por
Mariela Jara
AYACUCHO,
Perú, 18 jun 2020 (IPS) - Una represa construida en forma comunal a
casi 3500 metros sobre el nivel del mar abastece de agua a Cristina
Azpur y a sus dos hijas. Las tres viven de su trabajo en el campo, en
las altiplanicies andinas de Perú, y venían enfrentando el estrés
hídrico provocado por las alteraciones del clima.
“Hemos
hecho los muros de la reserva con piedra y tierra y hemos sembrado
los queñuales el año pasado, en febrero, para que capturen el
agua”, cuenta a IPS vía telefónica desde Chungui, su pueblo, con
unos 4500 habitantes, que se ubica en la provincia de La Mar, una de
las más castigadas por la violencia del grupo maoísta Sendero
Luminoso, que provocó un conflicto armado interno de 20 años en el
país, entre 1980 y 2000.
La
queñua (Polilepis racemosa), o qiwiña, en lengua quechua, es un
árbol nativo del altiplano de los Andes, con un tronco grueso que lo
protege de las bajas temperaturas y son consideradas como grandes
captadoras del agua de lluvia, además de tener un valor sagrado para
los quechuas.
En
Chungui y otros municipios altoandinos del suroccidental departamento
de Ayacucho, ha sido el insumo principal para recuperar y preservar
las fuentes hídricas, en una zona cuya población es toda quechua.
Así
le indica Eutropia Medina, presidenta del Consejo Directivo de Huñuc
Mayu (encuentro de ríos, en quechua), una oenegé que desde hace 15
años trabaja en la promoción de los derechos de la población de
las comunidades campesinas de la región, una de las más pobres en
el país.
“Las
mujeres y hombres han plantado más de 10 000 árboles de queñua en
las diferentes comunidades como parte de sus planes de siembra y
cosecha de agua, que son técnicas que conocen de sus antepasados que
hemos contribuido a recuperar para que desarrollen en mejores
condiciones sus actividades agrícolas y crianza de sus animales, que
son sus principales medios de vida”, sostiene en diálogo con IPS
en Ayacucho, la capital regional.
Explica
Medina, quien antes fue directora de la oenegé, que la aceleración
del cambio climático de los últimos años, por la irracional
explotación de los recursos naturales, ha generado el desequilibrio
de los ecosistemas de alta montaña, incrementado los gases de efecto
invernadero y provocando la desglaciación y la desertificación.
Como
consecuencia, detalla, se ha generado una escasez de agua que
perjudica a las familias, y más a las mujeres porque por sus roles
de género cargan con las responsabilidades domésticas, participan
en las labores agrícolas y atienden la provisión hídrica.
Huñuc
Mayu, con el apoyo de la oficina nacional de la organización de
cooperación Diakonia, con su base en Suecia, ha realizado
capacitaciones y asistencia técnica para garantizar la seguridad
hídrica en esas comunidades campesinas altoandinas, que subsisten
con la pequeña actividad agropecuaria.
Se
trata de un área que tiene una reciente historia de repoblamiento y
articulación tras dos décadas en que las familias tuvieron que
migrar para salvarse de la guerra interna, en que Ayacucho concentró
40 por ciento del total de víctimas.
“Con
el trabajo de Huñuc Mayu se organizó a los retornantes y a quienes
se quedaron en las comunidades, se promovió la siembra de frutales y
la articulación a mercados”, informa a IPS la responsable de
Género de Diakonia en Perú, Denisse Chávez.
Explica
que “en ese proceso se necesitaba más agua y formas tecnificadas
de riego, por lo que mediante un fondo de cascada las comunidades
lograron proyectos para la conservación de cuencas y microcuencas en
la zona”.
El
impacto es muy significativo, remarca, porque antes las familias
dependían de las lluvias para abastecerse de agua y en tiempos de
secano padecían mucho pues no podían regar sus cultivos ni dar de
beber a sus animales.
Ahora,
esa situación ha cambiado.
Churia,
un poblado de apenas 25 familias a más de 3100 metros sobre el nivel
del mar, en el distrito (municipio) de Vinchos, es otra de las
comunidades que ha impulsado soluciones para enfrentar el problema de
la falta de agua.
Oliver
Cconislla, de 23 años, vive allí con su esposa Maximiliana Llacta y
un hijo de cuatro años. La familia depende de la pequeña
agricultura y de sus animales.
“Aquí
vivimos de la alpaca, con su carne nos alimentamos y nutrimos a los
niños, hacemos charqui (carne deshidratada, charki en quechua) para
guardar y cuando tenemos suficiente alimento vendemos al mercado. La
lana la hilamos, tejemos y vendemos también”, relata a IPS a
través del teléfono.
Para
su familia es vital contar con pasto y bebederos para sus “50
alpaquitas y 15 ovejitas” y es una necesidad que han podido atender
en base a un trabajo organizado.
“Trabajamos
hace tres años en la cosecha de agua”, recuerda. “Hemos hecho
diques, hemos estado cerrando las lagunas y plantando queñuales en
las faldas del cerro. Yo he sido autoridad el año pasado y mano a
mano hemos trabajado con Huñuc Mayu”, detalla.
Cconislla
refiere que hicieron diques en seis lagunas utilizando materiales
locales como pasto, tierra, arcilla, “solo con material del
suelo”. También acordonaron con mallas ganaderas (de alambre
galvanizado) las plantaciones de queñuas.
“Ahora
cuando falta la lluvia ya no estamos tristes o preocupados porque
tenemos las lagunas, el dique conserva el agua para que no se salga y
cuando se llena filtra por los bordes haciendo riachuelos que bajan
donde lo animales beben y tienen pasto permanente, incluso en sequía
se conserva húmedo”, afirma.
