerentes de la planta de Fukushima y gritó: "¿Shocho (jefe), ¿qué estás haciendo?". El hombre contestó que estaba respondiendo a una llamada del operador de la planta, Tokyo Electric Power Company (TEPCO), destinada a los empleados de edad avanzada con el objeto de ventilar los reactores sobrecalentados de la planta. "Un escuadrón suicida", pensó Kobayashi para sí mismo, pero se ofreció a acompañarlo de todos modos. "Usted es joven, váyase", respondió el hombre.

Poco después, sonó el teléfono de Kobayashi, los gerentes de TEPCO con pánico y sus contratistas principales lo buscaban desesperadamente queriendo que utilizara sus contactos en la industria de alquiler de mano de obra para conseguir personal. "Envíenos hombres que estén dispuestos a morir", lo espetó un gerente de TEPCO.

Al mismo tiempo, en la planta de Fukushima, los gerentes y trabajadores estaban saqueando baterías de los automóviles y enviando personal a los negocios de hardware a buscar suministros, porque se enfrentaban a una batalla perdida para reducir el aumento de la temperatura y presión dentro de los reactores de la planta, uno de los cuales tenía 40 años de edad. La arrogancia de la industria nuclear japonesa había llegado a esto: una lucha existencial entre sus soldados de a pie lastimosamente mal equipados y el poder desencadenado del átomo.

Mediante una serie de entrevistas exclusivas con algunos de los trabajadores que lucharon para salvar la central, la revista The Weekend Australian ha reconstruido un relato de cómo se libró la batalla en Fukushima -y como una nueva tragedia es posible-. Los trabajadores cuentan una historia de caos, confusión y peligro, una historia que en gran parte es ocultada de la vista del público por la compañía eléctrica y el gobierno. Estos hombres -todos usan seudónimos en esta historia para evitar el despido u otras represalias- también cuentan de una central que, a pesar de las garantías del gobierno, sigue siendo muy vulnerable a otro tsunami o terremoto. Sus relatos revelan la incompetencia en los escalafones superiores de la industria nuclear, y la infiltración de la corrupción y el crimen organizado en la parte inferior, en un país que todavía muchos asocian con la perfección tecnológica y organizativa.

El terremoto que desencadenó el desastre no se parecía a nada que Sakamoto hubiera experimentado nunca. Se rompieron ventanas, cayeron estanterías y se dañaron caminos en la planta, con ondulaciones como una montaña rusa. "Había sirenas y le grité a todo el mundo: Definitivamente está viniendo un tsunami", contó Sakamoto. "Pensé inmediatamente que íbamos a enfrentar una situación muy crítica".

Había más de 5000 trabajadores en Fukushima Daiichi el día del terremoto, porque los reactores cinco y seis eran sometidos a una inspección programada. El personal que salió aturdido de los edificios de los reactores vio el mar frente a la planta retroceder, y luego regresar con una venganza terrible en dos grandes oleadas de inundaciones. Otro trabajador, Yoshio Tanaka, dice que el cielo se oscureció poco después del terremoto. "Para mí tenía todos los síntomas de una catástrofe en ciernes", contó. Añade Sakamoto: "Vi un enorme depósito de aceite que estaba del lado del océano en los edificios de los reactores, acarreado por el tsunami. Sólo teníamos experiencia con tsunamis de un metro o algo así... no teníamos ni idea de que podía causar un daño tan extraordinario".


Aunque nadie en la planta lo sabía en ese momento -ya que el apagón había cortado todos los instrumentos- el combustible en el reactor uno ya empezaba a fundirse. Miles de trabajadores y varios directivos evacuaban el lugar en un caos, mientras que otros se quedaron luchando para ventilar el reactor, para aliviar el calor y la presión en rápido aumento. Esta tarea era llevada a cabo por los trabajadores yendo a tientas en edificios oscuros y dañados sin herramientas eléctricas, y en medio de una intensa radiación.

