jueves, 1 de octubre de 2020

Por qué se nos incendia Córdoba: las claves del fuego

Las sierras de Córdoba quemadas, agosto 2020. Foto: Sebastián Salguero / Greenpeace.

2020 será uno de los cuatro peores años de los últimos 20 en superficie quemada. El impacto es acumulativo. Los datos esenciales y los puntos en debate, para ayudar a entender el fenómeno, sus desafíos y sus consecuencias.

por Fernando Colautti

¿Es el clima la gran explicación?

Todos los especialistas marcan que es el factor central que explica que más focos iniciados se expandan y escapen de control. Córdoba se ubica, por razones climáticas y geográficas, entre los lugares del mundo con mayor riesgo de incendios.

Tiene meses de estación seca, casi sin lluvias, que encuentran pastizales y forestaciones secas tras las heladas de invierno. Cuando se suma escasa humedad y viento, los riesgos se multiplican.

Si además la humedad es menor del 10 por ciento y la temperatura asciende, pueden generarse “incendios explosivos”, que se tornan incontrolables por su avance agresivo. Y cualquier inicio se hace foco. Esas condiciones se dieron en 2009, en 2013 y en 2020.

Pero no hay modo de cerrar la explicación sólo con el clima. La chispa inicial, antes de que se descontrole, suele tener rostro humano. En la mayoría de los inicios, se presume que hay intención o negligencia de personas.

Además, incide que cada vez hay más gente viviendo o transitando en zonas de alto riesgo, como la serrana. Eso genera más focos y más complicaciones para abordarlos, por la existencia de más viviendas e infraestructura: es lo que los bomberos llaman "incendios de interfase".

Más del 90 por ciento, provocados.

Todos los que siguen el tema coinciden en que más del 90 por ciento de los focos tienen por origen una acción humana. Sea por negligencia, descuido o intención manifiesta. También tallan los piromaníacos.

Pero la Justicia no puede probarlo. En cinco años (de 2014 a 2019), apenas 25 causas judiciales fueron iniciadas y hubo dos condenas que quedaron firmes. Pero se prenden cientos de focos de riesgo por año.

Desde hace años, los bomberos insisten en que otro foco de origen recurrente son las quemas en basurales municipales o clandestinos. Y hay casos en que la caída de cables de energía provocan la chispa inicial.

Entre las causas “naturales”, la más citada es la del impacto de rayos, pero con mayor incidencia en los meses de verano, cuando ocurren las tormentas eléctricas.

Probar el inicio intencional resulta complejo. A la vez, sin sanciones a la vista, parece facilitarse la repitencia de los hechos voluntarios o negligentes.

¿Hay recursos para cuarteles de bomberos y para el Plan de Manejo del Fuego?

Entre 2004 y 2017, el Plan Provincial de Manejo del Fuego se financió con un impuesto, creado con ese fin, que se cobraba a todos los cordobeses con la facturación de energía.

En 2017, el Gobierno resolvió eliminarlo y anunció que destinarían en su lugar recursos de su presupuesto general. En 2017, aquel tributo recaudó 90 millones de pesos. En 2018, el fondo asignado de rentas generales fue de 180 millones. En 2019 se asignaron partidas por 274 millones. Y para 2020 se fijó un presupuesto de 370 millones de pesos.

¿A dónde van? La mayor parte, a los casi 190 cuarteles de bomberos voluntarios. En 2020, cada cuartel recibiría unos 690 mil pesos (30 por ciento más que en 2019). Eso suma 127 millones en total.

Además, se aportan pagos de “becas” a 390 bomberos, de 14.300 pesos por mes, para que a cambio realicen tareas cotidianas y sean la patrulla de salida rápida ante focos, en los 62 cuarteles de zonas de riesgo (las Sierras y el noroeste). Ese aporte representa 69 millones anuales.

Otro punto relevante es el aporte a la obra social Apross, para todos los bomberos y sus familias sin otra cobertura (unos 3.500 beneficiarios, que implican 140 millones de pesos anuales).

Entre esos tres ítems, se va el 90 por ciento del presupuesto global asignado. El resto es para sumar equipamiento, para los operativos por incendios y para otros gastos.

Los tres aviones hidrantes que hoy mantiene operativos la Provincia tienen presupuesto y salarios de sus pilotos que se pagan con otras partidas, de la Dirección de Aeronáutica.

Los cuarteles de bomberos, además, reciben por año un subsidio de la Nación. Para 2020, está estipulado en 2,7 millones de pesos para cada uno, sin distinguir por envergadura, zona que atiende ni actividad.

Entre los cuarteles hay una discusión, desde hace años, sobre esa definición de que todos cobren por igual, sin importar su tamaño ni su demanda.

Las discusiones que siguen abiertas

Cada vez que se suceden graves incendios, reaparecen los debates sobre lo que se debiera mejorar para evitarlos (en el antes), para combatirlos de mejor manera (en el durante) y para atenuar sus impactos (en el después).

En general, hay coincidencia en que lo mejor que hace Córdoba es el ataque al fuego, una vez que está avanzando, por experiencia, por el esfuerzo y el equipamiento de sus bomberos, y por la asistencia creciente de los aviones hidrantes. Más discusión generan el antes y el después.

En la prevención, asoman, por ejemplo, controversias sobre el sistema de alerta temprana (por caso, la desactivación de los puestos de bomberos “vigía”) y sobre la estrategia del primer ataque.

También, sobre la conveniencia o no de generar “calles” que impidan la continuidad tan extendida de la masa vegetal combustible, sin interrupciones ni accesos para el ataque.

O la posibilidad de crear una brigada de bomberos profesionalizada (rentada) para el primer abordaje.

