Una lectura amañada del informe de la mayoría de los peritos (cuestionado por Cristina Castro y sus abogados) insinúa que no fue homicidio. ¿Pero qué aporta en verdad la pericia realizada al cuerpo? Hay novedades sobre ADN y demás pruebas contra la Bonaerense.
por Daniel Satur
“Cuando se realizó la autopsia el 25 de agosto ya sabíamos que se trataba de una muerte violenta por asfixia. Restaba determinar si había sido asfixia seca, por una compresión extrínseca del cuello (como un estrangulamiento), o si era por sumersión, por ahogamiento. Cuando hablamos de muerte violenta, científicamente, hay tres alternativas: suicidio, accidente u homicidio. En el caso de Facundo se descarta in limine el suicidio. Sobre las hipótesis de accidente que, erróneamente, se plantean, el informe dice que no hay lesiones vitales. Y para accidentarse en ese lugar, con esas características, las tendría que tener”.
La frase es de la médica forense Virginia Créimer, perita de parte de la familia de Facundo Castro. Lo dijo el viernes 2 en el programa Alerta Spoiler de este portal, al día siguiente de conocerse el informe final de la autopsia confeccionado por el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) y peritos de la Corte Suprema de Justicia de la Nación.
Sin embargo, por esas horas, varios medios y periodistas que alardean seriedad ya habían desparramado como mancha de que, según la misma autopsia, Facundo se ahogó por accidente.
En los límites de la desvergüenza un experimentado cronista de un diario “progre” llegó a afirmar que “el informe de autopsia de Facundo deja como improbable la posibilidad de un homicidio” y que el ahogamiento por sumersión “no es una base fuerte en la que asentar acusaciones”. Cualquier semejanza con un servicio a la Policía Bonaerense no es mera coincidencia.
Pero al analizar detalladamente el informe final y ponerlo en contexto con todo lo sucedido desde el 30 de abril, las conclusiones se ajustan mucho más a lo que dice la doctora Créimer que a lo que aventuran y difunden les escribas del poder.
Paréntesis: quién rastrilla y quién custodia
Como se sabe, la Policía Federal sede Bahía Blanca está seriamente cuestionada por la familia. Tan es así que el 17 de julio, cuando la causa por desaparición forzada llevaba pocos días abierta en el Juzgado Federal 2, la madre de Facundo viralizó un video en el que le pedía “a la ministra de Seguridad, la señora Sabina Frederic, que si quiere cumplir con lo que le exige la ONU, traiga a Bahía Blanca gente de su confianza y desplace a la Policía Federal, que no está investigando”.
Pese a esa convicción sobre la complicidad de la Federal con la Bonaerense, tanto el hallazgo del cuerpo de Facundo como la autopsia contaron con la acción protagónica de esa fuerza. Y hay hechos que, aún con esfuerzo, cuesta pensar que sean meras casualidades.
El miércoles 12 de agosto el fiscal Ulpiano Martínez autorizó la incorporación del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) para ser parte de las investigaciones a su cargo. La idea de llevar a los expertos de prestigio internacional fue de Frederic, interpelada por la familia de Facundo y quien mantiene una fuerte interna con Sergio Berni. En una reunión del EAAF con el fiscal Martínez y el titular de la Procuvin Andrés Heim, se convino que la llegada al terreno para comenzar su investigación fuera el martes 18.
Dos días después de esa reunión, el viernes 14, la Federal anunció el fin de un rastrillaje en toda la zona de Villarino Viejo, con colaboración de la Prefectura Naval (también dependiente del Ministerio de Seguridad). Pese a la “exhaustividad” del mismo, dijeron, los resultados fueron negativos.
Dentro del área rastrillada está el canal Cola de Ballena, donde se extiende el cangrejal en el que al día siguiente, el sábado 15, supuestos pescadores encontraron el esqueleto de Facundo. Ese mismo sábado a la noche el fiscal Martínez puso a la misma Federal a custodiar los restos hallados.
Para atender todas las medidas sugeridas por el EAAF, Martínez también puso a disposición a la Gendarmería, a la Prefectura y a la PSA. Así, los patrulleros federales se llevan puesto el invocado Protocolo de Minnesota, de aplicación internacional ante hallazgos relacionados con desapariciones forzadas.
