Marcha por la aparición de Facundo Astudillo Castro. Se hizo en Pedro Luro, el jueves 30 de julio, a tres meses de la desaparición. Foto Pablo Presti / Clarín. |
Crónica de un caso que puso a la Policía Bonaerense bajo sospecha. Las tres hipótesis sobre el paradero de “Kufa”, como lo llamaban en su casa. Y la peor presunción de su mamá: “Me lo mataron como a un perro”.
por Gabriel Bermúdez
Cristina Castro (42) apenas logra conciliar el sueño. Su vida cambió el 30 de abril, cuando mantuvo el último contacto con su hijo del medio, Facundo Astudillo Castro (22), detenido en un control policial y desaparecido desde entonces. Cristina recibe a Clarín en la casa de su papá, "Tata" César Castro, el abuelo de "Kufa", como todos conocen al joven. Están sus dos nietas y también sus nuevos amigos: Yatel, Duke y Uma, los perros rastreadores que han sido claves en hallar pistas de Facundo.
Cristina se muestra fuerte. "Mi entereza nace del dolor. A mis hijos los crié libres", dice. Pero se le entrecorta la voz cuando recuerda el primer rastrillaje, el 19 de junio, y llegó a lo de "Tata", que tiene 64 años.
“Ese día me senté en esa silla (es de plástico, blanca, y pertenecía a la abuela de Facundo). Está mi hijo (Alejandro) que no me deja mentir. Me largué a llorar y le dije a mi papá: 'me lo mataron como a un perro'. Tenía esa certeza".
La casa es modesta, como el barrio de este pueblo, Pedro Luro. En la entrada, a metros de una calle de tierra, hay un afiche que plantea un interrogante que se extiende en todo el país: "¿Dónde está Facundo?". Ya son cien días de intriga, de actitudes sospechosas de la Policía Bonaerense, de críticas al fiscal. Pero la pregunta sigue sin respuesta.
Cristina viste un jogging y una campera negra. Debajo asoma una vieja camiseta de Boca, el equipo del que Facundo es fanático. Siempre congeniaban para cargar al "Tata", hincha de River, aunque el abuelo últimamente tenía mejores argumentos para esas bromas futboleras.
Su vida es ahora el celular, los llamados con los abogados Leandro Aparicio y Luciano Peretto, su trabajo en la estación de servicio Shell del pueblo y las últimas novedades del caso.
"No me quiero imaginar lo que ha pasado, porque si no se me cae todo el mundo encima. Hoy solo necesito encontrar a mi hijo. Me lo van a tener que devolver", advierte.
Facundo no le decía "mamá". Él prefería "Bruja", cariñosamente. "No quiero que mi hijo sea un desaparecido más del que no se sepa nada durante muchos años", sostiene.
"Kufa" solía trenzarse en discusiones políticas, pero afuera de su hogar, porque Cristina siempre decía: "Política y religión están prohibidas en casa". Hoy recuerda: "Luchaba por las causas justas y muchas veces yo no lo entendía. 'Los jóvenes somos el futuro de la Nación', decía él y se incluía".
La mujer destaca que "las Abuelas y las Madres (de Plaza de Mayo) estuvieron desde un primer momento". La llamaron Taty Almeida y Estela de Carlotto. Facundo colaboraba en un diario digital donde investigaban los desaparecidos en Villarino. "Hicieron una revista impresa: 'La Verdad de la Milanesa' se llamaba", agrega Cristina.
"Me falta una parte. No puedo disfrutar ni reír porque me falta el flaco. Me falta una pata de la mesa. Tiene que estar acá, no allá donde lo dejaron sus desaparecedores", afirma.
Cristina, a pesar de todo, tiene una leve esperanza de hallarlo con vida. "Lo primero es encontrarlo. Después veré si me quiebro y si lloro, si sigo. Siempre un paso a la vez. Ahora solo tengo que buscar a mi hijo", apunta.
El principio del fin
Después de dos años y medio de vivir en Bahía Blanca con su novia, Facundo volvió a su casa de Pedro Luro en febrero. De nuevo al reducto familiar del que se había mantenido algo alejado en ese tiempo, debido a una relación que Cristina consideraba “tóxica”, sobre todo después de una pelea en la "que ambos se agredieron".
