El científico y escritor sueco publica en español su 'Manifiesto por la oscuridad', un libro en el que analiza los beneficios de la noche y los peligros de sobreiluminar el mundo.
Por Juan F. Samaniego
Cada año que pasa, las noches son un poco menos noches. La contaminación lumínica ha aumentado un 10% anual en la última década. Una de cada tres personas del planeta (y más del 80% en Europa y Norteamérica), nunca ha visto brillar la Vía Láctea en el cielo nocturno. En las grandes ciudades, apenas se perciben a simple vista una veintena de estrellas. Pero la contaminación lumínica no solo tiene un impacto en nuestra conexión con el universo o en los aficionados a la astronomía.
El exceso de luz artificial nos hace dormir peor, altera nuestros ritmos circadianos, afecta a nuestros ciclos hormonales y al sistema inmunitario. Y lo mismo aplica al resto de animales y plantas. Además, aquellos que tienen hábitos nocturnos se ven desplazados de las condiciones de oscuridad en las que han evolucionado y en las que se alimentan, socializan o se reproducen. El científico sueco Johan Eklöf lleva años estudiando a algunas de estas criaturas nocturnas, como los murciélagos. Y ha visto en primera persona los efectos de la contaminación lumínica sobre el mundo natural.
En su Manifiesto por la oscuridad (recién publicado en español por la editorial Rosameron), busca acercarnos los beneficios de la noche, nos anima a entender y apreciar la oscuridad, de la que los seres humanos también somos parte, y nos describe las consecuencias negativas de un planeta sobreiluminado.
¿Qué es la oscuridad?
Esa es una pregunta sencilla, en cierto sentido, pero también bastante compleja. Científicamente, la oscuridad es la ausencia de luz. Nada más. Pero si la analizas a través de nuestra percepción y de nuestra cultura es más cosas. Por ejemplo, puede ser vista como una especie de estado mental en el que debemos relajarnos. O también como un momento del día o un lugar en el que viven los monstruos y nuestras fantasías. Sea lo que sea, pasamos en ella más o menos la mitad de nuestro tiempo.
De hecho, aunque la llamemos oscuridad, esa ausencia completa de luz no es algo habitual en la naturaleza. ¿Cómo utilizan los seres vivos las pequeñas fuentes de luz que están disponibles en la noche?
Es diferente entre especies. Los animales que viven en la noche suelen tener otros sentidos muy desarrollados, como el tacto o el olfato, o cuentan con herramientas como los bigotes o la ecolocalización. Casi todos tienen también ojos muy sensibles que les permiten captar cantidades muy pequeñas de luz, como la que emiten las estrellas. Por tanto, perciben la luz y el mundo de forma muy diferente a nosotros.
Los humanos también tenemos una especie de visión nocturna, aunque es un poco rudimentaria. Si nos sentamos en una habitación oscura o en el exterior por la noche, poco a poco comenzamos a adaptarnos y nos daremos cuenta de que vemos en la oscuridad un poco mejor de lo que habitualmente pensamos.
Somos fundamentalmente diurnos. Hacemos casi todo mientras hay luz. Pero, ¿para qué necesitamos la noche?
Nuestra hormona del sueño, la melatonina, no se activa si hay demasiada luz. Esta hormona le dice a nuestro cuerpo que es hora de relajarse, nuestro ritmo cardíaco se ralentiza y nuestra temperatura corporal baja. Todas estas cosas pasan porque vamos a estar quietos y dormidos durante algunas horas. Y son fundamentales para la salud de nuestro sistema inmunológico y para ordenar todo lo que hemos recogido en nuestro cerebro durante el día.
Sin embargo, vivimos en un mundo menos y menos oscuro. ¿Cuáles son los efectos de la contaminación lumínica en la salud humana?