Por si fuera poco, la misma Federal tuvo a su cargo la custodia de las evidencias no biológicas halladas en el cangrejal (las biológicas se fueron con el EAAF a Buenos Aires). Por ejemplo, la zapatilla de Facundo encontrada intacta cerca del esqueleto y el registro de las huellas frescas de un vehículo, también a metros de ahí.
A su vez se hizo cargo de la recolección de agua y sedimentos en la zona del hallazgo para las pericias complementarias (muestras tomadas cinco días después a más de 80 metros). Y también fue la Federal la que “encontró” a otros pescadores que divisaron más restos óseos en los días siguientes. Todo en el cangrejal que ya había sido, “exhaustivamente”, rastrillado.
Queda demostrado que el papel de la Federal en la autopsia no fue menor. Y eso la familia de Facundo lo tiene claro.
Lo que se comprobó
De la autopsia participaron quince peritas y peritos forenses. Cuatro por el EAAF (organismo nombrado perito oficial), cinco por el Cuerpo Médico Forense (CMF) de la Corte, tres de la Universidad Nacional del Centro (Unicen), uno de la Universidad de Quilmes (Unqui) y una del Conicet-UBA, a quienes se sumó la doctora Creimer como perita de la querella. Menos ésta última, el resto firmó sin objeciones el informe final.
La certeza más relevante del informe es que, de acuerdo con el estudio del esqueleto, Facundo falleció violentamente producto de “una asfixia por sumersión”, entendiendo a ésta como “la causa de muerte por obstrucción de la vía aérea por el ingreso de líquidos durante el proceso de respiración bajo el agua, generando el ahogamiento (asfixia mecánica)”.
A esa conclusión se llegó por el análisis biológico de la médula ósea hallada en el esqueleto. Allí se encontraron diatomeas (algas microscópicas) en un 73,3 % compatibles con las halladas en las muestras de agua y sedimentos tomadas por la Policía Federal. Ese nivel de coincidencia no solo les hizo afirmar que Facundo murió por el agua ingresada a su cuerpo. También lo consideraron “altamente indicativo de que se trata del medio en el cual se produjo la muerte”.
Consultada por esta medio sobre ese punto, la doctora Creimer dijo que así como “está claro que la presencia de diatomeas nos habla de una sumersión, abonando la hipótesis de la muerte violenta por el ingreso de agua al torrente sanguíneo a través de las vías respiratorias, es oscuro pensar que ese dato determina exactamente que el lugar de hallazgo del cuerpo es el lugar de la sumersión. Sobre todo porque se habla de mareas altas y bajas, de una gran extensión de la región y porque los lugares de toma de muestras no son exactamente el lugar donde se encontró el cadáver”.
Dientes rosas
Al análisis biológico se suma el análisis odontológico, donde una importante cantidad de los dientes existentes al momento de la autopsia tenían la coloración típica del fenómeno pink teeth (diente rosado), relacionado a las muertes por asfixia.
En el esqueleto se hallaron 22 dientes. Otros dos fueron hallados sueltos en las cercanías. De los ocho faltantes, tres son de larga data y cinco no fueron encontrados tras desprenderse del esqueleto. De los 24 analizados, ocho tenían el signo del diente rosado. Si, como es probable, cuatro de los faltantes (incisivos superiores) también lo tenían, quiere decir que más de un 40 % de los dientes de Facundo fueron alcanzados por el efecto del pink teeth.
La encargada del informe odontológico fue la perita de la Corte Marta Maldonado, quien casualmente incurrió en contradicciones respecto al diente rosado, manifestándole una cosa a Cristina Castro el 25 de agosto (cuando se hizo la autopsia) y firmando otra distinta el 1º de octubre.
Maldonado primero le dijo a la madre de Facundo, basándose en su propia experiencia profesional, que el pink teeth es un fenómeno que antecede a la muerte, es decir que no es postmortem. Cuarenta días después, en el informe que firmó, relativizó sus propias afirmaciones.
