viernes, 24 de julio de 2020

Cenizas y silencio en los Humedales del Delta del Paraná

El río Paraná ha bajado su afluente a unos registros que no se recuerda en décadas, a lo que hay que sumar una sequía no vista en años: un combo incendiario que desde febrero azota uno de los ecosistemas más importantes y diversos de Sudamérica.

por Ignacio Conese

“El Domingo pasado cuando estábamos realizando los últimos operativos en las islas les dije a los muchachos: ‘miren bien y no digan adiós, digan hasta luego’. Eso lo aprendí en 2008, cuando fueron los incendios que el humo llegó a Buenos Aires; en un momento creíamos que habíamos terminado, festejamos, nos abrazamos, dijimos adiós, nos fuimos y a los doce días estábamos instalados en las islas cuerpo a cuerpo de nuevo. Por eso, esta vuelta fue un hasta luego”. Quién cuenta esta historia es Fabian Dayde, vicejefe del cuartel de bomberos de la tranquila ciudad de Victoria en la provincia de Entre Ríos, una localidad de alrededor de cuarenta mil habitantes que tiene a su cargo una porción significante de uno de los ecosistemas más complejos, ricos en biodiversidad y esenciales para la vida misma de Argentina: los Humedales del Delta del Río Paraná.

El hasta luego de los bomberos se debe a que desde que comenzó 2020 se han registrado alrededor de 3.700 puntos calientes en las imágenes satelitales que ofrece el servicio FIRMS de la NASA. Cada punto representa un incendio que puede ser de algunos metros a varias hectáreas. El pico de estos incendios se dio el pasado 14 de junio cuando los satélites registraron 380 focos distintos en un día. El 21 de junio las lluvias trajeron un alivio, pero no llovió ni cerca de lo suficiente para poder decir que el asunto está terminado.

La cantidad de hectáreas afectadas difiere según quien analice las imágenes satelitales y con qué intención lo haga. Ambientalistas acusan un daño superior a las 40.000 hectáreas, desde que arranco el año; dicen que es una catástrofe ambiental y que el año ya camina a ser histórico en cuanto al daño que se está ocasionando.

Dayde -quien también es coordinador local del Plan de Manejo del Fuego, un comité nacional que supervisa lo relacionado a la problemática de incendios forestales-, en consonancia con lo que dicen muchos por lo bajo en Entre Ríos, habla de un daño menor en comparación con otros incendios; de una mediatización del asunto desde Rosario con interés de avanzar sobre la soberanía municipal y provincial de las islas. Dice que, aunque los ganaderos realizan quemas, no cree que sean los que están detrás de los grandes incendios. Dice que han sido 7.000 hectáreas las incendiadas este año, y no 40.000, y apunta a turistas que ya no están y que podrían explicar los incendios de febrero, pero no los desatados desde marzo, cuando arrancó la cuarentena; o apunta a una teoría “que la prensa prefiere no escuchar” como la de combustión bacteriana espontánea. Incendios inevitables y sin responsables.

Cifras locales aparte, si se amplía el mapa del daño, y se extienden de las fronteras invisibles municipales, provinciales y nacionales, el daño es inconmensurable. Los humedales, el delta del río, sus afluentes, las islas; la Cuenca del Plata completa, todos pertenecen a uno de los sistemas hidrogeológicos y reservas de agua dulce más abundantes de la tierra de la que se proveen de agua potable directamente unos 100 millones de personas: el Acuífero Guaraní.

Es ingenuo descontextualizar la bajante, que afecta a todos los grandes cauces del subcontinente, de la sequía y esta de los incendios y el avance brutal sobre la selva de Amazonas en Brasil y Bolivia. Más fuego y menos selva traen menos precipitaciones. Bajan los niveles de agua de los ríos y lagunas y más superficies quedan expuestas al sol del verano y posteriormente a las heladas del invierno. Convirtiéndose en materia seca y combustible. Los incendios prendidos por los ganaderos y latifundistas que avanzan sobre el Amazonas propician las condiciones adecuadas para que los incendios que se prenden mucho más al sur sean lo devastadores que son. Ciclos que pueden ser naturales, pero son exacerbados por el vector antropocéntrico. Por la demanda sin fin de recursos que se pone sobre estas tierras.

“Las quemas son ancestrales, las quemazones son un negocio. No es ningún misterio que por detrás están los ganaderos. Nos sorprendemos con que este año se quema todo y no lo relacionamos en absoluto a que Argentina esta meta abrir mercados internacionales para carne pastada de primera calidad, la misma que se produce acá en las islas” dice Julián el Negro Aguirre, un pescador de Rosario, nacido en las islas, y con más de sesenta años de experiencias vividas en estos territorios que conoce como pocos. Después de décadas de una militancia constante entre sus compañeros y con la sociedad para enaltecer el oficio del pescador de río, y que lo llevó a fundar asociaciones, organizaciones y cooperativas, hoy Julián se agotó del juego político, las traiciones, especulaciones e intereses corporativos con los cuales se fue encontrando a cada paso del camino y se dedica a pescar solo, con la colaboración de Néstor, Chipá, con quien divide la mitad de las piezas que pescan, aunque Julián por ser el dueño del bote tiene la prioridad de elegir primero. “De lo que se pesca acá nada va a parar a los frigoríficos”, dice, y explica por qué: “Ellos son los grandes depredadores del río, explotan a los pescadores, obligando a la sobre pesca, no distinguen especies, porque una inmensa parte de lo que no exportan lo venden para forrajes donde se procesa todo y cualquier cosa”.