Pronto el éxodo de la planta fue ampliado a una orden general de evacuación para los que vivían dentro de los tres kilómetros. Equipos rotativos de trabajadores finalmente lograron aflojar las válvulas del reactor uno, cuando una explosión era inminente. El agua de refrigeración fue aplicada pero los átomos de hidrógeno expulsados cuando el agua golpeó las barras de combustible sentaron las bases para un nuevo y peligroso revés. A las 15:36 del sábado -24 horas después del tsunami- el hidrógeno acumulado en el techo del edificio del reactor explotó, volando en pedazos la estructura.

Esta primera explosión sería seguida por dos más en otros tantos días, arrancando los techos de los reactores dos y tres, y contribuyendo a la liberación de radiación que con el tiempo sería colocada por organismos internacionales en el mismo nivel que Chernobyl. Los altos niveles de radiación (tan altos como para matar a una persona en cuestión de horas), mantendrían a los trabajadores -que llegaron a ser conocidos como los 50 de Fukushima- confinados a un bunker, a excepción de breves incursiones externas para calmar las crisis emergentes.

En realidad, los 50 de Fukushima se parecían más a los 300 de Fukushima, jóvenes recién salidos de la escuela -subcontratados- trabajando, comiendo y durmiendo junto a los ingenieros de alto nivel de TEPCO y los gigantes de la energía nuclear, Hitachi y Toshiba. Sakamoto opinó que la mayoría de los trabajadores no tenía idea de la cantidad de exposición a la radiación que recibieron y muchos de los contratados más jóvenes tenían poca comprensión de los efectos de la misma en el cuerpo. "Los de TEPCO fueron los únicos que conocían los niveles reales", dijo, y no nos dijeron".

Sakamoto, que había salido de la planta poco después de la primera explosión en busca de suministros, volvió dos días más tarde y, a pesar de la corazonada de que esto sería una lucha potencialmente mortal, se ofreció para unirse a las hordas hacinadas en el bunker. "Cuando vi el estado en que estaban pensé: Esto va a ser un infierno", relató. "Era obvio que no habían dormido en días".

Los trabajadores fueron arrebatando siestas ocasionalesentre turnos, sobre el duro piso. Habían recibido 500 ml de agua para dos días y sus raciones de comida eran simplemente galletas y paquetes de gelatina. "Eran como zombies. Traté de hablar con algunos de ellos, pero ni siquiera me podían responder adecuadamente", dice Sakamoto.

Uno de estos "zombis" fue Ichiro Takahashi -un extrovertido de 29 años de edad, muy querido por sus colegas por su ética de trabajo y sentido del humor. "Yo estaba en el primer grupo para entrar justo después de la explosión", nos dijo. "Recuerdo garabatear una nota rápida en mi diario justo antes, diciendo: Estoy a punto de empezar mi misión en Fukushima Daiichi y voy a regresar con vida".

Según Takahashi, sólo un puñado de trabajadores en la central tenían dosímetros, y aquellos que los poseían no tenían apuro para compartir las lecturas alarmantes que estaban recibiendo. Takahashi dijo que no sintió ningún temor en ese momento -más bien curiosidad- y no lo pensó dos veces antes de ir a la central para ayudar. Pero pagó un precio muy alto en términos de exposición a la radiación. Un lapso ininterrumpido para conectar las mangueras a los reactores cinco y seis lo dejó con una lectura de la exposición interna de 10.000 cpm, más de 10 veces el límite superior de seguridad.

Los trabajadores expresaron que los límites normales fueron voluntariamente doblados para evitar la escasez de mano de obra, pero la dosis acumulada por Takahashi en sus primeras 48 horas fue demasiado como para ignorarlo y le ordenaron salir del lugar. Regresaría a Fukushima dos meses después para reanudar la batalla, y está trabajando allí hoy.

