Los pueblos del Chaco son fumigados con glifosato y su agua está contaminada con arsénico y bacterias. Un equipo de investigación de la UBA cuenta su experiencia en El Impenetrable, donde tomar un vaso de agua potable es un lujo.
Redacción
Canal Abierto | “No es que no sale agua de la canilla. Es que no
hay canilla directamente. En la ciudad se nos corta el agua y nos
volvemos locos. En estos pueblos no hay, no existe. El no tenerla
genera otra consciencia y otro cuidado de `la agua´, como dicen
ellos. Para nosotros, que la tenemos, tomar un vasito de agua pasa
desapercibido”.
Este
es el relato de Ángeles Rodríguez, licenciada en Biología, y
Alcira Trinelli, doctora en Química, quienes forman parte de un
grupo interdisciplinario de investigación de la Universidad de
Buenos Aires. Su campo de estudio es El impenetrable y la localidad
de Sáenz Peña, en Chaco. El objeto, el agua.
Cavar
pozos, construir aljibes, “cosechar” agua de lluvia, son las
maneras que tienen en estos pueblos de sobrevivir donde las redes de
agua potable no llegan. El problema es que esa agua que consiguen con
esfuerzo tiene una contaminación natural de arsénico y bacterias
como la Escherichia coli.
Hace
tres años que el equipo de la UBA realiza campañas de recolección
y análisis de muestras en estas zonas. “Lo que queríamos era
poder aplicar una tecnología de abatimiento de arsénico que es una
línea de investigación en la que yo vengo trabajando”, comenta
Trinelli.
“El
hecho de que el agua tenga arsénico significa que no es apta para el
consumo humano porque el arsénico se va a ir acumulando en el cuerpo
de quien lo consume, trayendo consigo problemas de salud, lo que se
conoce como HACER (Hidroarsenicismo Crónico Regional Endémico), un
síndrome complejo que va afectando todo el cuerpo. A veces se puede
ver con manchas en las manos, pero más allá de lo que se ve, hay
mucho daño interno que el arsénico acumulado va generando en la
persona”, agrega Rodríguez.
Pero
el problema de estas comunidades no acaba ahí. “Encontramos glifosato en todas las muestras que tomamos, que no son de los campos
sino terrenos aledaños. Estas fumigaciones se hacen muy cerca de las
poblaciones y es difícil controlar que se respeten las distancias
mínimas. En los patios de las casas encontramos glifosato”, cuenta
la química.
En
esta última misión, todos estos resultados fueron entregados a los
habitantes de donde se extrajeron el agua y la tierra. Esta
transferencia que se hace en los pueblos vulnerados es parte de la
Extensión Universitaria, que figura en el Estatuto Universitario de
1918. “Como prácticas, recién en los últimos 20 años se
empezaron a ver. Es una lucha interna en nuestra facultad para que se
le dé el espacio y la importancia que tiene, que viene avanzando,
pero vale muchísimo menos hacer esto que publicar en revistas
internacionales. Esta es una reflexión sobre qué tipo de
investigaciones queremos, qué ciencia y para quién la hacemos”,
remarca Trinelli.
El
sistema científico argentino -de los sectores más golpeados por el ajuste macrista- entrega subsidios para investigaciones mediante
concursos. “Esto es muy difícil de conseguir, las líneas de corte
están muy altas. Incluso llegando, uno no accede a los subsidios
porque está recortado. Hay mucho menos presupuesto de lo que se daba
antes. Entonces hay menos vacante”, sentencia Rodríguez.
Fuente:
Arsénico en el agua: Sobrevivir entre el veneno, 31 octubre 2019, Canal Abierto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario