por
Leandro Vesco
La
visión no puede ser más espectacular y solitaria. En medio de la
nada, sobre un horizonte interminable de pastizal y arbustos
espinosos, recostada en un pueblo de apenas 22 habitantes (llegó a
tener mil), dentro del olvido propio de estos rincones del sudoeste
bonaerense, se levanta y resiste el abandonado y el paso del tiempo
la Iglesia Nuestra Señora del Carmen, en el pueblo de López Lecube
(Partido de Puan).
"La
visitan turistas de todas partes del país, pero se nos viene abajo,
necesitamos urgente mantenerla", cuenta Andrea Ferreyra,
enfermera del pueblo y una de las responsables de que este edificio
que sostiene la fe de un puñado de familias continúe en pie. "Se
trata de nuestra identidad, nuestra historia", sostiene.
Declarada Patrimonio Cultural provincial, inaugurado en 1913, más de
un siglo después un pequeño grupo de vecinos quiere recuperarla.
Hicieron una cabalgata donde asistieron 1700 personas, pero lo
recaudado no alcanza para hacer las obras de restauración, muy
costosas para ellos, todos trabajadores rurales.
"Todavía
estamos a tiempo de recuperarla", afirma Andrea, quien tiene una
historia particular con López Lecube. Vive en Felipe Solá,
localidad que se encuentra a 15 kilómetros. Estudió enfermería con
la condición de poder ejercer en el pequeño pueblo, donde recuperó
una antigua tapera hasta transformarla en la sala sanitaria. "Lo
que más costó sacar fueron las arañas", afirma. Sabe de
luchas desiguales. "Siento que la iglesia me protege",
afirma.
De
lunes a viernes atiende de 9 a 15, pero también abre las puertas de
la iglesia para que todos aquellos quieran conocerla, puedan hacerlo.
"Hace tres años que hacemos esto, y le hemos quitado la
humedad", sostiene. La romántica estructura desafía el árido
desierto pampeano. "Las palomas son nuestras principales
enemigas", dice. Junto a su hijo y un pequeño equipo de
soñadores las fueron sacando a escobazos y con un rifle de aire
comprimido. "Sé que no es lo correcto, pero no encontramos otra
solución", confiesa.
Todos
los años hacen la Cabalgata Peregrinación a la Iglesia Nuestra
Señora del Carmen, que se inicia en Felipe Solá y culmina en la
iglesia, en López Lecube, allí esperan a la Virgen y a los jinetes
con asado y delicias camperas. "En 2018, con lo recaudado
pudimos arreglar el altar, techo, confesionarios, parte del coro y
algunas puertas", recuerda Andrea.
La
inflación también se siente en este apartado paraje. Con los
precios actuales, la recaudación no alcanza para lo básico.
"Queremos arreglar el bautisterio, pero nos piden $34.000 sólo
de mano de obra", afirma.
"Necesitamos
cemento, cal, pintura blanca", pasa lista Andrea, aunque
reconoce que gran parte del problema es la falta de dinero. "Si
alguien se hiciera cargo de estos arreglos, estarían protegiendo
parte de la historia provincial", completa. El equipo que
mantiene la iglesia es mínimo: está ella, y dos vecinos más, María
Elena Lupia y Ezequiel Mónaco. "Somos muy pocos, pero hemos
logrado mucho", afirma. También se le suman los habitantes del
pueblo.
Una
historia de malones y milagros
La
historia de la iglesia se puede leer en ritmo cinematográfico.
Corría el año 1887 cuando Ramón López Lecube, quien tenía 50.000
hectáreas, salió a recorrer algunos potreros de sus dominios, junto
un empleado, Eduardo Graham, que le advirtió que venía un malón.
Aterrados por la presencia del indio, decidieron esconderse en unas
vizcacheras. Ramón prometió allí a la Virgen del Cármen, que si
salía con vida, haría en ese mismo lugar una iglesia en su honor.
El malón eludió la zona, pero se llevó cautivo a su peón, a quien
nunca más volvió a ver. En 1900 comenzó la construcción de la
iglesia, que finalizó en 1913.