El período inicial de Takahashi coincidió con la peor fase de la catástrofe. Uno de los jefes populares de la planta, Masao Yoshida, ya había evitado una catástrofe una vez, por desobedecer las órdenes de sus propios jefes para detener la inundación del reactor uno con agua de mar. Ahora Yoshida y los otros 300 hombres en el bunker tenían a la muerte a la vuelta de la esquina con una explosión que destruyó el edificio del reactor tres el 14 de marzo.


Sakamoto, un veterano de 15 años en la industria, dijo que su peor momento vino en esta fase inicial. Harto de permanecer en el bunker, hizo una incursión no autorizada para comprobar el equipo que él era responsable. "Durante la semana después de la primera explosión, también entré al edificio del reactor por mí mismo", relató. "Esta vez llevaba un dosímetro. Había elegido deliberadamente uno con el rango más alto, hasta 10 milisieverts, y entré en la habitación del aire acondicionado del reactor. No es un lugar donde usted esperaría alta radiactividad, pero comenzó el ping de la alarma inmediatamente y ese fue el momento en que me di cuenta de lo mal que estaban las cosas".

Los reactores uno, dos y tres se habían fundido, y sin agua de refrigeración  en el combustible gastado al lado de los reactores tres y cuatro, corría el riesgo de incendiarse -un desenlace que se hubiera quedado a la sombra de Chernobyl-. La tercera explosión, en el reactor dos o el tres -los detalles exactos de esto son confusos y controvertidos- provocó un aumento masivo de la radiación (hasta 400 milisievert por hora) y muchos trabajadores fueron evacuados. El jefe de la central, Yoshida, ordenó a los trabajadores restantes escribir sus nombres en una pizarra para el caso de que murieran. "Cuando el tercer reactor explotó, pensé en lo que debía hacer y si mi familia estaba lo suficientemente segura en Iwaki (70 km) o si necesitaban estar más lejos", dijo Sakamoto. "Sabía que tenía que ir a cuidar a mi familia, pero en realidad yo ya había decidido quedarme".

En secreto, el primer ministro de Japón estaba sopesando si iba a tener que evacuar la mayor metrópoli de Tokio, con sus 35 millones de ciudadanos. Al mismo tiempo, TEPCO presionaba a Yoshida para enviar a los hombres dentro de los edificios de los reactores a pesar que se esperaba que recibieran 500 milisieverts de radiación. "Ellos (la oficina del primer ministro) están diciendo: Date prisa, no importa la radiación, a 500 milisieverts está muy bien, así que sólo tienen que ir", se oye decir al oficial de TEPCO, Akio Takahashi, en un video dado a conocer el año pasado que captura una llamada de conferencia dentro del bunker.

A lo largo de este infierno, el portavoz del Gobierno, Yukio Edano y el oficial de la Agencia de Seguridad Nuclear e Industrial, Hidehiko Nishiyama, minimizaron el peligro y los indicios de una crisis, aún cuando la zona de evacuación se estaba ampliando. TEPCO -en las raras ocasiones en que podía reunir lo suficiente como para emitir una declaración- intentó también poner el mejor brillo posible en los acontecimientos.

Sakamoto, un hombre de aspecto que se ajusta a sus 40 años, se resiste a utilizar la palabra "mentira", sino que dice: "Hemos visto algunas de esas conferencias de prensa en el bunker y mi franca impresión es que estaban muy lejos de la verdad... Supongo que querían evitar que la gente fuera presa del pánico y los trabajadores como nosotros evacuáramos la planta".

Los gobiernos extranjeros tampoco estaban comprando la historia oficial de Japón. Ellos fueron estableciendo sus propias zonas de exclusión a 80 km alrededor de la planta y elaboraron planes de contingencia para evacuar a sus ciudadanos de Japón. Un informe distribuido por el Departamento de Estado norteamericano describió la situación -y la manipulación por parte de Japón de la misma- como "FUBAR" (F..ked Up Beyond All Recognition). El por entonces embajador de Australia en Japón, Murray McLean, declaró hace un año que el gobierno japonés retuvo o no conocía los hechos clave en los primeros días, ocasionando oleadas de pánico a través de los gobiernos extranjeros.