Ella y en especial Lautaro, su hermano más chico (tiene otro, mayor, llamado Alejandro), lo recibieron con los brazos abiertos en la humilde vivienda de 9 y 16, entre la estación de trenes y el barrio Bonacina.
Con aquel mandato “si no estudiás, trabajás” bien grabado desde que abandonó la secundaria, salió a buscar un empleo. Lo consiguió más rápido que aquellas otras veces en que se metió de albañil o a embolsar cebollas en temporada. Con Daniel, uno de sus mejores amigos, entró a Turmalina, a lavar copas. Y a darle una mano a Juan Francisco, el dueño del local, con las mesas, cuando el bar de cerveza artesanal se llenaba.
Su día pasó a ser de trabajo de 19 a 3 o más, luego dormir hasta el mediodía, una ronda de mates con los amigos, alguna visita al "Tata" César Castro (su abuelo) y de vuelta al bar. Así era su rutina hasta que llegó la pandemia por coronavirus. El local cerró, las salidas se cortaron y, recluido en su casa, los recuerdos de Daiana, su ex, volvieron a la cabeza de Facundo. Pero fue su corazón el que lo impulsó a armar la mochila e intentar volver a Bahía. “Me voy a buscar algo de ropa que quedó allá”, le dijo a su mamá.
La noche del 29 de abril cenó con sus amigos del bar, no volvió a su hogar y a la mañana siguiente transitó las 20 cuadras hasta la entrada del pueblo para empezar a caminar y hacer dedo en la ruta nacional 3. No era algo extraño para él, aunque, en tiempos de la “vieja normalidad” no hubiera tenido que esperar a pasar Hilario Ascasubi, a 15 kilómetros de Pedro Luro, para lograr que lo levantaran.
Una mujer lo llevó hasta la entrada de Mayor Buratovich donde, sobre las diez de la mañana, los agentes Mario Sosa y Jana Curuhinca lo interceptaron y le labraron una infracción por violar la cuarentena. Después de casi tres horas, en la que chequearon su domicilio en Luro, según los policías, lo dejan ir.
Dos meses después, Facundo aparecería en una foto en un medio local. Se lo ve de espaldas, frente al patrullero 23.360 de Mayor Buratovich y con las manos adelante. Lo escolta el policía Sosa y sobre el frente del auto se ve su mochila Wilson. La imagen estaba completa, pero como en "Volver al Futuro", la figura del joven hacía tiempo que había comenzado a desvanecerse…
Era habitual que Facundo pasara un tiempo largo sin tener contacto con su familia, especialmente en aquellos 30 meses de noviazgo. Por eso en su casa no extrañó que no se volviera a comunicar desde el 30 de abril. Más cuando en la última llamada, alrededor de las 13.30 de ese jueves, había discutido con su mamá que le pidió que se volviera a Luro. La charla se cortó abruptamente y Cristina se quedó con la idea que se había enojado con ella.
“Estaba pendiente de las redes sociales, siempre con su telefonito mandando mensajes”, recuerdan sus amigos, que comenzaron a extrañarse por su ausencia prolongada de Instagram, Facebook y WhatsApp, en las que siempre estaba activo. La inquietud, alimentada por una comunicación de la novia que negó haberlo visto en Bahía, activó el instinto maternal. Cristina insistió en llamarlo y ante la falta de respuestas de su hijo del medio, acudió a la Policía.
La denuncia
El 5 de junio recibieron su denuncia en la comisaría del pueblo. Luego fue girada a la ayudantía fiscal ubicada en Médanos, cabecera del distrito de Villarino, donde su titular, Ariel García Dimas, abrió un expediente por "averiguación de paradero". Así se inició el largo camino judicial que aún busca dar respuesta a la pregunta que, desde mediados de ese mes, crece en sonoridad: ¿Dónde está Facundo?
El 15 de junio, su grupo más cercano de amistad creó en Facebook el perfil "Buscamos a Facu", con una selfie frente a Turmalina y los datos básicos para ayudar a encontrar a "Kufa". Los primeros que salieron a buscarlo fueron sus ex compañeros de "Jóvenes con Memoria", el programa del que participó hasta 2016 cuando el nuevo gobierno municipal de Villarino lo desactivó.
