por
Alejandra Ibarra Chaoul
MÉXICO,
3 sep 2019 (IPS) - Llegó a Nueva York en un velero llamado Malizia
II. Tiene 16 años, es sueca y desde hace un año protesta cada
viernes sin ir a la escuela para exigir que se haga algo respecto al
cambio climático. Usa el cabello largo, no se maquilla y no sonríe
para agradar
Llegó
a Nueva York en un velero llamado Malizia II para asistir a una
cumbre de cambio climático en las Naciones Unidas. Se llama Greta
Thunberg y quiero creer que es la cara del cambio. De ese cambio que
necesitamos y mi generación no supo proponer.
Si
tienes entre 23 y 38 años, y has tenido una vida medianamente
privilegiada, seguramente has sentido desesperación porque las cosas
no parecen estar funcionando. Seguramente, en uno de esos momentos,
también habrás pensado lo siguiente:
Llena
el vacío. ¿Qué meta u objetivo, socialmente inculcado, tenían tus
papás cumplido (y tú no estás ni cerca) a la edad que ahora
tienes? Nota el “ya” después de “papás” y antes del espacio
en blanco. Ese “ya”, esa medida de comparación. Ese “ya” que
sirve como vara y como estándar inamovible y, en muchos casos, como
recordatorio inevitable de la sensación de fracaso. Somos
millennials. Nos sentimos insatisfechos y frustrados; las cosas no
funcionan; el plan no está rindiendo los frutos que, pensamos,
debería.
Confiamos
en que las cosas iban a salir bien, en que el camino era repetible,
reproducible. Hicimos lo que nos enseñaron y lo seguimos al pie de
la letra. Consumimos. Estudiamos. Comprobamos nuestro valor con
títulos y marcas; con ropa y celulares. Interiorizamos los
estándares de belleza como verdad absoluta. Hicimos dietas.
Condujimos coches. Viajamos en aviones. Nos vestimos con marcas cada
vez más mezquinas con tal de seguir estrenando. Explotamos el
planeta. Crecimos creyendo que la producción industrial de alimento
animal era normal. Creamos el avocado toast (tostada de aguacate) y
globalizamos el consumo del açai bowl (bol del fruto de esa
palmera). Seguimos, como en piloto automático, sin cuestionar.
Seguimos.
A
mi edad, mis papás ya _______________.
Tú
no solo no te has casado, ni siquiera sabes si quieres. Tampoco
tienes hijos. No tienes hijos porque, si tu sueldo nunca es
suficiente para pagar tus propios costos de vida, ¿cómo podrías
acaso mantener otra? Tu salario es tan insuficiente que no tienes
seguro médico porque, en caso de que tengas trabajo, serás
privilegiado si tu empleador te cubre el seguro social. Eso es si
tienes trabajo, si no, vives de un popurrí de actividades tratando
de juntar suficiente dinero para pagar la renta. Porque una renta es
lo más cercano a lo que aspiras en términos de propiedad. Nunca vas
a poder comprar una casa, pero ¿la quieres? La búsqueda de empleo
es despiadada. Los requisitos para aplicar son incrementalmente
complicados.
Tus
capacidades y títulos académicos se diluyen ante los sueldos que te
ofrecen, mismos que parecen ir en sentido contrario de la cantidad de
horas que te piden trabajes. ¿Fondo de retiro? ¿Qué es eso? Eres
hija o hijo del consumismo: tienes una necesidad inagotable por estar
conectado siempre a todo lo que pasa, a lo que los demás hacen, a
las redes sociales que dictan qué hacer, cómo vestir, comer,
viajar, gastar; que te dictan quién ser. Pero aún si tuvieras el
empleo ideal con el sueldo perfecto y más prestaciones que las de la
ley, no puedes controlar que el mundo se está acabando.
Aun
si tuvieras todas las condiciones materiales para comprar una casa y
reproducirte, tal vez no lo harías, porque ¿quién quiere traer una
persona al mundo para que se ahogue, se queme, se muera
-literalmente- de sed?
Somos
la generación incómoda, la de en medio. La generación que no
creció en la bonanza económica de la anterior más que por un
tiempo breve, solo para darnos cuenta que esa vida, que pensábamos
era la norma, no nos iba a tocar.
Somos
la generación nostálgica por definición. Dicen que los
milleannials nos quejamos de todo, que somos flojos. Lo que no dicen
es que nos enseñaron que debíamos trabajar en lo que amáramos y
eso se convirtió en la más sutil explotación laboral porque
siempre, todo es trabajo.