Con el tiempo, la ayuda internacional pudo penetrar la resistencia del laberinto burocrático, cuando una bomba de hormigón gigante voló desde los EE.UU. en un avión de carga Antonov, y fue desplegada para enfriar los reactores y las piscinas de combustible gastado. Helicópteros militares y equipos de élite de bomberos de Tokio también se unieron al esfuerzo para contener el desastre. Poco a poco, sus esfuerzos comenzaron a producir un efecto y en la primera semana de mayo, un trabajador humano era capaz de alcanzar el interior del destrozado edificio del reactor uno. Esto marcó un pequeño punto de inflexión, y dentro de los dos meses siguientes se pudieron configurar sistemas temporales de refrigeración, y sistemas de reciclado para cada reactor, poniendo la planta en el camino hacia la estabilidad.

Aunque el combustible en los reactores uno, dos y tres se había fundido, las explosiones no habían perforado los recipientes de presión de acero inoxidable alrededor de los núcleos. Sin embargo, había sido arrojado al aire, mar y tierra entre un 7 y 15 % de la cantidad de material disperso en el desastre de Chernobyl en 1986. La tierra se contaminó alrededor y la industria nuclear japonesa resultó humillada.

Cuando la atención del mundo comenzó a alejarse de Fukushima, las cosas en la central permanecieron sombrías. Sakamoto da un trago involuntario cuando la discusión se desplaza de la cronología del desastre a los efectos en su salud. Padre de dos hijos, él es consciente de que ha estado expuesto a grandes cantidades de radiación, aunque la cantidad real no se la diga a nadie -y mucho menos a su esposa y familia-. Él confirma que los trabajadores no sabían realmente en lo que se estaban metiendo debido a la escasez de vigilancia y la renuencia de los operadores de la planta para conocer los verdaderos niveles. "Mirando hacia atrás ahora, creo que debería haber insistido en tener dosímetros -pero en el momento nuestros pensamientos  eran sólo entrar allí y resolver la crisis", dijo. "Yo sabía que todo el mundo debería tener un dosímetro, pero no era el momento para protestar por ello".

En otro video, se puede escuchar al jefe de la central,Yoshida, en el bunker diciendo a sus superiores, el 18 de marzo, que todos sus trabajadores estaban a punto o ya había superado, los 200 milisieverts -y que él no podía seguir enviándolos sin pensar en las consecuencias.


Incluso ahora, los trabajadores concientemente toman medidas para ocultar su verdadera exposición porque saben que sus habilidades son necesarias. Trabajadores de menor nivel que necesitan el dinero hacen lo mismo -ya sea olvidando sus dosímetros o manipulándolos para minimizar las lecturas. Otro trabajador que estaba a cargo de repartir dosímetros durante su estadía en el bunker dice que muchos se negaron a tomarlo, diciendo que serían incapaces de trabajar durante más de 10 minutos si llevaran los dispositivos. Sakamoto está de acuerdo en que muchos empleados lo hicieron. "Piensa en ello -si todos tenemos que ser reemplazados, el esfuerzo de

Los efectos de la radiación en el cuerpo puede ser divididos en efectos "deterministas" (daño físico) y efectos "estocásticos" (un mayor riesgo de desarrollar problemas de salud, sobre todo de cáncer). El daño físico a las vías respiratorias, los efectos intestinales y otros no suelen ocurrir por debajo de los 1000 milisieverts. La mayoría de los trabajadores de Fukushima expuestos a varios cientos de milisieverts habrían sufrido daños en el ADN de algunas células y posibles daños en la médula ósea, que afecta temporalmente su recuento de glóbulos rojos y blancos, e incrementa el riesgo de desarrollar cáncer.

