ABC entra por segunda vez en la siniestrada central nuclear nipona para ver sobre el terreno los trabajos de descontaminación y desmantelamiento, que durarán cuatro décadas.
por Pablo M. Díez
Tras una hilera
interminable de gigantescos tanques de agua grises y azules, una
jungla de grúas y chimeneas se perfila en medio de cuatro torres
ante el Océano Pacífico. Entre los andamios y estructuras metálicas
que recubren los edificios de los reactores, aún se pueden ver en
sus dependencias colindantes las paredes reventadas y los escombros
causados en su día por las explosiones de hidrógeno, que dejaron al
descubierto sus núcleos mientras se fundían y liberaban
radiactividad.
A sus pies,
decenas de operarios ataviados con máscaras y fantasmagóricos
trajes blancos pululan entre una maraña de tubos, escaleras y
excavadoras. Respirando con dificultad tras las máscaras, se afanan
en conectar tuberías, montar armazones de metal y transportar
bloques de cemento en grúas elevadoras que se alzan sobre tan
apocalíptico paisaje industrial.
Justo ante los
reactores 1, 2 y 3, cuyos núcleos se fundieron tras ser golpeados
por el tsunami que sacudió a Japón en 2011, estamos en las entrañas
de la central de Fukushima 1. Tras su primera visita en abril de
2015, ABC volvió a entrar el jueves en la siniestrada planta atómica
para presenciar sobre el terreno los trabajos de descontaminación y
desmantelamiento.
Aunque ya no hace
falta un traje especial a cierta distancia de los reactores, este
corresponsal tuvo que protegerse con una máscara, unas gafas, un
casco sobre un gorro, guantes, un chaleco y calcetines dobles sobre
botas de plástico. «Hoy se verán expuestos a una radiación de 20
microsieverts por hora. Es solo el equivalente a una radiografía
dental», advierte al grupo de periodistas que visita la planta
Daisuke Hirose, guía de la compañía eléctrica Tepco.
Tsunami en Japón
El 11 de marzo de
2011, un terremoto de magnitud 9 provocó un tsunami que arrasó 600
kilómetros de la costa nororiental de Japón. Además de cobrarse
unas 19.000 vidas, destruir un millón de casas y cientos de miles de
vehículos, una ola de 17 metros inundó la central de Fukushima 1.
Sin electricidad, dejaron de funcionar sus sistemas de refrigeración
y, al calentarse, se fundieron total o parcialmente tres de sus seis
reactores.
En los días
posteriores al tsunami, la alta presión provocó varias explosiones
de hidrógeno que agrietaron las vasijas de contención que recubren
los reactores, reventaron los muros de los edificios y expusieron sus
núcleos al aire libre, escapando gran cantidad de yodo y cesio
tóxicos a la atmósfera.
Desde entonces,
su combustible radiactivo permanece fundido en el fondo de dichas
vasijas entre el amasijo de escombros que causaron las explosiones,
que destruyeron buena parte de sus edificios. Desde la explosión en
la central ucraniana de Chernóbil, se trata del accidente nuclear
más grave porque sus fugas radiactivas obligaron a evacuar a 80.000
vecinos que vivían en un radio de 20 kilómetros alrededor de la
planta atómica. Aunque algunos pueblos han sido reabiertos al bajar
la radiactividad, muchos vecinos no podrán regresar a sus casas
durante décadas o, quizás, nunca.
Plan de actuación
En el interior de
los reactores, la radiactividad es tan alta que ningún ser humano
puede entrar en ellos porque moriría en minutos. De momento, solo
han podido adentrarse varios robots para tomar imágenes que sirvan
para preparar un plan de actuación. Frente a la radiación natural
que existe en la atmósfera, que es de 0,02 microsieverts por hora,
dentro de los reactores 2 y 3 se registran más de 300 microsieverts.
Con dichos
niveles, se alcanzaría en tres horas el límite anual de radiación
recomendado por las autoridades sanitarias internacionales, que es de
1.000 «microsieverts», mientras que al cabo de una semana se
rebasarían los 100.000 «microsieverts» a partir de los cuales
aumentan las posibilidades de sufrir un cáncer.
