La
construcción de un megacolector que supuestamente limpiaría sus
aguas enfrenta a una asociación con los vecinos, que consideran que
la industria les va a arrebatar su bien más preciado.
por
Ann Esswein y Felie Zernack
Ciudad
de Guatemala 15 JUL 2019 - Eduardo Aguirre recorre en su lancha el
lago de Atitlán, mientras la luz del sol destella en sus aguas y los
volcanes se erigen majestuosamente en el horizonte. Aguirre lleva
lentes de sol y un chaleco salvavidas por encima de su camisa polo
azul con la leyenda Amigos del Lago de Atitlán. Parece como si
estuviera de vacaciones, pero en realidad él es el director de la
organización que se propone construir el sistema de aguas residuales
más grande de Centroamérica.
La
organización está conformada por académicos, científicos y
habitantes urbanos. Son dueños de casas vacacionales en torno a este
lago, surgido en lo que alguna vez fue el cráter de un volcán
activo, y están sumando esfuerzos para garantizar su supervivencia,
pues representa un importante polo turístico, un motor económico
para el país y, sobre todo, constituye la reserva de agua dulce más
importante de la región. 300.000 habitantes, la mayoría indígenas
mayas, viven en sus alrededores, quienes llaman al lago por nombre y
apellido: Atitlán Cristalina. Sin embargo, sus aguas cristalinas hoy
sólo existen en el recuerdo.
“Ésta
es la historia de las plantas de tratamiento de agua en Guatemala”,
afirma Aguirre al bajar de la lancha. Transcurren las primeras horas
del día en la costa de San Lucas Tolimán y ya puede verse a un
grupo de mujeres lavando ropa en el lago. A orillas del mismo, cien
metros más adelante, una planta de tratamiento se desborda en un
parque infantil, mientras que otro estanque yace cubierto
completamente por la maleza. Aguirre explica que ahí, de donde
debería salir el agua limpia desde la planta, brota una espuma
espesa compuesta por jabón, nitratos y bacterias fecales. Su hijo
frunce el ceño y mira a su alrededor con desagrado.
El
agua corre así, sin filtrarse, directamente hacia el lago. Aguirre
continúa explicando y señala con el dedo hacia donde resuena una
bomba, unos cien metros más adelante. Desde ahí, contaminada
presuntamente se conduce de regreso a los hogares para su consumo
doméstico. El lago es la única fuente de agua a lo largo de toda la
costa sur del país, por lo que su mal estado representa un desastre
para el medio ambiente y la salud.
Eduardo
Aguirre está acostumbrado a que el líquido corra al abrir el grifo
y a que, al tirar de la palanca del retrete, desaparezca por el
drenaje de la Ciudad de Guatemala. Cien kilómetros al norte, en la
zona rural del país, únicamente el 40 % de los poblados dispone de
una planta de tratamiento de aguas residuales, mientras que el
sistema de drenaje es un lujo que existe sólo para una minoría.
2019
es año electoral en Guatemala y Aguirre considera que éste podría
ser un momento oportuno para poner punto final a este caos. El
director de la organización y también arquitecto se muestra
nervioso, pues el gobierno debe decidir si acepta o no su proyecto;
la fecha límite son los comicios que se llevarán a cabo en junio.
“¿Qué pasaría si no?”, pregunta su hijo durante el trayecto de
vuelta a la lancha. “Entonces el lago se moriría para siempre”,
responde Aguirre. La organización Amigos del Lago de Atitlán
pronostica que en cinco años la situación del lago habrá alcanzado
un punto de no retorno.
Científicos
nacionales e internacionales debaten aún sobre la gravedad de la
situación en el lago de Atitlán. El Centro de Estudios Atitlán
(CEA) lleva a cabo mediciones de manera regular desde hace diez años,
sin obtener pronósticos definitivos hasta la fecha. Sin embargo,
algo resulta evidente: cada vez es más frecuente encontrarse con la
proliferación de algas, o para ser más precisos, con el crecimiento
exponencial de cianobacterias. Las cepas de algas parcialmente
tóxicas se forman en los cuerpos de agua dulce cuando resultan
contaminados por aguas residuales, pesticidas y fertilizantes. En
enero, las cianobacterias -que tienen la apariencia de pelaje canino
mojado- cubrieron la totalidad de los 126 kilómetros cuadrados que
abarca el lago. El diario guatemalteco Prensa Libre alerta
actualmente sobre los riesgos del consumo de pescado.
Son
tiempos difíciles para Matías Yak, de treinta y tres años, quien
afirma: “El lago es como mi banco”. Mientras, envuelve en hojas
de caña los cangrejos que más tarde venderá en el mercado. A cien
metros de su casa de barro, yendo hacia abajo, la familia de cinco
miembros extrae el agua para cocinar, bañarse y lavarse los dientes.
El lago funciona como un cuarto de baño al aire libre y es, a la
vez, su fuente de ingresos más importante. “No había ni peces ni
cangrejos”, relata Magdalena, la esposa de Matías, refiriéndose a
la más reciente proliferación de algas. Últimamente han pensado en
marcharse, pues “hay un contaminante… ¿Cómo dices que se
llama?”, pregunta ella, titubeante, a su marido, “cianobacterias”,
le responde Matías.