Sakamoto dice que no ha sufrido consecuencias todavía. "Estamos sanos por ahora, eso es todo lo que sabemos". Ya sea debido por el entusiasmo de la juventud, o un exceso de testosterona, Takahashi, de 29 años de edad, está relajado respecto al peligro, dice que no es algo en lo que piensa. Vio el período de desastre como una gran fiesta y se convirtió en un asiduo visitante de la "soaplands", o prostíbulos, que surgieron en Iwaki y otros pueblos cercanos para atender a los trabajadores nucleares y todavía se están haciendo su agosto. "Fue una atmósfera del estilo de la fiebre del oro", dijo otro trabajador. "La gente estaba viviendo el momento. Pensaron que podía morir al día siguiente, así que ¿por qué no pasar un buen rato?".

Unos meses después del desastre, Takahashi se casó y ahora es padre de un niño. Él no tiene ninguna duda de seguir trabajando en Fukushima Daiichi, a pesar de que él y los demás trabajadores, sin duda, han cumplido con su deber.

La pregunta que se hace la mayoría de la gente fuera de Japón es la siguiente: ¿por qué se quedan? Para Sakamoto, en parte por obligación, en parte por curiosidad profesional. "Mi familia y parientes se plantean las mismas cosas", cuenta. "Pero yo quiero ver y averiguar lo que sucedió en el interior de los reactores". El sentido japonés del deber, y la "muerte antes que el deshonor" el código bushido que ha existido desde la época samurai, evidentemente, todavía resuena hoy. Kobayashi simplemente lo atribuye a la "diferencia entre los caucásicos y japoneses".

"Otro motivo", dice uno de los trabajadores, "es que todo el que no tiene las pelotas se marcha inmediatamente. Los chicos que se quedaron desde el principio lo han visto todo y lo superamos".

Sin embargo, para los trabajadores de la parte inferior del escalafón se reduce a una necesidad económica. En un bar en Koriyama, una ciudad dormitorio, Kobayashi nos presenta a algunos de estos trabajadores. "Para la gente de Fukushima no había ninguna otra industria aquí, sólo los arrozales, así que la planta nuclear nos ha salvado las dificultades a muchos de nosotros", explica. "Así que para algunas personas de por aquí, TEPCO es como un Dios".

Paradójicamente, la planta se ha convertido en una fuente aún mayor de empleo en su estado lisiado. Muchos de los trabajadores que huyeron con el miedo de los primeros días, han vuelto a formar parte del staff de 3000 que están allí ahora. Inicialmente, hubo grandes bonos y se ofrecieron gruesos salarios (hasta 500.000 yenes, o 5300 dólares) por día, pero cada vez más estos han sido reducidos o se desviaron en el camino. Takahashi dice que hoy en día la mayoría de los trabajadores de bajo nivel están haciendo sólo ¥ 8,000 (u$s 85) por día -una cifra que parece grotescamente desproporcionada habida cuenta de los riesgos que implica. Takahashi y Sakamoto ambos dicen que la corrupción en el proceso ha significado que los pagos de dinero por el peligro -son ahora tan bajos como 1000 yenes (11 dólares) al día, al igual que los salarios reales de la planta están cayendo.

El gobierno levantó el límite de radiación de por vida para los trabajadores nucleares de 150 milisievert a 250 milisievert para evitar tener que retirar los trabajadores estratégicamente importantes. Incluso entonces, la mayoría de los trabajadores dicen que las dosis que recibieron eran una fracción del total registrado.

Los datos presentados por TEPCO a la Organización Mundial de la Salud mostraron que 178 trabajadores estuvieron expuestos a más de 100 milisieverts (basado en las pruebas de sus glándulas tiroideas) con la dosis más alta potencialmente fatal estimada en unos 12.000 milisieverts. El total real de trabajadores fuertemente irradiados es probable que sea mucho mayor, debido a fallas en el mantenimiento de registros y pruebas. Registros oficiales de TEPCO muestran que 9 trabajadores habían recibido más de 200 milisievert, los más fuertemente expuestos recibieron 679 milisieverts.


