viernes, 1 de noviembre de 2019

Arsénico en el agua: Sobrevivir entre el veneno


Los pueblos del Chaco son fumigados con glifosato y su agua está contaminada con arsénico y bacterias. Un equipo de investigación de la UBA cuenta su experiencia en El Impenetrable, donde tomar un vaso de agua potable es un lujo.

Redacción Canal Abierto | “No es que no sale agua de la canilla. Es que no hay canilla directamente. En la ciudad se nos corta el agua y nos volvemos locos. En estos pueblos no hay, no existe. El no tenerla genera otra consciencia y otro cuidado de `la agua´, como dicen ellos. Para nosotros, que la tenemos, tomar un vasito de agua pasa desapercibido”.

Este es el relato de Ángeles Rodríguez, licenciada en Biología, y Alcira Trinelli, doctora en Química, quienes forman parte de un grupo interdisciplinario de investigación de la Universidad de Buenos Aires. Su campo de estudio es El impenetrable y la localidad de Sáenz Peña, en Chaco. El objeto, el agua.

Cavar pozos, construir aljibes, “cosechar” agua de lluvia, son las maneras que tienen en estos pueblos de sobrevivir donde las redes de agua potable no llegan. El problema es que esa agua que consiguen con esfuerzo tiene una contaminación natural de arsénico y bacterias como la Escherichia coli.

Hace tres años que el equipo de la UBA realiza campañas de recolección y análisis de muestras en estas zonas. “Lo que queríamos era poder aplicar una tecnología de abatimiento de arsénico que es una línea de investigación en la que yo vengo trabajando”, comenta Trinelli.

El hecho de que el agua tenga arsénico significa que no es apta para el consumo humano porque el arsénico se va a ir acumulando en el cuerpo de quien lo consume, trayendo consigo problemas de salud, lo que se conoce como HACER (Hidroarsenicismo Crónico Regional Endémico), un síndrome complejo que va afectando todo el cuerpo. A veces se puede ver con manchas en las manos, pero más allá de lo que se ve, hay mucho daño interno que el arsénico acumulado va generando en la persona”, agrega Rodríguez.

Pero el problema de estas comunidades no acaba ahí. “Encontramos glifosato en todas las muestras que tomamos, que no son de los campos sino terrenos aledaños. Estas fumigaciones se hacen muy cerca de las poblaciones y es difícil controlar que se respeten las distancias mínimas. En los patios de las casas encontramos glifosato”, cuenta la química.

En esta última misión, todos estos resultados fueron entregados a los habitantes de donde se extrajeron el agua y la tierra. Esta transferencia que se hace en los pueblos vulnerados es parte de la Extensión Universitaria, que figura en el Estatuto Universitario de 1918. “Como prácticas, recién en los últimos 20 años se empezaron a ver. Es una lucha interna en nuestra facultad para que se le dé el espacio y la importancia que tiene, que viene avanzando, pero vale muchísimo menos hacer esto que publicar en revistas internacionales. Esta es una reflexión sobre qué tipo de investigaciones queremos, qué ciencia y para quién la hacemos”, remarca Trinelli.

El sistema científico argentino -de los sectores más golpeados por el ajuste macrista- entrega subsidios para investigaciones mediante concursos. “Esto es muy difícil de conseguir, las líneas de corte están muy altas. Incluso llegando, uno no accede a los subsidios porque está recortado. Hay mucho menos presupuesto de lo que se daba antes. Entonces hay menos vacante”, sentencia Rodríguez.

Fuente:
Arsénico en el agua: Sobrevivir entre el veneno, 31 octubre 2019, Canal Abierto.

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