jueves, 31 de diciembre de 2020

2021: Los ojos ciegos bien abiertos

por Daniel Díaz Romero

Sala de Prensa Ambiental

Zoonosis virales, orígenes del confinamiento masivo de la población planetaria durante el 2020. Situación inédita que nos mostró sin coraza tecnológica que nos protegiera. Despojo a la soberbia, para recordarnos que a la naturaleza se la domina obedeciéndola.

¿Nos habremos dado cuenta que perdimos el paraíso habitando un experimento socio-ambiental que atravesó a todas las clases sociales igualandonos?

Queda atrás la romantización primera que mostraba a la humanidad conmovida y desandando un apagón planetario producido por un virus, una entidad biológica microscópica que de tan pequeñita desafiaba la noción de ser vivo.

Por detrás, un doble golpe: pandemia y crisis climática avanzaron a paso firme.

La especie humana, entre millones de especies, confinada en sus covachas buscando salvarse de la muerte.

De aquí en más, todas las predicciones dejaron de serlo en este año en que los seres humanos debimos distanciarnos y utilizar tapabocas; empujados por la incertidumbre a recluirnos en nuestros hogares, situación que nos colocó en nuestro lugar: seres indefensos en el sentido más extremo; apenas un eslabón en la cadena de la vida.

El 2020 fue el año del aislamiento social.

El 2021 debiera ser el año del aislamiento ambiental, tomando la distancia necesaria para respetar los ritmos y espacios del equilibrio natural: acabamos de trasponer un límite donde el cambio climático y una pandemia signaron el rumbo de nuestra vida.

Co-Gobierno científico y panic show

El 2020 podría ser observado como el año en que algunos científicos co-gobernaron el mundo. Por primera vez, los mandatarios se mostraron con personalidades del universo académico: una simbiosis político-científica -también inédita- que aplica sólo a la emergencia sanitaria global en el cortísimo plazo.

No quedan dudas, entonces, que esta alianza también debe sostenerse en cuestiones ambientales de fondo para revertir una situación que se mantiene desde hace décadas: millares de científicos desoídos en sus alertas, producto de la presión de un modelo de consumo y producción insaciable que ha empujado a esta coyuntura en la que, muchas veces, las sociedades van por delante de un sistema agotado, política y económicamente.

En el medio, el rol del viejo periodismo transparentado a partir de la proliferación de fakes news que siguen alimentando una sociedad más tecnologizada y teologizada con idealizaciones tan peligrosas como el hallazgo de vacunas que dejan atrás -momentáneamente- la peste.

Las tecnologías de la comunicación permitieron seguir las informaciones minuto a minuto mientras observábamos cómo la infección iba pasando de un país a otro, de un pueblo a otro. Ese fenómeno aumentó considerablemente nuestra percepción de peligro constante, de riesgo. Una invasión de falsas informaciones que afectaron el estado de ánimo de la población.

Sin embargo, la escasa importancia que se le atribuye al origen del problema es preocupante. Últimas oportunidades para decidir si vamos a esperar nuevas cepas virósicas para confinarnos nuevamente hasta que aparezca una nueva vacuna, o la sociedad global torcerá su destino defendiendo el delicado equilibrio de la vida.

Deseosos de vacunas, ya las teníamos pero no supimos preservarlas: eran las barreras naturales para contener nuevos virus. Pero el avance irracional sobre la naturaleza y sus ecosistemas abrieron la puerta de esta funesta jaula virósica.

Atrás han quedado números que representan muertos. Detrás de cada muerto quedan historias, afectos y proyectos de vida arrebatados.

El barbijo en los ojos

Si el tapabocas se convierte en tapaojos, el destino del planeta queda solo en manos de los gobernantes y corre decidido hacia un final, como mínimo, poco feliz.

La soberbia humana recibió un bofetón este año y, ante esto, la civilización no debiera seguir su curso como si nada porque este delicado escenario expresa la precariedad en que la civilización va recorriendo un camino sinuoso.