Es algo bastante difícil de estudiar porque hay muchos factores que interfieren con los resultados. Pero se ha observado, por ejemplo, que la gente que trabaja a turnos y duerme peor tiene más riesgo de contraer enfermedades inducidas por hormonas, como el cáncer de próstata y el cáncer de mama. La obesidad y la diabetes son también más comunes entre los trabajadores por turnos.
Todo esto tiene que ver con los desajustes de nuestro reloj interno. La luz artificial hace que el día se haga más largo y la noche, más corta. Vivimos en una especie de desfase horario, en un jet lag permanente, que tiene todo tipo de efectos en la salud, muchos de ellos todavía por descubrir.
¿Significa eso que debido a la luz artificial nos acostamos más tarde y nos levantamos más temprano?
Sí, dormimos un poco peor y eso también hace que nos estresemos más por falta de sueño reparador.
¿Y afecta también al sueño del resto de los animales?
Los animales diurnos necesitan dormir por la noche tanto como nosotros. Por otra parte, los animales nocturnos tienen otros patrones de sueño, pero también con sus ritmos circadianos y sus relojes internos. En la naturaleza, lo único que nos dice la hora que es son la luz y la temperatura. Cuando alteras alguno de esos elementos, es difícil mantener el buen funcionamiento del reloj interno. Y estamos alterando ambos.
¿Cuál es el papel de la contaminación lumínica en la actual crisis de biodiversidad?
En los últimos años se ha debatido mucho sobre el declive de los insectos. En algunos lugares, sus poblaciones han descendido un 70% en tres décadas. Esto tiene muchas causas, evidentemente, como la deforestación y los pesticidas, pero la contaminación lumínica también es una pieza importante en el rompecabezas. Algunos científicos creen incluso que es la causa de mayor peso. Si nos paramos debajo de una farola y miramos hacia arriba, vemos una gran cantidad de insectos atrapados por la luz. Ahí nos damos cuenta de que la contaminación lumínica tiene un impacto real.
«Siempre hemos visto las estrellas en el firmamento»
La mayoría de especies prefieren vivir en la naturaleza, pero algunas se han adaptado a vivir con nosotros en las ciudades. ¿Cómo les afecta a ellas la luz?
A nivel individual, cada ejemplar tiene más tiempo para alimentarse o para aparearse. Hacen lo mismo que los humanos, que nos hemos acostumbrado a vivir en un día de 24 horas, siete días a la semana. Pero eso también implica que, si un animal está enfermo, desplaza esa enfermedad durante más horas al día y los patógenos le afectan más porque su sistema inmune está debilitado. También parece haber una tendencia evolutiva a que las aves de las ciudades tengan ojos más pequeños, porque no les hace falta ver en ausencia de luz.
Hasta ahora hemos hablado de los grandes efectos de la contaminación lumínica. Pero hay otro, que puede parecer menos importante: estamos perdiendo la conexión con el universo. En las grandes ciudades, apenas podemos ver un puñado de estrellas.
En nuestro día a día, no pensamos tanto en ello, porque podemos vivir sin ver las estrellas. Casi siempre son solo los astrónomos los que se quejan. Pero cuando empiezas a pensar en ello, en que siempre hemos visto las estrellas en el firmamento, en que es algo con lo que todas las personas del planeta y a lo largo de la historia pueden identificarse, entonces te das cuenta de que estamos perdiendo algo importante.
¿Por qué nos gusta tanto la luz, hasta el punto que la usamos en cantidades y formas que no necesitamos?
Es bastante natural que tengamos un poco de miedo a la oscuridad. Por eso hemos creado esa sociedad permanentemente iluminada en la que puedes ir a comprar en medio de la noche. Es cierto que necesitamos iluminación nocturna para los hospitales, por ejemplo. Pero damos por sentado que tenemos derecho a hacer lo que queramos y cuando queramos. Como nos sentimos inseguros si está oscuro, entonces encendemos las luces. A veces, simplemente, porque nos parece que la iluminación es bonita, como en los edificios históricos.
El elemento ornamental es evidente. Ahí están, por ejemplo, las ciudades que compiten por tener la mejor iluminación navideña.
