Alrededor del 20 %
del pescado de captura salvaje del mundo no va a parar a nuestros
platos, sino que se tritura para producir harina, arrebatando una
fuente de proteína donde más se necesita.
por Matthew Green
Antes, la bahía
de Greyhound era un lugar al que los barcos viejos iban a morir. Las
aguas poco profundas de esta estrecha franja costera situada en el
margen occidental del Sáhara eran un escenario desolado pero
apropiado para barrenar un arrastrero, un buque de mercancías o un
remolcador obsoletos. Tantos barcos fueron aquí a la tumba que el
vecino puerto de Nuadibú parecía cautivo de una flota fantasmal que
lo vigilaba desde el otro lado de las dunas.
Actualmente, los
navegantes que ponen rumbo a esta puerta de entrada a Mauritania, en
África Occidental, no lo hacen con la intención de abandonar el
barco. Los pesqueros turcos se mecen sujetos al ancla con la colada
puesta a secar en la cubierta; en alta mar, los cascos convexos de
las embarcaciones chinas surcan las olas trazando estelas en forma de
V, y en la cercana costa, los nómadas convertidos en pescadores de
pulpos inspeccionan la superficie a través de las estrechas
aberturas de los turbantes que en el pasado los protegían de las
tormentas de arena.
Pero la actividad
más lucrativa se realiza detrás de paredes de gran altura. A no ser
por el hedor nauseabundo, podría pasar fácilmente desapercibida.
Hace algunos
sábados, Hamud el Mami, director de una de las fábricas, miraba por
la puerta de un almacén de Africa Protéine cómo dos de sus
trabajadores metidos hasta la rodilla en sardinellas -unos peces
parecidos a la sardina que se reproducen a millones en la corriente
de las Islas Canarias, frente a las costas del noroeste de África-
se abrían paso a duras penas a través del cúmulo plateado y
ondulante.
Aparentemente
ajenos a la pestilencia, los operarios, equipados con botas de goma,
metían el pescado a paladas en un conducto parecido a una trompa. La
máquina, provista de un gigantesco tornillo, licuaba cada sardinella
que entraba en contacto con este. A continuación, aspiraba la masa
resultante a través de un orificio en la pared y la dirigía hacia
los voluminosos aparatos de la factoría propiamente dicha.
Las ávidas
máquinas de Africa Protéine producen harina de pescado, un polvo
rico en nutrientes que alimenta un negocio cuyo valor asciende a
160.000 millones de dólares (unos 141.000 millones de euros). La
acuicultura es uno de los sectores de la industria alimentaria en más
rápido crecimiento del mundo, y está tomando aceleradamente la
delantera a la pesca como principal fuente de este producto para
consumo humano. Desde las balsas de gambas de los deltas de los ríos
de China hasta las jaulas de salmones de los fiordos noruegos, la
industria prospera dando de comer pescado a los peces. Es tal su voracidad que alrededor del 20 % de captura salvaje del mundo no va a
parar a nuestros platos, sino que se tritura para producir harina.
La incesante
demanda de China ha impulsado los precios de este derivado a niveles
récord. En consecuencia, las empresas han puesto la vista en África
occidental como nueva fuente de suministro. Desde las corporaciones
públicas hasta los empresarios de riesgo, los inversores chinos
compiten por levantar nuevas plantas en las costas de Mauritania y de
sus dos vecinos del sur, Senegal y Gambia.
Sin embargo, en
su fiebre por la sardinella, los intereses empresariales mundiales
están arrebatando un componente básico de la dieta a la gente de la
zona que más lo necesita. Al mismo tiempo, las palas de los molinos
mecánicos suponen una nueva amenaza para las especies ahora que el
cambio climático está obligando a la sardinella a luchar por su
supervivencia. "En cuatro o cinco años no quedarán reservas,
las factorías cerrarán y los extranjeros se irán", vaticina
Abdu Karim Sall, presidente de una asociación de pequeños
pescadores de Senegal conocida como Papas, su acrónimo en francés.
"A nosotros nos dejarán aquí sin comida".
Los datos de los
satélites indican que las aguas al norte de Senegal y Mauritania se
están calentando más deprisa que las de ninguna otra zona del
cinturón ecuatorial denominado Zona de Convergencia Intertropical.
