Son quienes
fueron víctimas fatales del atentado sufrido hace 23 años. El 3 de
noviembre de 1995 estallaba la Fábrica Militar Río Tercero. Siete
historias, siete nombres, siete vidas que se perdieron y que obligan
a la sociedad a preservar la memoria...
Una adolescente
se abraza con otra, intentando protegerse de la lluvia de esquirlas.
Un joven ayuda en
medio del bombardeo inesperado a otras personas.
Una mujer, en su
bicicleta, intenta llegar a la casa de unos familiares.
Un hombre intenta
encontrar un automóvil para salvar a su familia.
Una joven, con su
madre y su hermano corren, intentando colocarse a salvo.
Un docente, luego
de evacuar con sus pares un colegio, intenta llegar a su casa.
Un trabajador de
la fábrica, tras soportar el bombardeo, quiere ver a su madre.
Algo más que
siete nombres
No son solamente
son siete nombres. No es solamente un número de la tragedia.
Es mucho más que
eso: son historias personales y familiares, historias de amigos,
amigas, vecinas y vecinos.
Son las víctimas
fatales directas que dejó aquel 3 de noviembre de 1995, trágico en
Río Tercero.
La Fábrica
Militar, esa, que había transformado a la ciudad, era víctima de un
atentado.
Ellas y ellos,
eran las víctimas directas que dejaría aquel atentado a la
industria y a la ciudad, claro.
Ellas y ellos
nunca lo conocerían, porque en aquella jornada del 3 de noviembre,
perderían sus vidas.
La Justicia, sí,
¿la Justicia?, se tomaría su tiempo, demasiado tiempo en terminar
de confirmarlo.
Pasarían 19 años
para demostrar que no habían fallecido por un accidente, sino por
algo más perverso.
Sus familias,
esperarían años por un juicio. Y un juicio a medias. No todos
tendrían tiempo para esperar.
Una plazoleta en
la ciudad, la de "La Evocación", guarda el recuerdo, con
siete esculturas, y sus nombres.
Allí, en cada 3
de noviembre, siempre a la misma hora, a las 18, se depositan
ramilletes de flores.
Allí, sus seres
queridos, acarician la placa con sus nombres.
Es un homenaje
sencillo, pero sin dudas, es el más emotivo de cada 3 de noviembre.
Historias, vidas,
memoria
Romina Torres:
Tenía 15 años y concurría a la entonces Escuela Nacional José
Hernández. En medio de las explosiones, en barrio Escuela, frente a
la casa de la hermana de una amiga, con la que se encontraban
abrazadas, tratando de protegerse de la lluvia de esquirlas, sería
herida por uno de esos pedazos de metal que caían sobre la ciudad.
Laura Muñoz:
Tenía 27 años y escapaba con su hermano y su mamá, también en
barrio Escuela, de aquel bombardeo. Una esquirla golpearía a su
humanidad. A pesar de que sería trasladada a una clínica, ya nada
podría hacerse para salvarle la vida.
Leonardo
Solleveld: Tenía 32 años y vivía con su familia en barrio Cerino,
otro de los sectores más afectados. Luego de la primera gran
explosión le señalaría a su esposa, Silvia: "Quedáte con los
chicos, que yo voy a buscar un auto para sacarlos de acá".
Nunca podría hacerlo. Un esquirla golpearía en su rostro a pocos
metros de su vivienda.
Elena Rivas de
Quiroga: Tenía 52 años y su preocupación por los demás, terminó
siendo fatal para ella. Había pasado la primera gran explosión,
cuando le señaló a su marido Manuel, en su casa de barrio Monte
Grande: "Me voy a la casa de 'Pocho' (vivía en barrio El
Libertador) para ver cómo están". Nunca llegaría. Se
trasladaba en su bicicleta, cuando una esquirla golpeó su cuerpo.
Sería trasladada a Córdoba, en donde fallecería algunos días
después.
Aldo Aguirre:
Tenía 25 años y trabajaba en una empresa que conservaba los
espacios verdes de la ciudad. Se encontraba en inmediaciones de la
estación terminal de ómnibus, cumpliendo esa tarea. Ayudaría,
luego de la primera gran explosión, a una mujer con dos criaturas,
para cruzar la calle. Luego haría lo propio con una joven que se
había caído de su ciclomotor. Se produciría la segunda gran
detonación y una esquirla golpearía su rostro.
Hoder Dalmasso:
Tenía 52 años y era docente de la ENET General Savio. Luego de
evacuar, junto a otros docentes, el establecimiento, quería conocer
cómo se encontraban sus dos pequeñas hijas, en su casa. Tomaría su
automóvil y se dirigiría hacia ese lugar. Nunca llegaría. Un paro
cardíaco, producto del estrés padecido, le quitaría la vida en una
de las arterias de la ciudad.
José Varela:
Tenía 51 años y era operario de la Fábrica Militar. Un superior le
ordenó que cuidara su vivienda. Vivía en Corralito. Desde las 9 a
las 18, soportó a metros de las explosiones lo sucedido. Cuando era
llevado a su pueblo por un primo y un amigo, comenzaría a sentirse
mal. Quería llegar para señalarle a Ramonita, su madre, que había
logrado salvarse. Nunca podría hacerlo. Fallecería de un ataque
cardíaco, producto del estrés sufrido.
Son algo más que
nombres. Son las historias de la memoria, que no pueden ser
olvidadas.
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Fuente:
Fabián Menichetti, A 23 años del día más trágico de Río Tercero, las historias que no deben nipueden olvidarse, 02/11/18, Tercer Río Noticias. Consultado 05/11/18.
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