Un informe de
defensores de las comunidades forestales insta a la UE a tomar
medidas para frenar las pérdidas de bosque que persisten en las
zonas tropicales.
por Carlos Laorden
Los programas,
iniciativas y compromisos para frenar la destrucción de bosques -y
los abusos adyacentes- parecen infinitos: obligación de comprar
madera certificada, establecimiento de áreas protegidas, leyes de
deforestación cero... Y, sin embargo, la realidad institucional de
algunos países tropicales y la creciente demanda de soja, palma,
madera o carne -entre otros- parecen desbordar todas esas buenas
intenciones. El año pasado, el Chaco paraguayo taló 500 hectáreas
de bosque al día (principalmente para que pastara el ganado) y los
incendios dañaron o destruyeron 26.000 kilómetros cuadrados (más
que la superficie de la Comunidad Valenciana) en las islas indonesias
de Sumatra y Kalimantán.
Un estudio de
Forest People's Program, una organización británica que defiende
los derechos de las comunidades forestales, ha analizado la situación
en nueve países tropicales afectados por el problema y ha concluido
que solo en uno de ellos (Malasia, donde además las cifras están
bajo sospecha) se ha frenado la pérdida de bosque. "Hay muchos
esquemas gubernamentales, industriales, multilaterales y voluntarios,
pero vemos una brecha creciente entre lo que se ha prometido y lo que
ocurre sobre el terreno", han dicho los líderes de esas
comunidades al presentar el documento este jueves en Ámsterdam
(Holanda).
El lanzamiento
del informe se realiza intencionadamente mientras la Unión Europea
decide si toma medidas adicionales para frenar su propia influencia
en la tala de bosques. El texto señala como principal responsable a
la agricultura comercial, a la que achaca más del 80 % de la
deforestación en países tropicales (en concreto, le atribuye dos
tercios de la pérdida de árboles en América Latina, un tercio de
la de África y la mitad de la asiática). La obtención de madera y
energía, la minería o a construcción de carreteras e
infraestructuras son otros importantes matabosques.
La mayor parte de
los productos relacionados con la tala de bosques (la propia madera,
pero tambien la carne o la soja que obliga a despejar espacio para el
pasto de animales o el cultivo) se queda en el propio país de
producción o se exporta a otros países de su región. Pero el resto
se vende internacionalmente, y la UE importa y consume más de un tercio de esos productos (casi el doble que el Este de Asia y cuatro veces más que Norteamérica). Por ejemplo, es (tras China) el
segundo importador mundial de soja.
Por eso los
autores del estudio insisten en la necesidad de que Bruselas -y los
ciudadanos- refuercen los mecanismos de control de su demanda y
usen su fuerza política y comercial para combatir la deforestación.
"Si los consumidores europeos no saben de dónde vienen sus
productos, es el fin de la humanidad", ha dicho Shapiom Noningo
Sesén, un líder wampii de la Amazonia peruana. "Deben
preguntarse de dónde vienen las materias primas y hacen falta
cambios en la demanda por parte de empresas y Gobiernos", ha
añadido. A raíz de un informe de 2013, y tras solicitar varias
investigaciones y propuestas de planes de acción, la Comisión ha
anunciado que tomará una decisión al respecto en las próximas
semanas.
Los nueve casos
analizados (de Perú a República Democráctica del Congo y de
Indonesia a Guyana) revelan, según sus redactores que la corrupción
y la fragilidad de las instituciones de muchos de esos países son
otros grandes obstáculos en la lucha contra la pérdida de bosques.
Una muestra del desinterés por superarlos es, según los autores,
que desde 2010 la financiación dirigida a monocultivos y
explotaciones agrícolas que no tienen en cuenta estas cuestiones ha
sido 40 veces superior a la destinada a proteger la superficie
boscosa.
“Para
asegurarnos de que todos esos proyectos climáticos consiguen lo que
pretenden, recomendamos que se evalúen y audite su cumplimiento de
los derechos humanos y la tenencia de la tierra en cada etapa",
ha apuntado Edi Sutrisno, de la organización pro comunidades
forestales Tuk Indonesia. "Todo el proceso debe hacerse con
transparencia y respetando los derechos de estos colectivos", ha
añadido.
Porque el
informe, promovido precisamente por estos grupos, insiste en el
perjuicio -añadido al ambiental- que la deforestación (y sus
prácticas relacionadas, como la apropiación o explotación de
tierras) genera a las comunidades que viven de ellas, y cómo muchas
veces se acompañan de abusos o acciones violentas. En 2016 se
contaron más de 200 asesinatos de defensores de los bosques y los
derechos humanos en 25 países distintos.
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Fuente:
Carlos Laorden, Los buenos propósitos no bastan: la deforestación avanza, 15/02/18, El País. Consultado 20/02/18.
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