Este cambio climático oculto a la vista ha tenido un efecto que no
augura nada bueno. Un nuevo estudio llevado a cabo por expertos del
Instituto de Investigación para el Desarrollo, una organismo francés
cuya central se encuentra en Marsella, ha descubierto que, desde
1995, el aumento de las temperaturas ha empujado a la sardinella una
media de 300 kilómetros hacia el norte. El hallazgo, cuyos
resultados fueron compartidos con Reuters, proporciona la primera
prueba inequívoca de que se está sumando a una diáspora mundial de
especies marinas que huyen en dirección a los polos o hacia mayores
profundidades a medida que las aguas se calientan. La magnitud de
esta migración masiva empequeñece a cualquiera de las que tienen
lugar en tierra. Según Camille Parmesan, profesora de la Universidad
de Plymouth y una autoridad en los efectos del clima sobre la vida
marina, los peces se desplazan por término medio 10 veces más lejos
que los animales terrestres afectados por el aumento de las
temperaturas.
El cambio
climático no solo está expulsando a la sardinella de su hábitat
natural. También está ejerciendo una presión indirecta diferente
sobre la fauna oceánica al aumentar aún más los incentivos para la
elaboración de harina de pescado de África Occidental.
Perú es, con
diferencia, el mayor exportador del mundo de este producto, que
manufactura a partir de sus inmensos bancos de boquerones. En
consecuencia, la influencia del país sobre sus precios es comparable
al papel de Arabia Saudí como productor regulador en el sector del
crudo. Desde principios de la década de 1970, el fenómeno
meteorológico El Niño viene causando periódicamente pérdidas
catastróficas para las gigantescas capturas de boquerones debido a
que altera el mecanismo de surgencia (ascenso de masas profundas de
agua) que los abastece de nutrientes. Parece que, en la última
década, el cambio climático ha aumentado la frecuencia de El Niño
y sus consecuencias, lo cual, a su vez, puede provocar un alza
significativa del valor económico de la harina de pescado.
Puede que esta
inestabilidad cada vez mayor sea un buen augurio para los productores
de África occidental, que incrementan sus ganancias cada vez que los
precios se disparan. Sin embargo, la sobreproducción seguramente
tendrá efectos nefastos para millones de habitantes de la zona, ya
que supone una amenaza para las poblaciones de peces de los que estas
dependen como fuente principal de empleo, ingresos y proteínas.
Según un informe
financiado por la Unión Europea y publicado en 2015, la demanda de
harina de pescado ha hecho que las capturas anuales de sardinella de
Mauritania hayan pasado de 440.000 a 770.000 toneladas en tan solo
unos años. El análisis descubrió que los barcos senegaleses
contratados por las factorías multiplicaron sus atraques por 10 solo
entre 2008 y 2012. Los oceanógrafos afirman que las poblaciones de
peces de la corriente de las Islas Canarias no podrán soportar esta
presión mucho tiempo.
Las comunidades
costeras de África occidental ya se cuentan entre las poblaciones
más vulnerables a los efectos del cambio climático. La subida del
nivel del mar ha empezado a engullir poblaciones enteras, mientras
que el empeoramiento de las condiciones meteorológicas ha vuelto la
pesca aún más peligrosa. Las sequías y las precipitaciones
irregulares han obligado a los agricultores a abandonar sus tierras y
dirigirse a la costa para engrosar las filas cada día más numerosas
de hombres cuya máxima esperanza de alimentar a su familia reside
más allá de las olas.
Pero en la lengua
de tierra de Nouadhibou, en la que los trabajadores esperan la
llegada de la próxima carga de pescado, los jefes de las plantas se
encogen de hombros cuando oyen hablar del agotamiento de los bancos
de sardinella. "Todavía hay muchos", asegura El Mami
señalando con una sonrisa en dirección a una playa cercana. "Si
echa la caña allí, pescará un pez bien bonito".
Suertes que
cambian
Los ojos pintados
observan desde las proas de las piraguas que se bambolean en las olas
de Joal Fadiouth, el frenético centro de la industria pesquera de
Senegal. Engalanadas con los nombres de venerados líderes
espirituales cuya influencia alcanza a todos los niveles de la
sociedad senegalesa, algunas embarcaciones reflejan también
aspiraciones más mundanas a través del escudo cuidadosamente
reproducido del Manchester City o de las palabras Barack Obama.
