Foto: Mathieu Asselin |
Para salvar el glifosato, la corporación Monsanto ha emprendido un esfuerzo para destruir la agencia contra el cáncer de las Naciones Unidas por cualquier medio posible. Aquí está la segunda parte de una investigación de Le Monde.
por Stéphane
Horel y Stéphane Foucart
Habían prometido
que era “más seguro que la sal de mesa”, pero eso estaba en los
anuncios. Es el herbicida más utilizado en el mundo. Es el
ingrediente principal en su producto estrella, Roundup, la base sobre
la cual su empresa ha construido su modelo económico, su riqueza y
su reputación. Un producto que ha estado en el mercado por más de
40 años y se convirtió en un best-seller con el desarrollo de
semillas genéticamente modificadas llamadas “Roundup Ready”. Es
que este producto, el glifosato, podría ser cancerígeno. El 20 de
marzo de 2015, Monsanto recibió un gran golpe. Ese día, la Agencia
Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC) declaró que
el glifosato es genotóxico (causa daño en el ADN), cancerígeno
para los animales y un “probable cancerígeno” para los humanos.
El jurado fue un grupo de 17 expertos experimentados que
representaban a 11 nacionalidades diferentes que fueron reunidos por
esta agencia oficial de la ONU, que es responsable de establecer un
inventario de sustancias cancerígenas y cuyas opiniones científicas
sobre la materia han sido autorizadas durante medio siglo. Por lo
tanto, no había duda de que este sería también el destino de sus
conclusiones sobre el glifosato, publicado en forma de un informe
llamado “Monografía 112”.
Una declaración
de guerra
A salvo de
miradas indiscretas, la furia de la corporación estadounidense cruzó
el Atlántico a través de la fibra óptica. Ese mismo día, se envió
a Ginebra (Suiza) un mensaje que llevaba el tufillo de una
declaración de guerra al director de la Organización Mundial de la
Salud (OMS), que es la organización matriz de la IARC. El membrete
lucía la famosa pequeña rama verde enmarcada por un rectángulo
naranja: el logo de Monsanto. “Entendemos que los participantes de
la IARC decidieron descartar docenas de estudios y evaluaciones
regulatorias disponibles públicamente que respaldan la conclusión
de que el glifosato no representa un riesgo para la salud humana”,
escribió el vicepresidente de Asuntos Regulatorios y Gubernamentales
Globales de Monsanto, Philip Miller, acusador. Entre los puntos que
quería discutir en una “reunión urgente” estaban qué “pasos
pueden tomarse inmediatamente para rectificar esta revisión y
conclusión altamente cuestionable”, los criterios de selección
para los expertos, e incluso “una contabilidad de todos los fondos
para la clasificación del glifosato por la IARC, incluidos los
donantes”. Los roles habían cambiado: ahora era la organización
internacional la que tenía que rendir cuentas a la empresa. A lo
largo del verano de 2015, CropLife International -la organización de
lobby del sector agroquímico del que Monsanto es miembro- se hizo
cargo de la intimidación por carta. Intrusivas demandas empujadas
por amenazas veladas.
La IARC, un
bastión de independencia e integridad
La IARC lo ha
visto todo antes. No es la primera vez que es objeto de críticas y
ataques, que son proporcionales a la reputación de la agencia.
Aunque las evaluaciones de la IARC no tienen ningún valor
regulatorio, a veces pueden amenazar grandes intereses comerciales.
El ataque más
documentado se refiere al tabaquismo pasivo, que fue evaluado por la
IARC a finales de la década de 1990. Pero incluso en el apogeo de
las confrontaciones con Big Tobacco, las armas utilizadas eran
relativamente dóciles. “He trabajado para la IARC durante 15 años
y nunca había visto algo como lo que ha estado sucediendo en los
últimos dos años”, confió Kurt Straif, Jefe del Programa de
Monografías de la agencia.
Sería difícil
hacer que la IARC parezca una agencia controvertida, impugnada dentro
de la propia comunidad científica e impulsada por un sesgo “anti
industrial”. Para la abrumadora mayoría de los científicos del
mundo académico (especialistas en cáncer o investigadores de salud
pública), la agencia representa un bastión de independencia e
integridad.
“Honestamente,
tengo problemas para imaginar una forma más rigurosa y objetiva de
proceder hacia revisiones científicas colectivas”, dijo el
epidemiólogo Marcel Goldberg, investigador del Instituto Nacional de
Salud e Investigación Médica (INSERM), que ha participado en el
trabajo de varias monografías.
Para cada uno de
ellos, la IARC reúne a alrededor de 20 investigadores de diferentes
países, seleccionados no solo por su experiencia y competencia
científica, sino por la ausencia de conflictos de intereses.
Además, la IARC
basa sus opiniones en los estudios publicados en revistas científicas
y excluye los estudios confidenciales patrocinados por la industria.
Este no es el caso para la mayoría de las agencias reguladoras, que,
por el contrario, pueden dar un peso decisivo a los estudios
realizados y suministrados por las mismas empresas cuyos productos se
están evaluando.
Entre ellos se
encuentra la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), la
agencia oficial de la UE a cargo de evaluar los riesgos relacionados
con los plaguicidas.
En otoño de
2015, la Unión Europea debía decidir si renovaría o no su
autorización para el glifosato por al menos otra década. Como base
para esa decisión, la opinión de la EFSA sobre el glifosato fue muy
esperada. Para noviembre, Monsanto podría tomar aliento. Las
conclusiones de la EFSA contradijeron a la IARC: la EFSA concluyó
que el glifosato no era ni genotóxico ni cancerígeno.
Pero esa bocanada
de aire le duró poco a Monsanto.
Ataque contra un
científico
Unas semanas más
tarde, alrededor de cien científicos criticaron severamente las
conclusiones de la EFSA en una revista respetada, considerándolas
defectuosas por numerosas irregularidades. Detrás de la iniciativa
había un científico de Estados Unidos que había ayudado a los científicos
que trabajaban en la monografía de la IARC como “especialistas
invitados”.
Fue sobre él que
los ataques se concentraron.
En los círculos
de salud ambiental, Christopher Portier ciertamente no es un don
nadie. “He leído aquí y allá que Chris Portier no tiene
competencia y es probablemente una de las cosas más ridículas que
he escuchado”, dijo Dana Loomis, vice-directora de las monografías
de la IARC. “Es él quien desarrolló muchas de las herramientas
analíticas que se utilizan en todas partes para interpretar los
estudios toxicológicos”. El Sr. Portier es uno de esos científicos
cuyo CV no cabe en menos de 30 páginas.
Autor de más de
200 publicaciones científicas, ha sido Director del Centro Nacional
de Salud Ambiental en los Centros para el Control y la Prevención de
Enfermedades (CDC), director de la Agencia de Estados Unidos sobre
Sustancias Tóxicas y Registro de Enfermedades, director asociado del
Instituto Nacional de Ciencias de la Salud Ambiental (NIEHS) y del
Programa Nacional de Toxicología. “Sin duda, es una carrera
única”, dijo Robert Barouki, director de una unidad de
investigación de toxicología en el Instituto Nacional de Salud e
Investigación Médica (INSERM).
Recientemente
retirado, Christopher Portier ahora ofrece su competencia como
experto y asesor de varias organizaciones internacionales, incluido
el Environmental Defense Fund (EDF), una ONG de protección ambiental
de los EE. UU.
Y es este hombre
el que se convertiría en el objetivo de un ataque…
El 18 de abril de
2016, la agencia de noticias Reuters publicó un extenso artículo
sobre la IARC en el que se describía a la agencia como una agencia
“semiautónoma” de la OMS culpable de “confundir a los
consumidores”.