Ese es el tope
que en cinco años no pueden rebasar los 7.000 operarios que trabajan
en la siniestrada central, que se traduce en una exposición máxima
a la radiación de 20 milisieverts anuales (20.000 microsieverts). De
estos trabajadores, un millar son empleados de la eléctrica Tepco y
el resto suele pertenecer a subcontratas con constructoras locales de
la multinacional tecnológica Toshiba, encargada del
desmantelamiento. Por un jornal diario de 30.000 yenes (227 euros),
estos «Héroes de Fukushima» se juegan la vida luchando como
kamikazes contra un enemigo que ni se ve ni se siente, pero está
ahí: la radiactividad.
Radioactividad
Como todavía no
se ha inventado la tecnología necesaria para retirar el material
fundido de los reactores, lo único que pueden hacer es sellarlos
para que no escape la radiactividad e inyectarles agua subterránea
para mantenerlos a unos 30 grados.
Según explica
Hirose, «cada día se bombean 210 metros cúbicos de agua
subterránea, que se contamina y debemos filtrar con dos depuradoras
especiales, llamadas Kurion y Sarry, para eliminar el estroncio y el
cesio. Además, otra máquina denominada ALPS llega a limpiar hasta
62 nucleidos radiactivos, pero no podemos acabar todavía con el
tritio y tenemos que almacenar cada día entre 100 y 150 toneladas de
agua”.
Aunque el bombeo
se ha reducido a la mitad en los últimos años, la central acumula
ya un millón de toneladas de agua en 900 depósitos enormes, que se
están cambiando ahora por tanques más seguros para evitar las
filtraciones al subsuelo y al mar.
Cada día se
construye un depósito con capacidad de entre 1.000 y 2.900
toneladas, pero el almacenamiento del agua contaminada es uno de los
principales problemas para el futuro, sobre todo en esta zona
propensa a terremotos y tsunamis.
Evitar
filtraciones
Para disminuir
aún más el bombeo del agua e impedir filtraciones, se ha construido
un muro de hielo subterráneo alrededor de los reactores 1, 2, 3 y 4.
Con un radio de un kilómetro y medio, dicho muro mantiene 70.000
metros cúbicos de tierra a 30 grados bajo cero para que no haya
fugas de agua radiactiva al mar. Además, se ha pavimentado todo el
suelo de la central para atrapar las partículas radiactivas y que no
floten en el aire, por lo que ya no hace falta un traje especial de
protección en el 90 por ciento del recinto.
Tras retirar en
2014 las 1.535 barras de combustible usado del reactor 4, que estaba
parado como el 5 y el 6 en el momento del tsunami, el mayor reto está
en las otras tres unidades. En total, son 1.573 barras de combustible
que las autoridades niponas planean retirar a partir del próximo
año, empezando por el reactor 3 y siguiendo en 2021 por el 1 y el 2,
pero este plan está sufriendo retrasos porque se trata de una
operación muy complicada de alto riesgo.
Para cumplir los
plazos previstos, el Centro de Desarrollo de Tecnología Remota de
Naraha trata de inventar los robots y las herramientas que permitan
retirar el material fundido de los reactores. «Aunque es difícil
porque el calor de los núcleos lo funde todo, tenemos que encontrar
la tecnología que lo aguante porque nuestro objetivo es empezar a
extraer el material fundido en cinco años», promete su director,
Masahiro Ishihara, con la tradicional determinación nipona.
Por delante le
queda una tarea titánica que costará 72.000 millones de dólares
(61.000 millones de euros) y durará cuatro décadas. Hasta vencer
finalmente a la radiactividad de Fukushima.
Fuentes:
Pablo M. Díez @PabloDiez_ABC, En las entrañas de Fukushima, 14/10/17, ABC.es
La obra de arte que ilustra esta entrada es "Fuku", del artista Michael Proepper.
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