Desde ese entonces, se habían terminado las charlas con chicos más jóvenes a los que Facundo les hablaba de los desaparecidos y el compromiso con los Derechos Humanos. Los murales con las consignas de Memoria, Verdad y Justicia iban siendo repintados de a poco y la batucada que sonaba desde la estación de trenes y se escuchaba a ambos lados de la vía, se desintegraba.
Aquel interrogante sobre el paradero de Facundo comenzó a dejar de ser retórico y transformarse en un grito de batalla a partir del 19 de junio. Cuando Cristina y Peretto, compañero de vóley de su hijo, acudieron al primer rastrillaje que realizó la Policía sobre la RN 3. Comenzó en la entrada a Mayor Buratovich, donde los sorprendió, primero, el despliegue policial. Cinco patrulleros bloqueaban el ingreso al pueblo, dijeron.
Luego, el lugar donde se montó el operativo. Era en un sitio diferente al que los agentes Sosa y Curuhinca habían descripto como el punto donde habían interceptado con la patrulla a Facundo. Las dudas crecieron al enterarse, en ese momento, dos semanas después de la denuncia, que un tercer efectivo policial decía haber visto a Facundo el 30 de abril. Y que estaba en ese procedimiento.
Era la agente Siomara Ayelén Flores, quien declaró que había levantado a Facundo alrededor de las 12.30 en su Chevrolet Corsa Classic y lo trasladó unos 25 kilómetros hasta el acceso a Teniente Origone. “No le digas nada a mi mamá”, aseguró que le dijo el joven, al bajarse del auto. “Quise hablar con ella porque era la última que había visto a mi hijo, pero un oficial que estaba al lado no la dejaba sola. ‘Vamos, vamos’, le decía cada vez que me acercaba”, contó Cristina.
La incredulidad de la mujer y su abogado fue creciendo a medida que el rastrillaje con perros avanzaba por la RN 3 y llegaba hasta Teniente Origone. En ese momento, una nueva sorpresa. Un cuarto policía, Alberto González, confirmaba que el mismo 30 de abril acudió al llamado de un vecino que alertó sobre un joven que caminaba a la vera de la ruta. Fue y ese joven era Facundo.
Le pidió la documentación y el chico le dio su carné de conducir, al cual González fotografió. Luego de requisarle la mochila, dijo que lo dejó seguir y lo vio subir a una camioneta Renault Duster Oroch gris. Casi 50 días después de aquel momento, recordaba la dirección exacta que el joven le dio como destino en Bahía Blanca: Emilio Rosas 492, la casa de su ex novia.
"Señora, usted no tiene nada que hacer acá. Tiene que ir hasta la ruta 3 y 22", recordaría luego Cristina que le lanzó el comisario Marcos Navarrete, jefe de Villarino, cuando le pidió entrar a Origone y rastrear allí. Cuatro días después, verificaría que en su declaración González dijo que Facundo se fue caminando. Por entonces, las sospechas sobre la Policía ya acosaban a la mujer.
El abuso policial
Eran tiempos en que malos recuerdos volvían a su mente. De cuando la Policía hostigaba a Facundo y los chicos del barrio en la plaza donde jugaban a la pelota. “Disfrutaban pegándole bofetadas y patadas en el culo”, graficó la mujer. “Vos sos chorro como tu hermano”, recordó que le contó su hijo sobre lo que le había asegurado uno de los agentes. Le dijo que le había pegado y roto la moto al cargarla con violencia en un patrullero.
También eran momentos en que a Cristina comenzaban a sonarle de otra manera algunas frases que Facundo le dijo en su última llamada de las 13.30 de ese jueves 30 de abril. "No te imaginás el lugar donde estoy" y "No me vas a volver a ver nunca más", con la que cerró aquella charla, antes de que un ruido clausurara el diálogo. “Como si hubiera tirado el teléfono al piso o se lo hubieran sacado”, graficó la mamá.
La próxima señal de vida de ese aparato agregaría dos dosis más de misterio al caso. "Amigo, estoy si señal ni batería, en un rato te llamo", dice el mensaje de texto que en el atardecer del mismo 30 de abril llegó al teléfono de Juan Francisco. Fue el primer SMS que recibió en su vida de Facundo, quien jamás lo llamaba “amigo”, siempre le decía “gordo”. Se lo respondió igual y al día siguiente le preguntó dónde andaba. No tuvo más respuestas.
