por Doménica Montaño
PUYO, Ecuador, 1 dic 2020 (IPS) - Si la esperanza pudiera reírse, sonaría como la risa de Nemonte Nenquimo. Ya sea a través de la pantalla de un computador o el parlante de un teléfono celular, el fuerte sonido de su carcajada parece una invitación de amistad imposible de ignorar, así como su lucha por la Amazonia. Nenquimo, una mujer indígena waorani de 35 años, ha encabezado la protesta de su gente para que el Estado ecuatoriano respete los territorios y los derechos de las nacionalidades indígenas amazónicas.
En 2016 creó la Alianza Ceibo para atender las necesidades de comunidades a’i kofan, siona, siekopai y waorani. En 2019 encabezó la demanda que suspendió el proyecto de explotación petrolera del bloque 22 en la provincia de Pastaza, un foco de biodiversidad, que a la vez es fuente de petróleo, con Puyo como capital.
Esa es la defensa territorial a la que se ha avocado Nemonte Nenquimo, nombre melódico como una sonaja. La victoria legal que obtuvo podría sentar un precedente sobre la explotación petrolera en la Amazonía ecuatoriana y ha conquistado la atención del mundo entero.
Una lideresa de renombre internacional
A Nenquimo acaban de darle el premio Goldman: el mayor reconocimiento ambiental que se entrega a nivel mundial. Antes que ella, lo recibieron personajes como: Alberto Curamil, Luis Jorge Rivera, Berta Cáceres, Ruth Buendía y Francia Márquez.
Curamil lo recibió en 2019 por dirigir a su comunidad mapuche en la detención de la construcción de dos proyectos hidroeléctricos en el sagrado río Cautín de Chile. A Márquez le fue entregado en 2018 por organizar a las mujeres afrocolombianas de La Toma y detener la extracción ilegal de oro en sus tierras ancestrales.
En 2016, Rivera lo recibió por liderar una campaña para establecer una reserva natural en el Corredor Ecológico Noreste de Puerto Rico. Cáceres fue galardonada en 2015, un año antes de su asesinato, por emprender una campaña que presionó con éxito al mayor constructor de represas del mundo para que se retirara del proyecto de Agua Zarca. Y en 2014, Buendía lo recibió por unir al pueblo Asháninka en una campaña contra las represas a gran escala en Perú.
A Nemonte Nenquimo, cuyo nombre en wao tereo, su lengua materna, significa estrella, y a quien sus amigos más cercanos llaman Nemo, le entregan el Goldman de 2020 por la defensa de su territorio, específicamente por la victoria legal para evitar la explotación de los pozos petroleros en el bloque 22 de la Amazonia ecuatoriana.
“Ese premio no es para mí, es para todos porque solita no hubiera llegado”, dice Nenquimo, moviendo sus ojos inquietos, pintados con semillas de achiote, con un español fluido y a través de una pantalla, símbolo de estos tiempos pandémicos.
Su esposo, Mitch Anderson, un estadounidense ambientalista y director de la organización Amazon Frontlines, dice que el Goldman es una oportunidad para mostrarle al planeta la lucha de los pueblos indígenas: es la tercera vez que un activista ecuatoriano lo gana.
En 1994 lo recibió Luis Macas por dirigir una lucha pacífica por los derechos indígenas y en 2008 lo recibieron Pablo Fajardo y Luis Yanza por liderar, durante décadas, el caso por daños ambientales causados por la operación petrolera de Chevron-Texaco en la Amazonía Norte del Ecuador.
Este reconocimiento ha vuelto a poner a Nenquimo en el centro de las páginas de los medios, de los feeds de las redes sociales y de los horarios estelares de los noticieros. Hace unas semanas, el actor Leonardo DiCaprio escribió en la revista Time unos breves párrafos de por qué Nenquimo es una de las 100 personas más influyentes del mundo.
En ese entonces, la lideresa indígena dijo que le llamaba la atención que el reconocimiento fuese solo para ella. “Los occidentales son egoístas y siempre reconocen solo a una persona”, dice Nenquimo, mientras deja ver el pequeño espacio entre sus dientes delanteros, por encima de su quijada en punta.
