lunes, 5 de noviembre de 2018

A 23 años del día más trágico de Río Tercero, las historias que no deben ni pueden olvidarse

Foto: La Voz

por Fabián Menichetti

Son quienes fueron víctimas fatales del atentado sufrido hace 23 años. El 3 de noviembre de 1995 estallaba la Fábrica Militar Río Tercero. Siete historias, siete nombres, siete vidas que se perdieron y que obligan a la sociedad a preservar la memoria...

Una adolescente se abraza con otra, intentando protegerse de la lluvia de esquirlas.

Un joven ayuda en medio del bombardeo inesperado a otras personas.

Una mujer, en su bicicleta, intenta llegar a la casa de unos familiares.

Un hombre intenta encontrar un automóvil para salvar a su familia.

Una joven, con su madre y su hermano corren, intentando colocarse a salvo.

Un docente, luego de evacuar con sus pares un colegio, intenta llegar a su casa.

Un trabajador de la fábrica, tras soportar el bombardeo, quiere ver a su madre.

Algo más que siete nombres

No son solamente son siete nombres. No es solamente un número de la tragedia.

Es mucho más que eso: son historias personales y familiares, historias de amigos, amigas, vecinas y vecinos.

Son las víctimas fatales directas que dejó aquel 3 de noviembre de 1995, trágico en Río Tercero.

La Fábrica Militar, esa, que había transformado a la ciudad, era víctima de un atentado.

Ellas y ellos, eran las víctimas directas que dejaría aquel atentado a la industria y a la ciudad, claro.

Ellas y ellos nunca lo conocerían, porque en aquella jornada del 3 de noviembre, perderían sus vidas.

La Justicia, sí, ¿la Justicia?, se tomaría su tiempo, demasiado tiempo en terminar de confirmarlo.

Pasarían 19 años para demostrar que no habían fallecido por un accidente, sino por algo más perverso.

Sus familias, esperarían años por un juicio. Y un juicio a medias. No todos tendrían tiempo para esperar.

Una plazoleta en la ciudad, la de "La Evocación", guarda el recuerdo, con siete esculturas, y sus nombres.

Allí, en cada 3 de noviembre, siempre a la misma hora, a las 18, se depositan ramilletes de flores.

Allí, sus seres queridos, acarician la placa con sus nombres.

Es un homenaje sencillo, pero sin dudas, es el más emotivo de cada 3 de noviembre.

Historias, vidas, memoria

Romina Torres: Tenía 15 años y concurría a la entonces Escuela Nacional José Hernández. En medio de las explosiones, en barrio Escuela, frente a la casa de la hermana de una amiga, con la que se encontraban abrazadas, tratando de protegerse de la lluvia de esquirlas, sería herida por uno de esos pedazos de metal que caían sobre la ciudad.

Laura Muñoz: Tenía 27 años y escapaba con su hermano y su mamá, también en barrio Escuela, de aquel bombardeo. Una esquirla golpearía a su humanidad. A pesar de que sería trasladada a una clínica, ya nada podría hacerse para salvarle la vida.

Leonardo Solleveld: Tenía 32 años y vivía con su familia en barrio Cerino, otro de los sectores más afectados. Luego de la primera gran explosión le señalaría a su esposa, Silvia: "Quedáte con los chicos, que yo voy a buscar un auto para sacarlos de acá". Nunca podría hacerlo. Un esquirla golpearía en su rostro a pocos metros de su vivienda.

Elena Rivas de Quiroga: Tenía 52 años y su preocupación por los demás, terminó siendo fatal para ella. Había pasado la primera gran explosión, cuando le señaló a su marido Manuel, en su casa de barrio Monte Grande: "Me voy a la casa de 'Pocho' (vivía en barrio El Libertador) para ver cómo están". Nunca llegaría. Se trasladaba en su bicicleta, cuando una esquirla golpeó su cuerpo. Sería trasladada a Córdoba, en donde fallecería algunos días después.

Aldo Aguirre: Tenía 25 años y trabajaba en una empresa que conservaba los espacios verdes de la ciudad. Se encontraba en inmediaciones de la estación terminal de ómnibus, cumpliendo esa tarea. Ayudaría, luego de la primera gran explosión, a una mujer con dos criaturas, para cruzar la calle. Luego haría lo propio con una joven que se había caído de su ciclomotor. Se produciría la segunda gran detonación y una esquirla golpearía su rostro.

Hoder Dalmasso: Tenía 52 años y era docente de la ENET General Savio. Luego de evacuar, junto a otros docentes, el establecimiento, quería conocer cómo se encontraban sus dos pequeñas hijas, en su casa. Tomaría su automóvil y se dirigiría hacia ese lugar. Nunca llegaría. Un paro cardíaco, producto del estrés padecido, le quitaría la vida en una de las arterias de la ciudad.

José Varela: Tenía 51 años y era operario de la Fábrica Militar. Un superior le ordenó que cuidara su vivienda. Vivía en Corralito. Desde las 9 a las 18, soportó a metros de las explosiones lo sucedido. Cuando era llevado a su pueblo por un primo y un amigo, comenzaría a sentirse mal. Quería llegar para señalarle a Ramonita, su madre, que había logrado salvarse. Nunca podría hacerlo. Fallecería de un ataque cardíaco, producto del estrés sufrido.

Son algo más que nombres. Son las historias de la memoria, que no pueden ser olvidadas.

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Fuente:
Fabián Menichetti, A 23 años del día más trágico de Río Tercero, las historias que no deben nipueden olvidarse, 02/11/18, Tercer Río Noticias. Consultado 05/11/18.

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