La llegada de una vacuna como hazaña heroica es la negación que disfraza el origen de la tragedia. Una trampa tendida por la propia humanidad en la que caímos sin previo aviso.

Necesitamos una mirada serena, desacelerada y honesta respecto de nuestra relación con la naturaleza porque el riesgo de nuevas pandemias está a la vuelta de la esquina.

En este caótico 2020 vimos un mundo paralizado, esa es la imagen que debe quedarse porque las vacunas siempre llegarán a destiempo en medio de estas tragedias globales que dejan un tendal de muertos en el camino.

Este apagón planetario nos desnudó como especie que no logra el equilibrio para vivir en un planeta sano intentando sobrevivir en un estado de crisis ambiental permanente. Atrás, pero no tan atrás, el 2020 y sus millones de muertos, comunidades empobrecidas y miserias humanas.

Impunidad de rebaño

La hiperconectividad de las actuales poblaciones humanas provocó que la enfermedad se dispersara, segundo a segundo, por cada rincón del planeta. Una propagación sobre grandes distancias y en una densidad poblacional muy elevada que aumentó la circulación viral en niveles desconocidos, hasta que lo conocimos.

Con origen en la fauna silvestre, el COVID 19 -SARS COV 2- pudo franquear la barrera de especies adaptándose a la transmisión humano-humano.

Necesitamos serenidad para evaluar lo que estamos haciendo con el planeta y qué tipo de vida estamos permitiendo que se desarrolle. Esta pandemia fue un espejo para mostrarnos que somos una parte muy pequeña y frágil del planeta.

Pese al endiosado entorno tecnológico que rige nuestras vidas, caímos en el literal lavado de manos y el aislamiento social. Otro bofetón dirigido a nuestra fragilidad como especie que vuelve a alertarnos acerca de soluciones sanitarias -como la producción de vacunas a escala mundial- desatendiendo el origen ambiental que convoca a un reincidente errorismo de Estado.

Las desigualdades planetarias y la interdependencia crisis climática-pandemia son parte de lo viejo que aún no muere mientras lo nuevo no acaba de nacer, diría Antonio Gramsci.

Los virus seguirán estando y no son una entidad maléfica.

Lo ambiental es parte de la solución pero seguimos violentando los umbrales de la naturaleza sosteniendo un insostenible sistema comercial que elige las opciones más destructivas.

El miedo ambiente del siglo XXI

Convencidos de que estamos escribiendo la historia, interesan más los paneles solares que los bosques. Un muerto puede ser un número o una persona. Nosotros habremos de decidir.

Ya existen indicios que nos permiten adivinar el futuro si seguimos rompiendo la piñata. En el 2020 cruzamos el umbral. Así como los ecosistemas no conocen de límites geográficos, el tiempo y sus circunstancias no reconocerán de fines de año.

Vimos lo peor.

El rey se paseó desnudo frente a nuestros ojos y no lo vimos en esta odisea del 2020 que nos mostró una sola cara: la de la emergencia sanitaria, escondiendo la fragilidad de la convivencia de nuestra especie con el planeta. No se puede estar sano en un ecosistema enfermo.

Contención y mitigación de una pandemia son fases que no deben acotar nuestra mirada de corto alcance. El mensaje exitista de una vacuna es solo un placebo si el planeta continúa siendo un aguantadero de avaros rufianes del ambiente y nosotros, espectadores prisioneros de estadísticas.

Una nueva normalidad que, hasta ahora, sigue los viejos dogmas que nos arrinconaron en el 2020 hacia una victoria tan pírrica como momentánea.

El 2021 será un paso hacia adelante o hacia atrás y ninguna otra cosa más.


Fuente:

Daniel Díaz Romero, 2021: Los ojos ciegos bien abiertos, 31 diciembre 2020, Sala de Prensa Ambiental.

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