El informe dice que el diente rosado “debe ser considerado orientador pero inespecífico para establecer causa de muerte”, ya que “puede hallarse en muertes violentas por asfixias mecánicas o químicas (...), en patologías infecciosas (...), en alteraciones de la hemoglobina (...), en alteraciones químicas con cambios bruscos de presión (...) o como fenómeno postmortem en cuerpos hallados en ambientes fríos y húmedos”.
El mismo día en que el EAAF le entregó el informe de la autopsia a la jueza María Marrón, Cristina Castro dijo en conferencia de prensa que la odontóloga forense fue “presionada o manipulada por otras personas” para decir lo contrario a lo que había asegurado 40 días antes. “No se lo voy a permitir, hay filmación de lo que me dijo”, sentenció la mujer desde Pedro Luro.
Esa contradicción forense, junto a otras conclusiones cuestionadas, llevó a la querella a firmar en disidencia el informe, además de denunciar la exclusión de la perita de parte en la redacción del informe por parte de los peritos oficiales.
¿Ni heridas ni terceras personas?
Según las fuentes consultadas, en general los informes de autopsia suelen confeccionarse de forma “positiva”, explicando aquello que se demostró científicamente. También pueden plantear interrogantes que deberá responder la investigación judicial. Pero es inusual que los peritos redacten informes en clave “negativa”, manifestando qué “no hay” en un cuerpo. A no ser que alguien les pida expresamente que lo digan.
Como se sabe, la autopsia no pudo precisar con exactitud cómo, cuándo y dónde murió Facundo. Que fue por ahogamiento sí, pero no cómo se ahogó. Que (por los rastros de la acción carroñera de zorros y cangrejos) el cuerpo estuvo al menos 30 días en ese lugar sí, pero no qué pasó con él los 80 días previos. Que las características del agua con la que se ahogó son compatibles con las del lugar del hallazgo sí, pero no si el cuerpo estuvo siempre ahí o si fue plantado (de hecho aseguran que el cuerpo sufrió desplazamientos en esa misma geografía).
Sin embargo, pese esas incertezas, los peritos firmantes aseguran que el esqueleto no tiene rastros de haber sido baleado o acuchillado. También afirman que el cuerpo no fue expuesto a ácidos, cal u otros desintegradores de materia. Y encima aseguran que en en el cuerpo de Facundo no se observan “signos de la participación de terceras personas”.
¿Los peritos escribieron esas conclusiones por propia voluntad o alguien se las pidió? Porque esas conclusiones solo conducen a empiojar una investigación sobre desaparición forzada que, además, ya viene con serias fallas de origen. El “daño” está hecho. Y no alcanza con escribir a renglón seguido que no se puede “determinar con rigor científico” que se trate de un suicidio, un homicidio o un accidente.
¿Y la ropa?
Una de las conclusiones más llamativas del informe es la que afirma que la ropa que llevaba puesta Facundo al momento de morir posiblemente fue arrancada por la acción combinada del carroñeo animal y de la “fluctuación de agua por las mareas”. Aquí hay que decir dos cosas.
Por un lado, que al esqueleto le faltaba todo tipo de ropaje, incluyendo calzoncillos, y hasta la cadenita del cuello (la que tenía la piedra turmalina encontrada en un patrullero de Bahía Blanca). Excepto, claro, la zapatilla intacta a metros del esqueleto. Teniendo en cuenta eso, resulta extraño que en todo el perímetro rastrillado (“exhaustivamente”) no se haya encontrado ni un hilo de las ropas de Facundo ni esa cadenita. Cuesta creer que los zorros y los cangrejos se hayan devorado todo eso.
Pero por otro lado la ropa con la que varios testigos vieron a Facundo por última vez (y que aparece en la foto sacada por la Bonaerense en Mayor Buratovich), se halló un mes después dentro de la mochila del joven junto a sus teléfonos celulares, demás pertenencias y un cartel con la leyenda “Médanos” (de esos para hacer dedo, aunque la letra no es de Facundo y él no iba a esa localidad sino a Bahía Blanca). Algunas de esas prendas (que están en proceso de peritaje) estaban rotas e incluso con signos similares a los de quemaduras.