El artículo se
refería a “preocupaciones sobre conflictos de intereses
potenciales en la IARC: involucra a un asesor de la agencia que está
estrechamente vinculado al Environmental Defense Fund, un grupo de
campaña de los Estados Unidos que se opone a los pesticidas”.
Diatribas y
recriminaciones
“Los críticos”,
escribió Reuters, “sostienen que la IARC no debería haberle
permitido participar en la evaluación del glifosato”.
Notable detalle:
la agencia de noticias, que se negó a responder a Le Monde, mientras
tanto citó a tres científicos que castigan a la institución, sin
mencionar que los tres son ampliamente conocidos como consultores de
la industria.
¿Pero quiénes
son estos “críticos” sin nombre? En realidad, la crítica a la
IARC se remonta al blog de David Zaruk, un ex cabildero de la
industria química, que trabajó en algún momento para la firma de
relaciones públicas Burson-Marsteller.
En Bruselas,
donde tiene su base, Zaruk es famoso por su inclinación a los
insultos (los autores de este artículo han sido sus objetivos varias
veces). Fue el primero en protestar contra los conflictos de
intereses de Portier, que considera socavan la opinión de la IARC. Y
ha desollado persistentemente al científico estadounidense en el
transcurso de no menos de veinte largas publicaciones sobre el tema
del glifosato, sin mencionar sus tweets.
El profesor
Portier es descripto sucesivamente como un “activista”, una
“rata”, un “demonio”, una “hierba”, un “mercenario”,
e incluso una “pequeña mierda”, que “se abrió camino” en la
“fruta” que es la IARC. Para Zaruk, la agencia es como una
“cáscara”, y “mientras más “él la rasca”, “más pus ve
salir” porque la IARC está “infectado por su soberbia”, e
“infectada por la ciencia activista politizada” e “infectada
por un sesgo anti-industrial”.
Zaruk dice que ha
tenido “tres contactos” con Monsanto, pero niega que haya sido
remunerado por sus escritos. “No recibí un centavo de la empresa
para mis blogs sobre glifosato”, afirmó en un correo electrónico
a Le Monde. En abril de 2017, volvió a publicar una diatriba contra
ONGs, Christopher Portier y varios periodistas, que ilustró con una
fotografía de nazis quemando libros en la Opernplatz de Berlín en
1933.
Las divagaciones
de Zaruk podrían haber sido fácilmente controladas e invalidadas.
Pero la prestigiosa garantía del artículo de Reuters dio el visto
bueno a su amplia difusión.
En unas pocas
semanas, las acusaciones de conflictos de interés fueron
retransmitidas y citadas en The Times of London, el diario The
Australian y en los Estados Unidos en National Review y The Hill bajo
la firma de Bruce Chassy, profesor emérito de la Universidad
de Illinois, quien es financiado por Monsanto como han demostrado los
documentos confidenciales obtenidos por la asociación US Right to
Know (USRTK) en septiembre de 2015.
Conflictos de
intereses
El “trabajo”
de Zaruk también fue citado en la revista Forbes en un artículo de
opinión firmado por un biólogo afiliado a Hoover Institution, un
grupo de expertos cercano al partido republicano. Su nombre aparece
en archivos desclasificados de la industria tabacalera. En ese
momento, este hombre se ofrecería a escribir columnas o aparecer en
los medios para “comunicar sobre riesgos y la ciencia”. Con
tarifas entre $ 5,000 y $ 15,000.
Los ataques del
bloguero de Bruselas también se hicieron eco de conocidos sitios web
de propaganda, como el Consejo Estadounidense de Ciencia y Salud y el
Proyecto de Alfabetización Genética. Alimentado por personas de
relaciones públicas vinculadas a las industrias de pesticidas y
biotecnología, este último publicó un artículo sobre Christopher
Portier y la IARC firmado por Andrew Porterfield, quien se describe
simplemente como un “consultor de comunicaciones para la industria
de la biotecnología”.