El sábalo, históricamente abundante en la Cuenca del Plata es la principal especie que se pesca, y que se exporta. Argentina está entre los pocos países del mundo que permite tal exportación, que triplica en sus cupos permitidos el consumo interno. Vendiendo por fuera de los frigoríficos Julián y Néstor deben trabajar más, elegir las piezas; muchas veces devolver las que no van a poder comercializar. Conocer un acopiador que les page bien, como el caso de Julián, o como hace Néstor, una vez terminada la jornada, vender los pescados directamente al público en un puesto. Seguir trabajando después del trabajo. Requiere más esfuerzo, principios y conocimiento del oficio, algo que estos dos veteranos pescadores tienen, pero no abunda. En el Delta, la necesidad tiene cara de frigorífico.

Control, descontrol e intereses

La única presencia estatal permanente en las islas del bajo Delta son las tres comisarias, distribuidas en distintos accesos claves que tienen a su cargo controlar entre una veintena de hombres las 376.000 hectáreas de islas del ejido de Victoria, donde se han registrado un 60% del total de incendios ocurridos en los Humedales del río Paraná. La Comisaria II de la Isla Charigüe es la que se llevó la peor parte en estos incendios, ya que una gran cantidad de los focos, en especial los del mes de junio, se dieron en el territorio bajo su control.

Los policías de isla gozan de un prestigio social que no tienen las demás fuerzas de seguridad continentales, en especial sus colegas de azul de las policías provinciales. Es un trabajo mucho más social, donde el intercambio entre iguales con la comunidad es más importante y lleva a mejor trabajo policial que la mera vigilancia e imposición por la fuerza. Una evolución natural de una fuerza que en el mejor de los casos cuando se encuentra ante una acción criminal están en igualdad de condiciones con los perpetradores, si estos son cazadores furtivos o ladrones de ganado, y en absoluta desigualdad si el encuentro es con los narcos que usan los corredores acuáticos del Delta para todo lo que dé la imaginación y suelen estar armados hasta los dientes y en lanchas mucho más capaces que las de la policía, meros botes de pescador glorificados con camuflaje en los costados.

“Acá lo que se hace es en base al esfuerzo y sacrificio de los hombres, el propio y la ayuda y colaboración de los vecinos, de la comunidad; porque el presupuesto con el que contamos es muy limitado, y lo que implica tareas de vigilancia y patrullaje, que es lo que permite estar en contacto real con lo que pasa en el territorio es poco el alcance que podemos tener para la vastedad del territorio”, dice José González, el cándido y robusto comisario de Charigüe. “Si no los encontramos con las manos en la masa, yo no puedo decirte quien pienso que puede estar prendiendo fuego, se lo podría indicar a un fiscal si me lo consulta, pero si no hay algo concreto, son solo opiniones, indicios, y puedo estar equivocado; lo cierto es que hasta dónde llega mi conocimiento no hay nada concreto sobre quien o quienes están prendiendo los incendios, pero parece muy difícil que no sean intencionales”.

El presupuesto de las comisarías de islas es escandaloso por lo inexistente. La provincia de Entre Ríos banca una muy humilde presencia, eso es todo. De los 500 kilómetros de recorrido que deberían ser patrullados regularmente por la Comisaría II, González admite que con suerte llegan a cubrir una quinta parte, y eso pidiendo caballos prestados a los vecinos. En la comisaría de Charigüe llega un punto del mes en que hay que optar por comprar comida o ponerles nafta a las lanchas. Para alimentar a seis policías trabajando tiempo completo la provincia les pasa lo mismo que cobra una madre por la asignación universal de un hijo. Los salarios que cobran estos policías no cubren la canasta básica para mantener una familia por encima de la línea de pobreza. El presupuesto operativo mensual total de la comisaría es menos de cien euros por mes.

Ángel Correa es un correntino que lleva sus casi 70 años viviendo en distintos lugares del litoral y que hace más de una década eligió armar su rancho en una isla a unos dos mil metros de distancia de la traza vial de la ruta provincial 174, que conecta la ciudad de Rosario con la de Victoria. Hasta su retiro, siempre trabajó en establecimientos ganaderos; una vida entera en las islas, entre las vacas. Para este auténtico gaucho no existen dudas sobre quienes prenden los incendios: “Yo no puedo decirle quienes fueron, porque aun si lo sé, es algo que no haría. Que no se hace. Lo que sí puedo decirle sin problema es que las quemas son la forma de renovar los pastos para las vacas y por eso en un momento del año vos ves fuego y humo. Es así. Siempre fue así. No hay otros motivos. En la vida vi otra cosa”, dice de forma concluyente.

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Fuente:
Ignacio Conese, Cenizas y silencio en los Humedales del Delta del Paraná, 23 julio 2020, El País. Consultado 24 julio 2020.

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