martes, 14 de enero de 2020

Epílogo de Silencios y deslealtades I


Epílogo del libro Silencios y deslealtades, sobre el incidente de Palomares de 1966.

por José Herrera Plaza

Han transcurrido algunas semanas desde que terminamos las entrevistas. Todo lo que había que comentar, resumir o concluir ya estaba escrito. No veía la necesidad de expresar nada más, ni siquiera recapitular o subrayar lo esencial. Pero hemos comentado repetidamente que Palomares es una historia abierta mientras la contaminación continúe sin ser recogida y trasladada a un lugar adecuado.

Los últimos meses han venido marcados por una mala noticia. A través de fuentes bien informadas hemos sabido que en el último año han sido transportados subrepticiamente en cuatro expediciones más de 3 toneladas de residuos nucleares desde la sede del CIEMAT en Madrid hasta Palomares (Cuevas del Almanzora, Almería) y depositados en contenedores marítimos en una zona vallada cerca del cementerio de Palomares. El material estaba constituido por unas 9.157 muestras de tierras, productos agrícolas, filtros de los muestreadores de aire, recogido durante 50 años y más de 734 muestras de sondeos, que hasta 2008, se han ido realizando en las áreas contaminadas de los términos municipales de Vera y Cuevas del Almanzora.

El material se había ido almacenando en la Instalación Radiactiva de 2ª clase IR-17, en el edificio nº 33. Tras el escándalo, fue confirmado por el CIEMAT, que negó sin rubor que sean radiactivos, pero al mismo tiempo reconocieron dos envíos, cuando en realidad fueron cuatro. Que solo eran 1.400 kg. cuando el total fue más del doble. Que tenían una actividad de 1,6 millones de Bequereles de americio, cuando han sido más de 28. Que eran 6,68 millones de Bq de plutonio 239+240, cuando la cifra real ascendió a más de 112 millones. Sesgaron que también iban 28 millones de Bq de plutonio 241 y 2,8 millones de Bq del tóxico plutonio 238. Veámoslo con todo detalle en la tabla resumen.



El primer envío se realizó en 2011, un año más tarde de la muerte del director del CIEMAT, Juan Antonio Rubio. Como hemos visto fue, junto a su equipo, el verdadero artífice del Plan de Investigación y del Plan de Rehabilitación de Palomares, de la misma manera que era firme partidario del Plan Integral para la Mejora de las Instalaciones del CIEMAT (PIMIC). Sostenía que el principal problema de Palomares era social, por el alto grado de estigmatización que genera la radiactividad. De estar vivo no creo que hubiese autorizado el descontaminar el CIEMAT a costa de enviar las muestras históricas a su lugar de origen. Mucho menos el almacenarlas en una casa-laboratorio del CIEMAT, dentro del núcleo urbano.

Tal acto supone un delito flagrante de la legislación medioambiental nacional e internacional, una nueva tropelía de la larga lista sufrida por Palomares. Esta iniciativa ha sido acordada paralelamente al (PIMIC), responsabilidad de la Subdirección General de Seguridad y Mejora de las instalaciones de este organismo que, además, es continuamente inspeccionada por el Consejo de Seguridad Nuclear (CSN). Según Ley 15/1980, de 22 de abril, debería de haber sido comunicada previamente al CSN, el cual tendría que haber elaborado un informe vinculante favorable a su traslado y destino. Algo imposible de concebir porque Palomares ni es una instalación radiactiva, ni un cementerio nuclear. Al menos legal legalmente.

El artículo continuará en la segunda parte.
José Herrera Plaza es co-autor de "Silencios y deslealtades"
Fuente:
José Herrera Plaza, Epílogo de Silencios y deslealtades I, 13 enero 2020, El Salto Diario.

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