por Adriana Meyer
Santiago era mochilero. Su cuerpo apareció luego de 77 días, sin vida. No así la mochila que tenía el 1 de agosto, cuando acudió a la comunidad mapuche de Cushamen a dar su apoyo porque la mitad de sus weichafe (guerreros) estaban presos en Bariloche, tras la represión a la protesta por la prisión de su líder Facundo Jones Huala. Sus amigos creen que ahí adentro también podría haber estado su celular, que tampoco apareció. No es el único enigma de una de las historias más tironeada por cierta prensa. Sin esperar las conclusiones de la junta médica, que será el viernes 24 y donde se juntarán los peritos de parte con el Cuerpo Médico Forense para elaborar el informe final, siguen las feroces operaciones dictadas desde el Ministerio de Seguridad para encubrir el accionar de los gendarmes, que en verdad fueron los últimos en verlo con vida. Y la investigación judicial se parece más a un rompecabezas mojado y con piezas destruidas. El aparato judicial y las campañas mediáticas han devaluado la palabra de los testigos por ser mapuches, los uniformados aún habiendo incurrido en contradicciones siguen callando sobre los minutos finales de la vida de Maldonado, y en ese contexto las informaciones del lentísimo avance de la causa continúan siendo utilizadas para desacreditar a los que sí hablaron, como el amigo que llamó Santiago luego de desaparecido.
Así, el hallazgo
del cuerpo abrió una nueva etapa, en la cual no pocos festejan ante
resultados parciales de la autopsia como si el caso ya estuviera
resuelto exculpando a la Gendarmería, como pretende el gobierno
desde el minuto cero, casi como si se tratara de un superclásico.
Pero una lectura diferente de esos mismos datos lejos de cerrar nada,
abre cada vez más interrogantes que esta cronista recogió de cinco
fuentes del caso. “Es un duelo infinito, estamos estancados”,
dijo Sergio Maldonado”, y volvió a plantear sus dudas sobre la
aparición del cuerpo sin vida de su hermano.
La mochila
Maldonado había
llegado en abril a El Bolsón, y se hizo amigo de Ariel Garzí, quien
reconoció en uno de los tantos videos que circularon la mochila
negra que llevaba el 31 de julio, cuando Claudina Pilquiman lo llevó
hasta la Pu Lof en Resistencia, y donde pasó la noche en la casilla
de guardia, sin pegar un ojo por el constante hostigamiento de los
gendarmes con tiros y flashes de reflectores. Ya de día cuando
comenzó el avance con camionetas y a los tiros, Santiago corrió
hacia el río pero en un momento volvió sobre sus pasos hasta la
casilla para buscar su mochila. Ahí lo vieron Claudina y su hija,
Ailinco Pilquiman. Esa imagen pertenece al 1 de agosto, mientras los
gendarmes requisaban a las mujeres y niños de otras casillas,
quemaban colchones, ropa y juguetes junto a una de las viviendas, y
secuestraban herramientas de trabajo, entre otras pertenencias de los
mapuches. La mochila que se ve en esa foto nunca más apareció,
según confirmaron tres fuentes del caso.
No era ninguna de
las que secuestró el 18 de septiembre el juez federal Guido Otranto,
apartado del caso por insuficiencia de imparcialidad, ni tampoco es
la misma que aportó la familia, que cuando tuvo esa iniciativa de
entregarla al nuevo juez Gustavo Lleral fue acusada por cierta prensa
de haber “ocultado pruebas”. ¿Acaso alguien le preguntó a
Gendarmería dónde están las pertenencias de Santiago que faltan?
¿Por qué nunca devolvieron lo que robaron a los mapuche? ¿Otranto
no la encontró en el rastrillaje de los 800 kilómetros del río
Chubut? En Buenos Aires fueron peritadas dos mochilas, pero los
resultados de ADN habrían dado negativo.
Llamada, SMS y
videos
Tal como había
hecho en su momento ante el juez Otranto -y a pesar de haber sido
detenido e imputado, y de haber sido hostigado en cinco oportunidades
por la policía de Río Negro- Ariel Garzí se volvió a presentar
en forma espontánea ante Lleral para ponerse a su disposición y
pedirle que tomara en serio la prueba que ya aportó al expediente:
la captura de pantalla donde consta que el 2 de agosto a las 15:23 se
comunicó con la línea chilena de Santiago +05693XXXX486, la
comunicación fue atendida y duró 22 segundos. Fue durante los
primeros días de agosto, y a pesar de estar acompañado por el
defensor oficial Fernando Machado, en el pasillo Otranto le preguntó
si acaso venía por la recompensa. “Vine porque quiero que aparezca
mi amigo”, le respondió Garzí. Otranto no sólo ignoró la prueba
sino que tampoco implementó la protección que el joven pidió, por
la persecución que venía padeciendo desde que lo detuvieron tras la
represión de enero en la Pu Lof.