Una semana después de ese primer rastrillaje, Cristina y Peretto, junto al penalista Aparicio, acudieron a la Justicia federal bahiense. Allí plantearon las “inconsistencias e irregularidades” que advertían en la instrucción judicial, a la que describieron como “delegada” por Dimas García en la sospechada Bonaerense y pidieron la separación de esa fuerza de la investigación.
Una visita que recibió Cristina al día siguiente terminaría por reafirmar sus dudas. Tres personas de Pedro Luro que el 30 de abril viajaban a Bahía Blanca le dijeron que habían visto cómo dos policías subían a Facundo a una camioneta de la Fuerza, blanca y negra. Ocurrió pasando Buratovich, antes de la “curva grande”, casi a la misma hora que González aseguró haberse encontrado con el chico, pero unos 25 kilómetros antes. Agregaron que en la comisaría de Pedro Luro no les recibieron su declaración.
Con este nuevo elemento, el fiscal federal de Bahía Blanca Santiago Ulpiano Martínez se decidió por abrir una investigación para determinar si la desaparición de Facundo pudo ser forzada. Durante casi dos semanas esa instrucción fue paralela a la de la Justicia provincial, ya en manos del fiscal Rodolfo De Lucía, de la Unidad Funcional de Instrucción Judicial 20 de Bahía Blanca.
Según la madre de Facundo, el fiscal sólo estuvo presente en uno de los operativos que se hicieron. Fue el 14 de julio, cuando ella llegó a la sede judicial y él se había ido a recorrer en helicóptero el operativo de las fuerzas federales.
En base a declaraciones imprecisas pero “profusas”, esa fiscalía seguía como principal hipótesis que el chico había llegado a su destino. “Por su cuenta”, según la UFIJ 20, la Policía rastrillaba en la zona este de Bahía Blanca al impulso de circulares que ubicaban a Facundo allí, cerca del barrio Napal, donde había vivido hasta febrero y vendiendo bolsas de consorcio en la calle. Más de un centenar de agentes, móviles y drones le agregaban espectacularidad a la movida.
A esa altura, primeros días de julio, la viralización del caso superaba la escala zonal y motivó la llegada a la zona de Sergio Berni. A la par del funcionario, pero en un segundo plano, arribó una comisión de Asuntos Internos que entrevistó a los oficiales involucrados en el caso. “La Policía está trabajando bien, pero si la mamá del chico la quiere fuera, así será”, prometió el ministro de Seguridad, quien le aseguró a Cristina que Facundo iba a aparecer.
La Bonaerense, afuera
De Lucía, que tampoco tenía objeciones a la labor policial, hizo realidad el anuncio de Berni y la Bonaerense fue apartada de la investigación, en pleno despliegue callejero. Al mismo tiempo, Martínez ordenaba allanar el segundo destacamento policial en importancia del Departamento Villarino, la subestación de Mayor Buratovich. La decisión disparó la declaración de incompetencia de la Justicia provincial y a partir del 9 de julio, como pedía la familia, la desaparición de Facundo sería investigada solo por el fuero federal.
Martínez avanzó en varias direcciones, pero con dos premisas: agotar la hipótesis provincial de que Facundo llegó a Bahía Blanca y apostar a que múltiples informes científicos y tecnológicos que solicitó (análisis de comunicaciones, movimientos satelitales de patrulleros, secuestros de libros de guardia, entre otros) le ayudaran a esclarecer el caso. Un camino corto, cuestionado por la querella que lo entendía inútil, y otro más largo, el que echaría luz sobre si hubo desaparición forzada, donde la espera de resultados desespera.
En el medio de ambas metas, el fiscal convocó a todas las fuerzas federales y sumó 250 efectivos, más equipos de búsqueda por aire, tierra y agua, para encarar rastrillajes entre Bahía Blanca y Pedro Luro. Dos tandas de siete días no arrojaron ningún resultado. En el medio, la dudosa aparición de una testigo de identidad reservada que plantea la hipótesis de que, tal vez, Facundo se haya quedado en el camino, en un intento de evitar otra interceptación policial.
