(Dique San Roque, 27 de noviembre del 2022)
Por Pablo Sigismondi
El río Suquía, que nace en el dique San Roque, está alimentado desde Sierras Grandes por dos cursos fluviales principales: el río San Antonio y el río Cosquín; ambos desembocan en el Lago San Roque. Desde este lugar, el Suquía baña numerosas poblaciones, entre ellas Córdoba, para desembocar finalmente en la Laguna del Plata, unida a la cuenca endorreica del Mar de Ansenuza (Mar Chiquita). Su caudal medio anual ronda los 10 m3/segundo.
La cuenca tiene actualmente una pérdida de caudal muy elevada, como consecuencia de la escasez de precipitaciones, lo cual amenaza la cantidad de agua dulce disponible, a media que se acentúa el calentamiento global y los estragos de La Niña. La importancia del análisis del agua se acentúa con el crecimiento de la extensa conurbación que desborda con amplitud los límites políticos del Departamento Capital. Más del 60% de la población cordobesa vive en una estrecha franja alrededor del Suquía. La escasez de agua amenaza los ecosistemas.
Este problema del estrés hídrico coincide con la respuesta gubernamental: licitación para traer agua desde el río Paraná, situado a 350 km de distancia, argumentando que será la forma de enfrentar la cada vez mayor tensión hídrica o escasez de agua. La Provincia de Córdoba, avalada por el gobierno nacional, nos endeuda más. ¿Cuál será el impacto ecológico de esta obra que, en principio costaría más de 400 millones de dólares?. Desconocido, ocultado o fraguado. O impunemente tergiversado o mentiroso (al estilo del de la bióloga Alejandra Toya y de Caminos de las Sierras).
Sin embargo, el gran problema que enfrentamos no es sólo la escasez, sino la contaminación que afecta la calidad del agua que compramos (a Aguas Cordobesas o sea Roggio) y que es cada vez más contraria a la salud de la sociedad. La mayoría de los ríos serranos se encuentran seriamente contaminados por la negligente actitud gubernamental en la degradación de las Sierras de Córdoba y de sus ecosistemas. El propio gobierno cordobés se encarga de arrasar montañas y biodiversidad con sus empecinadas autovías en Punilla y Paravachasca. Esta situación se suma al escaso manejo de los residuos cloacales de las ciudades y poblados de la cuenca, que arrojan líquidos sin tratamiento como si los ríos fueran depósitos de basura. Y además los incendios forestales que, cada año arrasan cientos de miles de hectáreas de los escasos bosques nativos en buen estado de conservación que aún perduran, apenas 2%.
Los resultados están a la vista: el Lago San Roque no sólo desciende su nivel sino que la concentración de contaminación aumenta, con todas las consecuencias de enfermedades relacionadas con el agua.
El menguado capital acuífero de Córdoba, pésimamente manejado por el sistema político ecocida de la satrapía del cordobesismo y sus cómplices políticos en el gobierno nacional traerá otras graves consecuencias. Acarrear agua desde el río Paraná (altamente contaminado) implicará el enorme costo energético, permanente, para poder ascender la diferencia de desnivel de más de 360 metros de altura. Existen pocos antecedentes a nivel planetario de algo similar. La sustentabilidad de la megalomanía la pagaremos debiendo generar más energía para abastecer las plantas de bombeo. ¿Qué estimaciones se han hecho al respecto? Al menos públicamente, no lo sabemos. ¿Por qué las satrapías del Golfo financian este despropósito del sátrapa y secuaces? Tampoco lo conocemos. Pero sí podemos comprobar que el negociado de la obra pública huele tan podrido como el olor irrespirable del lago San Roque, transformado en la cloaca del Valle de Punilla.
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