lunes, 12 de abril de 2021

Escapar de la trampa del uranio I

Una comunidad en Malí que evitó la minería de uranio busca ahora aliviar el sufrimiento causado mediante la solidaridad y la protección del medioambiente.

por Many Camara

L’Action Solidarité Faléa 21

Artículo publicado originalmente en Beyond Nuclear International.

La municipalidad de Faléa se encuentra en el oeste de Malí en la frontera con Guinea y Senegal. Su población alcanza las 17.000 personas y la mayoría son jóvenes (entre 15 y 35 años) y femenina (aproximadamente un 62 %) de las etnias djalonke, mandinka, fula y diakhanké.

La Conferencia de Berlín de 1884-5 determinó las fronteras africanas tal y como hoy las conocemos. Ahora, las empresas internacionales tienen los derechos de explotación de las tierras arables y los recursos de prácticamente todo el continente, incluyendo el uranio de Faléa.

Hace 20 años, la empresa francesa COGEMA, después conocida como AREVA y ahora como Orano, descubrió depósitos de uranio, cobre y plata en Faléa. En 2007, el gobierno de Malí firmó un acuerdo con la compañía canadiense Delta Exploration, ahora Rockgate Capital Corp, y después con Denison Mines para las futuras exploraciones de sus recursos. Las condiciones del contrato siguen sin hacerse públicas.

A los vecinos ni se les informó ni consultó. Tanto el concilio de sabios, el ayuntamiento “moderno” que se estableció en 1999 como la población local quedaron completamente apartados del proceso de toma de decisiones. Hasta que, en 2008, se construyó una pista de aterrizaje a 50 metros del colegio de educación primaria.

En Malí se conceden 60 licencias anuales para la exploración y/o explotación a empresas extranjeras. En esta fiebre de la extracción alentada por el gobierno maliense, el uranio y la bauxita ocupan un lugar especial. También hay búsqueda de oro, de hecho, Malí es el tercer productor de oro de África. El mayor potencial de uranio lo encontramos precisamente en Faléa. El área cuenta con una extraordinaria biodiversidad y riqueza cultural.

Tradicionalmente, la tierra en Malí no pertenece a nadie. El maitre de la terre, jefe de la tierra, otorga la tierra a quien necesita cultivarla. Quedan reconocidos oficialmente como los cultivadores de la tierra y pueden cavar pozos o plantar árboles, por ejemplo.

El sistema tradicional se basa en la sabiduría antigua, que rechaza hacer de la tierra una propiedad privada o un bien comercial. La tierra se considera propiedad de las personas y no puede ser parte de una transacción.

Solo fue en 1996 cuando Malí, teóricamente independiente desde 1960, adoptó su constitución, recogiendo la descentralización administrativa, incluida la ley del suelo, en una copia exacta de varios artículos de la constitución de la V República Francesa. Desde entonces la reforma administrativa e institucional convive con las leyes antiguas. Esto ha dado lugar a una gran confusión legal, precisamente en una época de competencia entre empresas internacionales por el control de sus recursos naturales.

Se esperaba que esta inevitable confrontación, ya comenzada en las zonas rurales, ha impuesto la lógica del mercado sobre el territorio, y la tierra ha pasado a ser una materia prima especulativa.

El proyecto de la mina de uranio se forjó y aprobó en privado entre el estado maliense y las empresas mineras extranjeras a partir de 2007. En vista de la amenaza que la mina suponía para su salud, medioambiente, tierra arable, agua y legado cultural, la población de Faléa se movilizó para prevenir que sucediera.

En este contexto, y tras una lucha que duró varios años y recibió el apoyo de varias ONGs de todo el mundo, el poco confiable presidente de Mali se vio obligado a declarar a finales de marzo de 2011 que el proyecto minero de Faléa quedaba cancelado. Pese a la felicidad que originaron estas declaraciones en un primer momento, nunca inspiraron demasiada confianza.

Sigue en la segunda parte.

Traducción de Raúl Sánchez Saura.


Fuente:

Many Camara, Escapar de la trampa del uranio I, 12 abril 2021, El Salto Diario.

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