La jugada, que las querellas particular e institucional (Comisión Provincial por la Memoria) atribuyeron a los policías Sosa y Flores y culparon al fiscal de avalarla, impulsó a recusar a Martínez. Denunciaron trabas para acceder a los resultados de la causa y un fuerte cuestionamiento a la estrategia de investigación. Para la jueza federal 2 de Bahía Blanca, Gabriela Marrón, el planteo no pasó de una mera divergencia y mantuvo al fiscal.
No obstante, el mismo día en que fue ratificado, Martínez pareció imprimirle otra velocidad al camino más largo al revelar que había pedido “informes urgentes” al ministerio de Seguridad bonaerense sobre listados de policías y móviles asignados a Villarino el 30 de abril. Por entonces, ya había comenzado a tallar el factor Marcos Herrero, un reconocido adiestrador de perros rastreadores, la apuesta técnica y emocional de Cristina.
"Él y sus perros me van a traer a Facundo. Confío más en los perros que en las personas”, había dicho la mamá, frente a la fiscalía federal, cuando fue a pedir que aceptaran al adiestrador canino rionegrino como perito de parte. Once días después, Yatel, uno de sus canes, marcó “esencia odorífera” de Facundo en los dos móviles secuestrados. En el de la foto del 30 de abril, pero más en otro de Teniente Origone, blanco y negro, como en el que habían introducido a Facundo, según los tres testigos.
“En ese (el móvil blanco y negro), el perro enloqueció”, dijo Herrero, al describir cómo el ovejero alemán subió y bajó del móvil y dio con manchas compatibles con sangre, tras romper el cobertor de un asiento. El hallazgo se sumó al material ya encontrado en ambos vehículos y en el coche particular de la agente Flores, con el objeto de comparar con el ADN de Cristina.
Un hallazgo sugestivo
El último día del frenético julio en el caso arrojaría otro elemento contundente, cuando el mismo perro extrajo una bolsa de residuos de un depósito en los fondos del destacamento policial de Teniente Origone, después de ladrar unas diez veces. En el interior, partido al medio, había un amuleto que Cristina reconoció como un regalo de su mamá a sus tres hijos. Era una sandía de madera, con una vaquita de San Antonio y un “Te amo”, en inglés, en su interior.
Ese hallazgo, sumado un avance del análisis de las comunicaciones telefónicas de los policías involucrados y otros elementos no revelados, llevaron a la querella particular a pedir el martes 4 la detención de los cuatro efectivos de Mayor Buratovich y Teniente Origone, como miembros de una "asociación ilícita". En la maniobra, vincularon a once personas más, entre agentes policiales y civiles de Bahía Blanca, Villarino y la zona.
Esto involucra a un funcionario del municipio de Villarino, que firma un informe del lector de patentes sobre la ruta 3 enviado a la fiscalía federal. Tiene fecha 14 de julio y no incluye el dominio del vehículo en el que iban los testigos que aseguran ver a Facundo subiendo a un patrullero. Según la querella, ese dato sí figuraba en un informe del día anterior, suscripto por otro funcionario municipal. Además, el segundo reporte incorpora por primera vez al auto de la testigo cuestionada por la mamá de Facundo, sumada a la causa el mismo 14 de julio.
A la espera de la respuesta de las solicitudes de detención y más medidas de prueba, un nuevo dato sacó a Cristina de su trabajo en la estación de servicio Shell del acceso a Pedro Luro, donde nunca dejó de ir para “cargar pilas”, le dijo a Clarín.
Una vidente la llevó el 5 de agosto hasta el Camino de las Ferias, que conduce a Mayor Buratovich. En la huella, junto a un canal, encontraron una mochila semienterrada, ropa y restos de animales. El sitio está a unos cien metros del tramo de la ruta 3 donde los testigos aseguran haber visto a Facundo cuando lo subían a un patrullero. Un buzo, según Cristina, es similar al que usaba su hijo.
Pasaron cien días y Facundo no aparece. El caso ya tiene impacto nacional, incluso el presidente Alberto Fernández y el gobernador Axel Kicillof se comunicaron con la madre del joven. Pero la decepción con las promesas políticas empieza a ser un lamento de cada día. Mientras tanto, la esperanza de encontrar con vida a Facundo se borra poco a poco.
GL - EMJ
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Fuente:
Gabriel Bermúdez, Cien días sin Facundo: "No quiero que mi hijo sea un desaparecido", 7 agosto 2020, Clarín.
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