Un
barrio puede vivir un “boom” inmobiliario que lo lance al
estrellato. El fenómeno está provocando un fuerte impacto social,
tanto en Berlín como en Córdoba.
por
Maximiliano Monti
Nadie
sentado. Nadie quieto. La enorme superficie de la Alexanderplatz se
acerca a su punto de ebullición. Como un faro sobre el mar de
cabezas, el ojo de vidrio de la torre de televisión vigila a las 40
mil personas que alzan su voz para invocar el nombre de la criatura.
Los eruditos la llaman “gentrificación”. Los grafitis, los
carteles y la clase media la interpelan con la frase “Berlín no
está a la venta”.
La
capital de Alemania se despereza de su breve pero intensa temporada
comunista. Cada vez más coqueta, moderna y refinada. Casi
irreconocible a su propia historia.
Tras
la caída del Muro, hace 30 años, una ola de inversionistas
empezaron a comprar propiedades en la entonces gris y olvidada urbe.
El
apuro por reactivar la ciudad la llenó de colores e infraestructura,
pero también empujó exponencialmente los precios de los alquileres.
Ahí fue cuando el berlinés promedio empezó a preocuparse. Y puso
el grito en el cielo.
Kreuzberg
y Güemes
Lo
que en Berlín aturde en Córdoba incomoda. Gentrificación es una
experiencia que se vive a diario. Salir a caminar por barrio Güemes
es un buen ejercicio. Allí la evidencia salta en trampolín. ¿Qué
familia humilde que vivían alrededor de la vieja Plaza de Carretas
-hoy la Feria de los Artesanos- habría imaginado que su casa humilde
terminaría convertida en coctelería bohemio-chic o en tienda de
luminarias art decó?
“El
fenómeno de la gentrificación tiene el mismo tinte en la mayoría
de las ciudades: diagnosticar un área como obsoleta, degradada, de
forma negativa; planificar una intervención y prometer que esa
intervención va a dar solución a los problemas urbanos de la zona.
Se puede ver en Palermo en Buenos Aires, en Güemes en Córdoba o en
Kreuzberg en Berlín porque es una tendencia mundial que responde a
la idea de mercancía“, dice Ailen Suyai Pereyra, académica
cordobesa que analiza en su tesis doctoral de la Universidad Nacional
de Córdoba (UNC) y de la alemana Bauhaus Universität Weimar cómo
es la transformación urbana de barrio Güemes.
El
perímetro del Paseo de las Artes es un testimonio en tiempo real. A
su alrededor la suba de alquileres y servicios desplaza las tiendas
de barrio para imponer franquicias, galerías y restós. Nuevas modas
sustituyen viejas místicas. Por citar: la desaparición de los
clásicos bares La La Lá y Wunderbar y la histórica tanguería El
Arrabal fueron la génesis del nuevo de Güemes.
“El
sistema no sólo vende lo material -agrega Suyai Pereyra-, sino
también todo un paquete de experiencias que no tienen nada que ver
con la dinámica barrial.“
“Berlín
es pobre pero sexy”, fue el eslogan que el exalcalde de la capital
y padrino de la gentrificación, Klaus Wowereit, utilizó en 2003
para tentar las grandes compañías a invertir en esa ciudad. Una
frase icónica a la que el sitio web del tour “Entendiendo la
gentrificación”, del grupo TipToe Travel, contesta con una
metáfora: “Berlín se está convirtiendo en un Disney World de la
cultura alternativa”.
Las
calles de Kreuzberg, retrato al óleo de un antiguo complejo obrero
transmutado en un barrio encantador, son donde la británica Lorna
Cannon cuenta su versión de los hechos a turistas, a curiosos y a
vecinos.
“Quieren
entender qué está pasando y por qué la gente local está enojada
-dice Cannon-. Es fácil encontrar turistas que vienen de París o de
Londres y que se sorprenden por los bajos precios de los alquileres.
Pero si vemos cuán rápido todo está subiendo, es claro que las
cosas están cambiando en una dirección poco saludable para la
ciudad”.
Desplazados
Las
ciudades son cuadrículas. Laberintos. Epidermis sobre la que habitan
personas. En su interior, las fronteras se multiplican. Dividen.
Condicionan. Se reservan el derecho de admisión en la puerta del
boliche.
Uno
de los efectos antipáticos de la gentrificación ocurre sobre los
más antiguos moradores de un lugar que, de pronto, ven subir los
costos de vida. Si no pueden adaptarse, muchos deben mudarse.
“Yo
lo pondría en términos de desplazados urbanos -explica Suyai
Pereyra-. Desplazados por un proceso ajeno a ellos. Se trata de una
planificación clasista del espacio urbano dirigida a cierto grupo de
personas.”
Los
vecinos fueron los primeros en ver las señales. Las adivinaron.
Aparecía una galería acá, nacía un restó allá, desaparecía la
despensa de la esquina. Más madera, metal, luces, decorado
minimalista y nuevos códigos como tarros de mermelada en vez de
vasos y autoservicio en vez de mozos. Contrastes: estilo
despreocupado planificado frente a bohemia y abandono urbano
históricos. Música electrónica. Cantantes del momento. El boom
había llegado.