La pasada década,
el afán por enriquecerse que dominaba las mentalidades llevó a
duplicar el tamaño de la pequeña flota del país. Deseoso de ganar
votos, el Gobierno ha subvencionado las embarcaciones fueraborda para
permitir a los pescadores navegar aún más lejos. La flota, que
actualmente emplea directa o indirectamente a 600.000 personas -el
equivalente al 17 % de la población activa-, crece rápidamente y
amenaza con estrangular el recurso que la sostiene.
Un martes de hace
pocas semanas, el capitán Doudou Kotè saltó por la borda de su
barca y se subió a un carro tirado por un caballo a todas luces
acostumbrado al oleaje. Avanzando como un rey a través de las olas
en su taxi anfibio, Kotè repetía lo que mismo que dicen muchos de
sus compañeros: que la sardinella, una especie de talismán para
Senegal, está en pleno proceso de desaparición.
"Actualmente
hay más piraguas. Los que antes no poseían ninguna ahora tienen
una, y los que tenían una, ahora cuentan con dos", explica
Kotè, un robusto marinero que calza botas verdes y lleva un gorro de
piel de cordero con forma de cono. "Muchas veces volvemos a casa
sin haber conseguido nada. No tenemos bastante para comprar
combustible, ni siquiera para comer". Kotè es un hombre de
natural alegre con dos esposas y seis hijos, pero su expresión se
ensombrece cuando predice que la presión sobre la sardinella no
tardará en provocar la ruina. "Si tuviese otro trabajo, dejaría
de pescar", remacha.
Los senegaleses
no son los únicos perjudicados por la transformación de su
principal recurso en harina. Los investigadores calculan que
Mauritana tritura anualmente 33.000 toneladas de sardinella que antes
se vendían en mercados de África occidental como Ghana, Nigeria y
Costa de Marfil. Esta cifra equivale casi al consumo anual de pescado
de los 15 millones de personas que forman la población de Senegal.
Aunque la
producción de este país equivale solamente a una parte del volumen
de harina de pescado que exportan las alrededor de 30 fábricas
mauritanas, su docena de plantas puede representar una amenaza
desproporcionada al alterar el delicado mecanismo de mercado que
antes limitaba la cantidad de pescadores que podía admitir.
Tiempo atrás, en
las estaciones en las que la sardinella migraba más cerca de la
costa, Kotè y sus compañeros podían llevar fácilmente a tierra
más pescado del que el mercado local era capaz de absorber. Las
tripulaciones abandonaban la parte de la captura que no conseguían
vender para que se pudriese en la arena, y luego se quedaban en casa
hasta que pasaba la saturación. Ahora que las fábricas están
dispuestas a comprar hasta el último animal, no hay nada que impida
a la flota presionar a las poblaciones hasta su agotamiento.
"Podríamos
encontrarnos con una situación catastrófica", opina Patrice
Brehmer, oceanógrafo del Instituto de Investigación para el
Desarrollo y coautor del estudio que ha revelado que el calentamiento
de las aguas está empujando la sardinella hacia el norte.
Debido al
desequilibrio creciente entre población y naturaleza en la corriente
de las Islas Canarias, los pescadores se preguntan si no se verán
forzados a volver dentro de poco a la pobreza de sus poblados
ancestrales. Ibrahima Samba antes se ganaba la vida a duras penas
cultivando cacahuetes y mijo en el terreno que su familia tenía a
las afueras de la ciudad senegalesa de Mbour. Cuando la lluvia empezó
a llegar demasiado pronto o demasiado tarde, se sumó a los
agricultores que cambiaban las azadas por redes. "Nos dábamos
cuenta de que el clima estaba cambiando. Las cosas nunca iban como
esperábamos, y siempre nos encontrábamos con sorpresas",
cuenta. "En el mar, sales ese mismo díay vendes. Además, no
necesitas ser un profesional. Veíamos que los pescadores tenían
coches bonitos y que se construían casas, así que nos unimos a
ellos".
Tras 22 años
trabajando en la pesca, Samba afirma que el cambio climático está
volviendo a amenazar su medios de vida, esta vez al ahuyentar a la
sardinella. "Los que vendieron sus tierras seguramente van a
tener problemas, ya que es probable que tengamos que volver a
cultivar".
