Investigadores
de distintas universidades y dependencias del CONICET del país
elaboraron un documento en el que cuestionan concepciones que avalan
el desarrollo de la megaminería en la Argentina. La iniciativa, que
sumó casi 800 adhesiones, reavivó una controversia que exige un
debate profundo sobre el modelo de desarrollo del país y la región.
por
Vanina Lombardi
Agencia
TSS - “De las entrañas de nuestra América Latina salió el 45 %
del cobre, el 15 % del hierro, el 20 % del oro, el 51 % de la plata,
el 19 % de la bauxita, el 21 % del zinc, el 10 % del níquel, el 14 %
del plomo, el 19 % del estaño y el 29 % del molibdeno del mundo,
sobre el total de lo extraído durante la década 2008-2017. Sin
embargo, en la región solo vive el 8,4 % de los habitantes del
planeta y su consumo de metales ronda apenas entre el 5 y 7 % del
total mundial”, sostiene el geógrafo Marcelo Giraud, uno de los 33
investigadores de distintas universidades y dependencias del CONICET
del país, que participaron de la elaboración y difusión de un
documento en el que, a partir de datos de estudios nacionales e
internacionales, buscan desmitificar los argumentos del sector minero
que avalan el desarrollo de la megaminería en la Argentina.
“Desde
el inicio de la humanidad, ya se han extraído 185.000 toneladas de
oro, de las cuales la industria apenas demanda 330 por año, que
podrían reciclarse del oro que hoy está dando vueltas por el mundo.
Los bancos centrales de los países y el FMI tienen unas 32.000
toneladas acumuladas, mientras que los propietarios individuales
conservan el resto. De hecho, el 36% de la demanda se abastece con
oro reciclado”, agrega Giraud, que es docente en la Unicversidad
Nacional de Cuyo (UNCUYO), y aclara que la importancia de la minería
de oro radica en que la búsqueda de más yacimientos y la generación
de nuevos proyectos de explotación de oro determina, prácticamente,
“la mitad de la actividad exploratoria minera metalífera en el
mundo”.
Estos
ejemplos ponen en cuestión uno de los argumentos que más circula en
torno a la megaminería: que no es posible vivir sin ella y que
quienes se oponen deberían renunciar a consumir y utilizar objetos
que contengan metales. Por el contrario, sostiene Giraud, “América
Latina es la gran exportadora neta (diferencia entre exportaciones e
importaciones) de metales al mundo. Se extraen del subsuelo muchos
más metales que lo que los latinoamericanos consumimos. Es decir,
que nos tenemos que hacer cargo de todos los riesgos de contaminación
del agua, aire, suelo, degradación del paisaje, flora, fauna y todos
los impactos sociales en las comunidades, así como del aumento de
prostitución y de adicciones a las drogas y al juego, por algo que
tiene que ver con una inserción en la división internacional del
trabajo. Cinco siglos después, con algunas variantes, seguimos
siendo los grandes exportadores netos de productos minerales”.
El
documento elaborado por los científicos y científicas del CONICET
se refiere particularmente a la megaminería metalífera, entendida
como un concepto que no solo se refiere a un método técnico sino a
un modo de extracción de metales que involucra a cierto tipo de
actores y agentes económicos, generalmente empresas medianas y
grandes de carácter transnacional, que es la que más conflictos y
resistencias genera en los territorios, así como la que más riesgos
presenta para el ambiente.
Otra
de las grandes promesas que llegan de la mano de la minería a gran
escala es que generará desarrollo, empleo y diversificación de la
economía regional. Sin embargo, los datos del INDEC plasmados en el
documento elaborado por este grupo multidisciplinario indican que,
desde 2004 hasta 2018, la “explotación de minas y canteras”
aportó sólo el 2,95% del valor bruto de producción total en
Argentina, mientras que el aporte de la megaminería metalífera fue
de apenas el 0,49. En cuanto a la generación de puestos laborales,
del total de empleo público y privado registrado en el país al
segundo trimestre de 2019, los de la actividad minera no alcanzan el
1% del total, considerando la extracción de minerales metalíferos,
no metalíferos e incluso la de petróleo crudo y gas natural, según
estimaciones tomadas del Ministerio de Trabajo.
“No
se puede negar que existe algo de movimiento en las zonas donde se
instalan estos proyectos, pero hay que analizar otros datos de la
realidad, como cuánta pobreza había antes y cuánta hay después”,
sostiene la especialista en Sociología Económica Laura Álvarez,
que es investigadora en la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ) y
también participó en la redacción del documento. Según Álvarez,
también hay que sumar otras variables, como la impositiva, y el
consumo de agua y energía de estos mega proyectos. “Según datos
oficiales, en un año de buena producción, el yacimiento de Bajo de
la Alumbrera -en Catamarca- usó 85 millones de metros cúbicos de
agua y consumió la energía eléctrica equivalente al doble del
consumo residencial de toda la provincia”, dice Álvarez.