Al haber recibido un cuerpo esqueletizado para peritar, obviamente los expertos no tenían por qué explicar si Facundo estaba vestido o desnudo al momento de ahogarse. Pero tampoco conjeturar, aventuradamente y con argumentos endebles, sobre cómo puede haberse desprendido la ropa del cuerpo. Y menos cuando en el expediente hay cada vez más pruebas que comprometen a “terceros”, cuartos y quintos.
Geografías
El informe de la autopsia determinó que, por las características del suelo, marítimas, climáticas, de fauna y de flora, por momentos el cuerpo podría haber estado “sumergido total o parcialmente” en las aguas de la ría. Pero en otros momentos no. Como cuando el cuerpo fue hallado oficialmente el 15 de agosto sobre el terreno seco, agrietado por el sol y con huellas de vehículo. O cuando cuatro días antes (la noche del martes 11) un empleado del puerto de Ingeniero White divisó luces de varios vehículos en el mismo lugar del hallazgo.
Si esa conclusión se contextualiza con lo ya volcado en la causa, habrá que decir que es improbable que Facundo haya llegado a ese lugar voluntariamente. Pero si lo hizo, las mismas características geográficas indican que muy difícilmente podría haber quedado atrapado por corrientes de agua. Y aún si eso hubiera pasado, teniendo en cuenta que Facundo sabía nadar muy bien y conocía el terreno, en su esqueleto deberían haber signos de traumatismos ocasionados por un supuesto “accidente” del que no habría escapado.
Vuelven las preguntas. Si el terreno es fangoso pero sin grandes caudales de agua, ¿los rastrillajes “exhaustivos” no lograron detectar lo que sí encontraron durante un mes entero los zorros y los cangrejos? Porque, además, está confirmado que el cuerpo no estuvo siempre intacto en el mismo sitio, sino que fue movido. ¿Tampoco detectaron la zapatilla y las huellas de neumáticos? ¿O vieron todo y siguieron de largo, dejando que algún “pescador” desafortunado tropiece con esas evidencias?
Vale recordar que en ese mismo terreno, entre el hallazgo del cuerpo y el de la mochila (un mes después), y también por avisos de supuestos baqueanos o pescadores, los efectivos de las fuerzas federales encontraron algunos restos de, al menos, otras dos personas. Restos que no fueron vistos en los “exhaustivos” rastrillajes o bien no fueron del interés de los efectivos de la Federal y de la Prefectura abocados a esas tareas.
“Estamos ante un cementerio clandestino de la Policía Bonaerense”, graficó el doctor Leandro Aparicio, uno de los abogados de la familia de Facundo. Y lo dice no solo porque es un habitante de la región, sino por muchas de las causas penales que carga en su trayectoria.
¿Y entonces?
La autopsia al cuerpo esqueletizado de Facundo Castro arrojó algunas certezas. Pocas, pero fundamentales para seguir investigando a fondo su desaparición forzada seguida de muerte. Y sin dudas los muchos interrogantes que la autopsia no pudo (ni podría) responder son los que debe dilucidar el Poder Judicial. Mejor dicho, lo debe resolver el Estado, con sus poderes Ejecutivo y Legislativo también. Aunque, como se viene relatando en este diario y como lo viene denunciando la propia Cristina Castro, hasta el momento el Estado, sacando honradas excepciones individuales, viene encubriendo.
Entre la desaparición de Facundo el 30 de abril y la autopsia realizada el 25 de agosto pasaron 117 días. Según el informe, al momento de las pericias el cadáver tenía un mínimo de 40 días en ese estado, pero en ningún lado se especifica un “máximo” de período postmortem. Es decir que la autopsia no pudo determinar si Facundo murió el 30 de abril, o en mayo, o en junio o en alguno de los días de la primera quincena de julio.
Los datos claros (no los oscuros) del informe final de la autopsia, sumados a las pruebas que se siguen volcando a la causa (a nivel testimonial, pericial y documental), permiten sostener como hipótesis central y casi exclusiva que Facundo fue víctima de una desaparición forzada seguida de muerte. Los propios fiscales Andrés Heim, Horacio Azzolin y Ulpiano Martínez lo dejaron en claro el mismo jueves 1º en un comunicado.
