Los museos, generalmente, apuntan a mantener la memoria de hechos superados que no conviene olvidar. En Concordia, colocaron gigantografías de las inundaciones como si fueran un elemento exótico, pretérito, superado.
por Julio Bazán
Un museo puede
constituir una manifestación de repudio a atentados contra la
humanidad, como los que rememoran el Holocausto, o expresar el deseo
y la intención de que no se repitan, como el del Nunca Más de la
Argentina. También sirve para permitir que se revivan hechos
históricos gloriosos o para facilitar, con elementos científicos,
culturales o antropológicos, la comprensión de la evolución del
hombre y su hábitat.
Los museos,
generalmente, apuntan a mantener la memoria viva y ejemplar de hechos
y situaciones superadas que no conviene olvidar, para que no se
repitan. La mayoría de las veces, los conciben y los concretan gente
e instituciones sensibles, respetuosas de la historia y del público
al que están dedicados.
Pero hay
excepciones. Entre ellas figura el Museo de las Inundaciones, que
autoridades comunales y nacionales tuvieron la ocurrencia de instalar
en la ciudad entrerriana de Concordia. Cubrieron los muros externos
de un club local con gigantografías de las sucesivas y abundantes
inundaciones de las últimas décadas, como si fueran un elemento
exótico, pretérito, superado.
Como en Concordia
las inundaciones están vivas y actuales, quince días después de la
inauguración, el agua concreta y real llegó para dejar en ridículo
a las fotografías y a quienes tuvieron la peregrina idea de
colocarlas.
Y el Museo de las
Inundaciones se inundó. Porque los mismos funcionarios que lo
inauguraron no hicieron en cambio las obras pendientes desde hace
décadas, capaces de evitar que el agua se adueñe periódicamente de
la ciudad, provocando el sufrimiento de los vecinos y la destrucción
de sus viviendas y pertenencias.
Los vecinos se
sintieron burlados y ofendidos porque los funcionarios de turno en
vez de levantar la defensa capaz de vencer a las inundaciones,
tuvieron la ocurrencia de retratarlas, como una claudicación, una
derrota.
A los que ahora
están padeciendo las inundaciones, los obligaron con las fotografías
históricas a revivir el sufrimiento de sus padres y abuelos y el
propio, y a volver a padecer la indiferencia e insensibilidad que
unos y otros recibieron de quienes gobernaban y gobiernan.
Así, en
Concordia los vecinos volvieron a inundarse de agua prepotente y
destructora, y los funcionarios quedaron inundados de vergüenza y de
repudio.
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