¿Y la sugerencia
de que Portier se enfrenta a conflictos de intereses? ¿Aportó el
Fondo de Defensa Ambiental (a través de él) a favor de la decisión
de la IARC de clasificar al glifosato como “probable cancerígeno”?
“Como tenía un
enlace a esa organización, Portier tenía el estatus de
“especialista invitado”, explica Kathryn Guyton, científica de
la IARC a cargo de la Monografía 112. Esto significa que fue
consultado por el grupo de trabajo pero no contribuyó a la decisión
de clasificar el químico en una categoría u otra. Los conflictos de
intereses serían reales en esos lugares de decisión.
En mayo de 2016,
mientras la prensa y la blogósfera expresaban sus sospechas de
negligencia en la IARC, le tocó a otro grupo de expertos de la ONU
emitir su opinión. La reunión conjunta sobre residuos de
plaguicidas (JMPR), un grupo de organizaciones conjuntas de la OMS y
las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) que
rige los riesgos relacionados con los alimentos (y no la exposición
por inhalación, contacto con la piel, etc.) descartó el glifosato.
Casi un año
antes, una coalición de ONGs había advertido a la OMS sobre los
conflictos de intereses existentes en la reunión conjunta sobre
residuos de plaguicidas (JMPR). Tres de sus miembros colaboran con el
Instituto Internacional de Ciencias de la Vida (ILSI), una
organización de lobby científico financiada por las principales
industrias agrícolas, biotecnológicas y químicas, desde Mars hasta
Bayer y desde Kellogg hasta Monsanto.
Alegaciones
serias
El toxicólogo
Alan Boobis (Imperial College, Reino Unido) se desempeñaba como
copresidente de JMPR, pero también era presidente del consejo de
administración de ILSI. Angelo Moretto (Universidad de Milano,
Italia) fue relator en la JMPR mientras actuaba como consultor de la
industria y miembro de la junta de fideicomisarios de una estructura
creada por ILSI. Vicky Dellarco, también miembro de JMPR, fue
consultora de la industria y miembro de varios grupos de trabajo de
ILSI.
Los expertos de
la JMPR están supuestamente sujetos a las mismas reglas de
independencia -entre las más estrictas del mundo- como las aplicadas
en la IARC, es decir, las reglas de la OMS. Debido a que puede
alterar la credibilidad de la institución y sus decisiones, un
aparente conflicto de intereses es tan serio como un conflicto de
intereses real.
Sin embargo,
cuestionado por Le Monde, la OMS confirma que “no se consideró que
ningún experto tuviera un conflicto de intereses que impidiera su
participación en la JMPR”.
Esta respuesta
dejó a Hilal Elver y Baskut Tuncak insatisfechos; son,
respectivamente, el Relator Especial de las Naciones Unidas sobre el
derecho a la alimentación y el Relator especial de las Naciones
Unidas sobre sustancias y desechos peligrosos.
“Pedimos
respetuosamente a la OMS que explique cómo llegó exactamente a la
conclusión de que los lazos de los expertos con la industria no
presentaban un conflicto de intereses aparente o potencial según sus
propias reglas” es la forma en que estos dos expertos reaccionaron
cuando Le Monde los cuestionó.
“Los procesos
fuertes, claros y transparentes para los conflictos de intereses son
esenciales para la integridad del sistema”, dijeron antes de
“alentar” a las organizaciones de las Naciones Unidas a
“revisarlos”.
Estos dos
expertos escribieron en su informe sobre el derecho a la alimentación
que existen “afirmaciones serias” sobre la “compra” de
científicos para reafirmar los puntos de discusión de la
industria”.
El informe, que
fue entregado al Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas
en marzo de 2017, también subrayó que: “Los esfuerzos de la
industria de pesticidas (…) han obstruido las reformas y paralizado
globalmente las restricciones a los pesticidas”.