“Un
factor determinante es que los planes de renovación del espacio
público, infraestructura y servicios apuntan a una necesidad real y
muy urgente de la población. Es mayor el impacto a corto plazo, como
el aumento del valor del suelo y los alquileres, que posibles
expulsiones de los pobladores a mediano y largo plazo. Sin embargo,
sí se pueden identificar los principales beneficiarios de esas
obras: inversores, desarrollistas inmobiliarios y turistas. Esto
puede tener o no un efecto derrame en la comunidad”, explica la
arquitecta Sara María Boccolini, que en su tesis doctoral de la
Bauhaus Universität y la UNC analiza la transformación urbana.
Córdoba
y Berlín rivalizan con sus propios símbolos: donde antes hubo una
penitenciaría de mujeres, hoy funciona el polo comercial del Paseo
del Buen Pastor; donde antes había terrenos vacíos en la East Side
Gallery -perfectos para selfies con ángulo amplio frente al último
pedacito intacto del Muro de Berlín-, hoy se levanta el estadio
cerrado Mercedes Benz Arena.
Sobrevivientes
Durante
su propio tour sobre “Protesta y gentrificación”, el alemán
Tobi Allers, del sello Berlinkultour, cuenta la historia de pequeños
negocios de barrio que ahora comparten vereda con restaurantes
gourmet. Sobre la Oranienstraße, entre pequeñas panaderías,
locales de cómics, bares alternativos y una florería abierta las
24/7, se destaca la clásica librería Kisch & CO, que logró
renovar un contrato muy por debajo del promedio.
“La
suya es una historia de supervivencia -dice Allers y mira la multitud
alrededor-. Esto se volvió un gran movimiento. El año pasado éramos
35 mil y esta vez somos más. Es un tema que atravesó toda la
sociedad. Estudiantes, trabajadores, jóvenes, ancianos”.
Con
la boca abierta y los dientes en punta, un gran tiburón de papel y
cartón nada sobre las miles de cabezas. La figura de un depredador
en la cima de la cadena alimenticia fue la elegida por el grupo de
jóvenes alemanes que la llevan a hombros para personificar uno de
los protagonistas de esta historia.
La
corporación de bienes raíces Deutsche Wohnen opera en Berlín y
administra casi 165 mil propiedades residenciales y comerciales, de
acuerdo con el sitio especializado Consorsbank. Junto con otras
gigantes como Vonovia, domina el mercado en una ciudad de 3,5
millones de habitantes -casi tres veces Córdoba capital.
Es
vox populi que estas empresas hacen uso de prácticas poco amigables
con el objetivo de forzar la salida de los inquilinos y dar paso a
mejores clientes. Entre las más mencionadas por el público están,
por ejemplo, reparar las aberturas de los espacios comunes durante el
gélido invierno nórdico o hacer mejoras en la fachada en pleno
verano.
El
punto de conexión
La
voz de un megáfono sacude consignas sociales con música tecno de
fondo. La gente baila -disfrazada y ruidosa- a través de la
Alexanderstraße. Esta imponente avenida, diseñada para lucir los
desfiles militares de la antigua Unión Soviética, ahora sirve de
corredor para otra posible revolución. El movimiento Expropiemos
Deutsche Wohnen & Co está reuniendo firmas para que el Estado de
Berlín pueda expropiar los departamentos de las grandes compañías
y convertirlos en viviendas sociales.
De
alcanzar las 170 mil firmas habrá un referéndum en 2020, lo que
aplicaría por primera vez en 70 años el artículo 15 de la
Constitución alemana de 1949, que permite la estatización de la
propiedad privada.
Lo
que sí ya está en marcha en algunos vecindarios de Berlín es la
cláusula Milieuschutz, un estatus que prohíbe renovaciones
“innecesarias” siempre discutido. ¿Cuentan un ascensor o un
balcón como una necesidad moderna?
La
gran avenida empieza a vaciarse. El mensaje permanece latente. Esta
capital europea lleva la vanguardia. Fue la primera ciudad de
Alemania en implementar, en junio de 2015, la ley federal que limita
los aumentos del alquiler a un 10 por ciento promedio anual. Un año
después, el Senado prohibió además el alquiler de departamentos
enteros por brevísimos períodos de tiempo, especialmente vía
Airbnb.
Córdoba,
experimento reciente de una gentrificación tardía, pone voz a
organizaciones de vecinos como Defendamos Alberdi, el movimiento de
artesanos o la Red de Vecinos de San Vicente. Queda ver, por ejemplo,
qué será de barrio San Martín con la puesta en valor de su
excárcel y cómo avanzará Portal Güemes, el proyecto estrella de
la Municipalidad y de la Provincia en calle Belgrano.
La
nueva ciudad se abre paso en la historia. La vieja ciudad reclama su
lugar. Alexanderplatz, en el corazón de Berlín, es un punto de
conexión. Una plaza antes visitada por campesinos en carretas y hoy
frecuentada por oficinistas en subte. Es un lugar que espera. Aquí
se dará el encuentro –o el choque– previo a la partida.
Fuente:
Maximiliano Monti, Gentrificación: ¿De quién es la ciudad?, 12 mayo 2019, La Voz del Interior.
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