Además
de estos servicios ecosistémicos, en una de las lagunas han sembrado
truchas que sirven de alimento para las familias, en especial de
niñas y niños. “Como comunidad administramos estos recursos para
que se mantengan en el tiempo en beneficio de nosotros y de los hijos
que vendrán”, subraya.
Cristina
Azpur, de 46 años, no tiene animales, pero sí cultivos que
necesitan riego. Ella se hace cargo de las labores del hogar y de la
faena agrícola, ayudada por sus dos hijas de 11 y 13 años cuando no
están en la escuela, porque no tiene esposo, “ya que mejor sola
que mal acompañada”, asegura entre risas.
Para
ella y las demás familias de casas desperdigadas en la comunidad de
Chungui, lexplica, a represa les asegura poder contar con agua y
sostener la vida.
“Ya
voy a sembrar la papa, olluco (Ullucus tuberosus, ulluku en quechua,
un tubérculo del que se comen también sus hojas), oca, este mes de
junio vamos a tener campaña chica (siembra especial de algunos
cultivos entre mayo y julio), y de la represa sacaremos el agua y así
aseguramos nuestro alimento que es lo más importante para estar
sanas”, dice orgullosa.
Luego
cuenta amablemente que no puede seguir conversando porque debe apoyar
a sus hijas que estudian en modo remoto a través de programas
emitidos por la televisión pública, debido a la cuarentena
obligatoria por la emergencia de la covid-19.
En
la localidad vecina de Oronccoy, de unas 60 familias y establecida
apenas en 2016, Natividad Ccoicca, de 53 años, también está
impulsando su huerto de hortalizas con el agua del reservorio
construido en comunidad.
A
más de 3300 metros de altura, ella y su familia han sido parte de
una experiencia que ha mejorado sustancialmente su calidad de vida.
“Antes
sufríamos para juntar agua, caminábamos lejos y hasta llevábamos
los caballos para traer los recipientes que llenábamos en los
manantiales. Ahora con el reservorio tenemos facilidades para la
chacra (granja), para los animales y para nuestro consumo”, detalla
a IPS.
Además
explica que debido a las medidas de prevención del contagio de la
covid-19 hay más demanda de agua en los hogares. “¿Se imagina
cómo estaríamos sin el reservorio? Con mayor riesgo de enfermarnos,
eso seguro”, puntualiza.
Estas
experiencias de siembra y cosecha de agua forman parte de la
propuesta integral de Huñuc Mayu para la gestión de cuencas
hidrográficas vinculadas al afianzamiento hídrico con técnicas
andinas en sinergia con tecnología convencional a bajo costo.
Medina
destaca el involucramiento de las comunidades y la participación
activa de las mujeres, quienes desde la cosmovisión andina son las
que tiene el vínculo innato con el agua.
“Vemos
logros importantes que las propias comunidades y su gente impulsan,
por ejemplo se ha ampliado la oferta de agua frente a las demandas
para la producción agropecuaria y el consumo humano”, explica.
Agrega
que “las mujeres han sido participantes activas en la protección
de las cabeceras de la cuenca y se ha reducido su carga laboral del
pastoreo de ganado en beneficio de su salud. Son contribuciones
destacables para mejorar la calidad de vida de las familias” de
esta zona secularmente desatendida en Perú.
Ed:
EG
Solución
compleja, integral y sostenible
El
afianzamiento hídrico a través de técnicas ancestrales de siembra
y cosecha de agua lo realiza Huñuc Mayu en dos de las nueve
cabeceras de cuenca de utilidad hídrica del departamento de
Ayacucho. El trabajo es en esa zona para que tenga sostenibilidad
porque es allí donde nacen las aguas y donde es necesario retenarlas
para beneficiar a las familias ubicadas en las cuencas medias y
bajas, explica a IPS el director de la institución, Alberto Chacchi,
experto en el tema.
“Es
un sistema complejo, no es solo el empozamiento del agua en lagunas o
vasos naturales, también hemos recuperado pastos naturales que son
captadores de agua en tiempos de lluvia y forman bofedales y
manantiales, construido diques rústicos para la recarga hídrica de
las lagunas, plantado árboles nativos y conservado los suelos”,
precisa.
Alpaccocha
era un bofedal que se secaba al irse la lluvia y tras la construcción
del dique por parte de la comunidad de Churia se ha convertido en una
laguna que contiene 57 000 metros cúbicos de agua, explica como
ejemplo. Los bofedales son pequeños humedales de altiplanices, con
praderas poco extensas alrededor.
El
costo total incluyendo la mano de obra comunal ha sido de 20 000
soles, unos 5700 dólares. “Una reserva de esa magnitud le habría
costado al Estado tres millones de soles (854 000 dólares) porque
usarían tecnología convencional que además altera los ecosistemas
y no sería sostenible”, indica.
Para
que las familias accedan al agua de la laguna se han colocado en el
dique dos tubos con una válvula, la que se abre en tiempos de
estiaje dejando caer el agua como riachuelo para que en la parte baja
la población la capte a través de mangueras y la use en el riego
por aspersión. Esta gestión la asumen las autoridades comunales
para asegurar el reparto equitativo.
Cada
dique tiene además en cada extremo su canal de derivación que
permite la salida del agua excedente una vez llena la laguna, lo que
permite mantener húmedos los bofedales que antes se secaban al
terminar la temporada de lluvias.
Fuente:
Mariela Jara, Siembra del agua reverdece a comunidades de las alturas andinas en Perú, 18 junio 2020, Inter Press Service. Consultado 23 junio 2020.
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