Fomentar el
descrédito sobre la IARC, los expertos de su grupo de trabajo y la
calidad del trabajo científico logrado: estos “esfuerzos” son de
importancia estratégica, incluso una necesidad vital, para Monsanto.
Casos judiciales
en curso en los Estados Unidos
Sobre Monsanto
están varios bufetes de abogados estadounidenses que representan a
víctimas o familiares de víctimas que han muerto de linfoma no
Hodgkin (NHL), un raro cáncer que afecta a los glóbulos blancos que
atribuyen a la exposición al glifosato.
Para sus
abogados, la Monografía 112 de la IARC constituye una evidencia
esencial. Para Monsanto, la Monografía 112 podría pesar mucho en
los veredictos finales. De acuerdo con documentos legales, el monto
de los daños y otros pagos en los Estados Unidos podría ascender a
miles de millones de dólares para los 800 demandantes, un número
que “probablemente” ascenderá a 2.000 para fin de año, según
Timothy Litzenburg, un abogado en The Miller Firm.
Memos
confidenciales, hojas de cálculo y resúmenes internos: en total,
diez millones de páginas tomadas de los recuadros en los archivos de
Monsanto y de las entrañas de sus PC. Esta es la cantidad de
documentos que la empresa se ha visto obligada a entregar a la corte
hasta la fecha. En los Estados Unidos, un procedimiento llamado
“descubrimiento” permite este tipo de allanamiento en la
documentación del adversario.
De la parva de
documentos escaneados, liberados por goteo, que son los “Papeles de
Monsanto”, emerge el plan de respuesta de la multinacional. Tómese
por ejemplo el documento PowerPoint clasificado como “confidencial”
con fecha del 11 de marzo de 2015, cuyas diapositivas desarrollan la
estrategia de influencia/lobby en la forma de “Proyectos
científicos”. Entre otras ideas, allí se menciona realizar una
“evaluación exhaustiva del potencial carcinogénico” del
glifosato por parte de “científicos creíbles” y “posiblemente
a través del concepto de panel de expertos”. Eso será realizado.
En septiembre de
2016, aparecieron una serie de seis artículos en la revista
científica Critical Reviews in Toxicology. Ellos exoneraron al
glifosato. Pero, como la publicación fue abiertamente “patrocinada
y apoyada” por Monsanto, ¿hubiera sido posible algo más que
esto?.
Los autores
fueron los dieciséis miembros del “panel de expertos en glifosato”
a quienes Monsanto confió la tarea de “revisar la monografía
sobre glifosato de la Agencia Internacional para la Investigación
sobre el Cáncer (IARC)”.
Su contratación
fue delegada a Intertek, una consultora especializada en la
producción de material científico para empresas que enfrentan
dificultades regulatorias o legales relacionadas con sus productos.
Monsanto y sus aliados también recurrieron a los servicios de
Exponent y Gradient, otras dos empresas dedicadas al negocio de la
“defensa de productos”.
“Grupo de
trabajo de glifosato”
El PowerPoint de
“la gestión de crisis” también previó la publicación de un
artículo sobre la IARC: “Cómo se formó, cómo funciona, cómo no
ha evolucionado con el tiempo volviéndose arcaica e innecesaria en
la actualidad”.
El científico
sugerido como posible autor para ese artículo no ha publicado nada
sobre el tema hasta el momento. Sin embargo, un artículo que
coincide perfectamente con las especificaciones hostiles se publicó
en una revista menor en octubre de 2016. El sistema de clasificación
de la IARC ha “pasado de moda” y “no sirve ni a la ciencia ni a
la sociedad”, escribieron los 10 autores.
“Así es como
comer carne procesada puede caer en la misma categoría que el gas
mostaza”. Según ellos, el enfoque de la IARC está originado por
“temores sobre salud, costos económicos innecesarios, pérdida de
productos beneficiosos, adopción de estrategias con mayores costos
de salud y la desviación de fondos públicos a investigación
innecesaria”.
