viernes, 6 de agosto de 2021

A 76 años de Hiroshima y Nagasaki: Jornada mundial por la Paz


La utopía por la paz es el único horizonte posible de nuestra civilización humana.

por Agustín Saiz

Un niño que nace en estos días tiene 50 % de posibilidades de ser contemporáneo a una guerra nuclear. Según el reloj del juicio final, elaborado por un panel de científicos expertos, estamos tan solo a 100 segundos de la medianoche nuclear. Nunca antes estuvimos tan cerca. Ni siquiera durante la crisis de los misiles en Cuba (62) o en la guerra fría de los años 80. Con el avance de la tecnología, las armas hoy en día han desarrollado una capacidad de destrucción que alcanza hasta mil veces la bomba de Hiroshima o Nagasaki, por lo que un conflicto desatado entre cualquiera de las potencias nucleares, puede provocar un invierno nuclear que no solo afectaría a los países bombardeados, sino que indefectiblemente trastocaría a todo el resto del planeta de manera irreversible. No podemos quedarnos parados, ni vivir cautivos de este riesgo. Tampoco debemos simplemente delegar responsabilidad a nuestras autoridades. Es un deber de cualquier ciudadano, desde el lugar del mundo donde se encuentre, que sea protagonista del cambio a favor de la paz y exija el derecho de vivir en un mundo sin armas nucleares.

Desde hace más de 75 años, cuando se inició la carrera nuclear con los ataques a las poblaciones civiles de Hiroshima y Nagasaki, los países que desarrollaron estas armas se han posicionado a la cabeza de los organismos internacionales, para imponer desde allí sus condiciones sobre el resto. Desde febrero de 2021 y gracias a un grupo de países, la mayoría periféricos, que han tenido el coraje de desafiar al establishment, se ha completado el cupo de votos en Naciones Unidas y promulgado por primera vez la ley internacional de prohibición de armas nucleares. A pesar de todo este esfuerzo, los países nuclearizados siguen haciendo oídos sordos y continúan actualizando ilegalmente sus arsenales en lugar de desmantelarlos.

Es hora de que se escuchen nuestras voces y que la presión de los que bregan por la paz, genere un movimiento internacional que reclame por el desarme total y definitivo, para garantizar la supervivencia del planeta y de las generaciones que vienen. Hasta que no deje de existir una sola arma nuclear seguiremos gritando: la utopía por la paz es el único horizonte posible de nuestra civilización humana.

La tecnología nuclear no emerge en nuestras sociedades como una respuesta a nuestras necesidades. Nace de un proyecto tan grande como clandestino denominado el proyecto Manhattan, en donde las potencias occidentales montaron una infraestructura demencial de recursos ilimitados, para desarrollar a espaldas de la gente, una tecnología con capacidad de destrucción más allá de lo concebible para cualquier ser racional.

En palabras del presidente Truman después de festejar el atentado a Hiroshima: “Llegamos a emplear a 125.000 personas involucradas en el funcionamiento de las plantas, la gran mayoría han trabajado ahí durante dos años y medio, pero muy pocos saben realmente lo que han estado produciendo, ven grandes cantidades de material que entra y nada que sale”.

Todavía al día de hoy sigue siendo un puñado de personas el que le impone al resto el riesgo de un holocausto nuclear. Nadie es realmente consciente de lo que está en juego. Los discursos en nombre del progreso, plagados de falacias, siguen siendo los mismos desde el inicio de la carrera nuclear. Garantizar la paz a través de arsenales nucleares es una contradicción que estas personas se pueden permitir decir impunemente, en la medida que continúen dominando la opinión pública y sometiendo el mapa de la geopolítica mundial con su tiranía.

Indagar el rasgo psicópata de las mentes que instrumentan el poder nuclear en todo el planeta, nos permite realizar la verdadera dimensión de la amenaza que pende sobre todos nosotros. El uso de armas nucleares en un conflicto armado es una primera opción para muchos programas del pentágono, que hoy en día han sustituido la construcción del enemigo terrorista por la amenaza que representa el ascenso de Rusia y China en la lucha por la hegemonía global. Un ataque nuclear no es la última excepción para un país que se ve acorralado y que debe defenderse para sobrevivir. Y si así lo fuera, existen muchas otras formas de resistencias más dignas antes que la opción de aniquilar decenas de miles de víctimas inocentes. En rigor de la verdad, el escenario más probable es el de una escalada nuclear, donde algunos sectores de los países nuclearizados están dispuestos a dar el primer golpe y el resto a contratacar bajo la estrategia de defensa de la destrucción mutua asegurada. Otra gran mentira que se ha arraigado hondo en la lógica de las cúpulas militares, ya que la verdad es que está demostrado que un ataque unilateral, es suficiente para trastocar todo el planeta y someternos a las consecuencias de un invierno nuclear.

La humanidad entera esta lista para ingresar a una nueva etapa de la historia, pero para ello debemos confrontar este poder que engloba las múltiples encrucijadas que este sistema nos impone. Desde los vértices de la cúpula desde donde se dirige este mundo, la última instancia es el botón nuclear, que pasa con cada cambio de gobierno, de un psicópata a otro.

Exigimos que el gobierno nacional firme el tratado de prohibición de armas nucleares y que forme parte de una coalición de países que exija, denuncie y sancione a nivel internacional a los países que poseen armas nucleares.

Exigimos que se cancele la importación del reactor nuclear Hualong One que quieren emplazar en Zárate (Buenos Aires, Argentina) cuya tecnología de uranio enriquecido es un desprendimiento directo de la vertiginosa producción de cabezas nucleares de China.

Exigimos que se desmantelen los reactores nucleares de Atucha 1, 2 (Zarate) y Embalse (Córdoba) que fueron planificados durante la última y sangrienta dictadura cívico militar eclesiástica, cuando argentina buscaba cerrar el ciclo del uranio para convertirse en potencia nuclear.

No la energía nuclear en cualquiera de sus formas.

En memoria de las víctimas de los atentados de Hiroshima y Nagasaki y de todas aquellos que padecieron y padecen las consecuencias nefastas del uso de la energía nuclear y la industria uranífera en todo el planeta.


La obra de arte que ilustra esta entrada es “L'Homme d'Hiroshima” (El hombre de Hiroshima), un tapiz de 4,37 × 2,92 metros, realizado en 1957 por el artista Jean-Lurçat, considerado el renovador de la tapicería francesa. La silueta del hombre en desintegración resalta sobre un fondo verde, adoptando la forma del “hongo atómico”. El hombre es destruido física y moralmente, como lo prueban las llamas que salen de su cráneo. A ambos lados de este cuerpo, se rompen, se pulverizan 4 objetos simbólicos. La cruz evoca la noción de creencia. La hoz remite tanto a la labor como a la ideología. Los guantes blancos serían un símbolo de los códigos educados de nuestra civilización occidental. Por último, el libro materializa la idea de saber. Lurçat muestra así que la bomba atómica puso en entredicho numerosos fundamentos de la sociedad occidental. Texto: Museo Jean-Lurçat de la tapicería contemporánea, Angers, Francia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario