Edificio del reactor de la Unidad 4 de la accidentada central nuclear de Fukushima Daiichi, en Okuma, Japón, noviembre 2013. Fuente: David Guttenfelder / AP Photo. |
por
Alejandro Nadal
Tuvo
gran éxito la operación de relaciones públicas del gobierno
japonés durante el G20 la semana pasada. Entre los discursos sobre
aranceles, comercio, riesgo de una nueva recesión y anuncios sobre
los Juegos Olímpicos del año entrante en Tokio, nadie se volvió a
acordar de la catástrofe de Fukushima.
La
radioactividad es invisible, pero las mentiras que pretenden cubrirla
saltan a la vista.
Fukushima
es el peor desastre industrial en la historia de la humanidad. En los
días siguientes al terremoto del 11 de marzo de 2011 se produjo la
fusión de los núcleos en tres de sus seis reactores nucleares. En
los tres casos, la masa de combustible fundido atravesó la vasija de
acero con sus seis pulgadas de espesor, quemó y reaccionó
químicamente con el contenedor de concreto y ahora se encuentra en
contacto con el agua del subsuelo. No se ha podido hacer nada para
aislar y remover esas masas de material nuclear fundido y controlar
la contaminación. Algunos de los isótopos radioactivos afectarán
partes de la prefectura de Fukushima por 250 mil años. Lo único que
separará ese material tóxico de cualquier persona que camine por
esos parajes será una sombría capa de mentiras.
Gobiernos,
intereses corporativos privados y públicos tienen un rasgo en común.
Estas estructuras jerárquicas comparten una fuerte propensión a
mentir cuando se sienten amenazadas. Es importante examinar el enredo
de engaños que sigue cocinándose en los reactores nucleares que
sufrieron fusión en Fukushima. En esta sarta de embustes se
encuentran involucrados el gobierno de Japón y el primer ministro
Shinzo Abe, la empresa Tepco (operadora de Fukushima), la Agencia
Internacional de Energía Atómica (AIEA) y el Comité Organizador de
los Juegos Olímpicos de 2020.
Después
de las explosiones de hidrógeno en tres reactores de Fukushima, los
núcleos se fundieron y precipitaron una crisis que se mantiene a la
fecha. Desde el principio el gobierno nipón prohibió el uso de los
términos "fusión del reactor" en sus comunicados al
público y demostró estar más interesado en proteger los intereses
de los gigantes corporativos Hitachi y Toshiba que la salud de más
de 160 mil refugiados nucleares. Hoy sabemos que el material de los
tres núcleos fundidos en Fukushima ha permanecido en contacto con
agua del subsuelo durante los últimos ocho años y gran cantidad de
agua altamente contaminada ha ido a parar al océano Pacífico.
En
uno de los actos más perversos de que se tenga memoria, el gobierno
japonés, en connivencia con la AIEA, simplemente incrementó el
nivel de radiación "permitido" para el público más de 20
veces de los niveles existentes antes de la catástrofe. Al amparo de
esta nueva "norma técnica", el gobierno pudo afirmar que
la zona estaba bajo control. Así pudo también evitar el costo de
descontaminar una gran superficie de tierra y bosques, así como de
zonas residenciales y comerciales. Después de algunos trabajos
superficiales de descontaminación, muchos residentes que
inicialmente tuvieron que ser evacuados hoy están siendo autorizados
a dejar sus albergues y regresar a su residencia original, que
supuestamente ha sido "descontaminada". Pero la
contaminación nuclear fue tan intensa y cubrió una zona tan grande
que los vientos han vuelto a llevar polvo y nieve radioactivos a esos
poblados. Es un grave caso de contaminación dinámica.
En
2013 el primer ministro Shinzo Abe declaró frente al Comité
Olímpico Internacional que Fukushima estaba bajo control y no había
ningún riesgo. Tokio obtuvo la sede de los Juegos Olímpicos en
2020, y varios juegos de beisbol y futbol se llevarán a cabo en
terrenos de la ciudad de Fukushima. La misma ruta de la antorcha
olímpica pasará por territorio contaminado. Observadores
independientes (www.Fairewinds.org) han encontrado muestras de
material altamente radioactivo en localidades en las que atletas y
espectadores estarán expuestos a niveles de radioactividad
comparables a los soportados por trabajadores de una planta atómica.
El análisis de Koide Hiroaki, ingeniero nuclear de la Universidad de
Kioto (www.apjjf.org), es devastador. El desastre de Fukushima no ha
sido controlado a la fecha y exponer a residentes y visitantes a los
niveles de radioactividad que todavía prevalecen en la zona es un
acto criminal. Los Juegos Olímpicos de Tokio se llevarán a cabo en
un terreno de emergencia nuclear.
Epílogo.
Después del terremoto de 2011, Japón pudo embarcarse en una
ambiciosa transición hacia las energías renovables. En lugar de eso
prefirió colmar la brecha que dejó el cierre de plantas nucleares
después de Fukushima con millonarias importaciones de carbón. Hoy,
Japón es la única economía desarrollada que continúa construyendo
plantas de carbón (17 en total). En el plano internacional, sigue
financiando proyectos que utilizan carbón con unos 15 mil millones
de dólares. No alcanzará su meta de reducir las emisiones de gases
invernadero en 80 por ciento para el año 2050. De todos modos, era
demasiado poco y demasiado tarde.
Fuente:
Alejandro Nadal @anadaloficial, Fukushima: el regreso de la mentira, 3 julio 2019, La Jornada. Consultado 9 julio 2019.
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