El
lugar donde residen las familias de pescadores arroja los valores más graves a lo largo de la ribera del lago, afirma Mónica Orozco,
bióloga del CEA, consciente de que las 70.000 personas, para quienes
el lago representa su única fuente de agua dulce, disponen de muy
poca información sobre el nivel de contaminación y sus
consecuencias. Según datos de la Secretaría de Seguridad
Alimentaria y Nutricional (SESAN), el 50 % de los habitantes padecen
diarreas crónicas, un número significativamente mayor al de otros
lugares en Guatemala. Orozco reporta que los niños mayores de un año
sufren padecimientos gastrointestinales cuyo desenlace, en muchos
casos, resulta ser fatal. Los pescadores, asimismo, se quejan por la
aparición de erupciones en la piel después de haber tomado un baño
en el lago.
En
una amplia oficina en la Ciudad de Guatemala, a unos doscientos
kilómetros de ahí, la organización Amigos del Lago Atitlán
trabaja en una posible solución a este problema: se llama
megacolector y fue desarrollado por científicos de California. Como
si se tratara de una operación militar, Aguirre describe la primera
fase, parado frente a un mapa: construcción de canalizaciones, pues
hasta ahora sólo la mitad de las casas están conectadas a un
sistema de desagüe. De este modo, las aguas residuales quedarían
conectadas a un sistema de tuberías flotante que, de realizarse el
proyecto, se instalará a lo largo y ancho del lago. Por medio de
turbinas se llevaría dichas aguas hasta el punto más profundo del
lago. Una planta central se encargaría de purificarlas y generar
electricidad. Para garantizar su mantenimiento, el plan es vender la
energía producida a la agroindustria, explica Aguirre. Este proyecto
tendría dimensiones históricas, según detalla la organización en
su sitio de internet, pues sólo un lago cristalino atrae a los
turistas y, con ellos, el beneficio para 17 millones de
guatemaltecos.
En
octubre de 2018, el gobierno de Jimmy Morales anunció un apoyo para
el proyecto, cuyo costo asciende a unos doscientos millones de
dólares, pero será hasta mediados de 2019 cuando el Congreso decida
sobre la viabilidad del préstamo. De aprobarse, con el megacolector
se instalaría, a partir de 2020, un moderno sistema urbano de
tratamiento de aguas residuales en esta región marginada. Sin
embargo, aquellos que resultarían beneficiados se oponen al
proyecto.
La
oposición en casa
“Nosotros
decimos no al megacolector”, se lee en un cartel de plástico
colocado en el Salón Municipal de San Lucas. Sentados en sillas de
plástico, consejos de ancianos, representantes juveniles y
trabajadores del municipio dialogan sobre el gran conflicto que
desencadenaría la realización del proyecto y se refieren al lago
como “abuelita”. Para ellos, tiene un significado espiritual.
También discuten sobre la organización Amigos del Lago Atitlán; a
esta le recriminan, según puede leerse en un panfleto repartido en
el evento, difundir información falsa deliberadamente para imponer
sus propios intereses.
Maggie
García tiene 28 años, es periodista, activista y, desde hace poco,
se convirtió en madre. Teléfono móvil en mano, saluda a los
asistentes y exclama: “Yo soy 80 % de agua y la leche que produzco
para mi bebé es agua también”. Para ella, el megaproyecto no
representa una solución, sino un problema mayor: "No estamos de
acuerdo con que nos quiten el agua”. Desde que empezó a
manifestarse en contra del megacolector ha recibido varias amenazas
de muerte.
García
expresa un temor bastante difundido entre la población, a saber, que
la energía y el agua limpia obtenidas gracias al proyecto no
beneficien a la comunidad, sino a la industria azucarera y a las
plantaciones de café. De hecho, la organización no tiene ningún
plan que aclare cómo es que el suministro limpio se pondría a
disposición de los habitantes. Para ellos, esto tiene una
explicación muy sencilla: les van a arrebatar el lago.
La
constitución de Guatemala define al agua como un bien común. A
pesar de ello, los megaproyectos de la agroindustria han contribuido
decisivamente, desde hace años, a la desecación de los ríos y los
lagos del país. Muchos municipios en torno al lago Atitlán están
exigiendo la realización de un referéndum, tal y como lo señala la
Declaración de las Naciones Unidas sobre los derechos de los pueblos
indígenas. Hasta ahora, sin embargo, sus esfuerzos han sido
infructuosos.
Para
Juan Skinner, el megacolector sigue la misma lógica errónea: “Ellos
quieren que la población se adapte a la solución, y no al revés”.
El científico medioambiental originario del lago Atitlán participa
activamente en conferencias internacionales sobre esta materia y
desde hace décadas ha hecho del Atitlán su objeto de investigación.
Él sabe muy bien que este es solo uno de los numerosos conflictos
por recursos que existen actualmente en Latinoamérica, y sostiene
que no se trata de un problema ecológico, sino de un conflicto
social.
Él
está convencido de que un proyecto técnico tan ambicioso no
funcionará: “Nuestra sociedad crece rápidamente y el agua se
agota, debemos desarrollar soluciones más sustentables”. Skinner
prevé que el fracaso del megacolector traería consigo el
surgimiento de iniciativas locales que hasta la fecha han sido
obstaculizadas por el megaproyecto.
Esta
investigación fue apoyada por Netzwerk Recherche, Olin y Brot für
die Welt.
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Fuente:
Ann Esswein, Felie Zernack, El histórico proyecto que quiere salvar el lago Atitlán pero no gusta a todos, 15 julio 2019, El País. Consultado 17 julio 2019.
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