El rostro de una lucha colectiva
Abre sus ojos cafés para decir que la cultura waorani privilegia el colectivismo y ella siente que ni el Goldman, ni la presencia en la prestigiosa lista de Time, se los ha ganado ella sola. “Yo represento a millones de personas indígenas que luchamos por la naturaleza. Si me reconocen a mí, nos están reconociendo a todos”, afirma mientras reconoce lo abrumador que resulta estar en la mirada del planeta entero.
Nenquimo asegura que le cansan las cámaras, la atención, los mensajes de WhatsApp y las llamadas. Cuando siente que ya no puede con la presión, se refugia en la naturaleza y se desconecta de todo y de todos. “Me gusta ir a donde hay cascadas. El golpe de la cascada saca el malestar y los malos pensamientos. Me ayuda a aclarar la mente, me fortalece”. Para ella, esa es su terapia: ir a la selva, pensar y respirar.
Nenquimo creció en Nemonpare, una pequeña comunidad waorani donde viven no más de 10 familias grandes, y que está a dos días de caminata de Puyo, la capital de la provincia de Pastaza. Cuando nació, los funcionarios del Registro Civil, arquetipo estatal de la cultura mestiza, no quisieron inscribirla como Nemonte.
Su hermano Oswaldo -a quien todos llaman Opi- dice que le pusieron Inés “para complacer a los blancos mestizos. Un nombre de cédula”. Pero en casa siempre fue Nemonte.
La tía de su papá le puso ese nombre porque al verla supo que era “como una estrella y quería que llevara su sabiduría y su cultura”, dice Opi. Para él, aunque haya personas que critiquen a su hermana por el nombre de Inés, Nemonte siempre será ‘Nemo’ porque es el espejo de su esencia interior.
En Nemonpare, entre los onkos -casas triangulares de troncos y palmas entretejidas- y las trochas hacia la selva, Nemonte Nenquimo vivió su infancia y adolescencia. Le gustaba sentarse con los abuelos -pikenani en wao- y cantar.
“No podía estar quieta”, recuerda entre risas su hermano Oswaldo. Era la tercera de diez hermanos, y la primera mujer de todos ellos. “Fui como una mamá. Aprendí a cuidar y proteger a mis hermanos, a mis animalitos y a la naturaleza”, dice la lideresa indígena.
A los 15 años se escapó. Sin el permiso de sus padres, se fue hasta la capital del país, Quito, para estudiar en una escuela misionera. “Quería aprender español. A esa edad era muy curiosa de saber el mundo occidental”, dice.
Pronto se dio cuenta que ese mundo que algún día le llamó la atención no era lo que imaginaba. “El ambiente era triste. Mi corazón era de volver a mi familia”, recuerda con una voz que se pasea entre la culpa y la nostalgia. Tres años después de vivir en Quito, volvió a su casa.
Ahora que asumió su rol como lideresa waorani, Nenquimo viaja por todo el mundo: San Francisco, Ginebra, Río de Janeiro, Nueva York.
“Yo escuchaba que Nueva York era muy bonito y que los ecuatorianos se iban allá para hacer una vida mejor”, dice del otro lado de la videollamada. “Pero yo no vi nada mejor, la gente ahí no vive bien, no vive tranquila”, asegura. Por eso, siempre vuelve a casa.
“Donde sea que me reconozcan como líder o donde sea que me vaya, nada me va a cambiar. Amo quien soy, una mujer waorani”, afirma. Cuando sale a recorrer el mundo para contar su lucha, es como si llevara consigo su casa.
Una constante lucha por la naturaleza
En 2010 se vinculó a un proyecto de la Asociación de Mujeres Waorani de la Amazonia Ecuatoriana (AMWAE) que buscaba detener el comercio de carne silvestre. En ese entonces, los indígenas waorani cazaban guantas, huanganas, pecarís, y chorongos dentro del Parque Nacional Yasuní para venderlos en el mercado de la comuna Pompeya, al pie del río Napo, al norte de la Amazonia.
Las especies se estaban extinguiendo y, además, el comercio de carne silvestre podía ser profundamente problemático: tal como se comprobó con la aparición del covid-19, la enfermedad causada por un nuevo coronavirus que salió de un mercado de venta de carne silvestre en China.