Fue un tono muy
inusual para una revista científica. Esto tal vez se deba a que
“Toxicología regulatoria y farmacología” es un tipo especial de
publicación. Su junta editorial no solo incluye numerosos actores y
consultores de la industria, sino también su editor en jefe, Gio
Gori, es una figura muy conocida en la historia de la industria del
tabaco.
Propiedad del
poderoso grupo editorial científico Elsevier, este es el diario
oficial de una sociedad supuestamente académica, la Sociedad
Internacional de Toxicología Regulatoria y Farmacología (ISRTP). No
hay información significativa sobre la sociedad disponible en su
sitio web y ni Gori, ni la ISRTP, ni Elsevier, respondieron a las
preguntas de Le Monde. Por lo tanto, ni siquiera ha sido posible
identificar a nadie a cargo, y menos aún cuáles son sus fuentes de
financiamiento. Sin embargo, la última vez que la ISRTP publicó sus
patrocinadores, en 2008, la lista de seis, incluía a Monsanto.
En cuanto a los
10 autores del artículo, algunos de ellos han trabajado o están
trabajando actualmente para el grupo suizo Syngenta, un miembro de la
“fuerza de trabajo de glifosato” de los jugadores industriales
que venden productos de ese químico. Algunos son consultores
privados. Otros son científicos académicos y participan en las
actividades de la organización científica de cabildeo, ILSI. Entre
ellos se encuentran Samuel Cohen, profesor de oncología en la
Universidad de Nebraska, Alan Boobis, copresidente de la JMPR, y
Angelo Moretto, relator de la misma JMPR.
“Tácticas de
choque”
Estos tres
científicos siguieron el camino. Unos meses más tarde, publicaron
en el sitio web de propaganda llamado Proyecto de Alfabetización
Genética, que transmitió los ataques personales contra Christopher
Portier, un texto que afirma que la IARC “debería ser abolida”.
La agencia fue
acusada de alimentar la “quimofobia” entre el público. Si no se
reforma, escribieron, la IARC “debería ocupar una vitrina de museo
junto al Ford T, el biplano y el teléfono a disco y otros objetos
del pasado”.
En los círculos
científicos, la convención sostiene que el autor del primer
borrador de un texto asume la responsabilidad de cualquier
modificación hasta las últimas correcciones. ¿Cuál de los autores
escribió estos dos textos, publicados por la revista científica y
en el sitio web del Proyecto de Alfabetización Genética? “No
puedo recordar”, respondió Alan Boobis cuando Le Monde le
preguntó, explicando que “fue todo un proceso”, y que la
escritura “se modificó bastante durante el año”.
Esto es “un
poco táctica de choque”, reconoció Boobis. Al preguntársele por
qué el artículo fue publicado en este sitio web, Boobis admitió
que el Proyecto de Alfabetización Genética no era famoso por su
rigor, pero explicó que el texto fue rechazado por una revista
científica.
Sus argumentos
son idénticos a los de Monsanto y sus aliados. “Se ha llegado a
una posición extraña donde cualquier asociación con la industria
es considerada inmediatamente como una indicación de sesgo,
corrupción, confusión, distorsión o lo que sea”, respondió
Boobis.
¿Es la
“abolición” de la IARC lo que Monsanto quiere? La corporación
no deseaba contestar las preguntas de Le Monde.
Nota del editor:
Este mes Le Monde ganó el Premio Varenne Presse quotidienne
nationale (Premio Varenne para la prensa diaria nacional) por su
serie Monsanto Papers, una investigación sobre la guerra mundial que
la empresa Monsanto ha iniciado para salvar el glifosato, publicada
originalmente en junio del 2017.
Traducción al español y adaptación periodística para lavaca.org, Anabel Pomar
Entrada
relacionada:
Fuente:
Stéphane Horel, Stéphane Foucart, Cosecha amarga: segunda parte de la investigación de Le Monde, 29/05/18, Lavaca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario