por Natalie
Angier
La teoría de la
tectónica de placas es uno de los grandes avances científicos de
nuestro tiempo, junto con la teoría de la evolución de Darwin y la
teoría de la relatividad de Einstein.
La idea de que la
capa más externa de la Tierra está fragmentada en piezas gigantes
como un rompecabezas, o placas, que se deslizan encima de una especie
de banda transportadora de roca caliente y débil -elevándose en un
lado desde el manto subyacente y, en otro, hundiéndose de nuevo
dentro de él- explica gran parte de la estructura y el
comportamiento de nuestro planeta: las montañas y los cañones
submarinos, los terremotos y los volcanes, la composición misma del
aire que respiramos.
Sin embargo, no
hay remedio garantizado contra la crisis de la mediana edad, así,
resulta que medio siglo después de que por primera vez se
dilucidaran los mecanismos de la tectónica de placas, los geólogos
se están enfrentando a vacíos sorprendentes en su conocimiento de
un concepto que es realmente la piedra angular de su profesión.
Están debatiendo
acerca de cuándo exactamente comenzó todo el sistema de placas
movibles. ¿Es casi tan antiguo como el planeta mismo -es decir, unos
4500 millones de años- o tiene apenas mil millones de años o está
a la mitad?
Se están preguntando qué hizo en una primera instancia que se separara la capa y cómo empezó el diligente reciclamiento de la corteza terrestre.
Están comparando
a la Tierra con su planeta hermano, Venus. Los dos planetas son
aproximadamente del mismo tamaño y están formados por material
rocoso similar, pero la Tierra tiene placas tectónicas, y Venus, no.
Los científicos desean saber por qué.
Los
investigadores también están estudiando el vínculo entre la
tectónica de placas y la evolución de la vida compleja. Es muy
probable que los choques fortuitos de los continentes y el
encontronazo de las montañas hayan proporcionado nutrientes muy
importantes en momentos claves de la creatividad biológica, como la
legendaria explosión del Cámbrico de hace 500 millones de años,
cuando aparecieron los ancestros de las formas de vida moderna.
“No se había
pensado muy claramente sobre la relación entre los procesos
profundos de la Tierra y la biología de la superficie de la Tierra
en el pasado, pero eso está cambiando con rapidez”, comentó
Aubrey Zerkle, geoquímica de la Universidad de Saint Andrews en
Escocia.
Cada vez es más
evidente que “se necesita la tectónica de placas para mantener la
vida”, añadió Zerkle. “Si no hubiera una forma de reciclar el
material entre el manto y la corteza, todos los elementos que son
indispensables para la vida, como el carbono, el nitrógeno, el
fósforo y el oxígeno, se pegarían a las rocas y se quedarían
ahí”.
Robert Stern,
geocientífico de la Universidad de Texas, campus Dallas, sostiene
que si estamos buscando otro planeta para colonizar, debemos evitar
los que tengan señales de actividad tectónica de las placas. Es
probable que en ellos la vida haya evolucionado más allá de “la
etapa de organismos unicelulares o de gusanos, y no queremos luchar
contra otra civilización tecnológica por su planeta”.
‘Una forma
relativamente inocua de que la Tierra pierda calor’
La idea de que
los continentes no están fijos sino que viajan alrededor del mundo
se remonta a varios siglos atrás, cuando los cartógrafos comenzaron
a observar la complementariedad de diversas masas de tierra, por
ejemplo, la forma en que la protuberancia del noreste de Sudamérica
parece como si cupiera perfectamente en el hueco de la costa
suroccidental de África.
Sin embargo, no
fue sino hasta mediados del siglo XX cuando la noción genérica de
la “deriva continental” se transformó en una teoría sólida,
con pruebas de la existencia de un motor subterráneo que hacía
posible estas odiseas de los continentes.
Los geólogos
determinaron que la capa más externa de la Tierra está fragmentada
en ocho o nueve grandes segmentos y cinco o seis más pequeños, una
combinación de placas oceánicas relativamente delgadas y densas que
surcan hacia abajo, y placas continentales más gruesas y ligeras que
se tambalean hacia arriba.
En las grietas
grandes del fondo del mar, sube la roca que se derrite procedente del
manto subyacente y se incorpora a las placas oceánicas. En otros
puntos de fractura de la corteza, en una acción llamada subducción,
las placas oceánicas vuelven a hundir su masa hacia adentro, que es
devorada y fundida en el manto.
De la misma
manera, las placas continentales que surcan en lo alto son empujadas
por la actividad magmática de abajo y estas se deslizan a un ritmo
promedio que va de 2,5 a 5 centímetros al año, a veces chocando
entre sí para formar algo como la cordillera del Himalaya, por
ejemplo, o alejándose para formar el gran valle del Rift de África.
Todo este
burbujeo de convección hacia arriba y el reciclamiento entre la
corteza y el manto, esta destrucción y reconstrucción de las partes
-“tectónica” proviene de la palabra griega que significa
“perteneciente a la construcción”- es la forma que tiene la
Tierra de seguir la segunda ley de la termodinámica. Este movimiento
arroja hacia la frialdad del espacio el enorme calor interno que el
planeta ha almacenado desde su violenta formación.
Y a pesar de que
quizá las placas que se desplazan y se derrumban parezcan inestables
inherentemente -unos cimientos no adecuados en donde formar una
familia-, el resultado final es un nivel sorprendente de estabilidad.
“La tectónica de placas es una forma relativamente inocua de que
la Tierra pierda calor”, señaló Peter Cawood, especialista en
Ciencias de la Tierra de la Universidad Monash de Australia.
“Existen
eventos catastróficos en zonas localizadas, como los terremotos y
los tsunamis, pero este mecanismo permite que la Tierra conserve en
general un ambiente más estable y benigno”, añadió.
El agua es
reciclada constantemente entre el manto y la corteza
En el extremo
opuesto del debate sobre los orígenes está Stern, quien sostiene
que la tectónica de placas tiene solo mil millones de años o menos,
y que la Tierra pasó sus primeros 3500 millones de años con una
sencilla “tapa única” como su capa externa: una corteza plagada
de volcanes y otros recursos de ventilación del calor, pero sin
placas en movimiento ni subducción ni reciclamiento entre el
interior y el exterior.
La mayoría de
los geólogos optan por tomar una postura intermedia. “La ciencia
es un proceso democrático”, comentó Michael Brown, geólogo de la
Universidad de Maryland y editor de la publicación sobre este tema,
“y la idea que prevalece es que la Tierra comenzó a mostrar
comportamientos similares a la tectónica de placas hace 2500 a 3000
millones de años”.
Claramente, esa
cronología desvincula la tectónica de placas del origen de la vida
en la Tierra: las pruebas de los primeros organismos unicelulares se
remontan a más de 3600 millones de años. Sin embargo, los
científicos consideran a la tectónica de placas como algo vital
para la evolución constante de esa vida primigenia.
La actividad
tectónica de las placas no solo ayudó a estabilizar el sistema que
administra el calor de la Tierra. Este movimiento mantuvo en
circulación un suministro constante de agua entre el manto y la
corteza, en vez de que esta se evaporara gradualmente de la
superficie.
También impidió
la peligrosa acumulación de gases de efecto invernadero al absorber
el exceso de carbono del océano y desplazarlo hacia abajo de la
tierra. Reorganizó las montañas y pulverizó las rocas, y así
liberó nutrientes y minerales esenciales como el fósforo, el
oxígeno y el nitrógeno para que se usaran en el creciente carnaval
de la vida.
Fuente:
Natalie Angier, Las placas tectónicas y lo poco que sabemos sobre ellas, 20/12/18, The New York Times. Consultado 25/12/18.
No hay comentarios:
Publicar un comentario