Ana Puyol, exdirectora de la Fundación EcoCiencia, estuvo involucrada en la iniciativa que planteaba reemplazar la venta de carne silvestre por prácticas sustentables. Así conoció a Nenquimo y cuando la recuerda, piensa en su carcajada.
“Era como si tuviera la risa muy cerca de ella siempre”, dice Puyol. También recuerda que, aunque los diálogos sobre la carne silvestre eran difíciles, Nenquimo siempre encontraba una forma de transmitir esperanza y alegría.
Como si le hubiera contado una anécdota graciosa, Puyol se ríe cuando le pregunto cuál es su principal recuerdo de Nenquimo. “Su risa es increíble, siempre que la pienso me la imagino con su gran sonrisa. Hasta en el día más duro, siempre nos hacía reír”. “Nemonte es una luz”, agrega.
La ganadora del Goldman 2020 recuerda los tiempos del proyecto junto a la AMWAE. Bajo la guía de la lideresa waorani Manuela Ima, las mujeres no solo lograron detener el comercio de carne silvestre sino que crearon un programa para hacer y vender artesanías y chocolates, y así ser más independientes. Nenquimo aprendió mucho de ellas.
Sin embargo, la lideresa produce afectos divididos: muchos waorani no la consideran una mujer waorani de verdad porque su mamá es sápara, otra de las 11 nacionalidades indígenas de la Amazonia ecuatoriana.
Pero Nenquimo dice que nunca se ha sentido menos waorani. “Yo considero ser mujer wao como mi papá. No sé nada de la cultura de mi mamá. En lo más profundo soy mujer waorani”, asegura con determinación.
En 2013 empezó a trabajar en la construcción de un sistema de agua lluvia limpia para su comunidad y allí conoció a Mitch Anderson, que llevaba dos años trabajando en la Amazonia de Ecuador.
Los dos tenían una lucha en común por la dignidad de los pueblos indígenas y trabajaban juntos en proyectos para apoyar a las familias y a los niños. Así, en algún punto, que ninguno de los dos recuerda con exactitud, se enamoraron y se casaron.
Sin embargo, para algunas personas del mundo indígena su relación es problemática. Manuela Ima dice que, en la Asociación de Mujeres Waorani de la Amazonia Ecuatoriana, Nenquimo nunca podrá ser lideresa porque “para serlo tendría que estar casada con un wao y no lo está”. Alicia Cahuiya, otra lideresa waorani, dice que muchos en su comunidad no están de acuerdo con que una lideresa waorani esté con un “gringo”.
“Mi pareja respeta mi cultura y mis decisiones. Es alguien que tiene mucho respeto, mucho valor, y siempre está conmigo trabajando para proteger el territorio waorani”, asegura Nenquimo. Oswaldo, su hermano, se ríe y recuerda que cuando lo conocieron, pensaron:“¿Gringo aprenderá a vivir en la selva?”.
Para responder esa pregunta lo llevaron a cazar con un machete y una escopeta. Regresaron 15 horas después con varios animales y Anderson les demostró por qué ‘Nemo’ se había enamorado de él, era diferente.
En mayo de 2015, nació Daime Omere Anderson Nenquimo, la hija de la pareja. Daime significa arcoiris en wao tereo. Su llegada se convirtió en otra razón para que su madre insistiera en la protección de su territorio y su cultura. Quiere dejarles a sus hijos un ambiente sano, agua limpia, aire puro, y una selva como en la que ella creció: “sin petroleras y sin contaminación”.
Una victoria “histórica”
Mientras construían los sistemas de agua lluvia, en 2013, Nenquimo y otros líderes de los pueblos a’i kofan, siona, siekopai y waorani notaron que compartían muchas cosas -resistencias, luchas y visiones-, y que juntos podían hacer más.
En 2016 crearon la Alianza Ceibo, una organización que trabaja por la selva, la cultura y el bienestar de las cuatro nacionalidades indígenas. Un proyecto que también les ha traído reconocimientos y alegrías.
En junio de 2020, la alianza ganó el Premio Ecuatorial, un reconocimiento del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) que premia iniciativas innovadoras para proteger la biodiversidad y enfrentar el cambio climático.
Aunque Nenquimo lideró Alianza Ceibo hasta 2018, ese trabajo marcó el inicio de su camino como la reconocida defensora del ambiente y los pueblos indígenas que es hoy.