Días atrás se
conoció que la empresa chilena respondió no haber recibido ninguna
llamada entrante desde el número de Garzí. Las fuentes consultadas
por este diario indicaron que no hay constancias en el expediente de
ninguna llamada atendida por las líneas que usaba Maldonado, en
fecha posterior a su desaparición. Lo cual no implica, como dedujo
cierta prensa, que el amigo faltó a la verdad. La llamada se produjo
pero una posibilidad es que haya impactado en otro celular, como
cuando las comunicaciones se cruzan, lo cual sucede en ocasiones si
el abonado no tiene crédito. Las empresas Movistar, Claro y Personal
dijeron que ese celular chileno no usó sus antenas.
Sin embargo,
Garzí insistió ante esta cronista que la llamada sí impactó, y se
basa en los documentos de Telefónica que el experto Ariel Garbarz
vió en septiembre en el expediente. Es cierto que la empresa chilena
Wom informó que no existió en ese país, pero ellos sostienen que
“fue entrante en Esquel y saliente en El Bolsón, detectada por
antenas argentinas no chilenas”. En ese sentido es que Garzí
argumenta que las pertenencias de su amigo, la mochila y ese celular,
se las llevaron los gendarmes y por eso es lógico que haya sonado en
Esquel. Garbarz aún no fue aceptado como perito de parte en la causa
y viene denunciando que la fiscal Silvina Ávila le consultó sobre
cómo proteger los datos de las comunicaciones celulares pero luego
no lo recibió más y tampoco tomó las medidas que él sugirió.
Lleral acaba de pedir información adicional sobre esa llamada a
Estados Unidos.
Otra de las
fuentes consultadas fue muy cauta respecto de esa línea porque no
tiene certeza de que Santiago haya tenido consigo el celular cuando
estuvo en el Lof.
¿Habrán tenido
en cuenta los investigadores otras comunicaciones, como el mensaje de
texto que mandaron los mapuches aquella mañana diciendo “se
llevaron al Brujo”? Al menos, el número de la línea que lo
recibió consta en la causa. Lo que también forma parte ya del
expediente es el contenido del teléfono de Santiago, donde aparecen
murales, tatuajes, músicos callejeros y filmaciones de asambleas
populares en Chile sobre reclamos de tierras de campesinos y
trabajadores. Arte y solidaridad.
¿Pozo o no pozo?
El prefecto
Leandro Ruata fue el responsable del rastrillaje del río que dió
con el cuerpo de Maldonado, y, además, fue quien había tenido la
iniciativa que convenció al juez Lleral sobre la necesidad de hacer
un nuevo operativo. Ruata en su declaración testimonial del 26 de
octubre dijo que la profundidad no superaba 1,40, que el agua era
cristalina, que por ahí ya habían buscado en los anteriores
procedimientos y que no había pozos, de esos que sí hay en otros
tramos del río. En tanto, el sitio Cadena del Sur y Página12
publicaron las declaraciones del prefecto Juan Carlos Mussin, quien
en coincidencia con Ruata declaró que la profundidad del río no
superaba el metro y medio en agosto, que no había pozones en la zona
donde se lo vio con vida a Santiago y que tampoco había grandes
correntadas. Sin embargo, el jueves 2 un matutino publicó que “los
buzos”, sin identificarlos, habrían afirmado que en el lugar donde
estaba el cuerpo sin vida había “un pozo de 2,4 metros, entre
vegetación, raíces y ramas de sauce” tan tupidas que impedían
“casi el paso de la luz solar”.
De la lectura de
trece testimonios sobre ese operativo no surge una línea sobre
“pozos” y todos coinciden en que el agua era tan clara que lo
hicieron mayormente nadando en superficie, tipo snorkel, porque se
veía el fondo. Una vez más, la versión publicada por Clarín se
suma a su serie de ficción del puestero de Epuyén y la falsa
retractación del testigo E. Eso que llaman posverdad.
En la médula de
Santiago fueron encontradas algas unicelulares, de la familia de las
diatomeas, que indicarían que estuvo en el agua desde su
desaparición. Una alta fuente del caso sostuvo que bien podría
tener que ver con que Santiago era vegetariano, y si acaso fuera de
la flora acuática del río Chubut habría que verificar si
corresponde a ese sitio específico donde fue encontrado o a otro
tramo del curso de agua. La empresa Tierras del Sud, de Benetton,
controla el caudal de una parte del río Chubut a través de un
sistema de compuertas que lo alteran.
