Por Andrés Osorio Guillott
Creímos siempre que por estar rodeados de páramos el agua no nos iba a faltar. Suficiente distopía fue la pandemia, pero ahora asistimos a la de una ciudad (un mundo) que empieza a sufrir por la escasez de agua, una realidad que cada vez se vivirá más en el planeta debido al cambio climático. “Lo bueno” de vivir esto es que quizá muchos dejarán de creer que se trata de un mito o un invento, y que, a pesar de ser una época difícil, podremos empezar desde aquí a cambiar los hábitos y la cultura alrededor del agua, a ser más conscientes de nuestro consumo y relación con este recurso vital.
No solo es la sequía que enfrentamos este año, sino que históricamente además de los factores climáticos, Bogotá ha tenido problemas por la precariedad de los acueductos y la impotabilidad del líquido. Fue hasta 1888 que la ciudad tuvo un sistema de acueducto por tuberías de hierro, que quedó en manos de privados hasta 1914, cuando se volvería público para cumplir con la reforestación y el manejo de las cuencas.
¿Pero por qué estamos hablando de esto otra vez? Porque como vieron ayer, el alcalde Carlos Fernando Galán anunció que nuevamente volveríamos a un racionamiento diario, tal como empezó hace unos meses, pues las lluvias que históricamente llegaban en mayo, junio, julio y agosto, esta vez no se presentaron, y el nivel de los embalses vuelve a ser preocupante.
Aquí vamos a compartirles el especial que realizó la sección de Bogotá para explicarnos cómo llegamos a este punto. En cifras, para que vayamos entendiendo el asunto, podríamos empezar hablando de los promedios más altos y bajos de la historia. El más bajo, desde 1939, fue en 1954, cuando había un promedio diario de 133,4 litros por habitante. Es decir, una familia de cinco integrantes gastaba lo equivalente a 10 canecas de 65 litros por día.
En los registros también aparece que en 1990 fue el año que más agua gastamos en la capital, pues se presentó un consumo de 294 litros por habitante, es decir, que una familia de cinco integrantes gastaba cerca de 23 canecas de 65 litros en un día.
Actualmente, el consumo promedio es de 189,5 litros por habitante, y para seguir con la misma medida, eso nos die que una familia de cinco integrantes gasta 15 canecas de 65 litros en un día.
En el especial liderado por Alexánder Marín, editor de Bogotá, nos explican que “Garantizar el agua para las próximas generaciones ha sido un reto. En las últimas décadas, con la explosión demográfica, se encendieron las alarmas. En 1940, cuando eran apenas 400.000 habitantes, se pronosticó que la oferta a futuro sería insuficiente. Tras analizar las proyecciones de crecimiento, se advirtió que para una ciudad con 3,6 millones de habitantes se requerirían 559 millones de metros cúbicos (m3) de agua para uso humano e industrial y 1.518 millones para riego, y en un año normal de lluvias la oferta máxima era de 860 millones m3. En los cálculos no se contaron fenómenos por el cambio climático y el desborde de la expansión. La realidad obligó a pensar en estrategias, no solo para mejorar los niveles de reserva, como tener embalses, sino en mejorar las plantas de tratamiento; descontaminar el río Bogotá y la cultura ciudadana. Pero ha sido insuficiente”.
Aunque hay agua en varios embalses (son siete los que abastecen a la ciudad), la sequía del presente año demostró la fragilidad del sistema de abastecimiento. Bogotá es una ciudad que depende especialmente de Chingaza, ya que el 70 % del agua que consumimos proviene de ese sistema. Los periodistas de la sección nos explican que esta dependencia sigue vigente debido a los cambios que ha tenido el río Bogotá, según indican los expertos. “A tal punto que, hoy en día, es más barato tratar 1 m3 de agua en la planta de Wiesner (que trata el agua de Chingaza), que en Tibitoc, la planta que se encarga de potabilizar el agua del río Bogotá, para abastecer al otro 30 % de la capital y a municipios como Sopó, Tocancipá, Gachancipá, Chía y Cajicá”.
Habría que mencionar que con los años no se tuvo en cuenta el crecimiento demográfico de la capital, pero especialmente en 2012 parece que se ignoró el crecimiento de cerca de 800.000 habitantes, así como tampoco se tuvo en cuenta el factor de los fenómenos climáticos. “El efecto se hizo evidente en el 2020, cuando se rompió la regularidad del ciclo de vaciado y de llenado de los embalses. Pero se hicieron más evidentes en agosto pasado, cuando las represas no llegaron al nivel necesario para afrontar con solvencia hasta la nueva temporada de lluvias. Tradicionalmente, para el 15 de agosto, el sistema reporta niveles de llenado que oscilan entre el 80% y el 95 %, pero el del año pasado fue de 63%, lo que anticipaba un año con dificultades”.
El panorama entonces es de sumo cuidado, empezando porque el sistema Chingaza ya no llegará al nivel reportado en 2023, lo que significa que para el otro año ya tendremos inconvenientes en materia hídrica. Además, Natasha Avendaño, gerente del Acueducto, advirtió que si sigue creciendo la demanda solo tendremos abastecimiento hasta 2033.
De no actuar, esta medida que creemos permanente del racionamiento podría volverse permanente. De manera que está en manos de todos cambiar nuestra mentalidad y nuestros hábitos. Sí, también hay que buscar medidas para las industrias y demás entidades que generan grandes consumos de agua, pero mientras no entendamos que todo problema colectivo tiene sus soluciones en la suma de las individualidades, no podremos salir de esta crisis que, una vez más, podría volverse parte de la cotidianidad si no actuamos con prontitud.
Aquí en este enlace que les comparto al final podrán ver el especial, las gráficas, estadísticas y entrevistas que explican cómo llegamos a este punto de crisis con el agua en Bogotá.
Fuente:
Andrés Osorio Guillott, La crisis del agua en Bogotá, 21 septiembre 2024, El Espectador.
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