Cuando terminó su periodo dirigiendo la alianza, Nenquimo viajó desde Puyo hasta Nemonpare para visitar a su mamá. Allí, en una asamblea donde todos los candidatos eran hombres, la joven indígena se convirtió en la primera presidenta del Consejo de Coordinación de la Nacionalidad Waorani de Pastaza (Conconawep).
Desde ese puesto comenzó su lucha más importante, la cual había sido iniciada por la comunidad en 2012.
En ese año, un grupo de técnicos de la entonces Secretaría de Hidrocarburos del Ecuador hizo una supuesta consulta sobre la explotación del bloque petrolero 22, que ocupa unas 200 mil hectáreas en la Amazonia ecuatoriana -cerca de la mitad de la extensión de Quito-, y es uno de los 13 proyectos de la llamada “Ronda Suroriente” que el gobierno ecuatoriano planeaba licitar a empresas nacionales e internacionales.
Según Gilberto Nenquimo, líder de la Nacionalidad Waorani del Ecuador (NAWE), la consulta de 2012 “fue una trampa”. El líder asegura que gente del gobierno llegó en helicópteros a varias comunidades waorani, les regalaron botellas de Coca Cola y alimentos enlatados, y les dijeron que firmaran un papel que decía que el gobierno iba a trabajar para proteger la Amazonia.
Los waorani firmaron, pero no sabían que el gobierno utilizó las firmas para decir que los indígenas estaban de acuerdo con la explotación petrolera.
Siete años después de la supuesta consulta, en 2019, Nenquimo encabezó la acción legal contra el Estado ecuatoriano por ese “engaño”. La demanda decía que el Estado violentó el derecho del pueblo waorani de Pastaza a la consulta previa, libre e informada sobre el plan de explotación del bloque 22.
Según la Constitución, antes de siquiera explorar la presencia de recursos no renovables en territorios indígenas, se debe hacer una consulta obligatoria y oportuna. Si la comunidad no da su consentimiento, no se puede explotar ese territorio.
María Espinosa, una de las abogadas que apoyó el proceso legal, cuenta que preparar la demanda tomó dos años y recuerda un día en la casa de Nenquimo en Nemonpare.
“Estábamos ahí todos hablando con varias mujeres wao sobre el territorio y el valor que tiene para ellas y entonces Nemonte empezó a cantar”, dice Espinosa en una llamada telefónica. “Nos transmitió algo que sentí como un mensaje poderoso”, dice la abogada. En ese momento Espinosa supo que estaban yendo por buen camino y tenían que seguir adelante.
Andrés Tapia, comunicador de la Confederación de Nacionalidades Indígenas de la Amazonia Ecuatoriana (Confeniae), recuerda a Nenquimo con su hija siempre al lado. “Iba con ella a las marchas, a las asambleas y a las audiencias”, dice Tapia.
Para Nenquimo, tener una hija pequeña nunca ha sido un impedimento para luchar. Al contrario, va con ella a todas partes porque quiere que “aprenda sobre su cultura y su lucha”.
Mientras hablo con Mitch Anderson vía Zoom, Daime de cinco años, vestida de princesa, se acerca tímida a la pantalla y me saluda en inglés. Me cuenta que extraña a su mamá y dice: “I want to be like her” (quiero ser como ella).
Julio de 2019 fue el mes de la dicha waorani. La Corte Provincial de Pastaza determinó que la supuesta consulta de 2012 hecha a las comunidades no cumplió con estándares nacionales e internacionales.
La decisión no solo protegió a las 200 000 hectáreas del bloque 22 sino también a las más de cuatro millones de hectáreas de selva que se querían subastar con el proyecto Ronda Suroriente. Carlos Mazabanda dice que la victoria marcó un precedente para que todos los pueblos y nacionalidades indígenas del país puedan exigir que se respeten sus territorios y sus vidas.
Cuando Nemonte Nenquimo piensa en la decisión de los jueces, simplemente sonríe.
Este artículo fue publicado originalmente por la plataforma ambientalista Mongabay.
RV: EG
Fuente:
Doménica Montaño, Nemonte Nenquimo: “la estrella” waorani ganadora del premio Goldman, 1 diciembre 2020, Inter Press Service.
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