El hallazgo, una
ramita
Según la versión
oficial, que reproduce un gran matutino argentino, el cuerpo de
Santiago habría estado enganchado entre la vegetación, y las ramas
y raíces lo atraparon bajo el agua. Es decir, así habría
permanecido sumergido durante todas estas semanas, hasta que lo
encontró uno de los buzos de la Prefectura, a setenta metros de
lugar donde los mapuches lo había visto por última vez. “Positivo
con reservas”, fue el mensaje que envió por handy. Ahora bien,
cuando el juez convocó a Soraya Maicoño, Andrea Millañanco, Sergio
Maldonado, Andrea Antico y Verónica Heredia el cuerpo ya estaba
flotando en la superficie del río, e incluso era visible desde la
barranca. Los seis integrantes de Prefectura que declararon ante el
juez, incluido Juan Altamirano que fue quien lo encontró,
coincidieron en que el cuerpo estaba flotando cuando lo vieron, y que
era visible desde la cima de la pendiente, y que al acercarse
comprobaron que estaba sobre una rama. “El cuerpo estaba como
apoyado en un sauce, que hacía una especie de tope para que el
cuerpo no navegue”, dijo el buzo rescatista Marcos Montaña. En la
maniobra para sacarlo del agua los buzos dijeron que no hacían pie,
pero la profundidad era mayor ese día respecto del 1 de agosto por
efecto de aumento del caudal por deshielo.
Por eso, el mayor
de los Maldonado ratifica sus dudas. “Hipotéticamente murió
ahogado, pero, ¿cómo?, ¿Estaba pescando? ¿Por qué cae ahí?
¿Murió en ese lugar o en otro lado? ¿Dónde estuvo el cuerpo? Es
claro que los 78 días no estuvo en ese lugar. Si hipotéticamente
estuvo en ese lugar, ¿qué hicieron en todos los rastrillajes?, ¿Por
qué no lo vimos nosotros que pasamos por allí? El lugar se veía de
todos lados. Cuando desapareció casi no había agua en ese lugar y
cuando lo encontramos el cuerpo estaba sobre una ramita de un
centímetro de espesor”.
Durante las horas
posteriores al hallazgo, todos los presentes le insistían a Lleral
que no podía ser, que ese cuerpo no estaba allí apenas tres días
atrás. El magistrado no respondía y no tomó ninguna medida para
verificar tal hipótesis, ni siquiera completó el allanamiento a la
estancia Leleque, tal como había previsto en la orden que él mismo
firmó el 13 de octubre.
Finalmente, el
cuerpo fue removido cuando llegó el perito de la familia Maldonado,
que permaneció casi ocho horas cuidando que nadie lo tocara. Si
antes de llegar ellos alguien lo movió y o lo pusieron ahí es un
interrogante que tienen. Para evitar que lo llevara la corriente el
juez dispuso dos personas de guardia en la costa. La sospecha de
Sergio consiste en que si estuvo ahí varios días se tendría que
haber ido cuando sube y baja el agua. “Me opuse a que lo saquen
hasta que llegara nuestro perito que estaba en viaje, por eso lo
sacan tantas horas después porque no quería que cortarán nada ni
tocarán nada. Por eso tenemos prueba de que estaba arriba de una
ramita fina”, dijo a esta cronista.
Saber nadar
Si la cuestión
se redujera a la habilidad de una persona para manejarse en el agua,
serían muchos más los sobrevivientes que los ahogados. Santiago
pudo haber sabido nadar y ahogarse igual, aunque hiciera pie, porque
fue obligado a meterse en ese río helado. No estaba paseando, ni de
pesca, ni se cayó. Llegó al río huyendo, y desapareció. Su muerte
sucedió en un operativo de más de 100 gendarmes, 50 de los cuales
ingresaron al territorio mapuche de forma ilegal, con camionetas y un
camión de la fuerza. Fue perseguido a poca distancia por un pelotón
de una docena de uniformados con escopetas que disparaban hacia el
río, con la orden expresa de detener manifestantes. Algunos,
incluso, ingresaron a la Pu Lof con armas 9 mm.
El subalférez
Echazú fue herido y, sin embargo, fue fotografiado riéndose. ¿Sus
heridas pudieron haber sido causadas por Santiago mientras se
defendía? En tal sentido, en estos momentos está siendo sometido a
análisis de ADN las uñas del joven, así como del bastón
retráctil, de unos 80 centímetros y finito, encontrado en uno de
los bolsillos de su pantalón, que según sus amigos era de él.
Ellos creen que pudo haberla llevado para su autodefensa. Echazú
quedó imputado cuando fue a presentarse ante la fiscalía, luego de
que este diario publicara que analizaban con peritos forenses sus
heridas en la cara. Pero claro, nadie supo responder de qué lo
acusan ni cuándo sería indagado, si es que eso sucede.
Algunos gendarmes
se alejaron de la zona y regresaron a sus bases en la madrugada del 2
de agosto. Los peritajes de las camionetas señalan que fueron
lavadas previamente, invocando un “reglamento” que los obliga a
hacerlo. Un Eurocargo aparece en fotos con parte de la lona mojada.
Sin embargo, ni la fiscal ni los jueces del caso profundizaron sobre
los alcances de ese accionar y las fuertes contradicciones entre las
declaraciones de los jefes y gendarmes. Todo esto no pudo haberse
realizado sin la orden del comandante Juan Pablo Escola, que nunca
dejó de estar en contacto con su superior, Diego Balari, y el
funcionario de Seguridad Pablo Noceti. ¿Alguno de ellos habló hasta
ahora salvo para cubrirse? Noceti gritó días atrás en su despacho
que “ni muerto” entregaría su celular. Los mapuches ya hablaron,
el cuerpo lo está haciendo, pero ya se cumplió el ciclo de pedirle
pruebas a las propias víctimas. Es hora que hablen los victimarios.
Final abierto
Es muy probable
que los resultados finales establezcan que Maldonado perdió la vida
por ahogamiento, así lo indica el agua que llegó a sus pulmones
cuando aún estaba respirando. De manera sorprendente, esta
conclusión preliminar disparó la instalación de que como murió
ahogado entonces fue un accidente y los gendarmes no tuvieron nada
que ver.
Quienes conciben
la vida con lógica binaria apuestan al resultadismo futbolero, al
blanco o negro, y bregan por la inexistencia de todo tipo de
incertidumbre, como la que genera la espera de los resultados de una
autopsia. Los abogados con experiencia de violaciones sistemáticas a
los derechos humanos coinciden en que la causa final de muerte de una
persona víctima del accionar de las fuerzas de seguridad de ningún
modo explica la mecánica ni el motivo de la misma. Los casos
ocurridos durante los gobiernos constitucionales posteriores a la
dictadura cívico militar ponen en evidencia mecanismos de
neutralización de responsabilidades para proteger a los agentes del
Estado, y son casi siempre los mismos: se ahogó, lo chocó un auto,
murió por inanición, tal como demuestran las causas por las
desapariciones y muertes de los jóvenes Iván Torres, Miguel Bru,
Luciano Arruga, Ezequiel Demonty, Sebastián Bordón, Franco Casco.
¿El caso Maldonado es diferente? En sus preparadas declaraciones
testimoniales los gendarmes admitieron que llevaron armas de fuego, y
en sus conversaciones quedó expuesto como querían “cazar al
negro”, agarrar a uno, “darle corchazos para que tengan”.
“Va a llevar su
tiempo establecer la causa de su muerte, se habla tanto, muchas veces
sin saber”, dijo el juez Lleral días atrás. Él y la fiscal abren
el paraguas ante un casi inevitable cambio de carátula, que quizás
ni siquiera sea desaparición forzada seguida de muerte como propicia
la abogada de la famillia Maldonado, pero que no necesariamente vaya
a mejorar la situación procesal de los gendarmes. Quienes festejan
la posibilidad de que se haya tratado de una “muerte accidental”
no advierten que la calificación podría terminar en homicidio, con
todos los agravantes que implica que haya sido cometido en medio de
semejante situación represiva. Los caminos penales son insondables,
pero algunas experiencias sirven para pensar escenarios posibles. En
el caso de Ezequiel Demonty, el joven de 19 años cuyo cuerpo
apareció flotando en las oscuras aguas del Riachuelo, tres policías
fueron condenados a prisión perpetua por torturas seguida de muerte
y privación ilegal de la libertad; en el caso de Franco Casco, que
desapareció el 6 de octubre y apareció en el río Paraná el 30 de
octubre, en septiembre fueron apresados 32 policías acusados por el
crimen, la desaparición y el encubrimiento de los hechos.
Por el homicidio
del militante, escritor y periodista Rodolfo Walsh fueron condenados
a prisión perpetua los genocidas que lo habían mantenido
desaparecido en las catacumbas de la ESMA. Aún sin el cuerpo, esa
condena fue posible.
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Fuente:
Adriana Meyer, De mochilas, celulares y diatomeas, 08/11/17, Ojos Vendados
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