Los efectos de
las fábricas de harina de pescado son visibles en los rostros de las
mujeres de la zona. No lejos de la playa de Joal-Fadiouth, perezosas
columnas de humo se elevan en espiral desde un grupo de hornos al
aire libre en los que se han puesto a secar apretadas filas de
sardinella sobre las cenizas incandescentes. Antes, gran parte del
pescado se marinaba y se servía sobre una base de arroz picante en
el plato nacional senegalés, conocido como thiéboudiène. En los
buenos tiempos, los miles de trabajadoras de estas instalaciones,
casi todas mujeres, lograban ganar más que los pescadores con los
que a menudo estaban casadas, lo que les permitía ahorrar lo
suficiente para comprar motores, e incluso barcos, nuevos.
Una de ellas es
Rokeya Diop, una figura matriarcal respetada por su comunidad.
Actualmente, la humareda acre que flota sobre el complejo casi
desierto acompaña a su estado de ánimo. Bajo su mirada, las
encargadas de mantener el fuego siguen cumpliendo con su tarea de
alimentar los hornos vacíos con la paja que sirve de combustible,
utilizando largas varas para remover de vez en cuando las cenizas
ardientes. Las fábricas, sin embargo, están dispuestas a pagar por
la sardinella el doble de lo que Diop y sus amigas pueden ofrecer, lo
cual deja a estas con las manos vacías de todo menos de tiempo.
"Cada día estoy aquí hasta las 10 de la noche, pero vuelvo a
casa sin nada", cuenta apenada haciendo chocar las palmas de las
manos.
Aunque la demanda
de las plantas de procesado es uno más de los muchos factores que
afectan a la cantidad de pescado disponible en Senegal de una
estación a otra, en la costa crecen los rumores de que en el mar se
están produciendo cambios mucho mayores.
"No podemos
echar la culpa de todo a las fábricas", opina Maimouna Dioj,
tesorero de un consejo local que dirige la actividad pesquera en
Joal-Fadiouth, mientras un grupo de hombres carga cajas en los
camiones aparcados en una plataforma junto a la playa. "El
cambio climático está calentando el agua".
El calentamiento
del mar
Años de sol y
agua salada se han conjurado para dar al Amrigue, un catamarán
amarrado en el puerto de Nouadhibou, su característico aspecto
curtido. A pesar de todo, la embarcación bimotor aún está en
condiciones de navegar y trasladar a los equipos de científicos a la
bahía de Greyhound con el fin de recopilar datos sobre el
calentamiento del mar.
Un sábado, el
Amrigue echó el ancla cerca de banco de arena conocido como La
Gacela, situado a unas dos millas náuticas del puerto. Abdoul Dia,
jefe de laboratorio del Instituto Mauritano de Investigación
Oceanográfica y de la Pesca (Imrop, por sus siglas en francés),
lanzó al agua con un chapoteo el aparato que utiliza para recoger
sedimento del fondo marino. El investigador izó una muestra a la
cubierta, vació la gravilla en un cubo de plástico y empezó a
rebuscar con la ayuda de una criba y una manguera. Buscaba
microorganismos que pudiesen servir a sus colegas para trazar una
imagen más detallada del cambio que están experimentando las
condiciones marinas.
El panorama
general está claro. 30 años de mediciones muestran que las
templadas aguas mauritanas están cada vez más calientes. "Si
nos fijamos, observamos un aumento de la temperatura media que
confirma la tendencia al calentamiento", afirma Dia, que lleva
un chaleco salvavidas naranja encima de su bata blanca de
laboratorio.
En la sede
central del Imrop, situada sobre un risco con vistas a la bahía, Dia
explica por qué el calentamiento es tan importante. Nouadhibou se
encuentra cerca de una zona de convergencia en la que las aguas más
frías del norte chocan con las tropicales del sur. La latitud exacta
de este frente térmico varía ligeramente cada año. Ahora bien,
debido al calentamiento de las aguas, ha empezado a fluctuar mucho
más hacia el norte, llegando a trasladarse hasta la ciudad marroquí
de Casablanca, a 1.400 kilómetros de distancia. El centro de
gravedad de las reservas de sardinella se ha desplazado hacia el
norte a la par que la especie ha intentado mantener una temperatura
óptima. Este cambio favorece a las plantas de Mauritania, ya que
ahora la sardinella se concentra más cerca de ellas. Por el
contrario, perjudica a los pescadores senegaleses y gambianos del
sur, cuyos recursos vitales se están alejando.