La
hizo en medio de la nada. La mayor parte de los materiales fueron
traídos desde Italia, todos las esculturas de santos, altar y virgen
están hechos con mármol de Carrara, al igual que los vitrales,
todos europeos. Llegaban al puerto de Ingeniero White, y se
trasladaban 100 kilómetros en carreta. "Fue una verdadera
odisea", cuenta el cura párroco Matías Pardo, quien oficia
misa en la iglesia todos los meses que tienen quinto domingo.
"Lo
más fuerte de todo, es que López Lecube hace este inmenso esfuerzo,
por una promesa. Sabe que el beneficio de la vida le llegó por la
Virgen", contextualiza Pardo. El pueblo se fue levantando
alrededor de la solitaria construcción. López Lecube dona tierras
para hacerlo, y para que venga el tren, que llegó en 1905. "Una
promesa, cuando se cumple, atrae a más corazones", resume el
cura. Los domingos que da misa, llegan fieles de todas partes. La
iglesia convoca. Es un sacerdote acostumbrado a la ruralidad,
extiende su misión pastoral a otros pueblos de la comarca, como
Bordenave, 17 de Agosto y Felipe Solá, todos recostados sobre la
ruta 76, en estos tramos de tierra. "Cuando llueve los caminos
se vuelven feos", acota Andrea, quien todos los días viaja para
llegar a la salita de López Lecube. "Cambiar cubiertas
pinchadas es algo de todos los días", afirma.
Ramón
López Lecube murió en 1920, pero entonces el pueblo ya estaba
formado. Llegó a tener 1000 habitantes, hoteles, peluquerías,
cancha de tenis y bares. De todo esto, hoy no queda más que el
recuerdo: el cierre del ramal ferroviario, significó la casi
desaparición de la localidad. Apenas 22 almas habitan en estos
silenciosos solares. La iglesia es el único bastión de aquel pasado
que resiste.
"Para
todo el pueblo es la identidad, es un orgullo para los 22, que
siempre quieren trabajar para que permanezca abierta", comenta
el cura. La sala sanitaria donde atiende Andrea es el lugar más
frecuentado. "La gente viene a buscar leche", afirma la
mujer, que instaló un ropero solidario. En la entrada al pueblo está
la escuela, con cinco alumnos en primaria y uno en jardín. Sólo
cuatro faroles alumbran el pueblo de noche. No hay señal telefónica
ni de celular. "Hace años que nos vienen prometiendo estos
servicios", afirma Andrea. Para instalar en la puerta de la sala
un teléfono fijo, el trámite les insumió nueve meses. "Ahora
ante alguna emergencia, pueden llamar gratis a cualquier fijo, eso
sí, si no se corta", concluye.
La
urgencia para esta pequeña comunidad es poder restaurar la iglesia.
"Avanzamos a paso de hormiga, tratamos de dar una mano en todo
lo que podemos", sostiene Ignacio de Mendiguren (hijo del
diputado del Frente Renovador y ex titular de la UIA José de
Mendiguren), cuya familia es dueña de la estancia que alguna vez fue
de López Lecube. La calle principal del pueblo termina en la entrada
a "San Rafael", donde está el casco. "Las
dependencias de la iglesia tienen los techos muy mal, la prioridad es
la cabreada de metal que sostiene el techo de la nave principal",
afirma. Allí hay que pintar con antióxido. "El pueblo siempre
ha estado abandonado por todo el mundo", confiesa.
"Somos
muy pocos, y hemos trabajado tanto", repite Andrea. Trescientos
metros separan la iglesia de la sala sanitaria. Todos los días hace
ese camino para abrirla, para darle aire a esa centenaria estructura
que apuntala la fe y la identidad de un pueblo, muy pequeño.
"Todavía estamos a tiempo de recuperarla, siento eso", se
emociona.
Fuente:
Leandro Vesco, La iglesia que resiste el paso del tiempo, semiabandonada en un pueblo de 22 habitantes, 9 octubre 2019, La Nación. Consultado 14 noviembre 2019.
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