Gracias al esfuerzo y el ingenio de todos aquellos que arriesgaron sus vidas en Fukushima Daiichi, y una buena parte de suerte, la planta fue estabilizada en la medida necesaria para que el gobierno proclamara una "parada fría" en diciembre de 2011. El rudimentario sistema de refrigeración de tuberías de plástico y filtros para eliminar las sustancias radiactivas está trabajando, TEPCO dice que gradualmente se van instalando medidas de acompañamiento, de reducción de los niveles de radiación y eliminación de las muy peligrosas barras de combustible gastadas. La tareas para el decomisionamiento adecuado de la central se espera que tarden más de 30 años.

El resto de Japón parece haber dejado de preocuparse de que otra tragedia podría ocurrir en Fukushima, pero Sakamoto y los demás trabajadores rieron con desdén cuando se le preguntó si podría resistir otro sismo grande o tsunami. "Sigue siendo muy vulnerable", dice Sakamoto. "Lo siento, pero si sucediera de nuevo, me volvería a evacuar. Incluso cuando usted dice que tenemos un sistema de refrigeración, es sólo improvisado y gran parte está hecho de plástico. No hay duda de que se fracturará cuando venga el próximo gran terremoto".

Las sospechas siguen siendo que la planta fue dañada gravemente por el terremoto, incluso antes del tsunami, poniendo en duda la capacidad de resistencia de los reactores en todo Japón. Un trabajador, Kazuki Sasaki, nos dijo que vio "humo saliendo del reactor de un edificio" mucho antes del tsunami, mientras que otra dice que no tiene "ninguna duda" que el terremoto paralizó los reactores.

Kenji Watanabe, un ingeniero de una importante empresa nuclear que ha estado en todo el sitio, acordó que la planta fue dañada por el terremoto. "Si usted me pregunta oficialmente, fue el tsunami", dijo. "Pero como ingeniero -y alguien con conciencia- Puedo decir que no hay duda de que los reactores fueron dañados por el terremoto".

En respuesta, TEPCO da una negación muy cualificado. La industria nuclear de Japón se desespera por evitar admitir que el terremoto contribuyó al desastre ya que requeriría difíciles -y costosas- nuevas medidas para fortalecer otras plantas nucleares en Japón.

TEPCO, los reguladores y los demás habitantes de la "aldea nuclear" de Japón parecen tener la opinión de que hay algunas cosas que simplemente es mejor no saber. La última vez que hablamos con el joven Takahashi, mientras se aleja a otra noche de juerga en los placeres de Iwaki, nos muestra una foto que sacó con su teléfono móvil durante el desastre. Es una imagen de un avestruz errante tomada desde una autobús en la ruta a la central. Es una de las varias aves colocadas por TEPCO cerca de la planta Daiichi y adoptada como un símbolo para las operaciones atómicas de la empresa, por la habilidad del ave para prosperar con escaso "combustible".

Estos avestruces han muerto o han sido capturadas, pero mientras se pavoneaba sobre la zona de exclusión alrededor de la planta afectada ofreció una metáfora viva de la situación metiendo la cabeza en la arena.

Fuentes:
Rick Wallace y Tomohiko Suzuki, The kamikaze crew of the Fukushimanuclear power plant, 09/03/13, The Weekend Australian Magazine.
Las obras de ate que acompañan esta entrada pertenecen al artista Harry Kent, con un estilo de pintura abstracta francesa de la década de 1950 se caracteriza por el uso irregular de las pinceladas y manchas de color. Los títulos y características de las pinturas se describen a continuación por orden de aparición de las mismas: "Fukushima Kamikaze", óleo sobre papel, 83 x 60 cm; "Fukushima Samurai", carboncillo y acrílico sobre papel, 59 x 42 cm; "Fukushima Hero II", monoprint óleo sobre papel, 42 x 30 cm; "Fukushima Hero III", monoprint óleo sobre papel, 42 x 30 cm; "Fukushima Future", técnica mixta sobre papel, 50 x 42 cm.

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