También se expone el debate sobre las políticas de control del uso de suelo (para evitar especulaciones sobre un cambio tras un sitio quemado) y sobre la insuficiente estrategia educativa sobre el impacto del fuego.

Otro punto no resuelto apunta a los criterios de restauración de los sitios ya quemados. Hace décadas que no se logran generar equipos entre el Estado y las unidades académicas que estudian esos impactos para un abordaje consensuado y sostenido.

Los múltiples impactos, cuando el fuego se apaga

El fuego deja diversos efectos negativos.

Es obvio el económico, por el daño en suelos y en infraestructura rural, para los propietarios de las tierras arrasadas. Se suma la pérdida de ganado y a veces hasta de inmuebles tomados por las llamas. El Estado también pierde con los gastos que demandan los operativos ante incendios y por la restauración de la infraestructura dañada. Los cuarteles de bomberos destinan fondos y exponen sus equipos.

En lo ambiental, el impacto es enorme. Si el fuego avanza sobre bosques nativos, daña o destruye lo poco que queda (era el tres por ciento de lo que alguna vez hubo en Córdoba, en buen estado de conservación, hace un par de años). El efecto se percibe además en la degradación y la erosión de suelos y en la pérdida de biodiversidad (fauna y flora).

La menor masa vegetal resultante, así como su previa combustión, inciden en el cambio climático.

Y la pérdida de montes, pastizales y suelos de montaña afecta directamente el balance hídrico de Córdoba: es en las Sierras donde “nace” el agua que necesita esta provincia. Sin suelos ni vegetación que la contenga, se aceleran las crecidas y las inundaciones en verano, y se resiente la reserva de agua en el resto del año.

Cada incendio serrano, además, provoca que las cenizas terminen como sedimentos contaminando ríos y embalses, entre otros efectos.

¿Incide el cambio climático?

En el mundo se habla de eso. Los especialistas coinciden en que ya se percibe un nuevo tipo de incendios forestales, acentuados por el calentamiento global (les llaman “la quinta generación”).

El cambio climático va generando sequías más acentuadas y prolongadas, además de jornadas de calor más intenso. En ciertas áreas geográficas del planeta (Córdoba incluida) tendría efecto en los fenómenos del fuego. Exponen ejemplos en el mundo de focos cada vez más agresivos, cuyo control ya escapa hasta en los países mejor equipados.

Entre los especialistas cordobeses, se advierte ya, por ejemplo, que la temporada de riesgo, que antes iba de mayo a octubre, se prolonga cada vez más hacia el verano, llegando a diciembre y hasta a enero con focos, sobre todo en el oeste menos lluvioso.

En realidad, Córdoba tuvo fuegos desde siempre: forma parte de su naturaleza. Pero el cambio en el clima será, o ya es, un agravante que plantea desafíos adicionales.

¿El uso del suelo quemado puede cambiar tras el fuego?

La ley de bosques nativos prohíbe expresamente que cualquier sitio catalogado en el mapa de ordenamiento territorial vigente como zona roja o amarilla pueda cambiar de uso de suelo, por más que haya sido arrasada por el fuego.

Organizaciones ambientalistas apuntan sus sospechas de que parte de la intencionalidad de los inicios se explicaría con los que buscan variar las condiciones para dar otro destino a esas tierras.

La ley no lo habilita, pero se duda de si los controles para hacerla cumplir alcanzan.

La discusión se saldaría si se hiciera un mapeo georreferenciado, muy preciso y público, que delimite sin dudas cuáles son esos espacios. Además, que cada municipio establezca por ordenanza los espacios que no pueden tener otro uso en su jurisdicción. De ese modo, se le quitaría sentido a esa posibilidad del cambio y a esa controversia abierta.

¿Seis focos por día?

Un estudio de profesionales de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) y de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (Conae) determinó una asombrosa ocurrencia promedio de 6,5 focos de fuego por día en Córdoba.

Esa investigación de 2007 sobre mapas de calor detectó en 15 años el inicio de 35.366 focos. Nada indica que esa ocurrencia haya variado en la última década. Entre agosto y octubre, suelen ser decenas por día.

Por cierto, sólo una minoría de esos focos termina en incendios de magnitud. Pero el dato muestra el riesgo latente que representan para Córdoba.

Más de 100 focos por año requieren movilizar a más de un cuartel. Varias decenas necesitan involucrar aviones y otros costosos refuerzos operativos.

La clave para evitar que un fuego incipiente se torne descontrolado radica en la alerta temprana y en la reacción rápida. Pero el tiempo depende mucho de las condiciones meteorológicas imperantes y del lugar del siniestro.

En la zona llana, los fuegos rurales suelen quemar rastrojos (restos de cultivos secos), pero afectan la calidad y los rendimientos de esos suelos agrícolas.

En las Sierras y en el noroeste, con mayor forestación nativa e implantada, se reportan mayores impactos ambientales y superiores dificultades para sofocarlos.

A la vez, las forestaciones implantadas suelen ser menos ignífugas que las nativas: es el caso de los pinares, que cuando arden representan un avance incontenible si, además, se presentan en lotes escasos de limpieza y de raleo.

En 15 años, un millón de hectáreas

El impacto ambiental y económico cobra mayor dimensión al observar el efecto acumulativo sobre montes y campos a través de los años. Sobre todo, además, porque se da una notable repitencia de focos de fuego en los mismos sitios.

Para graficarlo, alcanza una cifra: en 15 años, se quemaron más de un millón de hectáreas en Córdoba, según los registros del Plan de Manejo del Fuego. Para tomar dimensión: todo el territorio provincial suma 16 millones de hectáreas.

Fuente:
Fernando Colautti, Por qué se nos incendia Córdoba: las claves del fuego, 30 septiembre 2020, La Voz del Interior.

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