Algunos
investigadores creen que, con el tiempo, la tendencia al
calentamiento hará que aumente la cantidad de peces en la corriente
de las Islas Canarias a medida que nuevas especies encuentren un
ambiente propicio en las condiciones cambiantes. Otros, sin embargo,
ven un futuro menos prometedor. Vicky Lam, economista especializada
en pesca del Instituto para los Océanos y las Pesquerías de la
Universidad de Columbia Británica (Canadá) y otros tres
investigadores publicaron en 2012 un estudio sobre el posible impacto
del cambio climático sobre la pesca en 14 países de África
occidental, entre ellos Mauritania, Senegal y Gambia. Sus
predicciones para 2050 son desoladoras. Según ellos, se producirá
una caída del 21 % del valor anual en muelle de las capturas, los
puestos de trabajo relacionados con la peca descenderán un 50%, y la
economía regional sufrirá unas pérdidas anuales de 311 millones de
dólares.
La industria de
la harina de pescado no hace sino incrementar la presión. Ad Corten,
presidente de la comisión de la sardinella de un grupo de evaluación
de poblaciones que asesora a la Organización de Naciones Unidas para
la Alimentación y la Agricultura (FAO), afirma que los barcos
pesqueros estaban realizando capturas excesivas en la corriente las
Islas Canarias ya antes de la llegada de las factorías. "La
situación va a estallar en uno o dos años", vaticina Corten.
"Observamos que la sardinella escasea en aguas mauritanas, y lo
mismo nos dicen de Senegal".
Los pescadores se
dan cuenta de que las características del mar están cambiando. El
año pasado, la peor ola de frío en dos décadas frente a las costas
de Nouadhibou perjudicó a las capturas de pulpo y sardinella; las
golondrinas que migran a través de las dunas cercanas aparecieron
con seis semanas de retraso; el fuerte viento que normalmente agita
el océano de marzo a junio se negó a soplar, y en Marruecos, en la
ciudad de Zagora, en el desierto, nevó por primera vez en medio
siglo.
"El año
pasado, el océano estuvo completamente loco", recuerda Abdel
Aziz Boughourbal, director de Omaurci, una de las mayores empresas de
procesado y producción de harina de pescado de Mauritania, mientras
come un plato de pulpo frito en un restaurante junto al mar en el que
los marineros extranjeros abren sus latas de cerveza importada.
Cuenta que, hace poco, un chileno miembro de la tripulación de uno
de sus barcos se quedó boquiabierto cuando la embarcación se
adentró en un enorme banco de boquerones de un tipo que normalmente
se encuentra en Perú.
Avalancha de
inversores
Al parecer,
algunos inversores chinos no comparten la preocupación de los
pescadores. A lo largo de los últimos años, grandes empresas
pesqueras han firmado acuerdos por cientos de millones de dólares
para instalar plantas de procesado y producción de harina de pescado
alrededor de Nouadhibou. Ahora, sus gigantescos complejos recién
construidos se levantan sobre la arena. Incluso los pequeños
empresarios chinos del puerto quieren expandirse.
"Si tenemos
la oportunidad, llevaremos a cabo otros proyectos, desde aumentar la
producción de harina de pescado hasta procesar y congelar",
declara Fan Yongzhen, un estresado ejecutivo de Continental Seafood,
una de las factorías de Nouadhibou.
En la capital,
Nuakchot, China Road and Bridge Corporation, constructora de
gigantescos proyectos de infraestructuras en toda África, ha
presentado propuestas para promover un parque industrial marino de
10.000 hectáreas al sur de la ciudad. Según el estudio de
viabilidad de la empresa, que Reuters ha podido consultar, la planta
contará con instalaciones de procesado, congelado y exportación de
pescado y, por supuesto, de harina de pescado.
Ahora que todo el
mundo, desde los industriales chinos hasta los pequeños agricultores
senegaleses, tiene los ojos puestos en la corriente de las Islas
Canarias para hacer fortuna, las tensiones han empezado a estallar.