No
hay separación entre trabajar y vivir y la vida es eso que sucede
cuando no nos damos cuenta, hasta que arde la Amazonia y tomamos un
segundo para respirar y pausar, solo lo suficiente para alarmarnos,
pero no lo necesario para entender que si paráramos, nos
detendríamos a cuestionar lo que hacemos. Si paramos, vamos a
encontrar todo totalmente carente de sentido. Si el mundo arde en
llamas, nada es relevante. Y arde. Pero seguimos.
Somos
la generación del diagnóstico y la parálisis. Entendemos los
problemas, ¡los vivimos! Pero no sabemos solucionarlos. No tenemos
suficiente autonomía generacional para despegarnos por completo de
los paradigmas con los que crecimos. No sabemos pensar outside the
box (en forma diferente). Tenemos veintimuchos o treintaypocos y ya
somos demasiado viejos. Seguimos reglas. Nos entercamos. Trabajamos
más fuerte, más duro, más horas.
Y
nos quejamos. Diagnosticamos. Nada funciona, de acuerdo. La
democracia no es realmente representativa, de acuerdo. No estamos
acabando el mundo una botella de plástico o un popote a la vez, de
acuerdo. La administración de Donald Trump será juzgada como la
nazi por sus políticas de odio, de acuerdo.
El
Estado no cumple sus funciones básicas (en México matan a una mujer
cada dos horas y media), de acuerdo. Los coches contaminan, pero no
tenemos sistemas de transporte público funcionales, de acuerdo. Como
buenos consumistas nos llenamos de titulares, de información, de
ensayos, de podcasts y de columnas (entiendo la ironía), que suman
al interminable diagnóstico de la generación que somos. Nos
documentamos. Estudiamos. Intentamos entender. Entendernos, tal vez.
No
somos la siguiente generación, la del cambio. No tuvimos esa suerte.
No tuvimos esta distancia. No tuvimos ese valor. No nos estamos
replanteando todo: manifestándonos los viernes sin ir a la escuela,
sin miedo a perder lo que nunca tuvimos. No estamos navegando el
Atlántico en velero para luchar por la supervivencia del planeta. No
estamos eliminando la clasificación arbitraria de género. No
estamos fundando organizaciones para controlar el uso de armas de
fuego después de balaceras en secundarias. No estamos encontrándole
sentido a estar y existir, porque no crecimos sabiendo que nuestra
existencia, como la del mundo, se va a acabar.
Somos
hijos de los grandes corporativos, del aumento del uso del automóvil,
del trazo de las carreteras llenándose de chapopote. Somos hijos de
los roles de género y el estatus económico. Fuimos los que nos
quedamos en la escuela, confiando ciegamente que en el salón
estarían las respuestas. Fuimos los que seguimos el camino esperando
mansamente que el mundo no cambiara; que al seguir destruyéndolo no
nos lo acabáramos.
Llegó
a Nueva York en un velero llamado Malizia II. Tiene 16 años y lo
tiene todo más claro. Se llama Greta Thunberg y es una de las caras
del cambio. Como ella, miles de personas de la gen Z ven y entienden
que el mundo no funciona. No se aferran a lo que no tuvieron. Se
replantean. Se atreven a imaginar. Lo mejor que podemos hacer es
hacerles espacio. Quitarnos para que quepan. Callarnos para que
hablen. Escuchar lo que digan.
Lo
mejor que podemos hacer es soltar.
Lo
mejor que podemos hacer es confiar.
Alejandra
Ibarra Chaoul ha participado activamente en investigaciones para The
New Yorker y Univision. Cubrió el juicio contra Joaquín El Chapo
Guzmán como corresponsal para Ríodoce. En 2014 fue seleccionada
como una de las diez escritoras jóvenes con más potencial para la
primera edición de Balas y baladas, de la Agencia Bengala. Es
politóloga egresada del Instituto Tecnológico Autónomo de México
(ITAM) y maestra en Periodismo de investigación por la Universidad
de Columbia.
Este
artículo fue publicado originalmente por Pie de Página, un proyecto
de Periodistas de a Pie. IPS-Inter Press Service tiene un acuerdo
especial con Periodistas de a Pie para la difusión de sus
materiales.
RV:
EG
Fuente:
Alejandra Ibarra Chaoul, Llegó en un velero llamado Malizia, 3 septiembre 2019, Inter Press Service. Consultado 6 septiembre 2019.
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