Históricamente, ese pensamiento siempre ha estado ahí. Había que construir el edificio más grande, poner más luces que tu vecino. Ahora tenemos las ciudades llenas de pantallas y carteles brillantes, así que para destacar hay que poner todavía más luces, siempre hay que brillar un poco más.
Hacia el final del libro, afirma que la lumínica es la fuente de contaminación más fácil de solucionar. ¿Pero realmente lo es?
Bueno, no [risas]. Teóricamente lo es, solo tenemos que apagar las luces. Pero nadie está dispuesto a hacerlo. Lo que sí podemos hacer es empezar a pensar de forma diferente, quizá no necesitemos luces en todas las calles y en todos los parques. Podemos dejar algunas zonas iluminadas durante la noche, por si alguien quiere ir, y el resto oscuro. O podemos poner sensores de movimiento y temporizadores, para que las luces se apaguen si no se necesitan. También se pueden usar fuentes de luz menos dañinas, como la luz roja.
Hay muchas cosas que se pueden hacer sin tener que apagar las luces por completo. Aun así, creo de verdad que necesitamos tener algunos lugares con oscuridad total y utilizar corredores y reservas naturales oscuros para el bienestar de los animales y las plantas.
En realidad, hay varios ejemplos que muestran que es posible. Hay una red de pueblos en Francia donde apagan las luces por la noche. Y en España tenemos la isla de La Palma, que es casi una reserva de oscuridad. En estos sitios hay menos contaminación lumínica y la gente está contenta.
Sí, el movimiento en defensa de la oscuridad está creciendo, se está extendiendo por todo el mundo. Me gusta ser parte de ese movimiento, aunque como todo el mundo a veces también necesite la luz artificial.
Pero, ¿qué necesita el mundo para avanzar en esa dirección, para seguir el ejemplo de Francia o de La Palma?
Creo que, ahora mismo, políticamente es un suicidio intentar apagar las luces. Iluminar las ciudades y las calles se muestra como una herramienta en la lucha contra el crimen, aunque realmente se ha demostrado que no sirve de casi nada. Puede que algunos robos se reduzcan con más iluminación, pero no hay estadísticas serias que demuestren que la luz sea una solución real. Aun así, la gente y los políticos lo creen, por lo que tomar decisiones en contra de la iluminación es muy difícil.
«Si restauramos los ritmos circadianos en todos los animales, tendremos ecosistemas más saludables»
La luz artificial también juega un papel importante en la forma en que entendemos el progreso y creo que eso también es difícil de cambiar.
Es cierto. Para parecer exitosos y ricos tenemos que tener muchas luces. Creemos que una ciudad próspera tiene que ser también una ciudad brillante, pero no es necesariamente así.
Si consiguiésemos reducir la contaminación lumínica, ¿cómo se beneficiaría la naturaleza?
De tantas maneras que ni siquiera podemos imaginarlas todas. Si restauramos los ritmos circadianos en todos los animales, tendremos ecosistemas más saludables. Tendríamos más insectos y no interrumpiríamos la migración de las aves. Los murciélagos podrían estar cazando toda la noche. La luz afecta todo, desde el apareamiento hasta la alimentación, la migración y el sueño. Reducir la contaminación lumínica es tener ecosistemas más saludables, algo que sería beneficioso en todos los sentidos.
¿Y nosotros, cómo nos beneficiaríamos?
Probablemente estaríamos más sanos. Muchas de las enfermedades que sufrimos o el estrés tienen algo que ver con la contaminación lumínica. No nos desharíamos de ellas, pero nos resultaría más fácil dormir bien, descansar y tener un sistema inmunológico más sano, capaz de manejar mejor el resto de problemas.
Fuente:
Juan F. Samaniego, Johan Eklöf, ecólogo: «Vivimos en un ‘jet lag’ permanente por causa de la contaminación lumínica», 13 octubre 2023, Climática.
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