“Particularmente,
planteamos nuestros argumentos en relación a la mega minería
metalífera, que usa sustancias como el cianuro y acido sulfúrico, y
es la que está en el ojo de los diferentes gobiernos y políticas de
Estado desde los 90. No hay un proyecto de generar divisas o
inversiones a partir de una minería que no sea de gran escala o
algún tipo de intervención diferente del fracking”, sostiene el
biólogo Matías Blaustein, del Instituto de fisiología, biología
molecular y neurociencias (IFIBYNE-UBA/CONICET) y otro de los autores
del documento, y agrega que podría ser “interesante” discutir
acerca de la minería a pequeña escala, pero que no es el contexto
actual. “Lo que se busca son inversores de grandes empresas
transnacionales que vengan a hacer minería a gran escala. No hay un
proyecto de industrialización, ni de generación de minería a
pequeña escala destinado a algún tipo de generación de empleo o
industria nacional sino que, por el contrario, se va a un modelo de
reprimarizacion de la economía con quienes puedan afrontar esas
inversiones, se puedan llevar el mineral y procesarlo, dejando
cantidades irrisorias de dinero, del orden del 1 % de lo que se
llevan en material”, puntualiza.
Otros
de los argumentos que desmitifica el documento son que siempre hubo
minería y no trajo problemas graves a la humanidad, y que los
impactos en la salud y el ambiente de la megaminería ocurren a muy
largo plazo o son reversibles. Al respecto, basta recordar el
accidente de la mina Veladero, en San Juan, que en 2015 contaminó
con 15.000 litros de solución cianurada las aguas del río
Potrerillos, o la tragedia que ese mismo año provocó al menos 17
muertes en Mariana, cerca del estado de Minas Gerais, en Brasil, en
lo que muchos catalogan como la mayor catástrofe ambiental de ese
país y es considerado el mayor colapso de diques de cola de la
historia de toda la minería mundial.
“Hay
trabajos internacionales que consideran el último siglo y que
muestran que, en cada década que transcurre, el impacto acumulado de
los accidentes de diques de cola, lejos de disminuir gracias al
avance de la tecnología, son cada vez más grandes e inmanejables”,
advierte Giraud. En el caso de Veladero, en San Juan, a pesar de que
la minera Barrick Gold era la principal extractora de oro del mundo y
cumplia con todas las certificaciones ambientales, no contaba con un
sensor de bajo costo que podría haber evitado la tragedia. “Nunca
hay garantías plenas, el punto es a quién le corresponde decidir
qué riesgo se quiere asumir en determinado territorio”, cuestiona
Giraud, que además es representante de la Asamblea Mendocina por el
Agua Pura.
“También
cuestionamos el argumento que plantea que la minería a gran escala
´bien hecha´ no traería efectos dañinos. Explicamos que eso no es
posible por la propia lógica, ya que los materiales que se emplean,
la voladura de cerros de montañas, las nubes tóxicas que se generan
y la degradación del paisaje son algunos de los efectos
potenciales”, agrega Blaustein, que entre 2010 y 2016 participó en
un relevamiento en Tinogasta, Catamarca, adonde se quería hacer
minería de uranio, cobre y plata. “Como científicos, tratamos de
aportar un grano de arena a favor de las resistencias que hay en
diferentes partes del país frente a este método extractivo, que a
nuestro parecer genera más que nada enfermedad, contaminación y
malestar a cambio de muy poco”, sostiene.
Frente
al avance de esta actividad, en la Argentina hay ejemplos exitosos y
fallidos de movilizaciones que lograron evitar la explotación
minera, tal como ocurrió en Esquel en 2003, cuando los asambleístas
lograron, a través de un plesbicito, la sancion de la Ley 5001, que
prohíbe la actividad minera en la provincia de Chubut, y el más
reciente de Mendoza, que en diciembre salió a las calles a defender
la Ley 7722, que prohibe el uso de cianuro y otras sustancias tóxicas
en mineria, y de los intentos de modificación de la legislación por
parte de las flamantes autoridades políticas de la provincia.
“El
enfoque multidisciplinario es fundamental pero no solo en torno a las
disciplinas, sino a diferentes aspectos que tiene una realidad. Por
eso, temas así deben ser tratados desde diferente miradas y
trayectorias, no solo académicas. En el caso de las asambleas
socioambientales, después de 10 o 15 años de investigación y
recopilación de información, hay gente que ya se ha convertido en
experta”, advierte Álvarez, que se involucró en la Asamblea de
Esquel durante 2011, mientras realizaba el trabajo de campo para su
investigación sobre políticas públicas nacionales y provinciales
del sector minero. Y concluye: “Como sociedad tenemos que
preguntarnos qué necesitamos y esto no puede ser una decisión de
unos pocos. Hay que hacerse la pregunta a nivel social. Por ejemplo:
¿Para qué se extraen estos minerales? ¿Cuál es su costo social?
Cuando las poblaciones dicen que el agua vale más que el oro, no es
solo una consigna para reproducir sino para pensar que queremos”.
Fuentes:
Vanina Lombardi, Los costos de la megaminería, 12 marzo 2020, TSS.
Dibujo por Chelo Candia, de la serie Un dibujo pordía contra la megaminería, el saqueo y la contaminación.
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