La pandemia volvió a dejar al descubierto el profundo y crítico déficit de espacios verdes que padece la Ciudad de Buenos Aires. Es un índice que la ubica como una de las peores ciudades del mundo. Y si la cuarentena estricta de marzo, abril y mayo despertó un debate en torno a la calidad habitacional y el acceso a los servicios, la flexibilización del aislamiento llevó a muchas personas a tomar conciencia de la dificultad para acceder a un parque o una plaza para distenderse un rato, sobre todo en los barrios céntricos y las barriadas populares.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda entre 10 y 15 metros cuadrados de verde por habitante. La Ciudad tiene apenas 5,13. Es uno de los peores índices a nivel mundial y algo que podría empeorar con la aplicación irrestricta del Código de Planeamiento Urbano aprobado en 2018, mediante el cual se autorizaron departamentos de 17 metros cuadrados y que alienta la densificación de Buenos Aires. Es el viejo sueño del macrismo de duplicar la población de una ciudad que no crece en habitantes desde 1947.
Todo el pequeño territorio porteño, atravesado por intereses inmobiliarios de gran escala y todo terreno vacante es objeto de una puja feroz. Por un lado, organizaciones vecinales y ambientalistas que pugnan por convertirlos en espacio verde y de disfrute comunitario. Del otro constructoras y un gobierno que ha priorizado esos intereses, aprobando la venta de tierras públicas destinadas al mercado inmobiliario. En el transcurso de 12 años, Mauricio Macri -primero- y luego Horacio Rodríguez Larreta transfirieron más 400 hectáreas al sector privado. Se construyeron 9.142.970 metros cuadrados. En el mismo período, según datos oficiales, la disponibilidad de espacios verdes se redujo a la mitad.
“Lo primero que pensamos cuando tuvimos que quedarnos en nuestras casas para cuidar nuestra salud, fue: ¿estamos contentos con dónde vivimos, con nuestro hogar? Y cuando la cuarentena se empezó a flexibilizar un poco, en el AMBA, empezamos a preguntarnos por el espacio público. Cuando fue el problema de los runners corriendo todos juntos, la verdad es que el problema no era de los runners sino que no hay suficiente cantidad de espacios verdes en la Ciudad”, dice el sociólogo y especialista en temáticas urbanas, Fernando Bercovich.
La situación no es igual en toda la Ciudad. Los vecinos de las Comunas 5 (Almagro y Boedo) y 3 (San Cristóbal y Balvanera) deben hacer largos recorridos para encontrar algo que se parezca a una plaza, aunque estén tapadas de cemento o gomaeva. La Dirección de Espacios Verdes certifica, con números, lo que se comprueba a simple vista: ambas comunas tienen 0,02 m2 y 0,04 m2, respectivamente, de superficies verdes por habitante.
Pero no sólo es una cuestión de cantidad. Mientras los barrios del norte tienen grandes extensiones de verde disfrutable, en el sur, donde las urgencias tienen otro cariz, desde el estallido del Parque Indoamericano en 2010, se ha desatado una pelea por el uso y ocupación de cientos de hectáreas vacantes. Así, el megaproyecto de la Villa Olímpica que albergó a los deportistas de los Juegos Olímpicos de la Juventud 2018, y otros proyectos inmobiliarios, le arrebataron a la Comuna 8 más de 150 hectáreas de verde.
La situación se pone más peliaguda en los barrios populares: un mapeo de la CTA-A Capital indica que en la Villa 20 hay apenas 0,2 m2 de superficie verde por habitante; en la Villa 15, 0,22 y en el playón de Fraga, directamente, 0: ni un pedacito de verde.
Por eso no resulta extraño que la Fundación Bunge y Born haya relevado que más de 350 mil habitantes de la Ciudad de Buenos Aires (12,4 %) viven lejos de un parque o de una plaza y que esta falta de acceso se incrementa en los sectores más vulnerables. Allí un 25 % de esta población no accede a un espacio verde. Esta carencia afecta sólo a un 4 % de los residentes de nivel socioeconómico más alto.
En materia de espacios verdes no sólo importa la cantidad sino la calidad. Una investigación de la Facultad de Agronomía de la UBA y el INTA analizó la provisión de servicios ecosistémicos en 45 municipios urbanos y periurbanos del Área Metropolitana de Buenos Aires, que pandemia mediante mostró sus dotes de paquidermo. El estudio revela que la mayoría, incluida la Ciudad, no alcanza el promedio de los bienes y servicios que deberían brindar sus espacios verdes, en relación a la superficie urbanizada y la cantidad de habitantes.
El trabajo fue realizado por Florencia Rositano, investigadora asistente del CONICET y de la cátedra de Extensión y Sociología Rurales de la FAUBA, y por Gabriela Civeira, investigadora en el Instituto de Suelos del INTA y docente de la Facultad de Agronomía y Ciencias Agroalimentarias de la Universidad de Morón.
“La CABA no tiene buena provisión de servicios de los ecosistemas. De los cuatro tipos de usos, están todos en negativo, por debajo del promedio. Tanto en áreas verdes como en el uso intensivo, extensivo y agricultura urbana”, dice Rositano a Diario Z.
¿Qué es un servicio del ecosistema? “Es todo proceso o funcionamiento que se da en cualquier ecosistema, tanto natural, como agrícola y urbano. Son dos grandes grupos: bienes ecosistémicos tangibles, con valor en el mercado: los commodities, la leche, la carne, la lana. Y los servicios del ecosistema que no son tangibles, que no tienen valor de mercado: control de contaminación del aire, el disfrute del paisaje, la polinización de abejas y pájaros, control de inundaciones”.
¿Qué pasa cuando hay déficit de acceso al verde? Rositano es tajante: “Hay una pérdida de salud, pero también una pérdida cultural. La posibilidad de sentarte en una plaza con tranquilidad, disfrutar del aire, de los pájaros. Estar en un espacio verde te da esa posibilidad. En la Ciudad vivimos en un departamento o en una casa sin jardín. El espacio verde genera satisfacción, la salud es muy beneficiada en relación a la cantidad de espacio verde”.
Fuentes:
Franco Spinetta, Buenos Aires tiene un tercio de los espacios verdes que recomienda la OMS, 4 septiembre 2020, Diario Z.
La obra de arte que acompaña esta entrada es un óleo de Pío Collivadino, que muestra los reflejos de la lluvia sobre el empedrado de la avenida Paseo Colón en 1925.
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