Los investigadores deberán responder si a Facundo, antes de que su cuerpo fuera descartado en Villarino Viejo, lo torturaron en la comisaría de Buratovich (donde lo detuvieron por primera vez) o en la de Origone (donde se halló el amuleto de madera con forma de sandía) y lo llevaron agonizante al extenso cangrejal; o bien lo llevaron vivo hasta algún rincón de esa planicie con el objetivo de ahogarlo.
Si lo llevaron moribundo, habrá que determinar si lo dejaron allí tirado (en el “cementerio clandestino”) para que muriera ahogado cuando subiera la marea o si se aseguraron físicamente el deceso del joven controlando, con el método del “submarino”, que tragara el agua necesaria para una asfixia inmediata.
También sería importante que aparezcan las dos manos de Facundo, que nunca fueron halladas y no pudieron ser parte de los estudios de la autopsia. No alcanza con decir que se las pueden haber llevado los zorros o algún ave, tal como aventuraron en el informe los peritos de la Corte. No vaya a ser cosa que un sábado de éstos, a la noche, algún “pescador” llame a la Policía Federal avisando que una o dos manos yacen en el cangrejal a la espera de ser recogidas.
¿Sabrán qué pasó con las manos de Facundo los informantes de Sergio Berni que la noche del hallazgo del cuerpo le aseguraron que al lado del cuerpo estaba su mochila? Si la zapatilla derecha de Facundo estaba intacta a metros del esqueleto y si su mochila (cargada de muchas de sus pertenencias) apareció un mes después a cuatro kilómetros, ninguna nueva aparición tétrica y de tinte mafioso debería sorprender.
La salida casi inmediata por parte de periodistas de varios medios (desde Página|12 y C5N a Clarín) y de sectores del Gobierno a decir que lo más probable es que Facundo tuvo un accidente, subestima burdamente la infinidad de pruebas que, más allá de la autopsia, se acumulan en el expediente.
Altas fuentes de la investigación aseguraron a La Izquierda Diario que ya hay mucho material que conduce firmemente a determinar la participación policial en el destino trágico de Facundo Castro. Desde los resultados de análisis de los objetos hallados por el perro Yatel del perito Marcos Herrero, hasta el contenido de llamadas y mensajes de (hasta ahora) solo algunos de los teléfonos de los policías y los registros de movimientos de patrulleros, todos los caminos conducen al mismo destino.
La misma Cristina Castro dijo el jueves en la conferencia de prensa que “esto recién empieza”, que “ya llegaron resultados que no se tenían” y que “hay algunos ADN que coinciden” con su perfil genético. “Más adelante lo van a saber”, dijo sin dar precisiones. Este medio pudo confirmar que se trata de material biológico hallado en una de las dependencias móviles de la Policía Bonaerense. Nada menos.
Según varias fuentes ligadas al caso, están al caer algunas pruebas que sorprenderán a más de un escriba parapolicial. Y más de un bocón terminará borrando tuits por haberse especulado encima.
El por qué de la subestimación de funcionarios y periodistas a Cristina, a sus abogados, a la doctora Créimer, a los fiscales Heim y Azzolin y a las pruebas que ya hay en la causa, lo deberían explicar quienes la hacen. Pero vale decir que muchas de esas personas tienen el mismo o mayor acceso a información de la causa que este cronista. Con lo cual deberían saber que, al día de hoy, la investigación toma cada vez más forma y, en el marco de las pruebas colectadas y las que faltan colectar, ya se empieza a transitar con firmeza el camino que va de las sospechas y los indicios a las imputaciones, indagatorias y prisiones preventivas.
Sin claroscuros. Porque aunque quieran torcer el curso de la historia, lo de Facundo no fue accidente. Ni siquiera en apariencia.
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Fuente:
Daniel Satur @saturnetroc, Claroscuros de la autopsia de Facundo Castro: ¿que parezca un accidente?, 7 octubre 2020, La Izquierda Diario. Consultado 8 octubre 2020.
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