En enero, en el puerto senegalés de San Luis, los pescadores
provocaron desórdenes después de que la guardia costera mauritana
disparase y matase a uno de sus compañeros. Un veterano guardacostas
declaró a Reuters que el hombre murió por accidente cuando un
oficial abrió fuego para intentar inutilizar el motor de una piragua
senegalesa que intentaba embestir la embarcación de la patrulla
mauritana.
La sardinella
migra a través de una zona de unos 600 kilómetros de extensión
compartida por Mauritania, Senegal y Gambia. Las autoridades de los
tres países insisten en que quieren gestionar sus poblaciones de
peces de manera sostenible y desarrollar una industria de procesado,
congelado y exportación capaz de crear miles de puestos de trabajo.
Sin embargo, sin un sistema de gestión regional organizado, el
objetivo difícilmente es compatible con la instalación de más
trituradoras en beneficio de las plantas que producen alimentos para
Asia, Europa y Norteamérica.
Bamba Banja,
secretario permanente del Ministerio de Pesca de Gambia, declara que
la prioridad de su Gobierno es garantizar que la población local
disponga de suficiente pescado para su consumo. "Llegado el
momento, preferiríamos cerrar las fábricas y permitir que los
gambianos de a pie, las mujeres y los desfavorecidos, tuviesen acceso
a estos recursos", asegura.
A pesar de las
aseveraciones del Gobierno, la ciudad gambiana de Gunjur se ha
convertido en símbolo del conflicto que puede provocar la harina de
pescado. En 2016, un industrial chino abrió una planta costera
llamada Golden Lead. Aunque muchos habitantes de la localidad están
agradecidos por tener empleo como estibadores en la factoría -una
de las tres que han surgido de la noche a la mañana en los 80
kilómetros de la minúscula línea costera del país-, otros temen
que la demanda de harina de pescado de la empresa ponga en peligro la
supervivencia de la comunidad a largo plazo.
En marzo, docenas
de personas se reunieron en la playa y desenterraron un conducto de
la factoría que vertía residuos al mar. Los activistas locales
acusaron a Golden Lead de contaminar una laguna cercana en la que
anidan y se alimentan las águilas pescadoras, y los cocodrilos salen
del agua para holgazanear en los bancos de arena al calor de media
mañana. Después enseñaron a Reuters fotos de peces muertos
flotando y de un feo color rojo que enturbia el agua.
Según un
documento oficial consultado por Reuters, a raíz de estos hechos, el
organismo de Medio Ambiente de Gambia ordenó a Golden Lead que
alargase la tubería para que entrase 320 metros en el mar. Unas
semanas después de que los jóvenes la desenterrasen, llegó una
cuadrilla para construir la extensión exigida. Los directores de la
factoría celebraron la ocasión izando una bandera china en la
playa.
Golden Lead
declara que respeta la normativa gambiana y que ha beneficiado a la
ciudad de múltiples maneras, entre ellas al dar empleo a docenas de
trabajadores, mejorar un colegio y donar ovejas a los ancianos en el
Ramadán.
"Somos una
empresa", afirma un miembro del personal que prefirió
permanecer en el anonimato. "Si no lo hacíamos nosotros,
vendrían otros". Lamin Jassey es profesor de inglés y fue uno
de los líderes de la protesta contra Golden Lead. Jassey forma parte
de un pequeño grupo de activistas acusados de un delito de daños,
violación de la propiedad e "intimidación y acoso" a la
empresa. El profesor tuvo que depositar una fianza de 8.400 dólares,
casi 20 veces los ingresos medios anuales en Gambia.
"Actualmente,
Gunjur está en auge. Hay muchos pescadores, y miles más que vienen
de Senegal", cuenta mientras mira cómo los estibadores se meten
en el agua hasta la cintura para descargar el pescado y llevarlo a la
puerta de la planta de procesado, "pero si se sobreexplotan los
recursos y al final escasean, ¿qué pasará en el futuro?".
Este reportaje
forma parte de Ocean Shock, una serie de Reuters que investiga los
efectos del cambio climático en la fauna marina y en las poblaciones
que dependen de ella. Publicado originalmente en inglés.
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